viernes, 11 de noviembre de 2022

Citas: Una alma valerosa - Fred Uhlman

 

"Recuerdo como si fuera hoy el momento en que te vi por primera vez, un gélido día de invierno de enero de 1932, poco después de ingresar en el Gymnasium Karl Alexander. Nunca había estado en una escuela, pues me había educado con tutores, y me sentí sencillamente aterrorizado cuando el viejo Klett, nuestro director, me puso en manos del desgraciado profesor Zimmermann, a quien la mayoría de nosotros tratamos tan abominablemente. ¡Pobre diablo! Era demasiado apacible, demasiado débil, demasiado bueno, y los muchachos detestan a los débiles y a los buenos. Lo que exigen y respetan es la autoridad, la disciplina y el miedo".


"Lo más extraordinario sucedió en ese momento: me miraste fijamente a los ojos. No creo equivocarme. Me miraste fijamente a los ojos y yo miré a los tuyos y quise rezar por ti, y te amé".

"Por lo que a mí se refería, no me importaba lo más mínimo que fueras judío o hindú, negro, verde o blanco; todo lo que quería era hablar contigo y ser tu amigo".

"Cuando volví a casa, fui directamente a mi habitación.
No podía ver a mis padres.
Tenía que estar solo.
¿Cómo decirles que, por fin, había encontrado un amigo, pero que mi amigo era judío?".

"No recuerdo quién dijo: «Algunas personas se enfrentan a la muerte con indiferencia no porque tengan más valor, sino porque tienen menos imaginación». Por desgracia, yo tengo demasiada. No quiero ser ahorcado. ¡A las cinco de la tarde!".

"—¿Qué hay de malo en ser judío? Nuestro Señor era judío.
—Mira, no pienso discutir sobre eso. Sabes que odio a los judíos. Los he odiado desde que era niña. Soy polaca, y los he visto vivir en sus guetos apestosos: sucios tratantes de ganado y usureros estafando a los confiados cristianos, conspirando, ¿es que no has oído hablar de Los protocolos de los sabios de Sión? A Dios gracias que tenemos a Hitler, el único hombre que puede salvarnos. ¿Me prometes que no volverás a ver nunca más a ese judío?
—No —repliqué—. No te lo prometo. Tengo casi diecisiete años, y tengo derecho a elegir a mis amigos".

"—Dime —dije—, ¿tú te interpondrías si quisiese casarme con una judía?
—En términos generales, haría todo lo posible para disuadirte de ello.
Después de todo eres un Hohenfels.
—¿Y en términos no tan generales?
—Haría una excepción si tuviese unos cuantos millones. Entonces podríamos restaurar el Burg. Bueno, saluda de mi parte al Pequeño Moisés y a Von Waldeslust.
Y se marchó".

"—Padre —dije un día—, ¿te puedo pedir un favor?
Esto, obviamente, lo sorprendió, pues nunca le había pedido nada.
—¿Y de qué se trata? —preguntó, esperando quizá que le iba a pedir dinero.
—¿Te importaría dejar de llamar a mi amigo «Pequeño Moisés»? Me ofende profundamente. Por favor, entiende que es mi amigo. Judío, o no, es mi amigo, y como yo tengo casi diecisiete años, debes permitirme escoger a mis propios amigos, del mismo modo que yo nunca me atrevería a burlarme de aquellos de tus amigos a los que considerara por debajo de mí. Hans es, con mucho, el chico más inteligente de mi clase, el único al que respeto y admiro. Su padre fue oficial, lo hirieron en Verdún y obtuvo la Cruz de Hierro de Primera Clase. Quizá no tenga un título, pero vale tanto como tus Cassel, tus Rothschild y todos esos a los que llamas «judíos prominentes».
¡Considero que los Schwarz son mis judíos prominentes, y tú no tienes derecho a ofenderlos y, de paso, ofenderme a mí!
Mi padre me miró atónito. Era la primera vez que me había atrevido a criticarlo y a hablarle de hombre a hombre.
Pero entonces sucedió algo inesperado.
En lugar de mostrarse furioso, sonrió:
—De acuerdo, muchacho, juro que no volveré a hacerlo. Fue una tontería por mi parte, y una falta de consideración. De saber que te afectaba tanto, no lo habría hecho. ¿De acuerdo, hijo?
Me sentí verdaderamente conmovido. Era la primera vez que establecía contacto con él, y me sentía agradecido".

"—Transmite mis más humildes saludos a tu pequeño... —se detuvo— amigo mosaico, cuya astucia admiro muchísimo. Es un —(pausa)— hombrecito muy, pero que muy listo. Será mejor que tengas cuidado, hijo mío. Aunque no seas kosher, quizá te engulla. Por cierto, ¿no tienes que hacer deberes?".

"He vuelto a leer lo que escribí ayer sobre mis padres. Estoy desesperadamente preocupado por ellos, en especial por mi madre. ¿Qué sucederá cuando sepa que he muerto a manos de sus amigos nazis, y se dé cuenta de que la guerra está perdida, y Alemania en ruinas? ¿Cómo afrontará el hundimiento de su mundo? ¿Querrá afrontarlo, o le parecerá que no merece la pena vivir? La última vez que la vi, después del desastre de Stalingrado, no había cambiado lo más mínimo. La guerra estaba casi ganada, dijo, y Alemania sería el amo de Europa.
Recuerdo lo mucho que intenté entonces establecer contacto con ella y descubrir qué clase de mujer era. ¿Tenía alma? ¿Tenía sentimientos? Eso es lo que quería saber entonces, como siempre he querido saberlo. Y una y otra vez no pude hallar respuesta".

"Ignoro si esta carta llegará a tus manos. La he redactado para ti con la esperanza de que, mal escrita como está, pueda ayudarte a entender mis actos, que nunca fueron deshonrosos.
He podido mostrarme débil y desorientado, pero jamás he faltado al honor. Perdóname, mi querido y viejo amigo..., si puedes. Me diste los mejores meses de toda mi vida. A ti te debo mi amor por la poesía, por el saber.
Ahora debo acabar.
La muerte me llama.
Reza por mí. Por mi alma. Aunque no creas en Dios, ¡reza, reza por mí!
Por siempre, por toda la eternidad, tuyo,



Konradin von Hohenfels".





Fred Uhlman

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