domingo, 11 de octubre de 2020

Citas: Las cuatro estaciones II: Otoño e Invierno - Stephen King

El Otoño  de la inocencia

El Cuerpo:
x

"Las cosas más importantes son siempre las más difíciles de contar".

"Todo aquello que consideramos más importante está siempre demasiado cerca de nuestros sentimientos y deseos más recónditos, como marcas hacia un tesoro que los enemigos ansiaran robarnos. Y a veces hacemos revelaciones de este tipo y nos encontramos solo con la mirada extrañada de la gente que no entiende en absoluto lo que hemos contado, ni por qué nos puede parecer tan importante como para que casi se nos quiebre la voz al contarlo. Creo que eso es precisamente lo peor. Que el secreto lo siga siendo, no por falta de un narrador, sino por falta de un oyente comprensivo".

"—Vete a la mierda —dijo Vern.
—Estoy muy cerca de ella —le contestó Teddy sagazmente".

"Lloré cuando me lo dijeron y también lloré en el funeral y no podía creer que Dennis hubiera muerto, que alguien que solía darme cachetes o asustarme con una araña de goma hasta hacerme llorar, y darme un beso cuando me caía y me raspaba las rodillas y sangraba y decirme al oído «Vamos, deja ya de llorar, niño»…, que aquella persona que me había tocado, pudiera haber muerto… y mis padres parecían absolutamente vacíos. Para mí, Dennis había sido poco más que un conocido. Me llevaba diez años, comprendes, y tenía sus propios amigos y compañeros de clase. Claro que comimos en la misma mesa durante muchos años y que a veces fue mi amigo y a veces mi torturador, pero la mayor parte del tiempo fue, bueno, simplemente un individuo".

"Vern Tessio dijo entonces:
—Bueno, ¿queréis o no queréis ver un cadáver?
Todos quedamos paralizados".

"Tal vez el amor sea tan divino como dicen los poetas, piensa Chico, pero el sexo es Bozo del Payaso saltando".

"La verdad siempre la identificas, porque cuando te hieres a ti mismo o a algún otro con ella, siempre brota la sangre".

"—Anda, Gordie —dijo Chris—. Te esperamos junto a la vía.
—Más valdrá que no os vayáis sin mí —dije.
Vern se echó a reír.
—¡Cómo íbamos a dejar sola a la más guapa, Gordie!
—Anda, cierra el pico.
Todos cantaron entonces a coro:
—No cierro el pico, ni me achico; pero si te miro, vomito.
—¡Y luego llega vuestra mami amada, a limpiar con la lengua la vomitada! —dije, y salí pitando, alzando hacia ellos por encima del hombro el dedo corazón.
No he vuelto a tener amigos como aquellos que tenía a los doce años, de veras. ¿Y tú?".

"Una misma palabra evoca cosas distintas a cada individuo. Si yo digo, por ejemplo, verano, la palabra te sugerirá una serie de imágenes distintas a las que la misma palabra provoca en mí".

"Chris dijo con calma:
—Hablar es fácil.
Teddy asintió, aún con la vista baja.
—¿Y qué me dices de lo que hay entre tú y tu padre? Las palabras no pueden cambiarlo".

"El acto mismo de escribir es algo que se hace en secreto, como la masturbación…".

"—Los valientes primero".

"Tenía en la punta de la lengua lo de la cervatilla, pero al fin decidí no contárselo. Es algo que me guardé solo para mí. Nunca lo he contado, ni siquiera escrito, hasta este momento, hasta hoy. Y he de deciros que una vez escrito desmerece, parece algo casi insignificante. Para mí fue lo mejor de todo el viaje, la parte más limpia;y es algo a lo que vuelvo sin poder evitarlo cuando tengo algún problema: mi primer día entre la maleza en Vietnam y el tipo que salió al claro en que estábamos, con la mano cubriéndose la nariz y cuando retiró la mano no tenía nariz debajo porque se la habían arrancado de un tiro; y cuando el médico nos dijo que nuestro hijo menor podría ser hidrocefálico (aunque, gracias a Dios, resultó ser solo un poco cabezón); y las largas semanas de locura que precedieron a la muerte de mi madre. Me sorprendía de pronto volviendo a aquella mañana, viendo de nuevo sus suaves orejas y el blanco destello de su rabo. Pero qué importan ochocientos millones de chinos rojos, ¿verdad? Las cosas más importantes son las más difíciles de explicar, porque, de alguna forma, las palabras las minimizan, las degradan. Es muy difícil conseguir que los extraños se interesen por las cosas agradables e importantes de nuestra vida".

"Vern salió a la superficie y nos miró asombrado.
—¿Qué diablos pasa con…?
—¡Sanguijuelas! —gritó Teddy, arrancándose dos de los muslos temblones y lanzándolas lo más lejos
posible—. Malditas cabronas —se le quebró la voz en un chillido en la última palabra.
— ¡DiosmíoDiosmíoDiosmíoDiosmío! —gritaba Vern. Chapoteó cruzando la charca y salió del agua tambaleante.
Aún estaba helado. Había cesado el calor del día. Yo no hacía más que decirme que tenía que controlarme. Que no podía ponerme a gritar. Que no podía ser un cobarde. Me quité una media docena de los brazos y algunas más del pecho.
Chris se colocó de espaldas a mí y me dijo:
—¿Gordie? ¿Tengo alguna más por detrás? ¡Quítamelas si me queda alguna, por favor, Gordie!
Tenía más en la espalda, sí. Unas cuatro o cinco, que semejaban una especie de grotescos botones negros.
Desprendí de la espalda de Chris sus blandos y suaves cuerpos.
Me quité aún más de las piernas y luego Chris me quitó a mí las que tenía en la espalda.
Estaba empezando a tranquilizarme un poco en el preciso instante en que bajé la vista y vi al abuelito de todas ellas pegado a mis testículos, su cuerpo cuatro veces el tamaño normal. Su piel gris negruzca había adquirido un tono rojo púrpura. Y entonces empecé a perder el control. No exteriormente, gran escala, sino interiormente, que es lo grave.
Rocé su cuerpo terso y pegajoso con el dorso de la mano. Siguió fijo. Intenté repetirlo y no pude obligarme a tocarlo.
Me volví hacia Chris, intenté explicárselo, no pude. Le hice un gesto, señalando para que viera. Sus mejillas, ya intensamente pálidas, palidecieron aún más.
—No puedo quitármela —dije, con labios entumecidos—. Po… podrías…tú…
Pero retrocedió moviendo la cabeza; le temblaban los labios.
—No puedo, Gordie —dijo, sin poder apartar la vista del bicho—. Lo siento de verdad, pero no puedo. No. Oh. No.
Se volvió, se dobló apretándose el vientre con una mano como el mayordomo de una comedia musical, y vomitó sobre unas matas de enebro".

"Las cosas más importantes son siempre las más difíciles de expresar…".

"—¿Por qué te desmayaste, Gordie? —preguntó Vern con avidez.
—Cometí el terrible error de mirarte a la cara —dije".

"—¡Oh, Dios mío! —gritó Vern, en tono medroso y fuerte—. ¡Oh, Dios mío bendito, mirad eso!
Miré en la dirección que indicaba Vern y vi una bola de fuego rodando por el raíl de la izquierda de las vías, avanzando a gran velocidad y silbando exactamente como un gato escaldado.
Nos pasó a toda pastilla cuando nos volvíamos para mirarla, absolutamente pasmados, conscientes por primera vez de que tales cosas podían existir realmente".

"Chris emitió un sonido que no llegaba siquiera a ser una imprecación, que era solo una larga sílaba monótona sin sentido alguno; un suspiro que, por casualidad, había pasado por sus cuerdas vocales".

"Luego, la tormenta arreció de golpe, como si alguien hubiera tirado de la cadena en el cielo. El sonido cuchicheante de la lluvia se convirtió en el de una discusión violenta. Era como si nos censuraran por nuestro descubrimiento, lo cual resultaba aterrador. Nadie te habla de la falacia patética hasta que llegas a la universidad… e incluso entonces advertí que solo los muy sabihondos creían de verdad que era una falacia".

"Tenía el pelo rojo oscuro. La humedad ambiental le había rizado levemente las puntas. Tenía sangre en la cabeza, pero no mucha. Eran peor las hormigas. Llevaba una camisa verde oscuro y pantalones vaqueros. Estaba descalzo; a poca distancia del cadáver, entre unos zarzales, vi un par de astrosas zapatillas. Permanecí un momento confuso. ¿Por qué estaba él aquí y allá su calzado? Luego comprendí; y tal comprensión fue como un golpe bajo. Mi esposa, mis hijos, mis amigos, todos creen que el tener una imaginación como la mía ha de ser muy agradable; aparte de darme tanta pasta, me permite pasarme una película mental cuando me aburro… Tienen razón en parte; pero de vez en cuando se vuelve y te ataca con esos largos dientes, esos dientes afilados como los de un caníbal.Y ves cosas que preferirías no ver, cosas que te mantienen en vela hasta el alba. En aquel instante del que hablo vi una de esas cosas; y la vi con absoluta certeza, con claridad absoluta: al darle, el tren le
había lanzado fuera de sus zapatillas, exactamente igual que había arrancado la vida de su cuerpo".

"El chico estaba muerto. El chico no estaba enfermo; el chico no estaba dormido. El chico ya no se levantaría nunca por la mañana, ni se pondría malo por comer demasiadas manzanas verdes ni le saldría sarpullido del zumaque venenoso ni gastaría del todo la goma del extremo de su lápiz durante un examen difícil de matemáticas. El chico estaba muerto; muerto del todo".

"Me di la vuelta, seguro de que iba a vomitar, pero tenía el estómago vacío, tranquilo, en calma. Me metí los dedos en la garganta para provocarme el vómito, pues lo necesitaba; era como si pudiera devolverlo todo y liberarme. Mi estómago respondió solo con un leve movimiento; y quedó de nuevo en calma".

"—¿Qué dices tú, Gordie? —me preguntó Ace. Sujetaba a Charlie del brazo igual que un buen amaestrador sujetaría a un perro arisco—. Tendrás al menos algo de la sensatez de tu hermano.
Diles que se vuelvan. Dejaré que Charlie muela a palos al cuatroojos y luego nos ocuparemos de nuestro asunto.
¿Qué dices?
Se equivocó al mencionar a Denny.
Yo estaba dispuesto a razonar con él, a indicarle lo que ya sabía perfectamente, que puesto que Billy y Charlie habían renunciado a sus derechos, estos nos correspondían ahora a nosotros. Quería contarle lo del tren de mercancías que
casi nos atropella a Vern y a mí en el paso del río Castle. Y también lo de Milo Pressman y su intrépido (y estúpido) compañero, el Perro-Prodigio.
Y lo de las sanguijuelas también.
Supongo que lo que en realidad quería decirle era: Vamos, compréndelo, lo que es justo es justo. Tú lo sabes. Pero tuvo que meter a Denny en el asunto, y en lugar de un razonamiento sensato, pronuncié mi propia sentencia de muerte:
—¡Chúpame la gorda, matón de pacotilla!
La boca de Ace formó una perfecta
O de sorpresa (la expresión era tan insólitamente remilgada que en otras circunstancias habría significado un aluvión de carcajadas, por decirlo de algún modo). Todos los demás, a ambos lados de la ciénaga, me miraban fijamente, pasmados".

"Chris dijo suavemente, con gran pesar:— ¿Dónde lo prefieres? ¿En el brazo o en la pierna? Yo no puedo elegir. Elige tú por mí.
Y Ace se detuvo.
Pude ver en su cara crispada un súbito terror, debido, según creo, más al tono de Chris que a sus palabras; parecía absolutamente convencido de que las cosas iban a ir de mal en peor, y de lamentarlo sinceramente. Si se trataba de un farol, sigue siendo aún el mejor que he visto en mi vida".

"Al final, Chris dijo:
—Lo contarán.
—Puedes estar seguro. Pero no hoy ni mañana, si es eso lo que te preocupa.
Creo que pasará mucho tiempo antes de que lo cuenten. Tal vez años.
Se volvió a mirarme, sorprendido.
—Tienen miedo, Chris. En especial Teddy, de que no le admitan en el Ejército. Pero también Vern tiene miedo.
Les quitará horas de sueño, claro, y algunas veces, durante este otoño, estarán a punto de contárselo a alguien, pero de verdad creo que no llegarán a hacerlo. Y después… ¿sabes qué?
Parece una idiotez, pero… creo que casi se olvidarán de que alguna vez sucedió. Chris asentía moviendo lentamente la cabeza.
—No me lo había planteado así. Tú ves las intenciones de las personas, Chris.— Ojalá fuera cierto, amigo.
—Lo haces realmente".

"Las palabras destruyen las funciones del amor (supongo que es terrible que un escritor diga esto, pero creo que es cierto)".

"El amor no es lo que los poetas cretinos como McKuen quieren hacerte creer. El amor tiene dientes que muerden; y las heridas jamás cicatrizan.
Ninguna palabra, ninguna combinación de palabras puede curar esas mordeduras del amor. Pero también lo contrario es cierto, esa es la ironía. Si esas heridas cierran, las palabras se mueren con ellas. Podéis creerme. Me gano la vida con las palabras y sé que es cierto".

"Los amigos entran y salen de tu vida como ayudantes de camarero en un restaurante, ¿no te has fijado nunca? Pero cuando pienso en aquel sueño, los cadáveres tirando de mí implacablemente bajo el agua, me parece bien que así sea.
Algunos se ahogan, eso es todo. No es justo, pero sucede. Algunas personas se ahogan".

"Cuando yo era pequeño había un dicho que decía: «Si sales adelante solo eres un héroe. Lleva a alguien contigo y serás una mierda»".



Cuento de Invierno

El método de respiración:


"—Mala noche —dijo el taxista—.
Mañana habrá dos docenas de más en el depósito de cadáveres. Borrachos congelados y unas cuantas vagabundas congeladas.
—Seguro.
El taxista se quedó pensativo.
—Bueno, ¡es una liberación, al fin y al cabo! —dijo por último—. Menos asistencia social, ¿verdad?
—La amplitud y profundidad de su espíritu navideño son asombrosas —dije".

"Me dejó en la esquina de las calles Segunda y Treinta y cinco, y recorrí caminando media manzana hasta el club, inclinado contra el silbante viento, sujetándome el sombrero con la mano enguantada. En cuestión de segundos, parecía que toda mi fuerza vital se hubiera replegado quedando reducida a una aleteante llamita azul del tamaño de la luz piloto de un horno de gas. A los setenta y tres, un hombre siente el frío antes y más intensamente. Aquel hombre debiera estar junto al fuego, o al menos junto a una estufa eléctrica. A los setenta y tres, la fogosidad ya casi no es ni un recuerdo; tiene más de informe académico".

"Uno de los que así lo hicieron era Emlyn McCarron, ya entonces próximo a los setenta años. Me tendió la mano, que estreché brevemente. Tenía la piel seca, correosa, áspera; diría que casi tortuguesca. Me preguntó si jugaba al bridge. Le contesté que no.
—Estupendo —dijo—. No se me ocurre nada que haya colaborado tanto a acabar con la conversación inteligente de las veladas nocturnas en este siglo como ese maldito juego.
Y tras esa declaración, desapareció en la oscuridad de la biblioteca, en la que los estantes de libros parecían subir y subir hasta el infinito".

"Poco después me sobresaltó el sonido de risas, sacándome de mi lectura. Alguien había echado al fuego un paquetito de polvos químicos y, por un instante, las llamas se volvieron multicolores. Y me hallé entonces recordando mi infancia… mas no de forma nostálgico-romántico-sentimental".

"Ya en el interior, resguardados del frío, mientras el taxímetro marcaba el recorrido con clics regulares, comenté a Waterhouse que su cuento me había gustado muchísimo. No podía recordar haberme reído tanto y con tantas ganas desde los dieciocho años, le dije; y lo cierto es que nada tenía esto de adulación, pues era la simple y pura verdad.
—¿De veras? Es usted muy amable.
Su tono era pasmosamente cortés.
Me retraje; advertí que me ruborizaba levemente. No siempre es necesario oír el portazo para saber que acaba de cerrarse una puerta".

"Una vez ante la puerta, mi emoción tornóse simple aprensión (sentimiento este último con el que los ancianos están mucho más familiarizados). ¿Qué hacía exactamente yo en aquel lugar?
La puerta era de grueso roble y me pareció tan sólida como la del torreón de un castillo. No había timbre, al menos que yo viera, ni aldaba, ni cámara de circuito cerrado de televisión
discretamente disimulada en alguna hendidura; y, desde luego, Waterhouse no estaba allí esperándome. Permanecí quieto un momento; miré a mi alrededor.
La calle Treinta y cinco Este se me antojó súbitamente más oscura, más fría, más amenazadora. Todas las residencias parecían misteriosas, como si ocultaran secretos que más valía no indagar. 
Y sus ventanas semejaban ojos.
En algún lugar, tras una de esas ventanas, puede haber un hombre o una mujer planeando asesinar, pensé. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal.
Planeándolo o haciéndolo".

"—¿Somos viejos? —le pregunté.
—Imagino que sí —dijo, y me sonrió espléndidamente.
Posé el libro y le acaricié el pecho.
—¿Demasiado viejos para esto?
Alzó las sábanas con decoro femenino y luego, riéndose, las tiró al suelo empujándolas con los pies.
—¿Lo comprobamos, papi? —dijo Ellen.— Oink, oink —dije yo, y ambos nos echamos a reír".

"»—He de hablar inmediatamente con Joe —insistió, como si no me hubiera oído—. Hay algo en el maletero de mi coche… algo que encontré en Virginia.
Le he disparado y acuchillado y no puedo matarlo…
»Soltó una risilla que se convirtió enseguida en una risotada y al fin empezó a gritar. Y seguía gritando cuando conseguí establecer comunicación telefónica con el señor Woods y le dije que volviera inmediatamente a la oficina, por amor de Dios, que volviera lo antes posible…
Mas no es mi intención contaros ahora el cuento que Peter Andrews nos contó aquella noche. La verdad es que no estoy muy seguro de atreverme a contarlo. Baste decir que era tan horripilante que durante semanas soñé con él; y en una ocasión Ellen clavó en mí los ojos, mientras desayunábamos y me preguntó por qué había gritado en plena noche de repente: «¡Su cabeza!
¡Su cabeza sigue gritando en la tierra!».
—Estaría soñando —le dije—. Un sueño de esos que luego no puedes recordar…
Y bajé de inmediato la vista hacia mi taza de café; creo que aquella vez
Ellen se dio cuenta de que mentía".

"El propio nacimiento, caballeros, es horrendo para muchos; ahora está de moda que los padres asistan al nacimiento de sus hijos, y aunque tal moda haya servido para cargar a muchos hombres con una culpabilidad que no creo que merezcan (culpabilidad que algunas mujeres utilizan con toda intención y con crueldad casi presciente), parece ser, en conjunto, algo sano y saludable. He visto hombres salir de la sala de partos blancos y tambaleantes, les he visto desmayarse como niñitas, incapaces de soportar los gritos y la sangre".

"El nacimiento es maravilloso, caballeros, pero jamás, ni siquiera mediante un gran esfuerzo de la imaginación, lo hallé bello".

"Empecé a practicar la medicina en mil novecientos veintinueve; mal año para empezar cualquier cosa".

"La nostalgia no siempre es una emoción vaga, melancólica y casi bella, aunque sea así como la imaginamos en general. Puede ser una espada extraordinariamente aguda, y no solo una dolencia metafórica, sino absolutamente real. Y puede hacernos cambiar la idea que tenemos del mundo; los rostros que vemos en la calle no solo nos parecen indiferentes sino desagradables, feos… incluso malignos. La añoranza es una enfermedad real: el dolor de la planta desarraigada".

"Retiró la mano de la mía… si le hubiera tomado la mano derecha en vez de la izquierda, quizá no lo hubiera hecho. Ya lo he dicho, caballeros, no la amaba, pero en aquel momento podría haberla amado; creo que estaba a punto de enamorarme de ella".

"La vi avanzar hacia la puerta; cuando la alcanzó, se volvió hacia mí, posó sus manos en mis hombros, se puso de puntillas y me besó en los labios.
Tenía los labios recios y fríos. No fue un beso apasionado, caballeros, pero desde luego tampoco era el beso que uno esperaría de una hermana o una tía.
—Gracias otra vez, doctor McCarron —dijo, jadeando levemente. Tenía las mejillas encendidas y brillantes los ojos color avellana—. Muchísimas gracias por todo.
Sonreí… un tanto incómodo.
—Habla usted como si no fuéramos a volver a vernos, Sandra.
Creo que fue la segunda y última vez que la llamé por su nombre de pila.
—Oh, claro que volveremos a vernos —dijo—. No lo dudo en absoluto.
Y estaba en lo cierto… aunque ninguno de los dos podría haber previsto las espantosas circunstancias de nuestro último encuentro".

"—¡Enfermera! —grité con fuerza—. ¡A ver si mueve el culo de una puñetera vez!".

"Y, acto seguido, allí estaba la enfermera con la manta en los brazos. Tendí mi mano para recogerla.
Inició un movimiento para entregarme la manta, y quedó de pronto paralizada, acercando de nuevo hacia sí la manta…
—Doctor… y… ¿y si es un monstruo? ¿Algún tipo de monstruo?
—Deme de una vez la manta —dije—. Démela ya, Sarge, antes de que no pueda contenerme y empiece a patearla.
—Sí, doctor —dijo, con absoluta tranquilidad (tenemos que bendecir a las mujeres, caballeros, que tan a menudo entienden, sencillamente no tratando de hacerlo), y me entregó la manta. Envolví en ella al niño y se lo entregué.
—Si se le cae, Sarge, me ocuparé personalmente de que se coma esa manta.
—Sí, doctor".

"Empecé a alejarme del cuerpo.
Tropecé con algo. Me volví. Era la cabeza. Y, siguiendo alguna orden exterior a mí, puse una rodilla en tierra y la volteé. Tenía los ojos abiertos: aquellos ojos francos y directos color avellana que estuvieron siempre tan plenos de vida y resolución. Seguían plenos de resolución, caballeros, y me estaban mirando".






Stephen King

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