domingo, 6 de marzo de 2022

Citas: Historia de mujeres - Rosa Montero

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Agatha Christie, la eterna fugitiva:

"Y es que la existencia de Agatha Christie es una larga huida de la negrura, un combate secreto contra el caos".

"Los herederos de la era victoriana se apresuraron a dar fe de este naufragio: los escritores del grupo Bloomsbury, por ejemplo (Virginia Woolf, Lytton Stratchey, etcétera), construyeron sus obras aceptando el desorden y la fragmentación de la existencia, y entraron así literariamente en el siglo XX.
Agatha, en cambio, aun perteneciendo a la misma generación (era ocho años más joven que Virginia), se pasó toda la vida luchando contra el caos. Quiso ignorarlo y recuperar ese mundo anterior de orden y de normas, el universo intacto de su infancia. Por eso sus obras policiacas (setenta y nueve novelas, diecinueve piezas de teatro) son mundos circulares perfectamente explicables, juegos matemáticos para alivio no solo de la cabeza sino del corazón, universos previsibles en donde el bien y el mal ocupan lugares prefijados".

"¿Y por qué ese afán en tapar las vías de agua, por qué esa incapacidad de soportar el menor atisbo de los abismos? Quién sabe lo que nos hace ser a cada uno lo que somos: herencias de carácter, peripecias tempranas".

"Agatha fue la hija pequeña de un señorito bien encantador que dilapidó sus rentas tan alegremente que a su muerte, sucedida cuando Agatha solo tenía once años, había dejado sin un duro a la familia. Y así, a una edad muy temprana la futura escritora conoció la orfandad, la ruina y el amor asfixiante de una madre posesiva y depresiva de la que tuvo que hacerse cargo desde entonces.
Era el monstruo de la oscuridad asomando la garra".

"Manteniendo la boca cerrada no se ven los dientes rotos: y si no se ven, no existen".

"Había perdido por completo la memoria (había huido, se había fugado de sí misma)".

"En los libros de Christie jamás queda una pista por aclarar, un eslabón por engarzar, una pieza por encajar; pero pese a todos sus desvelos, pese a esos conjuros literarios con los que intentó protegerse de la fatalidad, en la vida real sí se produjo una ausencia, un borrón, una fisura.
Siempre tuvo que arrastrar dentro de sí esas horas sin recuerdo, ese agujero negro en donde anidaban su miedo y su locura, o lo que la gente llama locura, que tal vez consista en un agudo terror a no ser, en el desentendimiento del mundo y de uno mismo".

"Ella, que siempre había luchado tanto por conservar el control, que siempre había huido del terror interior y de las tinieblas, fue atrapada al fin por el perseguidor. Tal vez todos llevemos dentro a nuestro propio perseguidor; tal vez termine siempre por atraparnos; tal vez conocer esto, y no asustarse, sea el secreto mismo de la existencia".

Mary Wollstonecraft, arfiente soledad:

"Se marchó sola a París en mitad de la Revolución y vivió allí (o sería mejor decir sobrevivió, porque casi todos sus amigos fueron guillotinados) los angustiosos años del Terror".

"En la vida solo hay dos cosas en verdad irreversibles: la muerte y el conocimiento".

"No tengo espacio aquí para explicar los elevados costes que Mary tuvo que pagar por su vida: la incomprensión, la polémica, la censura social. Todo le fue muy difícil: educarse, ser independiente, encontrar el modo de ganarse la vida decentemente, amar, incluso escribir. Ser única bordea la locura. No es de extrañar que fuera una mujer crispada y melancólica".

"El amor de Imlay, sin embargo, fue tan breve e insustancial como correspondía a su carácter, de modo que cuando Mary dio a luz él ya se había cansado: se marchó a Inglaterra y se puso a vivir con una actriz. Entonces la pasión despechada de Wollstonecraft adquirió dimensiones enfermizas: le siguió a Londres, le lloró, le reclamó, se intentó suicidar dos veces, una con láudano y otra arrojándose al Támesis. «Me torturas», le llega a decir Imlay: y ciertamente la obsesión de Mary por él resulta agobiante. Pero hay que tener en cuenta lo que significaba por entonces el paso que Mary había dado: ahora era una perdida".

Zenobia Camprubí, la vida mortífera:

"Hay gente que le llama amor a cualquier cosa. Por ejemplo, a la necesidad patológica del otro, al parasitismo más feroz y destructivo".

"«La muerte repentina de mi padre se copió en mi alma y cuerpo, como en un espejo; o mejor, en una placa fotográfica. Me hirió, como una realidad a la placa, la muerte de mi padre. Y con la muerte grabada en mí, sentía morirme a cada instante»".

"Sin duda sufrió mucho: de eso se hacen eco, compasiva y litúrgicamente, todos sus estudiosos. Pero se me ocurre que hay locos y locos; hay enfermos dignos y conmovedores, que solo se dañan a sí mismos, y enfermos malignos que sobreviven a costa de destruir a los demás. Dice Rilke que todos morimos de nuestra propia muerte, y de la misma manera creo que todos enloquecemos de nuestra propia locura".

"«Todas las traducciones que hagamos de cosas bellas, las firmarás tú. Luego has de hacer algo original, ¿verdad? Yo quiero que, en el porvenir, nos unan a los dos en nuestros libros», dice Juan Ramón en una de sus cartas de conquista. Y Zenobia, que tenía aspiraciones literarias, bajó por fin sus defensas y se casó con él… para no volver a escribir nunca más nada propio, salvo sus modestísimos diarios. Tal vez estuviera pensando en todo esto (en las ilusiones rotas, en las vidas no vividas) cuando anotó en los cuadernos cubanos este conmovedor párrafo: «Cuando regresamos, las nubes se habían abierto hacia el noreste y el resplandor del atardecer […] hacía que el mundo pareciera nuevo […]. Y de repente todos los sueños infantiles se hicieron realidad y nos embargó la intensa esperanza de que todo este tiempo de incredulidad hubiera sido un desperdicio de la alegría»".

Simone de Beauvoir, voluntad de ser:

"Con todo, y en medio de tanta turbulencia, el mundo era aún muy inocente. Beauvoir y Sartre, por ejemplo, tuvieron siempre claro que querían ser famosos («yo era muy consciente de ser el joven Sartre, de la misma manera que uno dice el joven Berlioz o el joven Goethe») y dedicarse a «salvar el mundo a través de la literatura». ¿Quién podría hoy creer, en su sano juicio, que la literatura sirva para salvar el mundo, o siquiera que el mundo pueda ser susceptible de ser salvado de ningún modo?".

"«Wanda tiene el cerebro de un mosquito», decía Sartre a Beauvoir, refiriéndose a una amante a la que prometía encendido amor eterno; y de otra comenta: «Es una tía muy maciza que chupó mi lengua con la potencia de una aspiradora eléctrica». Ambos, después de jurar pasiones arrebatadas a la pobre Louise que los dos compartían («quiero que sepas que te amo apasionadamente y para siempre»), la despellejaban con total frialdad, planificando las mentiras que le dirían «para que sea feliz sin dar mucho la lata»".

"Eso es lo que parece buscar Beauvoir en los demás: el espejo de su propia grandeza. Y así, de Nathalie dice: «Me quiere por lo menos tanto como Louise me ha querido». Una frase sin duda reveladora de su manera de relacionarse con los demás: porque ante un nuevo amor uno suele resaltar las propias emociones (le amo más que a nadie), no hacer mercantiles cómputos comparativos sobre las cantidades de cariño que has recibido".

"Tal vez Sartre no fue capaz de amar de verdad a nadie; Simone, sin embargo, sí: amó fielmente a Sartre, o al menos amó profundamente el amor que ella inventó para él".

"Pero la vida es a menudo cruel y no hay voluntad humana, por muy poderosa que sea, capaz de resistir los vientos del azar".

"Simone contó a sus biógrafos Francis y Gontier los últimos instantes de Sartre: estaba en la cama del hospital y, sin abrir los ojos, dijo: «La amo mucho, mi querida Castor», y le ofreció los labios, que ella besó; y luego se durmió y murió. Conmovedora escena, perfecta culminación literaria de una vida de amor, que Francis y Gontier publicaron en su estupendo libro creyéndola cierta. Pero al parecer no sucedió así: fue Arlette quien estaba con Sartre cuando este murió. Simone llegó después e intentó meterse en la cama con el cadáver".

"Sea como fuere, ahora su imagen es más compleja y más humana: porque todos tenemos vergüenzas e incoherencias que ocultar en nuestra vida privada. Y al final, entre tanta gloria y tanta miseria, lo que queda es la magnífica proeza de haber sido libre y responsable de su propio destino. Para bien y para mal, Beauvoir se hizo a sí misma".

Lady Ottoline Morrell, el exceso y la grandeza:

"Fue la generación que enterró a la sociedad victoriana y estaban empeñados en dinamitar la mórbida rigidez de su moral; por eso reivindicaban lo emocional y se pasaban los días analizando hasta el más mínimo detalle sus atormentadas vidas íntimas. Viniendo como venían de un mundo de poder y orden en el que no habían existido ni el cuerpo ni los sentimientos, hablar del amante con el que se habían acostado la noche anterior era un acto revolucionario".

"Su vida por entonces era la travesía del desierto. Había sido tan poco convencional (solía decir que «la convencionalidad y la autocomplacencia son la muerte»: un pensamiento vigoroso) que tuvo que pagar socialmente un alto precio".

"Virginia Woolf, sobrecogida ante tanta entereza, terminó admirándola y queriéndola intensamente. De hecho se hicieron íntimas; y cuando Ottoline murió a los sesenta y cuatro años tras larga y enigmática enfermedad, Virginia escribió junto a T. S. Eliot este epitafio: «Leal y valiente / La más generosa, la más delicada / En la fragilidad de su cuerpo / Guardaba, sin embargo / Un espíritu bravo e indomable»".

Alma Mahler, con garras de acero:

"E incluso el biólogo Paul Kammerer, cuyo amor Alma nunca correspondió, comentaba: «Cuando estoy con ella, acumulo la energía que preciso para producir»".

"Y es que Alma era una especie de batería existencial, capaz de encender el mundo de colores.
Esa electricidad interior, esa potencia vital, se recargaba una y otra vez en el amor. Pero no en un amor simple y cotidiano, sino en la pasión más arrebatada. En ese sentimiento romántico y arrasador, producto de la imaginación, por el cual se busca la fusión absoluta con el otro, el alma gemela. Un objetivo inhumano, imposible, que lleva siempre a la repetición infinita de la búsqueda amorosa".

"Pero aunque Alma no fuera una santa (¿quién lo es?), jamás he entendido la inquina y la mezquindad con que generalmente se la trata".

"En su época y en su piel no pudo ni supo hacerlo, aunque siempre fue consciente de sus contradicciones: «Con harta frecuencia el matrimonio desplaza en la mujer su propio yo de un modo extraño», apunta en su diario. Y más adelante añade una ironía autodespectiva y amarga sobre su condición secundaria frente al hombre: «Con garras de acero voy haciendo mi nido robado… cada genio no es para mí más que la paja que me hace falta… un poco de botín para mi nido»".

"Con esas mismas garras de acero, sin embargo, se aferró a la existencia; y vivió, vivió con gran intensidad, por encima de sus muchos sufrimientos y de todos los límites. «He tenido una vida hermosa», dice Alma al final de su autobiografía: «Cualquier persona puede hacerlo todo, pero tiene que estar también dispuesta a todo»".

María Lejárraga, el silencio:

"Murió en Buenos Aires, lúcida y activa, pocos meses antes de cumplir cien años. Eso fue en 1974: es decir, ayer mismo. Y sin embargo su nombre ni nos suena. Cuando la izquierda empezó a recuperar a sus santos y a meterlos en hornacinas, de ella se olvidaron".

"Y por último María se refiere a «la que tal vez sea la razón más fuerte», que es el amor (o más bien un concepto de amor que se parece demasiado a una enfermedad): «Casada, joven y feliz, acometióme ese orgullo de humildad que domina a toda mujer cuando quiere de veras a un hombre»".

"«Las mujeres callan porque, aleccionadas por la religión, creen firmemente que la resignación es virtud; callan por miedo a la violencia del hombre; callan por costumbre de sumisión; callan, en una palabra, porque en fuerza de siglos de esclavitud han llegado a tener alma de esclavas»".

"Este ajuste de cuentas también se da en los textos dramáticos. Como señala agudamente la profesora Alda Blanco, los personajes de No le sirven las virtudes de su madre, una obra escrita en 1939, parecen hablar por la autora. Una suegra le increpa a su yerno viudo: «Fue tu compañera y no fue tu igual… Pensó contigo, luchó contigo, trabajó contigo… ¡tú solo triunfaste!
¿Quién se ha retirado, a la hora del triunfo, para dejarte a ti toda la vanagloria? ¿Quién ha hecho el silencio en torno suyo para que no se oyera más que tu voz? Ella fue la mujer que despertó del sueño secular y sintió su derecho como un pecado; la que, consciente de su inteligencia, se la quiso hacer perdonar como un crimen». Amargas palabras que tal vez María nunca formuló en la intimidad pero que hizo decir en el espacio público a un Gregorio ficticio".

Laura Riding, la más malvada:

"Dejémoslo claro desde el primer momento: Laura Riding era una bruja. Y lo digo en todos sus sentidos, desde el más metafórico al más literal: porque ella creía tener poderes. Se consideraba a sí misma una criatura supernatural, una diosa, y durante una época de su vida se autodenominó Conclusión, vaya usted a saber por qué abracadabrante razonamiento. Porque estaba muy loca, por supuesto. Pero era la suya esa locura negra, esa oscuridad ardiente y pavorosa que anida en el corazón de los humanos: un abismo de perdición reconocible".

"A ella la depositaron en un hotel, le dieron una botella de coñac y le dijeron: «Bébete esto y olvida tus lágrimas»".

"Al amanecer, Laura, dándose cuenta de que había perdido su poder sobre Phibbs, consideró que eso era el triunfo del demonio (ella era el Bien, y no amarla era entregarse al Mal), se sentó elegantemente en el alféizar de la ventana, les miró a los tres, dijo «Adiós, amigos» y se tiró al vacío desde un cuarto piso. Robert salió corriendo escaleras abajo y al llegar al tercer piso se arrojó a su vez por la ventana. Phibbs también salió corriendo, pero sin parar: franqueó la puerta de la calle y desapareció en lontananza".

"Robert solo estaba magullado, pero Laura se había pulverizado cuatro vértebras y tenía la médula espinal al aire. Asombrosamente, y contra todo pronóstico, no solo no murió, sino que ni tan siquiera se quedó paralizada. Lo cual hizo que aumentara su delirio divino: ella era mágica, sagrada, había muerto y renacido por los pecados de los demás".

"Y es que lo que llamamos locura no es algo que esté fuera de nosotros, sino que es un ingrediente habitual de los humanos (tal vez lo que varíen sean las proporciones, el equilibrio)".

"Tom Matthews resumió con conmovedora agudeza el trágico destino de Riding cuando dijo que leerla era «como oír a un hombre que ansía apasionadamente ser oído, pero que tiene tal defecto de dicción que no puede ser entendido»".

"Laura fregaba, cocinaba y limpiaba para Schuyler, y no volvió a escribir jamás un solo poema: él acabó con ella (y ella con él)".

George Sand, la plenitud:

"Años después volvería a triunfar la convencionalidad, pero entonces se luchaba contra las viejas normas, o más bien contra toda norma, porque ser romántico era estar en perpetua evolución, perpetua búsqueda, perpetuo aprendizaje: por eso el viaje, y la figura del viajero, eran el emblema del Romanticismo".

"De todo esto, de las paradojas del amor y de las mentiras de la pasión, tan dolorosas como una gran verdad, George Sand sabía mucho. Poseía una ardiente y generosa capacidad para enamorarse («no puedo, ni quiero, vivir sin amor») e hizo uso de ella de manera abundante".

"«Me embarco en el tempestuoso mar de la literatura. Hay que vivir»".

"Y así, en el libro Cartas de un viajero, por ejemplo, escrito, como el resto de su obra, desde la voz de un varón, el narrador llega a decir: «Yo soy un poeta, esto es, en realidad una mujer», cerrando el círculo de ambigüedades y transgresiones: es la dama que finge ser un hombre que se confiesa femenino".

"A los treinta y cuatro años, Sand se encontraba cansada de sí misma y de su compulsiva necesidad de amar, que le hacía inventarse una pasión tras otra:
«Siempre persiguiendo sombras: me hastío»".

"Tres horas antes de que empezaran los dolores escribió sus últimas líneas en la carta que dirigió a un sobrino: «No te preocupes. He visto a otros y además ya he durado mucho, no me entristece ninguna eventualidad. Creo que todo está bien, vivir y morir, es morir y vivir cada vez mejor. Tu tía que te ama, George Sand»".

Isabelle Eberhardt, Hambre de martirio:

"«Mi ambición de hacerme un nombre y una posición [en el mundo de las letras] es algo secundario. Escribo como amo, porque probablemente es mi destino. Y es mi único consuelo»".

"«Me di cuenta de que estaba maldita desde el día de mi nacimiento, destinada a sufrir, condenada a la soledad y la desesperanza»".

"«Yo nunca sabré quién soy, o cuál es el sentido de mi sino, uno de los más extraordinarios que jamás ha habido»".

"Y te preguntas, como ella misma se preguntaba, por qué la persiguen tanto, por qué la toman por quien no es, por qué la escogen para el atentado, cuando ella verdaderamente no hacía nada: era una persona más bien contemplativa, marginal, inerte. Pero se diría que su falta de identidad, esa plasticidad con la que se convertía en cualquier cosa (en hombre y en mujer, en occidental y en oriental, en mística y en pecadora) funcionaba también para los otros: Isabelle era un vacío que los demás llenaban con sus propias proyecciones".

"Durante toda su vida, Isabelle Eberhardt intentó colmar ese vacío y construirse una columna vertebral de dogmas y certidumbres ciegas en la que apoyarse. Pero, curiosamente, cuanto más se esforzaba en ser más se destruía, incluso físicamente: en sus últimas fotos está horrenda".

Frida Kahlo, el mundo es una cama:

"No solemos prestar la debida atención al importante papel que la cama juega en nuestras vidas. Nacemos en una cama y morimos en otra, y la mitad de nuestra existencia transcurre dentro de ella. La cama cobija nuestras enfermedades, es el nido de nuestros sueños, el campo de batalla del amor. Es nuestro espacio más íntimo, la guarida primordial del animal que llevamos dentro. Para Frida Kahlo, la pintora mexicana, esposa del muralista Diego Rivera, la cama era todo esto y mucho más: refugio, potro de tortura, altar sagrado. Pero Frida, por supuesto, era un animal herido".

"«Me pinto a mí misma porque estoy a menudo sola y porque soy el tema que mejor conozco»".

"En casa de la fotógrafa comunista Tina Modotti le presentaron formalmente a Diego Rivera, que esa noche se lio a tiros y rompió un fonógrafo. A Frida le encantó desde el primer momento «aunque me asustara». O tal vez le encantó porque la asustaba".

Aurora y Hildegart Rodríguez, Madre muerte:

"«Sentí cómo mi alma se iba al niño y cómo se modelaba el alma de este». No es la descripción de un método educativo, sino más bien de una posesión diabólica".

"Porque no era femenino tener inquietudes culturales, ni ser inteligente, independiente o responsable de tu vida, y ni siquiera poseer opiniones propias sobre las cosas; pero, si no te adaptabas a ese modelo mutilado de mujer, eras una puta, una enferma, un monstruo".

"«Es mucho más penoso matar a una hija que parirla; de parir son capaces todas las mujeres, de matar a sus hijos, no»".

Margaret Mead, anidar en el viento:

"Hay personas que, con el transcurrir de la vida, simplemente envejecen; otras, más sabias o más afortunadas, van madurando; otras, por el contrario, se pudren, y aun otras, en fin, se desbaratan; y todos estos procesos tienen a menudo un claro reflejo en el aspecto físico".

"Si hay algo claro en ella (casi todo es confuso) es la velocidad a la que vivía. Corría por la existencia como si huyera de algo: se levantaba todos los días a las cinco de la mañana y antes de llegar a su despacho del museo Americano de Historia Natural ya había escrito 3000 palabras. Hizo 39 libros, 1397 artículos y 43 obras filmadas o grabadas, y llevó a cabo una quincena de estudios de campo en lugares remotos. Pero además, y entre otras cosas, dio clases en diversas universidades, trabajó treinta años como conservadora del museo, participó en todo tipo de conferencias, dirigió el Comité de Hábitos Alimenticios (organismo oficial que luego se convirtió en la UNESCO), concedió tantas entrevistas como una actriz de Hollywood, se casó tres veces y para colmo tuvo una hija, Catherine Bateson, también antropóloga, a la que estudió estrechamente como si fuera una cobaya: «Nunca vivimos simplemente», cuenta Catherine en un libro sobre sus padres, «siempre estábamos reflexionando sobre nuestras vidas»".

"«Cada diferencia es de gran valor y digna de aprecio», escribió Mead en un prólogo en 1962".

"Margaret no parecía sentir por él la más mínima emoción y cuando salían juntos, siendo novios, se pasaban las horas contemplando el cielo en vez de mirarse el uno al otro (o de no mirarse en absoluto y dedicarse a otros afanes más carnales, como hubiera sido lo normal en unos enamorados de veinte años)".

"Fue a Gregory Bateson, alto, elegante y guapo, a quien más quiso. Con él tuvo a los treinta y ocho años su única hija; y cuando se divorciaron a instancias de él, en 1950, Mead se sintió muy mal. Pero es que Margaret corría demasiado por la vida y era imposible mantenerse a su lado: «Yo no pude seguirla y ella no pudo parar», dijo Bateson como explicación de la ruptura".

"Pero ya digo que, con el tiempo, algo se rompió, algo se desbarató dentro de ella. Tal vez corrió tanto que acabó por dejar atrás su propia sombra: su médula, su centro de equilibrio, su sustancia. Porque tener quinientos amigos viene a ser como no tener ninguno. Y así, con los años Margaret Mead se fue convirtiendo en una caricatura de sí misma".

"En 1977, por ejemplo, habiendo cumplido ya setenta y seis años, viajó a Bali, a Vancouver y a Brasil. Pero a principios de 1978 le descubrieron un cáncer de páncreas: a pesar de correr tanto al final fue atrapada. Mead, acostumbrada a imponer siempre su voluntad e indignada ante el ultraje de su propia muerte, se negó a reconocer que tenía cáncer; pero eso, claro está, no le sirvió de mucho. Murió seis meses después, aún enfadada por esa suprema traición de su biología. En las últimas semanas había adelgazado tanto que volvía a parecerse a la Mead de antes: los mismos ojos grandes, la expresión de golfillo. Era la prisionera interior, que se asomaba para despedirse".

Camille Claudel, sueños y pesadilla:

"Camille la secuestrada, Camille la prisionera. Coja y seductora Camille, escultora de genio, artista maldita y olvidada. Esta es la aterradora historia de una mujer que no pudo ser. Lo tenía todo para triunfar: talento, inteligencia, coraje, belleza. Pero las circunstancias la fueron deshaciendo. «Todos esos maravillosos dones que la naturaleza le había otorgado no han servido más que para traerle la desgracia», dijo su hermano, el escritor Paul Claudel".

"La vida de Camille Claudel es como esos dibujos en la arena que el viento borra".

"Fue por entonces cuando escribió a un amigo estas frases tremendas: «He caído en el abismo. Del sueño que fue mi vida, esto es la pesadilla»".

Las hermanas Brontë, valientes y libres:

"En este mundo de desesperados crecieron las Brontë. ¿De dónde saca el escritor lo que escribe? De su percepción más íntima de las cosas, de la realidad sustancial que le rodea. Y la realidad, entonces y allí, se manifestaba en toda su crudeza. Hoy la televisión, el cine y los anuncios disfrazan nuestros días con un simulacro de felicidad tonta y vacía. Pero en Haworth no había nada de eso; en Haworth la existencia consistía en morir con dolor y en vivir con hambre y con miseria".

"Pero lo que ellas deseaban era escribir. Con veinte años, Charlotte le mandó unos cuantos versos al célebre poeta Southey. El artista le contestó que eran buenos, pero que «la literatura no puede ser el objetivo de la vida de una mujer, y no debe serlo». El comentario hundió a Charlotte en una de sus grandes depresiones: ella sabía que, como mujer, no debía escribir, y se esforzaba por resignarse: «He intentado no solo observar todos los deberes que una mujer debe cumplir, sino también sentirme interesada por ello. No siempre lo logro: a veces, cuando estoy cosiendo o dando clases, preferiría estar escribiendo»".

"Las Brontë apenas si abandonaron físicamente las estrechas paredes de su casa y el páramo vacío, pero se atrevieron a pensar, a imaginar, a transgredir los límites. Pese a todo fueron criaturas libres e indomables: «Sí, mis días corren veloces a su fin; / esto es todo lo que pido: / en vida y muerte un alma libre / y valor para aguantar», escribió Emily en uno de sus últimos poemas".






Rosa Montero

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