sábado, 16 de julio de 2022

Citas: La Hermana Menor - Mariana Enríquez


"Silvina es la menor de seis hermanas, sus padres están cansados de criar hijas. Años más tarde, ella dirá que se sentía como «el etcétera de la familia»".

"Escribe Blas Matamoro en su ensayo dedicado a Silvina Ocampo, titulado «La nena terrible», de su libro Oligarquía y literatura (Ediciones del Sol, 1975): «El enfrentamiento de los niños terribles pasa por el odio a la familia, y se detiene allí: como hijos de la gran burguesía, no tienen oposición fundamental contra todo el orden social, pero su calidad de marginados familiares les crea una oposición parcial con una de las instituciones fundamentales de ese orden como lo es la familia. Los niños terribles asumen el Mal, no la Revolución.»
Y hay algo retorcido, algo perverso, en esa fascinación de Silvina niña esperando a los mendigos sobre el cedro".

"Siempre me quedó la añoranza de la pobreza. Después crecí y me di cuenta de que la riqueza tiene sus ventajas. Pero la pobreza te da libertad, uno no está temiendo perder nada, no está atado a nada»".

"A mi familia le parecía muy mal que yo tuviera esas amistades. Tenía miedo de que me robaran algo, de que me contagiaran alguna enfermedad, de que me hicieran quién sabe qué cosa. Una vez alguien de los míos me dijo: “No podés tener trato con esa gente. Así nunca vas a lograr que te respeten.” Y yo le respondí: “Yo no quiero que me respeten. Yo quiero que me quieran”».

"Hermana de Victoria Ocampo, esposa de Adolfo Bioy Casares, amiga íntima de Jorge Luis Borges, una de las mujeres más ricas y extravagantes de la Argentina, una de las escritoras más talentosas y extrañas de la literatura en español: todos esos títulos no la explican, no la definen, no sirven para entender su misterio".

"También vivía noches de pánico cuando su madre, Ramona Aguirre, salía a cenar o al teatro; ella creía que nunca iba a volver, que la abandonaría. Amaba a su madre pero también a sus niñeras, pasaba mucho más tiempo con ellas. Y hablaba muy poco. Los adultos le preguntaban si le habían comido la lengua, y la sola idea de que alguien pudiera mutilarla así la aterraba".

"Recuerda Silvina, en Encuentros con Silvina Ocampo, de Noemí Ulla: «Nadie me dijo que estaba muriendo. Había un barullo en la casa... y era de noche, yo me hacía la que estaba durmiendo, pero miraba a ver qué pasaba. Había un movimiento en la casa completamente inaudito a esa hora. Después mi madre estaba rodeada de señoras, me llamaron a la sala para que saludara a las visitas y mi madre estaba toda de negro. Entonces yo me acerqué a darle un beso a mamá y ella me dijo: “¿Sabés que Clarita se fue al cielo?” Yo supe que esa frase era una cosa oscura, horrible como un precipicio, a pesar de que ella me lo dijo tratando de hacer –supongo– una voz tranquila, más bien sonriente. Ahí supe que se había muerto, a pesar de que me lo dijo así".

"¿Adónde iría Silvina en esos días, cuando desaparecía, cuando nadie sabía de ella? ¿Al encuentro de algún amante o a vagabundear, a pasear, a recorrer la ciudad? Es un misterio".

"Dice en el documental televisivo Las dependencias (1999), de Lucrecia Martel: «Mi madre y mi padre eran amigos de las Ocampo y yo las conocía a todas menos a Silvina. Mi madre me dijo tenés que conocerla porque es la más inteligente de las Ocampo. Silvina vivía en este departamento –de la calle Posadas– con su madre.
En cuanto la vi a Silvina me enamoré. Fue un flechazo".

"El 31 de diciembre de 1937 escribe: «No dejaré pasar este día sin escribirte dos líneas aunque sea. Me extraña tu silencio. ¿Estás enojada?".

"Quiero amarte y no amarte como te amo;
ser tan impersonal como las rosas;
como el árbol con ramas luminosas
no exigir nunca dichas que hoy reclamo;
alejarme, perderme, abandonarte,
con mi infidelidad recuperarte".

"Noemí Ulla le dio otra, más precisa: «No estamos de acuerdo sobre cómo nos conocimos. Él recuerda una cosa y yo otra. Es que uno no conoce a las personas la primera vez que las ve, a veces no les presta atención. Cuando uno se fija en una persona, recién ahí la conoce".

"El romance fallido de Borges con la escritora María Esther Vázquez ocupa varias entradas del verano de 1964, que la pareja pasó en Villa Silvina, en Mar del Plata. Silvina aparece como saludablemente celestina, curiosa, con ganas de ser confidente y también criticona, maliciosa, irritada.
Entrada del 20 de febrero: «Silvina me dice: “Tenemos casamiento seguro. Tenemos casamiento pronto.
Tenemos casamiento en mayo.”» Sus temores: «Él está demasiado enamorado, demasiado pendiente. Y no se baña".

"La entrada del 21 de febrero de 1964, por ejemplo, en Mar del Plata. «Cuando vuelvo del mar a la carpa, Silvina y Borges están conversando; Silvina, detrás de la lona, en el compartimentito para vestirse; Borges en el centro de la carpa, a la vista de toda la playa, con una camisa rabona (de las llamadas remeras) y sin pantalones ni calzoncillos. “Estás en bolas”, le digo, arreándolo detrás de la lona. “Ah caramba”, comenta con ecuanimidad. “Como no ve”, comenta después Silvina, “está como con una careta.»".

"Y, por supuesto, las diferencias y discusiones, que se van acentuando con los años. 12 de diciembre de 1959: «Silvina está enojada porque su libro no gustó a Borges, que no dijo una palabra al respecto. Menos mal que existe el precedente de mi libro: tampoco le gustó y tampoco dijo nada»".

"El 12 de mayo de 1986, según consigna Bioy en su diario, Silvina tuvo su última conversación con Borges, por teléfono: «A eso de las nueve cuando íbamos a tomar el desayuno, llamó el teléfono. Silvina atendió.
Pronto comprendí que hablaba con María Kodama. Silvina le preguntó cuándo volvían; María no contestó a esa pregunta. Silvina habló también con Borges y volvió a preguntar cuándo vuelven. Me dio el teléfono y hablé con María. Le comuniqué noticias de poca importancia sobre derechos de autor (una cortesía para no hablar de temas patéticos). Me dijo que Borges no estaba muy bien, que oía mal y que le hablara en voz alta. Apareció la voz de Borges y le pregunté cómo estaba.
“Regular, nomás”, respondió. “Estoy deseando verte”, le dije. Con una voz extraña, me contestó: “No voy a volver nunca más.” La comunicación se cortó. Silvina me dijo: “Estaba llorando.” Creo que sí. Creo que llamó para despedirse.»".

"Los que la recuerdan ya no recuerdan a una mujer hermosa, pero lo era. Lo había sido".

"Silvina no se dejaba retratar: tuvo que perseguirla hasta debajo de los muebles. Su vestido negro corto deja ver las fantásticas piernas. En esa foto extiende la mano hacia la cámara y tapa por completo su cara. Está descalza y se cubre el vientre con un brazo. No es un gesto de rechazo, ni siquiera de protección: sencillamente, la mano tapa la cara, como si detuviera la cámara".

"–¿Y no me va a preguntar lo que todos quieren saber? ¿Si era lesbiana?
–¿Era?
–Yo creo que no. Creo que es un invento. Su vida era Bioy".

"Había tres televisores. Le pregunté para qué. Es que cuando mis nietos comen acá cada uno quiere ver un programa diferente, entonces les hemos puesto un televisor a cada uno, me explicó. Ella miraba mucha televisión. Le gustaban Los tres chiflados, Benny Hill y Laurel y Hardy. La hacían reír a gritos. Con sus nietos veía a Los Muppets. Bueno. Ella enseguida quedó encantada con el italianito. Él me dice por lo bajo «no hay azúcar». Le digo «tenés azúcar». Silvina, con ese modo muy particular, dice «ay, voy a ver». Se levanta, se va, y al rato vuelve, se apoya en la puerta que daba al comedor como se apoyaban las divas del cine mudo. Nos mira y nos dice: «Las hormigas se comieron todo el azúcar.» Eso la define perfectamente".

"Escribe Jovita en Los Bioy: «Una mañana, cuando Silvina y Adolfito estaban a punto de partir nuevamente de viaje a Europa, Alejandra llamó por teléfono. La atendí yo y me pidió si podía pasarle con la señora. Silvina estaba cambiándose. Ese día Silvina estaba muy nerviosa, como siempre; el señor era muy puntual para todo y la apuraba: “Vámonos, Silvina, terminá de una vez”, y ella corriendo de aquí para allá. El hecho es que esa mañana había querido que le probara una pollera de terciopelo para usar en el barco cuando cruzaran la línea del Ecuador –se hacía una fiesta– y esa pollera necesitaba unos ajustes. Estábamos en eso cuando vino el señor a apurarla y ella inmediatamente se sacó la pollera y se quedó sin nada debajo... Fue en ese barullo de preparativos que llamó Pizarnik.
»–Decile que no estoy –me dijo Silvina.
»Se lo comuniqué a Alejandra pero no me creyó.
»–¿Cómo no va a estar si sé muy bien que todavía no se ha ido? Dígale que me atienda por favor, que va a ser la última vez que la molesto.
»Le dije que esperara un momento, que tal vez había regresado y yo no lo sabía, pero la respuesta de Silvina fue que por favor dejara de molestarla y no la atendió. Era el 26 de septiembre de 1972. Algunas horas después supimos que Alejandra se había suicidado".

"Me mira y me dice «ay, parecen neumáticos». Parecían. Y después ella dijo «querés café» y trajo café, pero no trajo azúcar. De lejos me dijo «querés azúcar». Bioy le dijo: «¿Cómo le vas a decir querés azúcar? ¡Traé la azucarera!» Ella dijo que ya le había puesto azúcar al café. Yo lo tomo y era el café más amargo y quemado imaginable. Y Silvina me dijo: «¿Está bien de azúcar?» Con una sonrisa. Tenía una cosa de maldad. Al día siguiente la llamo para agradecer la comida y me dice: «Te tengo que confesar algo, mirá, Hugo, el café no tenía azúcar.»
Esas travesuras, esas cosas de perversidad que están en los cuentos, estaban en la vida de ella".






Mariana Enríquez

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