sábado, 7 de mayo de 2022

Citas: Una suerte pequeña - Claudia Piñeiro

x

"Debería haber dicho que no, que no era posible, que no podía viajar. Decir lo que fuera. Pero no lo dije. Me di explicaciones a mí misma, una y mil veces, acerca de por qué, aunque debería haber dicho que no, terminé aceptando. El abismo atrae. A veces sin que seamos conscientes de esa atracción. Para algunos, atrae como un imán. Son los que pueden asomarse, mirar hacia abajo y sentirse capaces de saltar. Yo soy una de ellos. Capaz de soltarme en el vacío, de caer para ser — al fin— libre. Aunque se trate de una libertad inútil, una libertad que no tendrá después. Libre sólo en el instante que dure la caída".

"Ni siquiera mis ojos son los mismos. Y no sólo porque hayan mirado otras cosas, otros mundos. Tampoco porque no hayan mirado más este lugar al que hoy regreso".

"Los alumnos vienen a aprender un idioma, no es el objetivo que lo usen para escribir una novela o un cuento. Para eso tienen su lengua materna, uno debería escribir en la lengua con la que piensa, con la que sueña. La lengua con la que hace silencio".

"Otras veces me apiado de mis alumnos y les doy una respuesta más amigable: «La primera persona es generalmente la que habla: yo, nosotros, nosotras. La segunda persona es con quien se habla o escucha: tú, ustedes. La tercera persona es de quien se habla: él, ella, ellos, ellas». Y yo, aquí, ahora, mientras espero embarcarme para mi vuelo de regreso a la Argentina, también me pregunto, frente al papel en blanco, si me resultará más fácil contar esta historia en primera persona o en tercera del singular. Si «yo», o «ella». Pruebo una y otra. La tercera persona aleja, protege en la distancia. La primera me lleva al borde del abismo, me invita a saltar. La tercera me permite esconderme, quedarme dos pasos más atrás, no mirar el vacío ni siquiera al contarlo".

"Por eso me digo, me convenzo, me obligo, a que este texto —esta especie de bitácora del viaje de regreso— tiene que ser escrito en primera persona. Porque el dolor sólo se puede contar así. El dolor, el desgarro, la huida, el partirse en mil pedazos que nunca volverán a unirse, la mirada lejana, el abandono, el abandonarse, las cicatrices, sólo se pueden narrar en primera persona".

"Y mientras espero, escribo en primera persona.
Escribo para mí en primera persona. Me escribo. Anoto en la primera página «Cuaderno de bitácora», y no «Diario».
Para escribir un diario hay que tener una seguridad del valor que tiene contar la vida propia que yo no tengo".

"Miro a la mujer una vez más antes de bajar. Ella esquiva mi mirada, no quiere sentirse interpelada otra vez. Creo que le gustaría, incluso, permanecer sentada en esa butaca hasta que ya nadie quede dentro. Ella elegiría, si pudiera, pasar inadvertida y volver en el mismo avión a la casa de su hijo. Pero no podrá hacerlo. Hay determinados hechos que, por sí mismos, anulan la posibilidad de arrepentimiento. Se puede hacer algo a partir de ellos o no hacer nada. Lo que no se puede es cambiarlos".

"Recuerdo que me senté en el sillón en el que pasamos tantas horas, frente a la biblioteca, y desafiando su ausencia serví dos copas de vino, una para él y otra para mí. Pero Robert ya no estaba, y su copa quedó intacta".

"Mr. Galván no coincide en nada con la imagen que me hice a partir de conocer su nombre: es un hombre de poca estatura, con unos cuantos kilos de más, pelado. Sin embargo se maneja como si fuera sexy. Habla como si fuera sexy, se mueve como si fuera sexy.
Sonríe como si fuera sexy. Y usa un perfume penetrante que él seguramente considera debe usar un hombre sexy".

"Todo sucede en un instante: Mr. Galván pregunta qué animal, el encargado dice murciélago, yo me digo a mí misma bat, aparecen en el recuerdo los murciélagos de mi infancia en Caballito, y automáticamente me llevo la mano al cabello —sin importar que ahora lo lleve tan corto como el de un varón, pelirrojo, una cabellera donde no podría enredarse jamás el murciélago del cuento de mi mamá—. Toda la secuencia transcurre en menos de un minuto. Sin embargo, se necesitan muchas palabras para contar minutos, segundos, instantes, fracciones de tiempo apenas perceptibles. La secuencia se da con una rapidez que las palabras que la cuentan no pueden acompañar. Así como se pueden necesitar años para que lo que sucede en un instante, y las palabras que lo cuentan, desaparezcan. A veces, incluso, no se logra que desaparezcan nunca. Un instante que nos acompaña la vida entera recreado en palabras una y mil veces como una condena. El tiempo comprimido y el relato de ese tiempo que lo expande para poder entender".

"Doy tres o cuatro pitadas más. Pienso en el instante que se cuenta con demasiadas palabras y en el que dura toda una vida no importa con qué palabras haya sido contado".

"Siento que mi corazón se detiene. 
Sé que no es así, que no puede ser así, que por el contrario debe estar latiendo a una velocidad aún mayor que la habitual. Pero yo siento que el latido de mi corazón se detiene. Podría no reconocerlo, pasaron muchos años, de hecho aún no termino de comprender que ese que está frente a mí es él".

"Las manos me transpiran. La lapicera con la que estaba escribiendo cuando entró a la oficina se me resbala y rueda por el piso. Él se agacha a levantarla, da unos pasos más y me la extiende mientras dice su nombre que yo ya conozco: Federico Lauría. Su mano junto a mi mano, para llevar a cabo un acto tan banal como entregarme la lapicera que se acaba de caer. Una mano que conocí, que aún hoy conozco.
Su mirada en la mía. Y luego su mirada que baja y se detiene sobre mi mano. La lapicera como un puente entre los dos".

"Un hueco. El tiempo que él vivió sin mí, los años que yo no viví con él".

"No sé si dormí. No sé si estuve despierta. Me duelen los ojos de tanto llorar. No creo que pueda ponerme las lentes de contacto. Si logro levantarme de ese piso y enfrentar el día que me espera, iré con estos lentes gruesos, feos, que pondrán una distancia mayor entre mi hijo y yo".

"«¿Sabe?, creo que estudié Historia justamente a causa de mi propia historia familiar. En la historia del mundo, en la historia de un país, hay un porqué. Un hecho que ocasiona otro, y ese otro. Una cadena. Yo creo que la historia es una sucesión de hechos relacionados por causa y efecto. Otros dicen que no, que eso es una simplificación. Pero yo creo que el mundo es eso. Nuestra propia vida también. Claro que nuestra propia vida no es materia de estudio de la Historia»".

"«Volviendo a ella, a la Historia», dice, «por un hecho que deriva en otro llegamos a una guerra, a la Revolución Industrial, a un genocidio, a un tratado de paz, o al mal llamado descubrimiento de América. Nunca me atrajeron tanto los hechos en sí mismos como sus porqués. Y la historia siempre tiene un porqué, en cambio la vida no. ¿Me entiende?»".

"Escribo aquel día. Busco las palabras para contar ese instante dentro de aquel día desde hace muchos años. Perfecciono este relato a medida que pasa el tiempo. Lo que empezó con unas pocas palabras, con oraciones cortas, apenas un párrafo, se terminó convirtiendo en este texto que hoy entrego. Sé lo que pasó, yo estuve allí".

"Yo entiendo todo lo que terminó desencadenando aquel accidente y la muerte de Juan. Me acompañarán siempre la bocina de un tren que no deja de sonar, las patadas de mi amigo, el olor a hierro quemado, los gritos de mi madre, el horror que la hizo abrazarme hasta casi impedirme respirar, el dedo gordo sin uña del pie de un niño que sangra.
Entiendo todo.
Lo que no puedo entender, por más que escriba una, cien, mil veces esta historia —mi historia— es por qué mi madre me dejó.
Por qué, después de haber pasado juntos por todo eso, mi madre un día se fue y no volvió más".

"Porqué ¿Merezco explicar por qué? Quiero decir, ¿tengo yo ese derecho? Derecho a hacer un descargo y que alguien lo escuche.
Hay actos que no merecen un porqué. Hechos que ninguna razón puede justificar".

"No siempre uno es dueño de retener la verdad, de guardarla para sí. No siempre uno es dueño de su silencio".

"Logro así poner la mente en blanco unos instantes y descansar. Pensar sin sentir".

"Un título puede estar claro desde el primer renglón, puede aparecer en medio de la escritura, o cuando el texto esté terminado. Si es así, si surge recién cuando todo está dicho, lo escrito cambia al ponerle nombre: se modifica en el origen pero a posterior de la escritura. Lo escrito se termina de entender recién en ese momento".

"Escribo —o escribiré, en cuanto pueda— para un lector anónimo, cualquier lector. ¿Acaso un escritor sabe para quién escribe? Mis alumnos escriben, la mayoría de las veces, para ellos mismos; por eso —y por otros motivos— mis alumnos no serán escritores".

"Tal vez eso hagan muchos escritores, inventarse un lector anónimo para no sentirse intimidados por aquellos que los leerán y juzgarán. Aquellos que, incluso, podrían lograr que, ante semejante exposición, no escriban. Confiar en el anonimato del lector porque aunque del otro lado de la escritura hay alguien puede resultar mejor no saber quién es el que está allí".

"O sí lo sé. Mi hijo no quiere mi piedad, quiere mis razones. Me callé todos estos años por mí —porque no merecía hablar—, ahora tengo que hablar por él. Hablar o escribir".

"Mariano y yo nos casamos muy jóvenes.
Teníamos los dos la misma edad: veintitrés años. Y estábamos enamorados. O eso creíamos. El tiempo te enseña que no hay una sola definición para el amor. A esa edad es más difícil saberlo, a esa edad el amor es el amor, y punto. Pero muchas veces uno no se enamora del otro, sino de uno mismo enamorado. O de lo que implica estar enamorado, de los beneficios secundarios. Uno quiere estar enamorado, entonces lo está".

"«¿Entonces qué tiene?», quise saber. «Tristeza», contestó mi padre, «una tristeza que le viene cada tanto, no siempre está así; tu mamá se acuerda todos los días, pero acordarse es otra cosa, la tristeza sólo le viene cada tanto»".

"No sé por qué no pregunté entonces de qué se acordaba mi madre.
Acordarse usado como un verbo que no necesitaba un objeto, un «acordarse de».
Si mi madre se acordaba entristecía".

"Cuando murió mi padre tuve que levantar la casa para devolverla a sus propietarios.
Levantar una casa, se trate de la casa de otro o de la propia, implica el riesgo de encontrar fantasmas reales, descubrir secretos no tan bien guardados, ser devastado por una revelación, arrollado por un objeto que pasa a tener un sentido distinto".

"Se lo pregunté muchas veces: «¿Qué te enamoró de mí?». Mariano me respondía: «Todo». Pero decir todo era como decir nada".

"Nunca logré un dato específico: tus ojos, tu sonrisa, ni siquiera tus tetas, o tus piernas. Yo habría preferido que hubiera dicho «me enamoré por tus tetas» antes que esa respuesta: «Todo»".

"Así que cuando Federico dijo que el próximo 20 de Junio él sería
Belgrano, hubo festejos en casa. «¿Viste que había que quejarse?», me dijo Mariano delante de Federico, que a su vez me miró y me preguntó: «¿De qué había que quejarse, mamá?». Y yo le contesté: «De nada, hijo». Pero Mariano, como siempre hacía cuando quería darnos lecciones de vida, se puso en cuclillas, le agarró la pera, lo miró a los ojos, y dijo: «De las injusticias, hijo, siempre hay que quejarse de las injusticias». Y allí quedó el tema".

"Me pregunté eso en aquel momento y durante muchos años más. Hasta que Robert me ayudó a no preguntármelo más: hay ciertos acontecimientos que están destinados a suceder, no hay
escapatoria, no hay circunstancias que pudieran haberlos evitado. Aunque uno tome un atajo, o se desvíe del camino o incluso se detenga. No hay ni razón ni religión que logre explicar por qué. Como no se puede explicar por qué las guerras, o las masacres, o las pestes que diezman poblaciones enteras, o enfermedades tremendas en niños recién nacidos. Por qué. Para qué. Con qué finalidad. No hay respuesta. No hay escape. La hoja de ruta de nuestra vida tiene marcada en el camino pasar por esa estación, y uno, haga lo que haga, pasará.
Lo único que no está marcado, decía Robert, es qué hará cada persona después de pasar por esa circunstancia. Es allí donde está el libre albedrío: decidir después del episodio, del accidente, de la guerra, de la catástrofe, del error, de la fatalidad. No es posible evitarlo, ésa no es la opción, pero sí hay opción para decidir qué hacer después".

"Y yo elegí. Según Robert no de la mejor manera. Pero elegí. Nadie me obligó a hacer lo que luego hice. No todos podemos elegir la mejor opción, no todos estamos preparados. Aunque también, según Robert, uno tiene el resto de la vida para seguir eligiendo, y así reparar o clausurar para siempre cualquier posibilidad de reparación".
 
"No bien se fueron Federico miró hacia arriba, señaló con su dedo índice hacia el techo y dijo: «Mamá, ¿Juan está en el cielo?».
Y yo le dije que sí, porque hay momentos en que aunque uno no crea ni en el cielo ni en la vida después de la muerte, es mejor mentir.
Le mentí a él y me mentí a mí".

"¿Cuánto daño puede ocasionar un dolor que existe pero que no tenemos permitido no sólo mostrar sino sentir?
Todo el daño. Un dolor silencioso, clandestino, que lastima más que el que puede llorarse abiertamente".

"Lo primero en lo que pensé fue en el suicidio. Lo podría haber hecho ahí mismo. Tirarme yo debajo de un tren. Pero el suicidio es una muerte de un tipo muy particular, una muerte que causa otros efectos en los que quedan. Una muerte dedicada —aunque en rigor no lo sea—, que los hace sentirse responsables por estar cerca, esponsables por no haberse dado cuenta de lo que estaba por suceder, por no haberlo evitado".

"Por fin, mi hermano sólo me escribía a mí y no a mis padres, y sus cartas ya no pasaban de un párrafo o dos a lo sumo. La última que recibí la aprendí como un poema de leerla tantas veces. Decía:
Hoy he matado mucha gente, no sé cuántos, no sé quiénes, no conozco sus caras pero sé que los maté.
No fue la primera vez.
Pero hoy lo supe.
¿Por qué?
¿Para qué?".

"Lo miré y pregunté: «¿Ahora sabe quién soy?». «Sí, creo que sí: una mujer dañada», contestó Robert. «Usted no es una mujer rota, como la de Simone de Beauvoir, usted es una mujer dañada».
«¿Y eso es mejor o peor?», pregunté.
«Es mucho mejor», dijo Robert. «¿Por qué?». 
«Un daño se puede reparar, zurcir, se puede ayudar a cicatrizar la herida. Lo roto es difícil de reparar, casi siempre es mejor cambiarlo por otro. En cambio lo dañado tiene una reparación posible. Una esperanza, la ilusión de volver no digo al estado anterior al daño, pero a un estado en el que la vida pueda seguir fluyendo. Con otros tiempos, con otras intensidades, pero fluir".

"El daño está, el dolor está, pero de los caminos que elija surgirá lo que está por venir. Usted no podrá eliminar el daño, pero sí convertir eso que hoy no la deja vivir en un dolor apaciguado, uno que cada día se soporte mejor, se tolere, se transforme en un malestar que siempre la acompañará pero que le permitirá seguir viviendo.
Un dolor que la visite cada tanto, como dice Munro, pero que también alguna mañana la deje salir de casa sin él a dar un paseo por ahí. Incluso a lo mejor llegue el día en que esté dispuesta a volver al lugar que dejó, y vuelva…".

"«La reparación total dependerá de ti, hay lugares adonde yo no puedo llegar, algún día decidirás si sigues viviendo los años que te quedan de esta manera o hay algo distinto por hacer. Yo sé lo que me gustaría que hicieras, pero es tu decisión. Será siempre tu decisión»".

"Pero no pude decir: soy feliz. No pude antes, ni después, ni ahora. Tal vez la felicidad sea algo para lo que no todos estamos preparados. A algunos, cuando ella acecha, cuando la sentimos cerca, nos da pánico. Y hacemos lo que sea para encontrar la manera de evitarla, para lograr que se desvíe de nuestro camino justo un instante antes de que nos toque. Porque el asunto es no saber qué hacer con esa felicidad, cómo meterla dentro del cuerpo y seguir hacia adelante. Para alguno de nosotros es el malestar y no la felicidad el hábitat donde podemos vivir".

"A veces uno tiene la suerte de cruzarse con alguien que saca lo mejor de uno y lo peor parece no existir".

"Yo también he dependido de la amabilidad de los extraños.
No alcanza con estar rodeado de gente para no estar solo".

"Tal vez de esto se trate la felicidad: de ver caminar a mi hijo abrazado a su mujer, unos metros delante, mientras cargo a mi nieta, que me roza el pecho con su mano.
Quizá la felicidad sea eso, un instante donde estar, un momento cualquiera en el que las palabras sobran porque se necesitarían demasiadas para poder contarlo. Atreverse a tomarlo en su condensación, sin permitir que ellas, en su afán de narrarlo, le hagan perder su intensidad.El tiempo comprimido y el fracaso del relato que lo expande.
La felicidad como una imagen para contemplar en silencio.
Y un encuentro.
Éste".






Claudia Piñeiro

No hay comentarios.:

Publicar un comentario