viernes, 8 de julio de 2022

Citas: Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores - Federico García Lorca

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 "TÍO.—¿Y mis semillas?
AMA.—Ahí estaban.
TÍO.—Pues no están.
TÍA.—Eléboro, fucsias y los crisantemos, Luis Passy violáceo y altair blanco plata con puntas heliotropo. 
TÍO.—Es necesario que cuidéis las flores.
AMA.—Si lo dice por mí…
TÍA.—Calla. No repliques.
TÍO.—Lo digo por todos. Ayer me encontré las semillas de dalias pisoteadas por el suelo. (Entra en el invernadero.) No os dais cuenta de mi invernadero; desde el ochocientos siete, en que la condesa de Wandes obtuvo la ros  muscosa, no la ha conseguido nadie en Granada más que yo, ni el botánico de la Universidad. Es preciso que tengáis más respeto por mis plantas.
AMA.—Pero ¿no las respeto?
TÍA.—¡Chist! Sois a cuál peor.
AMA.—Sí, señora. Pero yo no digo que de tanto regar las flores y tanta agua por todas partes van a salir sapos en el sofá.
TÍA.—Luego bien te gusta olerlas.
AMA.—No, señora. A mí las flores me huelen a niño muerto, o a profesión de monja, o a altar de iglesia. A cosas tristes. Donde esté una naranja o un buen membrillo, que se quiten las rosas del mundo. Pero aquí… rosas por la derecha, albahaca por la izquierda, anémonas, salvias, petunias y esas flores de ahora, de moda, los crisantemos, despeinados como unas cabezas de gitanillas. ¡Qué ganas tengo de ver plantados en este jardín un peral, un cerezo, un caqui!
TÍA.—¡Para comértelos!
AMA.—Como quien tiene boca… Como decían en mi pueblo: 
La boca sirve para comer, las piernas sirven para la danza, 
y hay una cosa de la mujer…
(Se detiene y se acerca a la TÍA y lo dice bajo.)
TÍA.—¡Jesús! (Signando.)
AMA.—Son indecencias de los pueblos. (Signando)".


"ROSITA.—(Cerrando.) ¡Ya está!
AMA.—No lo hagas más… ¡ca…ramba!
ROSITA.—¡Huy!
TÍA.—¿Qué ibas a decir?
AMA.—¡Pero no lo he dicho!".

"SOBRINO.—Pero es que yo quisiera…
TÍA.—¿Casarte? ¿Estás loco? Cuando tengas tu porvenir hecho. Y llevarte a Rosita, ¿no? Tendrías que saltar por encima de mí y de tu tío.
SOBRINO.—Todo es hablar. Demasiado sé que no puedo. Pero yo quiero que Rosita me espere. Porque volveré pronto.
TÍA.—Si antes no pegas la hebra con una tucumana. La lengua se me debió pegar en el cielo de la boca antes de consentir tu noviazgo; porque mi niña se queda sola en estas cuatro paredes, y tú te vas libre por el mar, por aquellos ríos, por aquellos bosques de toronjas, y mi niña, aquí, un día igual a otro, y tú, allí; el caballo y la escopeta para tirar al faisán".

"SOBRINO.—No hay motivo para que me hable usted de esa manera. Yo di mi palabra y la cumpliré. Por cumplir su palabra está mi padre en América, y usted sabe…
TÍA.—(Suave.) Calla.
SOBRINO.—Callo. Pero no confunda usted el respeto con la falta de vergüenza.
TÍA.—(Con ironía andaluza.) ¡Perdona, perdona! Se me había olvidado que ya eras un hombre.
AMA.—(Entra llorando.) Si fuera un hombre, no se iría.
TÍA.—(Llorando.) ¡Silencio!".

"SOBRINO.—Volveré dentro de unos instantes. Dígaselo usted.
TÍA.—Descuida. Los viejos son los que tienen que llevar los malos ratos".

"MANOLA 1ª.—(Entrando y cerrando la sombrilla.) ¡Ay!
MANOLA 2ª.—(Igual.) ¡Ay, qué fresquito!
MANOLA 3ª.—(Igual.) ¡Ay!
ROSITA.—(Igual.)
¿Para quién son los suspiros de mis tres lindas manolas?
MANOLA 1ª.—Para nadie.
MANOLA 2ª.—Para el viento".

"ROSITA.—
Una noche, adormilada
en mi balcón de jazmines,
vi bajar dos querubines
a una rosa enamorada;
ella se puso encarnada
siendo blanco su color;
pero, como tierna flor,
sus pétalos encendidos
se fueron cayendo heridos
por el beso del amor.
(...)
Tierna gacela imprudente
alcé los ojos, te vi
y en mi corazón sentí
agujas estremecidas
que me están abriendo heridas
rojas como el alhelí".

"PRIMO.—
He de volver, prima mía,
para llevarte a mi lado
en barco de oro cuajado
con las velas de alegría;
luz y sombra, noche y día,
sólo pensaré en quererte.
ROSITA.—
Pero el veneno que vierte
amor, sobre el alma sola,
tejerá con tierra y ola
el vestido de mi muerte"

"AMA.—No me echará usted en cara que no la quiero.
TÍA.—A veces me parece que no.
AMA.—El pan me quitaría de la boca y la sangre de las venas, si ella me los deseara.
TÍA.—(Fuerte.) ¡Pico de falsa miel! ¡Palabras!
AMA.—(Fuerte.) ¡Y hechos! Lo tengo demostrado, ¡y hechos! La quiero mas que usted.
TÍA.—Eso es mentira.
AMA.—(Fuerte.) ¡Eso es verdad!".

"TÍO.—Pero ¿dónde vas con esas tijeras?
ROSITA.—Voy a cortar unas rosas.
TÍO.—(Asombrado.) ¿Cómo? ¿Y quién te ha dado permiso?
TÍA.—Yo. Es el día de su santo.
ROSITA.—Quiero poner en las jardineras y en el florero de la entrada.
TÍO.—Cada vez que cortáis una rosa es como si me cortaseis un dedo. Ya sé que es igual".

"ROSITA.—No se preocupe de mí, tía. Yo se que la hipoteca la hizo para pagar mis muebles y mi ajuar, y esto es lo que me duele.
TÍA.—Hizo bien. Tú lo merecías todo. Y todo lo que se compró es digno de ti y será hermoso el día que lo uses.
ROSITA.—¿El día que lo use?
TÍA.—¡Claro! El día de tu boda.
ROSITA.—No me haga usted hablar.
TÍA.—Ese es el defecto de las mujeres decentes de estas tierras. ¡No hablar! No hablamos y tenemos que hablar. (A voces.) ¡Ama! ¿Ha llegado el correo?
ROSITA.—¿Qué se propone usted?
TÍA.—Que me veas vivir, para que aprendas".

"(Se oye un golpe.)
TÍA.—Es la puerta del invernadero. ¿Por qué no la cierras?
AMA.—No se puede cerrar por la humedad.
TÍA.—Estará toda la noche golpeando.
AMA.—¡Como no la oiremos…!
(La escena está en una dulce penumbra de atardecer.)
TÍA.—Yo, sí. Yo sí la oiré.
(Aparece ROSITA. Viene pálida, vestida de blanco, con un abrigo hasta el filo del vestido.)
AMA.—(Valiente.) ¡Vamos!
ROSITA.—(Con voz débil.) Ha empezado a llover. Así no habrá nadie en los balcones para vernos salir.
TÍA.—Es preferible.
ROSITA.—(Vacila un poco, se apoya en una silla y cae sostenida por el AMA y la TÍA, que impiden su total desmayo.)
«Y cuando llega la noche
se comienza a deshojar»"










Federico García Lorca

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