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"Nací porque un científico manipuló la conexión entre los óvulos de mi madre y el esperma de mi padre para crear una combinación específica de precioso material genético. De hecho, cuando Jesse me dijo cómo se hacían los bebés y yo, la gran escéptica, decidí preguntarles la verdad a mis padres, obtuve más de lo que esperaba. Me sentaron y me largaron el rollo habitual, por supuesto, pero también me contaron que me eligieron entre los embriones, específicamente, porque podría salvar a mi hermana Kate.
—Te amamos incluso más —me aseguró mi madre—, porque sabíamos exactamente lo que obtendríamos.
Eso me hizo preguntarme, sin embargo, qué hubiera pasado sí Kate hubiera estado sana. La opción sería que todavía estaría flotando en el cielo o dondequiera que sea, esperando ser unida a un cuerpo para pasar una temporada en la Tierra. Ciertamente, no formaría parte de esta familia. A diferencia del resto del mundo libre, yo no llegué aquí por accidente. Y si tus padres te tuvieron por alguna razón, entonces es mejor que esa razón siga existiendo. Porque cuando la razón desaparece, también lo haces tú".
"Mientras subo la escalera, mi madre sale de su habitación llevando otro vestido de fiesta.
—Ah —dice, dándome la espalda—, justo la niña a quien quería ver.
Le subo la cremallera y la veo girar. Mi madre podría ser hermosa, si saltara en paracaídas a la vida de otra persona".
"—¿Has oído eso?
—¿El qué?
—Kate.
—No he oído nada.
Pero no se fía de lo que le digo, porque cuando se trata de Kate no se fía de la palabra de nadie. Sube la escalera y abre la puerta de nuestro dormitorio para encontrar a mi hermana histérica en su cama, y, como el mundo, se colapsa de nuevo. Mi padre, un astrónomo secreto, ha intentado explicarme qué son los agujeros negros, por qué son tan pesados que lo absorben todo, incluso la luz, hacia su propio centro. Momentos como éste son del mismo tipo de vacío; no importa a qué te aferres, acabas siendo tragado".
"La normalidad en nuestra casa es como una sábana demasiado corta para la cama: a veces te cubre bien y otras te deja con frío y temblando; lo peor de todo es que nunca sabes cuál de esas dos cosas pasará".
"—Mire, Anna, he aquí un consejillo. Ir a juicio porque sus padres no quieren que tome píldoras anticonceptivas o que vaya a una clínica en la que se practican abortos es como usar una ametralladora para matar un mosquito. Puede ahorrarse el dinero con el que me pagaría, yendo a planificación familiar; ellos disponen de mejores herramientas para hacerse cargo de su problema.
Por primera vez desde que entré a mi despacho la miro realmente. La furia brilla a su alrededor como electricidad.
—Mi hermana se está muriendo y mi madre quiere que le done uno de mis riñones —dice con vehemencia—. Por alguna razón no creo que un puñado de condones gratis pueda hacerse cargo de eso".
"—¿No te molesta que tu nombre esté al revés?
—¿Qué? —Dejo de escribir y la miro fijamente.
—Campbell Alexander. Tu apellido es un nombre y tu nombre, un apellido. —Hace una pausa—. O una sopa.
—¿Y eso qué tiene que ver con tu caso?
—Nada —admite Anna—, excepto que fue bastante mala la decisión que tus padres tomaron por ti".
"Es un error. Se trata del desafortunado tubo de ensayo de otra persona que el doctor ha analizado. Miro a mi niña, al brillo de sus rizos despeinados y la mariposa voladora de su sonrisa: ésa no es la expresión de alguien muriéndose a plazos.
Sólo la conozco desde hace dos años. Pero si coges cada recuerdo, cada momento, si los extiendes de punta a punta, alcanzarían la eternidad".
"Cuando suavemente le dan la vuelta a Kate hacia el otro lado, el papel tisú debajo de su mejilla está mojado. Aprendo de mi propia hija que no es necesario estar despierto para llorar".
"—Juguemos —ordena.
En el espejo retrovisor su rostro es luminoso. «Los objetos están más cerca de lo que parece». La veo coger la primera galleta.
—¿Cómo grita el tigre? —consigo decir.
—Rrrrroar. —Le muerde la cabeza, luego agita otra galleta.
—¿Cómo grita el elefante?
Kate ríe tontamente, luego imita una trompeta con la nariz.
Me pregunto si le pasará cuando duerma. O si llorará. Si habrá alguna enfermera amable que le dé algo para el dolor. Me imagino a mi niña muriendo mientras está feliz y riendo a dos palmos detrás de mí.
—¿La jirafa dice…? —pregunta Kate—. ¿La jirafa?
Su voz está tan cargada de futuro.
—Las jirafas no dicen —respondo.
—¿Por qué?
—Porque nacieron así —le digo, luego mi garganta se hincha hasta cerrarse".
"—El fuego es una cosa hermosa, ¿no? Algo de lo que no puedes quitar los ojos cuando está ardiendo. Si lo puedes mantener contenido, generará luz y calor para ti.
Sólo cuando se descontrola tienes que ir a la ofensiva.
—Lo que el capitán está tratando de decirte —dice Paulie— es que necesitas mantener a tu chica alejada de los vientos".
"Kate morirá. Me ha tomado mucho tiempo ser capaz de decirlo. Todos moriremos, si lo piensas bien, pero no se supone que sea así. Kate debería ser quien se despidiera de mí".
"Antes, después de comer, ayudé a Sara en la limpieza de la cocina.
—¿Crees que le pasa algo a Anna? —pregunté, guardando el ketchup en la nevera.
—¿Por qué se quitó el colgante?
—No —me encogí de hombros—, lo digo en general.
—Comparado con los riñones de Kate y la sociopatía de Jesse, diría que lo está haciendo bastante bien.
—Quería que la cena terminara antes de haber empezado.
Sara se volvió a la pica.
—¿Qué crees que es?
—Mummm… ¿un chico?
Sara me miró.
—No sale con nadie.
«Gracias a Dios».
—Tal vez alguna de sus amigas ha dicho algo que la ha molestado.
¿Por qué Sara me estaba preguntando a mí? ¿Qué diablos sabía yo sobre los cambios de humor de las chicas de trece años?
Sara se secó las manos con una toalla y se volvió hacia el lavavajillas.
—Tal vez sólo sea una adolescente".
"—Llamó a papá al busca del trabajo.
En nuestra familia es pecado mortal llamar a mi padre al busca. Ya que su trabajo son las emergencias, ¿qué crisis podemos tener nosotros que llegue a comparársele?
—La última vez que le llamó —me informa Jesse— fue cuando le dieron el diagnóstico de Kate.
—Fantástico. —Me cruzo de brazos—. Eso me hace sentir infinitamente mejor.
Jesse se limita a sonreír. Hace aros de humo.
—Hermanita —dice—, bienvenida al Lado Oscuro".
"Mi garganta se cierra como el obturador de una cámara, para que ni pizca de aire ni excusa alguna puedan salir a través de un túnel tan fino como una aguja. «Soy invisible», pienso y me doy cuenta demasiado tarde de que lo he dicho en voz alta".
"Mi madre se mueve tan de prisa que ni siquiera la veo venir. Me da un cachetazo tan fuerte en la cara que me gira la cabeza. Me deja una marca que me mancha más allá del momento en el que desaparece. Sólo para que lo sepáis: la vergüenza tiene cinco dedos".
"Un verdadero amigo es incapaz de sentir lástima por ti.
—No soy tu amiga —digo, tirando de la cortina de regreso a su lugar—. Soy tu hermana.
«Y lo estoy haciendo jodidamente mal», pienso. Meto la cara debajo de la lluvia de la ducha, para que no pueda decir que yo también estoy llorando.
De repente, la cortina se descorre, rápidamente, dejándome totalmente desnuda.
—De eso es de lo que quería hablar —dice Kate—. Si no quieres ser más mi hermana, es una cosa. Pero no creo que pueda soportar perderte como amiga.
Vuelve a poner la cortina en su sitio y el vapor sube a mi alrededor. Un momento después, oigo la puerta abrirse y cerrarse, y una ráfaga de aire frío me llega directamente a los talones.
Yo tampoco puedo soportar la idea de perderla".
"—¿Ella sabrá lo que está sucediendo? —pregunto, cuando lo que en realidad quiero decir es «¿cómo sobreviviré a esto?».
—Señora Fitzgerald —dice, como si hubiera escuchado la pregunta que no hice—, de los veinte niños que tenemos hoy ingresados, diez estarán muertos en unos pocos años. No sé en qué grupo estará Kate".
"—Eres muy valiente —le digo y luego sonrío—. Cuando crezca quiero ser como tú.
Para mi sorpresa, Kate sacude la cabeza con energía. Su voz es una pluma, un fino hilo.
—No, mami —dice—. Estarías enferma".
"—¿Estás segura de que quieres hacerlo?
—No quiero hacerlo. Tengo que hacerlo".
"—¿Anna? —el juez DeSalvo interrumpe y luego apoya esa estúpida lata de Mott en la mesa que está entre nosotros, y rompo a llorar.
—No puedo darle un riñón a mi hermana. Simplemente no puedo.
Sin decir palabra, el juez DeSalvo me da una caja de Kleenex. Hago una bola con algunos pañuelos, me seco los ojos y la nariz. Por un momento se queda callado, dejándome recuperar la respiración. Cuando levanto la vista lo encuentro esperando.
—Anna, ningún hospital en este país sacará un órgano de un donante que no esté dispuesto a ello.
—¿Quién cree usted que firma la autorización? —pregunto—. No el niño pequeño al que llevan al quirófano, sino sus padres.
—Tú no eres una niña pequeña. Seguramente puedes dar a conocer tus objeciones —dice.
—Oh, claro —digo, rompiendo a llorar de nuevo—. Cuando te quejas porque alguien te está clavando una aguja por décima vez, se considera una operación de procedimiento estándar. Todos los adultos miran alrededor con sonrisas falsas y se dicen entre ellos que nadie, voluntariamente, pide más agujas. —Me sueno la nariz con un Kleenex—. El riñón, hoy sólo es eso. Mañana será algo más. Siempre es algo más".
"—Sara. —Mi padre entra en la cocina—. Todos necesitamos calmarnos un poco.
—Una de mis hijas acaba de firmar la sentencia de muerte de su hermana, ¿y se supone que debo calmarme?
Se hace tal silencio en la cocina que puedo oír cómo susurra la nevera. Las palabras de mi madre cuelgan como una fruta demasiado madura, y cuando caen al suelo, estallan. Ella se estremece en un temblor.
—Kate —dice, yendo hacia mi hermana con los brazos extendidos—. Kate, no debería haber dicho eso, no es lo que quería decir.
En mi familia parece que tenemos una historia torturada de no decir lo que queremos y de no querer decir lo que decimos".
"Pequeñas fichas del puzzle empiezan a unirse para mí. Tradicionalmente, los padres toman decisiones por un niño o una niña, porque supuestamente buscan lo mejor para sus intereses. Pero si están cegados por los intereses de otro de sus hijos, el sistema se colapsa. Y, en algún lugar, por debajo de los escombros, hay víctimas como Anna".
"Me sonríe y de repente tengo diecisiete años otra vez, el año en que me di cuenta de que el amor no respeta las reglas, el año que comprendí que nada tiene más valor que lo que es inalcanzable.
—Providence es un lugar bastante pequeño… Esperaba… —su voz se arrastra y sacude la cabeza—. Bueno, pensé que seguro que nos encontraríamos antes.
—No es tan difícil evitar a alguien cuando quieres —respondo fríamente—. Tú deberías saberlo mejor que nadie".
"Eso es vida, me dijo ella, mientras mirábamos a un cachorro persiguiéndose su propia cola. Eso es lo que quiero ser la próxima vez que nazca.
Yo me reí. Acabarías como un gato, le dije. Ellos no necesitan a nadie.
Yo te necesito a ti, replicó.
Bueno, dije. Tal vez yo volvería como una planta".
"—Tu pelo ya no es rosa —digo porque soy un idiota.
—No, no lo es —responde—. ¿Hay algún problema?
Me encojo de hombros.
—Es sólo que… bueno… —¿Dónde están las palabras cuando las necesitas?—. Me gustaba el rosa —confieso.
—Tendía a menoscabar mi autoridad en los juzgados —admite Julia.
Eso me hace sonreír.
—¿Desde cuándo te importa lo que la gente piense de ti?
No responde, pero algo cambia. La temperatura de la habitación o tal vez el muro que aparece en sus ojos.
—Tal vez, en vez de recordar el pasado, deberíamos hablar de Anna —sugiere diplomáticamente".
"Un día, Julia Romano llegó al colegio con el cabello corto y rosa. Todos asumimos que sería suspendida, pero resultó que entre las reglas sobre qué debía uno llevar en Wheeler, la peluquería estaba notablemente ausente. Eso hizo que me preguntara por qué ni un solo chico en la escuela tenía rastas y me di cuenta de que no era porque no pudiésemos destacarnos; era porque no queríamos".
"Una semana más tarde, frente a la misma tumba, le desaté las botas militares a Julia Romano. Le quité el abrigo de camuflaje. Sus pies eran pequeños y tan rosados como el interior de un tulipán. Su clavícula era un misterio.
—Sabía que eras hermosa ahí debajo —dije, y fue el primer lugar donde la besé".
"—Bueno, para mí esto también es nuevo.
—¿El qué?
Se enrosca un mechón de pelo alrededor del dedo meñique.
—La esperanza —dice".
"La parte de la ciudad en la que está el apartamento de Julia es una zona exclusiva con reputación para los divorciados solteros, lo que siempre me irrita cuando intento encontrar un sitio para aparcar. Luego el portero nos mira a Juez y a mí y nos bloquea el paso.
—No se permiten perros —dice—. Lo siento.
—Éste es un perro de asistencia. —Cuando parece que eso no hace sonar su campana, se lo deletreo—. Ya sabe, como Seeking Eye.
—Usted no parece ciego.
—Soy un alcohólico en recuperación —le digo—. El perro se interpone entre la cerveza y yo".
"—No. Sólo pensé que… yo podía ser el chico.
Hay un tenue, viscoso silencio.
—Tú no quisiste ser ese chico —dice Julia finalmente—, lo dejaste bastante claro.
«Eso no es cierto», quiero discutir. Pero supongo que fue así, porque no quise nada más con ella. Porque, después, me comporté como todos los demás".
"—¿Cuál crees que es la mejor forma de morir?
—No quiero hablar de eso —digo.
—¿Por qué? Me estoy muriendo. Tú te estás muriendo. —Cuando fruncí el ceño, ella dijo—: Bueno, lo estás. —Luego sonrió abiertamente—. Lo único que pasa es que yo estoy más dotada para eso que tú".
"—Esta conversación es estúpida. —Ya me estaba empezando a picar la piel en lugares que sabía que nunca podría rascarme.
—Tal vez un avión se estrella —medita Kate—. Te absorbería, sabes, cuando te dieras cuenta de que estás cayendo… pero luego ocurre y no eres más que polvo.
¿Cómo puede ser que la gente se evapore, pero que encuentren sin embargo ropa en los árboles y esas cajas negras?".
"—Sabes, la gente normal no se sienta a pensar sobre la muerte.
—Mentirosa. Todo el mundo piensa en la muerte.
—Todo el mundo piensa en tu muerte —dije.
Se hizo tal silencio en la habitación que me preguntaba si debíamos ir a por un récord diferente: ¿Cuánto tiempo pueden contener el aliento dos hermanas?
Luego una sonrisa nerviosa cruzó su cara.
—Bueno —dice—, por lo menos ahora estás diciendo la verdad".
"Si tienes una hermana y muere, ¿dejas de decir que la tienes? ¿O siempre serás una hermana, aunque la otra mitad de la ecuación ya no esté?".
"Gateo por la cama, que es estrecha, pero es lo suficientemente grande para nosotras dos. Apoyo la cabeza en su pecho, tan cerca de su vía central que puedo ver el líquido goteando hacia su interior. Jesse estaba equivocado: no vine a ver a Kate porque me haría sentir mejor. Vine porque sin ella es difícil recordar quién soy".
"Me hice bombero porque quería salvar gente. Pero debería haber sido más específico. Debería haber puesto nombres".
"—Solía tener el cabello rosa —le dije a Siete.
—Y yo solía tener un trabajo real —contestó.
—¿Qué pasó?
Se encogió de hombros.
—Me teñí el pelo de rosa. ¿Qué te pasó a ti?
—Lo dejé crecer —respondí.
Siete secó lo que había tirado sin darme cuenta.
—Nadie quiere lo que tiene —dijo".
"—La conclusión de todo —explicó Siete anoche— es, entonces, que no debemos enamorarnos de la gente que no debemos.
Lo miré, intrigada lo suficiente para esforzarme en levantar la cara de donde estaba.
—¿No soy sólo yo?
—¡Qué va! —Colocó un montón de vasos limpios—. Piénsalo: Romeo y Julieta sacudieron el sistema y mira lo que consiguieron. Superman estaba con Louise Lane, cuando la mejor opción era, sin duda, estar con la Mujer Maravilla. Dawson y Joey, ¿hace falta que siga? Y no me dejes empezar con lo de Charlie Brown y la pequeña chica pelirroja.
—¿Y tú qué?
Se encogió de hombros.
—Como he dicho, le pasa a todo el mundo".
"—¿Chica o chico? —pregunté—. Yo terminé con alguien que también tenía nombre de árbol —dije solidariamente.
Sonrió con suficiencia:
—Nunca te lo diré. —Me miró—. Bueno, ella…
—¡Ja! Has dicho ella".
"—Bueno, yo tengo el otro problema —le dije—. Tengo el corazón de la relación, pero no el cuerpo en el que crecer.
—¿Qué pasó entonces?
—¿Qué más? —dije—. Se rompió".
"—¿Quieres? —pregunté.
Era uno de esos momentos en los que sabía que no estábamos teniendo la conversación que necesitábamos. Y, como no sabía realmente qué decir, ni nunca había cruzado ese puente tan especial ni hecho semejante hazaña, presioné la mano contra la montañita dura de sus pantalones. Se alejó de mí.
—Joya —dijo—, no quiero que pienses que estoy aquí por eso.
Déjenme decirles algo. Si conoces a un solitario, no importa lo que diga; no es que le divierta estar solo es que ha intentado conectar con el mundo pero la gente continúa decepcionándole.
—¿Entonces por qué estás aquí?
—Porque te sabes la letra de «American Pie» —dijo Campbell—. Porque cuando sonríes, casi puedo ver el lado en el que tu diente se tuerce. —Me miró fijamente—.
Porque no eres como nadie que haya conocido.
—¿Me amas? —susurré.
—¿No acabo de decirlo?".
"Esta vez, cuando alcancé los botones de sus téjanos, no se alejó. Lo sentí tan caliente en la palma de la mano que me imaginé que me dejaría una cicatriz. A diferencia de mí, él sabía qué hacer. Me besó y se deslizó, empujó, me ensanchó.
—No dijiste que fueras virgen —dijo.
—No preguntaste".
"Le dije a Siete, el camarero, que el verdadero amor era un delito.
—No si tiene más de dieciocho —dijo, cerrando el cajón de la caja registradora.
Cuando el bar se ha convertido en un apéndice, un segundo torso sostiene el mío.
—Le has quitado la respiración a alguien —remarco.
—Tú les has robado la habilidad de decir una sola palabra. —Incliné el cuello de la botella de licor vacía hacia él—. Has robado un corazón".
"Me tiró un trapo de cocina.
—Cualquier juez se pasaría este caso por el culo.
—Te sorprenderías.
Siete pasó el trapo sobre el mostrador para secarlo.
—Suena como un delito menor.
Apoyé la mejilla en la madera fría.
—De ninguna manera —dije—. Una vez que te metes, es de por vida".
"—¿Qué quieres ser cuando seas mayor?
—Nadie me lo ha preguntado nunca. —Me mira cuidadosamente—. ¿Qué te hace pensar que llegaré a mayor?
—¿Qué te hace pensar que no? ¿No estás haciendo todo esto por eso?
Entonces habla cuando creía que no iba a contestarme.
—Siempre he querido ser bailarina —sube el brazo haciendo un arabesco desdibujado—. ¿Sabes qué tienen las bailarinas?
«Desórdenes alimentarios», pienso".
"—¿Y Anna?
Kate se pone a hacer pliegues en la manta a la altura del regazo.
—Hubo un año en que cada día de fiesta, y quiero decir incluso en el Día de los
Caídos, yo estaba en el hospital. No estaba planeado, por supuesto, sólo sucedió así.
Teníamos un árbol de Navidad en mi habitación, escondimos los huevos de Pascua en la cafetería, jugamos a «truco o trato» en la sala de ortopedia. Anna tenía unos seis años, y le dio una gran rabieta porque no podía llevar bengalas al hospital el Cuatro de
Julio, por las máscaras de oxígeno.
Kate me mira.
—Se escapó. No fue lejos ni nada. Creo que la cogieron en recepción. Me dijo que quería buscarse otra familia. Como he dicho, tenía sólo seis años, y nadie se lo tomó en serio. Aun así, yo solía preguntarme cómo sería ser normal. Así que entendía totalmente por qué ella también se lo preguntaba".
"—Cuando no estáis enfermas, ¿os lo pasáis bien Anna y tú?
—Creo que somos como cualquier par de hermanas. Nos peleamos para poner nuestros CD, hablamos de tíos buenos, nos robamos el esmalte de uñas. Remueve mis cosas y me pongo a gritar; remuevo sus cosas y se pone a chillar. A veces es una chica genial. Y otras veces deseo que nunca hubiese nacido.
Eso me suena tan familiar que sonrío.
—Tengo una hermana gemela. Cada vez que le decía eso, mi madre me preguntaba si de verdad era capaz de imaginarme siendo hijo único.
—¿Y eras capaz?
Me reí.
—Oh… te aseguro que había momentos en que podía imaginarme la vida sin ella.
Kate ni siquiera sonríe.
—Ves —dice—, mi hermana es la única que siempre ha tenido que imaginarse la vida sin mí".
"—Mamá —dice Jesse de nuevo—. No te has olvidado, ¿verdad?
Lo miro como si estuviese hablando en griego.
—¿Qué?
—Dijiste que me llevarías a comprar botas nuevas, después de ir al dentista. Lo prometiste.
Sí, se lo prometí. Porque el fútbol empieza dentro de dos días, y a Jesse se le ha quedado pequeño su antiguo par. Pero ahora no sé si me siento capaz de ir al dentista, donde la recepcionista sonreiría a Kate y me diría, como siempre, qué bonitos son mis niños. Y hay algo en la idea de ir a la tienda de deportes que parece completamente obsceno.
—Voy a anular la cita con el dentista —digo.
—¡Bien! —Sonríe mientras le brilla la boca de plata—. ¿Podemos ir a comprar las botas?
—Ahora no es el momento.
—Pero…
—Jesse, dé-ja-lo-es-tar.
—No puedo jugar sin botas nuevas. Y ni siquiera estás haciendo nada. Sólo estás sentada.
—Tu hermana —digo sin alterar la voz— está muy enferma. Lo siento si eso interfiere con la cita de tu dentista o tu plan para comprar un par de botas. Todo eso no es lo primero en el orden de prioridades ahora mismo. Creo que, como ya tienes diez años, eres capaz de darte cuenta de que el mundo no gira alrededor de ti.
Jesse mira por la ventana y ve a Kate montada a horcajadas en la rama de un roble, enseñando a Anna cómo subir.
—Sí, vale, está enferma —dice—. ¿Por qué no creces tú? ¿Por qué no entiendes que el mundo no gira alrededor de ella?".
"Pongo en pie a Anna con el zapato todavía desatado. Arrastrándola fuera del gimnasio, llegamos al coche sin decir nada.
—¿Por qué le has mentido?
Anna frunce el ceño.
—¿Por qué tengo que dejar la fiesta?
Porque tu hermana es más importante que el pastel y el helado; porque yo no puedo hacerlo; porque lo digo yo.
Estoy tan enfadada que no puedo abrir la camioneta a la primera.
—Deja de comportarte como si tuvieses cinco años —le espeto.
Pero entonces recuerdo que ésa es su edad".
"—Pero… ¿Kate no preguntará por qué ya no soy su donante?
Mi madre habla muy despacio.
—Cuando digo dejarlo, me refiero al juicio.
Sacudo la cabeza con fuerza, tanto para responderle como para soltar las palabras que se me han acumulado en la boca.
—Por Dios, Anna —dice mi madre, pasmada—. ¿Qué te hemos hecho para merecer esto?
No es lo que me habéis hecho.
—Es lo que no hemos hecho, ¿verdad?
—¡No me estás escuchando! —grito, y en ese momento Vern Stackhouse se acerca a nuestra mesa".
"Hace unos tres meses, cogí el maquillaje de Kate. Bueno, cogí no es la palabra más correcta: lo robé. No tenía uno para mí. Se suponía que no podía maquillarme hasta cumplir los quince. Pero había sucedido un milagro, y Kate no estaba por allí. Los momentos desesperados exigen soluciones desesperadas".
"Se le iluminaron los ojos.
—¿Quién es?
—¿De qué hablas?
—Si llevas maquillaje, Anna, tiene que haber alguna razón.
—Déjame en paz —le dije.
—Y una mierda —me dijo Kate sonriendo.
Entonces puso la mano libre bajo mi brazo y empezó a hacerme cosquillas, cogiéndome tan por sorpresa que tuve que soltarla. Un minuto después estábamos luchando en la cama. Una intentaba que la otra se rindiera.
—Anna, para ya —jadeó Kate—. Me estás matando.
Esas palabras eran todo lo necesario. La solté como si me hubiese quemado. Nos quedamos espalda contra espalda entre las camas, mirando el techo y respirando profundamente, fingiendo que lo que había dicho no significaba nada serio".
"Cuando tenía siete años se me metió en la cabeza cavar hasta China. ¿Sería muy difícil, me preguntaba, hacer un túnel que fuese directamente? Saqué una pala del garaje y me puse a cavar un agujero suficientemente ancho para mí. Cada noche arrastraba conmigo la tapa del viejo cajón de arena, por si llovía. Trabajé en eso durante cuatro semanas, mientras las piedras me mordían en los brazos, haciéndome cicatrices de guerra, y las raíces se me aferraban a los tobillos.
Con lo que no contaba era con las altas paredes que crecían alrededor de mí o el vientre del planeta, caliente bajo mis zapatillas de deporte. Cavando en línea recta me había perdido sin esperanza. En un túnel tienes que iluminarte el camino, y nunca he sido muy bueno en eso.
Cuando me puse a gritar, mi padre me encontró en segundos, aunque me parecieron siglos. Reptó por el hoyo, desgarrándose entre mi duro trabajo y mi estupidez.
—¡Se te podría haber derrumbado encima! —me dijo, y me sacó a tierra firme.
Desde ese punto de vista, me di cuenta de que mi agujero no era ni mucho menos de kilómetros. De hecho, si mi padre se quedaba de pie en él, sólo le llegaba al pecho.
Como sabes, la oscuridad es relativa".
"—Así que tú… ¿quieres hacer algo?
—¿Como qué?
Me encojo de hombros.
—No sé. ¿Jugar a cartas?
—¿Como al póquer?
—Póquer, canasta. Lo que sea.
Me mira atentamente.
—¿Canasta?
—¿Quieres hacerte trenzas?
—Papá —pregunta Anna—, ¿estás bien?
Me siento más cómodo entrando en un edificio que se cae a pedazos que intentando hacerla sentir bien.
—Yo sólo… me gustaría que supieras que puedes hacer lo que quieras aquí.
—¿Puedo dejar una caja de tampones en el lavabo?
Me pongo rojo al instante, y luego Anna, como si fuese contagioso. Sólo hay una bombera, a tiempo parcial, y la habitación de mujeres está en la planta inferior del parque. Y aún así…
El pelo le cae sobre la cara.
—No quería… puedo guardarlos…
—Déjalos en el lavabo —le digo.
Y añado con autoridad:
—Si alguien se queja, diremos que son míos.
—Me parece que no te creerían, papá".
"Pasada la medianoche, me inclino al lado de Anna y le susurro al oído:
—Ven a ver esto.
Se incorpora, coge una sudadera y mete los pies en las zapatillas. Subimos juntos al tejado.
La noche nos rodea. Los meteoritos caen como fuegos artificiales, rasgones fugaces en la textura de la oscuridad.
—¡Oh! —exclama Anna sentándose para verlo mejor.
—Son las Perseidas —le digo—, una lluvia de meteoros.
—Es increíble.
Las estrellas fugaces no son estrellas. Sólo son piedras que penetran en la atmósfera y se encienden con la fricción. Lo que deseamos cuando vemos una no es nada más que una cola de escombros.
En el cuadrante izquierdo superior del cielo, una radiante, estalla en una nueva
corriente de centellas.
—¿Cada noche es así, mientras dormimos? —pregunta Anna.
Es una pregunta interesante. «¿Todo lo maravilloso sucede cuando no nos damos cuenta?»".
"—Sé que quieres preguntarme por qué estoy haciendo todo esto.
—No tienes que decir nada si no quieres.
Anna se tumba, apoyando la cabeza en mi hombro. Cada segundo brilla otro rayo de plata; paréntesis, signos de exclamación, comas. Toda una gramática hecha de luz, en lugar de palabras demasiado duras de pronunciar".
"—No pueden entrar perros —ordena.
—Es un perro de asistencia.
—Usted no es ciego.
—Tengo pulsaciones irregulares y una reanimación cardiopulmonar demostrada".
"—El perro viene —respondo.
—No a mi restaurante —insiste Luigi.
—Es un perro de asistencia, no puede quedarse fuera.
Luigi se inclina a un par de centímetros de mi cara.
—¿Es usted ciego?
—Ciego a los colores —contesto—. El perro me indica cuándo cambian las luces de tráfico".
"Me aclaro la garganta, incómodo, y le señalo la cara.
—Tienes salsa… ahí.
Coge la servilleta y se seca la comisura de los labios, pero no acierta.
—¿Me lo he quitado? —pregunta.
Inclinándome con mi servilleta, le limpio la manchita, pero me quedo allí. Dejo la mano en su mejilla. Nos miramos fijamente. En ese instante, volvemos a ser unos jóvenes que descubren el cuerpo del otro.
—Campbell —dice Julia—, no me hagas esto.
—¿Que no te haga qué?
—No me hagas saltar al vacío dos veces".
"—Julia, no debería haberte llevado a conocer a mis padres.
—Hay muchas cosas que no deberías hacer —espetó—. Y la mayoría tiene relación conmigo.
—Te llamaré antes de la graduación —le dije.
Me besó y salió del coche.
Pero no la llamé. Y no la vi en la graduación. Ella cree saber por qué, pero no lo
sabe".
"Yo no quería asistir, pero mis padres me obligaron a ir. Julia me encontró mientras me ponía la capa. Me abrazó por la cintura e intentó besarme.
—Eh —dijo—, ¿se puede saber dónde estabas?
Recuerdo pensar que con las togas blancas parecíamos fantasmas. La aparté de mí.
—No lo hagas, ¿vale? Déjalo.
En todas las fotos de la graduación que mis padres se quedaron, yo sonreía como si ese nuevo mundo fuese un lugar en el cual yo quisiese vivir, mientras alrededor de mí los insectos caían, tan grandes como puños".
"Se me echó encima, cogiéndome por el pecho.
—No te necesito. Nunca te he necesitado.
—¡Pues yo sí que te he necesitado! —le grité.
Cuando se daba la vuelta la cogí y la besé. Cogí lo que no me atrevía a decir y lo derramé dentro de ella.
Algunas cosas las hacemos porque nos convencemos de que será lo mejor para todos. Nos decimos que es lo correcto, lo altruista. Es mucho más fácil que decirnos la verdad".
"—Suba —digo a Campbell Alexander cuando llega con Anna—. Hay café recién hecho.
Me sigue por la escalera con su pastor alemán. Sirvo dos tazas.
—¿Para qué es el perro?
—Es un imán para chicas —dice al abogado—".
"—Sara —dice la enfermera—, ¿te traigo algo?
Sacudo la cabeza, avergonzada por haberme hundido, y más porque me ha pillado.
—Estoy bien —insisto.
—Sí, y yo soy Hillary Clinton —dice.
Me coge de la mano, me levanta y me arrastra hacia la puerta.
—Kate…
—Ni siquiera se dará cuenta —me interrumpe Donna.
En la cocina pequeña, donde hay café preparado veinticuatro horas al día, sirve una taza para cada una.
—Lo siento —digo.
—¿Por qué?, ¿por no estar hecha de granito?
Sacudo la cabeza.
—No se acaba nunca".
"—¿Quieres ir al centro comercial?
—Ahora no —responde Kate.
—Estaría bien salir de casa —digo apoyándome en el marco.
—No quiero.
Sé que no se da cuenta de que lo está haciendo, pero se pasa la mano por la cabeza y mete la mano en el bolsillo trasero.
—Kate —empiezo.
—No lo digas. No me digas que nadie se me va a quedar mirando, porque lo harán.
No me digas que no importa, porque importa. Y no me digas que tengo buen aspecto porque es mentira. Los ojos, sin pestañas, se le llenan de lágrimas.
—Soy un monstruo, mamá. Mírame.
Lo hago y veo los puntos donde antes tenía las cejas, la inclinación de su frente interminable y los pequeños bultos y protuberancias que normalmente se esconden bajo el pelo.
—Bueno —digo sin alterar la voz—, podemos arreglarlo.
Sin decir más, salgo de la habitación, sabiendo que Kate me seguirá. Paso por el lado de Anna, que deja el cuaderno de colorear y sigue a su hermana. En el sótano, saco una maquinilla eléctrica antigua que encontramos cuando compramos la casa. Entonces me la paso justo por el centro de mi cabellera.
—Mamá —exclama Kate.
—¿Qué?
Una cascada de olas color castaño cae sobre el hombro de Anna. Ésta la recoge con cuidado.
—No es más que pelo.
Con otra pasada de la maquinilla, Kate se pone a sonreír. Señala un punto que me he olvidado, donde un mechón pequeño sobresale como un bosque. Me siento sobre una caja de leche del revés y le dejo que me afeite el otro lado de la cabeza. Anna se sube a mi regazo.
—Luego yo —me pide.
Una hora después, paseamos por el centro comercial cogidas de la mano, un trío de chicas malas. Nos quedamos varias horas. Por donde pasamos, las cabezas se dan la vuelta y las voces susurran. Somos tres veces más bonitas".
"—¿Va todo bien?
—Kate duerme.
—Bien —respondo preguntándome si realmente lo es.
—Llamo para decirte dos cosas. La primera es que siento lo de esta mañana.
Me siento compungida.
—Yo también —reconozco.
En ese momento recuerdo cómo solía arroparme de noche. Primero se acercaba a la cama de Kate, se inclinaba y decía que iba a besar a Anna. Luego venía a mi cama y decía que venía a abrazar a Kate. Eso siempre nos hacía reír. Apagaba la luz y durante un buen rato en la habitación quedaba el aroma de la crema que utilizaba mamá para mantener la piel tan suave como el interior de una funda de almohada de franela.
—Y en segundo lugar —dice mi madre—, sólo quería desearte buenas noches.
—¿Ya está?
Por su voz sé que sonríe.
—¿No te parece suficiente?
—Sí, claro —le digo, aunque no lo es".
"Si el annaísmo fuera una religión y tuviese que explicar cómo llegó el hombre a la Tierra, sería así: en el principio, no había nada excepto el Sol y la Luna. La Luna quería salir durante el día, pero existía algo más brillante que parecía que podía llenar mejor esas horas. De furiosa que se puso, la Luna se fue haciendo cada vez más delgada y más delgada hasta convertirse en muy poca cosa, con unas puntas tan afiladas como cuchillos. De manera fortuita, porque así es como ocurren la mayoría de las cosas, hizo un agujero en la noche y salieron un millón de estrellas, como una fuente de lágrimas. Aterrorizada, la Luna intentó tragárselas. A veces podía, porque se engordaba y se volvía redonda. Pero la mayor parte del tiempo no, porque había muchas. Las estrellas no pararon de salir, hasta que hicieron que el cielo brillara tanto que el Sol se puso celoso. Él invitó a las estrellas a su lado del mundo, donde siempre había luz. Lo que no les dijo es que durante las horas del día no se las vería nunca. Así que las muy tontas saltaron del cielo al suelo y se congelaron bajo el peso de su propia estupidez.
La Luna hizo lo que pudo. En casa, uno de esos bloques de tristeza talló un hombre o una mujer. Se pasó el resto del tiempo vigilando que las estrellas que quedaban no cayeran. Se pasó el tiempo sujetando las que habían quedado".
"—Sara —le pregunto finalmente—, ¿qué quieres de mí?
—Quiero mirarte y recordar cómo era todo antes —dice con tristeza—. Quiero volver, Brian, quiero que me lleves de vuelta.
Pero ya no es la mujer que yo conocía, la mujer que viajaba por el campo contando las madrigueras de perros de la pradera, que leía en voz alta la lista de vaqueros solitarios que buscaban mujer y me decía, en la oscuridad de la noche, que me amaría hasta que la Luna se cayera del cielo.
Si soy sincero, ya no soy el mismo hombre. El que la escuchaba. El que la creía".
"Steph, la enfermera, ya le ha dado la primera dosis de arsénico. También le ha hecho dos transfusiones de sangre para paliar la que ha perdido.
—Quizá deberíamos llevarnos a Kate a casa —dice.
—Sí, por supuesto que…
—Quiero decir ahora —dice apretándose las manos—. Creo que le gustaría morir en su propia cama.
Esa palabra, entre nosotros, estalla como una granada.
—Ella no va a…
—Sí, va a morir —dice mirándome con la cara marcada por el dolor—. Se está muriendo, Sara. Morirá esta noche, mañana o quizá en un año si tenemos mucha suerte.
Has oído lo que ha dicho el doctor Chance. El arsénico no es una cura. Sólo pospone lo que viene.
Los ojos se me llenan de lágrimas.
—Pero la quiero —digo tan sólo porque es un motivo suficiente para mí.
—Y yo. Demasiado para seguir así.
El papel en que estaba garabateando se le cae de las manos y llega a mis pies. Lo recojo antes que él. Está lleno de manchas de lágrimas y de frases desconectadas. «A ella le gustaba cómo olía en primavera», leo. «Ganaba a cualquiera a las cartas.
Bailaba aunque no hubiese música». También hay notas en los lados: «Color favorito: rosa. Momento favorito del día: anochecer». «Solía leer “Donde están las cosas salvajes” una y otra vez, y todavía se lo sabe de memoria».
Se me ponen los pelos de punta.
—¿Es un… panegírico?
Brian también se ha puesto a llorar.
—Si no lo hago ahora, no seré capaz cuando llegue el momento.
—No es el momento —digo sacudiendo la cabeza".
"Entierro la cara en las mantas y le digo a mi hija cuánto la quiero. Aprieto su mano por última vez para sentir su pulso ligero, su débil apretón, sus dedos cogiéndome mientras se abre camino de vuelta hacia este mundo".
"Ésta es mi pregunta: ¿Qué edad tienes cuando estás en el cielo? Quiero decir que, si es el cielo, deberías estar en tu mejor momento, y dudo de que todos lo que mueren de viejos vaguen por ahí sin dientes y calvos. Eso abre todo un mundo de nuevas preguntas. Si te cuelgas, ¿vas por ahí hinchado y azul, con la lengua colgando de la boca? Si te matan en una guerra, ¿pasas la eternidad sin la pierna que te ha volado una mina?
Imagino que puedes escoger. Llenas el formulario que te pregunta si quieres tener vista a las estrellas o a las nubes, si quieres pollo, pescado o maná para cenar, en qué edad quieres que te vean los demás. Yo, por ejemplo, elegiría los diecisiete, esperando tener tetas ya, de manera que incluso siendo una centenaria arrugada cuando muera, en el cielo sería joven y bonita.
Una vez, en una cena, oí a mi padre decir que a pesar de ser muy viejo, en su corazón tenía diecisiete años. Así que quizá haya un lugar en la vida que te marque como un surco o, incluso mejor, como la mancha tenue del sofá. Y no importa qué más te suceda, porque vuelves allí.
Creo que el problema es que cada uno es diferente. ¿Qué sucede en el cielo cuando toda esa gente intenta reencontrarse tras tanto tiempo de separación? Digamos que mueres y te pones a buscar a tu marido, que murió cinco años atrás. ¿Qué pasa si te lo estás imaginando en los setenta pero ha vuelto a los dieciséis y está vagando por ahí en la flor de la vida?
¿O qué pasa si eres Kate y mueres a los dieciséis, pero en el cielo eliges tener treinta y cinco, una edad que nunca alcanzaste en la tierra? ¿Cómo podrá alguien encontrarte?".
"Cuando suena el timbre de la puerta, Izzy echa un vistazo por la mirilla.
—Hablando del rey de Roma…
—¿Es Campbell? —susurro—. Dile que no estoy.
Izzy abre la puerta unos pocos centímetros.
—Julia dice que no está.
—Te mataré —susurro".
"Una vena azul le late en la sien.
—¿Has terminado?
—En realidad, no. ¿Hay algo honesto que salga de tu boca?
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—¿No? ¿Para qué es el perro, Campbell?
—Por Dios, ¿no te vas a callar? —dice Campbell.
Entonces me coge y me besa".
"Es lo más natural del mundo que Campbell me saque la sudadera vieja por la cabeza y me desabroche el sujetador. Cuando se arrodilla frente a mí con la cabeza sobre mi corazón, cuando siento el agua meciendo el casco del barco, creo que quizá ése sea nuestro lugar. Quizá haya mundos enteros donde no haya vallas, donde la sensación te lleve como una marea".
"La miro fijamente, pasando por alto su comentario.
—Anna, ¿por qué vamos al juzgado?
Ella no parpadea.
—¿Por qué tienes un perro de asistencia?
Golpeo los dedos contra el volante y echo un vistazo al parque. Una madre empuja un cochecito por el mismo sitio donde estaba la corredora, sin darse cuenta de que su bebé intenta trepar. Gritos de pájaros se oyen de un árbol.
—No hablo de eso con nadie —le digo.
—No soy nadie".
"—¿Le preguntó si quería donar granulocitos?
Sara no contesta.
—Señora Fitzgerald —interviene el juez.
Se dirige a su hija, suplicando.
—Anna, sabes que nunca hicimos nada de eso para hacerte daño. Nos dolía a todos. Si tú tenías los hematomas en el exterior, nosotros los teníamos en el interior".
"Cuando eres pequeña tienes tu propia lengua y, a diferencia de lo que sucede con el francés, con el español o con cualquiera que sea la lengua que hayas empezado en cuarto curso, con ésa es con la que has nacido, y es la que al final pierdes. Los menores de siete años hablan todos con fluidez la lengua del «¿y si…?», y si no, estén un rato con cualquier personita de menos de un metro y verán. ¿Y si saliera una araña gigantesca por el agujero de la chimenea y te subiera a la cabeza y te mordiera el cuello? ¿Y si el único antídoto contra el veneno estuviera enterrado en una gruta en lo alto de una montaña? ¿Y si sobrevivieras a la mordedura, pero no pudieras mover más que los párpados y sólo pudieras comunicarte con parpadeos? No importa lo lejos que vayas; lo que cuenta es que es todo un mundo de posibilidades. Los niños piensan con el cerebro abierto de par en par; he decidido que ser adulto no es más que el lento proceso de coserse la boca".
"—Me llamo Taylor. —Le ofrece la mano—. Leucemia mieloide aguda.
—Kate. Leucemia aguda promielocítica.
Él deja escapar un silbido y arquea las cejas.
—Oooh —dice—. Una rareza.
Kate se atusa el rapado pelo.
—¿No lo somos todos?".
"—He buscado en Internet información sobre leucemia mieloide aguda —dice—. Tiene un índice de curación bastante alto. —Se vuelve hacia mí—. Cuando te preocupas por si otra persona va a sobrevivir más de lo que te preocupas por ti misma… ¿eso es amor?
De repente se me hace difícil hacer pasar una respuesta por el túnel de la garganta.
—Exactamente eso".
"Palmadas en la almohada, colcha retirada, frufrú de sábanas al meterse Kate en la cama y darse la vuelta de costado.
—¿Anna?
—¿Umm?
—Tiene cicatrices en las palmas de las manos, por injerto contra huésped —dice
Kate en un murmullo—. Lo he notado cuando nos cogíamos de la mano.
—¿Ha sido desagradable?
—No —dice ella—. Es como si encajáramos".
"Al principio no consigo que Kate acceda a someterse a un trasplante de células madre de sangre periférica. Se niega porque no quiere que la hospitalicen para la quimio, no quiere pasarse las próximas seis semanas en aislamiento cuando podría estar saliendo con Taylor Ambrose.
—Es tu vida —le hago ver, y me mira como si estuviera loca.
—Exactamente —me dice".
"—A mí qué me importan las demás chicas —dice Kate—. Yo quería estar guapa.
Guapa de verdad, ¿sabes? Al menos por una noche.
—A Taylor ya le pareces guapa como eres.
—¡Pues no lo soy! —grita Kate—. No lo soy, mamá, y a lo mejor hubiera querido serlo una vez".
"—Kate —le digo—. Lo siento mucho.
A Kate se le descompone la expresión.
—Pero yo le quería —replica, como si eso bastara.
—Lo sé.
—Y tú no me lo dijiste.
—No podía. Porque en esos momentos tú misma luchabas por ti y hubieras podido renunciar.
Cierra los ojos y se vuelve de lado con la cabeza sobre la almohada, llorando tan fuerte que el monitor al que sigue conectada se pone a pitar y atrae al personal sanitario.
La toco con la mano.
—Kate, tesoro, hice lo que era mejor para ti.
Ella se niega a mirar hacia mí.
—No me toques —murmura—. Eso lo haces muy bien".
"—No recuerdo ser esta niña —dice Kate, tranquila, y esas primeras palabras tienden un puente de cristal, que se mueve bajo mis pies mientras entro en la habitación.
Poso la mano al lado de la suya, junto al borde de una foto que tiene una esquina doblada y que muestra a Kate, poco más que un bebé, lanzada al aire por Brian, con el pelo al viento y con los brazos y las piernas abiertos como una estrella de mar, segura sin la menor duda de que cuando vuelva a caer a tierra encontrará unos brazos firmes,
segura de que no merece otra cosa.
—Era guapa —añade Kate, y con el dedo meñique acaricia la vivida y satinada mejilla de la niña que ninguno de nosotros llegó a conocer jamás".
"—¿Tienes miedo? —le digo de sopetón—. ¿Miedo a morir?
Kate se vuelve hacia mí, mientras se le dibuja una sonrisa.
—Te lo diré. —Entonces cierra los ojos—. Voy a descansar sólo un segundo — consigue decir y se vuelve a dormir.
No es justo, pero Kate lo sabe. No hace falta toda una vida para darse cuenta de que raras veces conseguimos lo que merecemos. Me levanto, con ese regusto a centellas quemadas en la garganta que me impide tragar, y todo vuelve atrás como un río maldito.
Salgo a toda prisa de la habitación de Kate, alejándome lo bastante por el pasillo para no molestarla, y entonces levanto el puño, que dejo marcado de un golpe en la gruesa pared blanca, pero tampoco me basta con eso".
"—Están ahí arriba. Las estrellas. Aunque no se vean.
Me meto las manos en los bolsillos.
—Yo antes pedía un deseo a una estrella todas las noches.
—¿Qué pedías?
—Cromos difíciles para mi colección de béisbol. Un golden retriever. Profesoras jóvenes y guapas.
—Papá me dijo que un grupo de astrónomos había descubierto un lugar donde nacían nuevas estrellas. Sólo que habíamos tardado dos mil quinientos años en verlas.
—Se vuelve hacia mí—. ¿Te llevas bien con tus padres?
Lo primero que se me ocurre es mentir, pero sacudo la cabeza en señal de negación.
—Antes pensaba que cuando creciera sería como ellos, pero no ha sido así. Y la cosa es que en algún lugar del camino dejé de querer ser como ellos.
El sol invade su piel de leche, iluminando la línea de la garganta.
—Ya entiendo —dice Anna—. Tú también eres invisible".
"Cuando se aparta yo aún sigo sonriendo y pensando que tal vez, sólo tal vez, pueda aguantar allí arriba un par o tres de minutos.
El perro de Campbell se está volviendo loco, ése sí que necesita un poco de agua o lo que sea, a juzgar por su aspecto. Y yo no he sido la única en darme cuenta.
—Señor Alexander —dice el juez DeSalvo—, por favor, controle a su animal.
—No, Juez.
—Perdón, ¿cómo ha dicho?
Campbell se pone rojo como un tomate.
—Se lo decía al perro, señoría, como me ha pedido. —Se vuelve hacia mí—".
"Antes de poder plantear ninguna de aquellas cuestiones, fue Kate la que habló.
—No pienso volver a pasar por todo eso, ¿vale? Ya estoy harta de hospitales, de quimio, de rayos y de todo lo demás. Dejadme en paz de una vez, ¿queréis?
Mi madre se quedó blanca.
—Está bien, Kate. Adelante, ¡suicídate entonces!
Ella volvió a ponerse los auriculares, subiendo tanto el volumen de la música que podía escucharse.
—No se trata de suicidarse —dijo— cuando ya te estás muriendo".
"—Y otra cosa… Esta vez no vas a ser tú el que me deje a mí. Seré yo la que te deje a ti.
Con lo cual me siento aún peor, si es posible. Intento fingir que no me duele, pero no tengo la energía suficiente.
—Está bien, vete.
Julia se me acerca más.
—Eso haré —dice—. Dentro de cincuenta o sesenta años".
"—Mira por dónde… —dije, blandiéndola y volviendo a la habitación, pensando que tenía un pequeño instrumento de chantaje para utilizar durante algún tiempo en mi provecho, y fue entonces cuando vi a Kate con las pastillas.
—¿Qué haces?
Kate se dio la vuelta sobre la cama.
—Déjame sola, Anna.
—¿Estás loca?
—No —dijo Kate—. Estoy harta de estar esperando algo que tiene que suceder de todas formas. Me parece que ya he amargado la vida de los demás bastante tiempo, ¿no crees?
—Pero si todo el mundo hace todo lo posible por que vivas. No puedes matarte.
De repente Kate se puso a llorar.
—Ya lo sé. No puedo.
Tardé unos momentos en darme cuenta de que ya lo tenía decidido".
"Mi madre se levanta poco a poco.
—No es verdad —dice con una voz fina y quebradiza como el cristal—. Anna, no sé por qué dices eso.
Los ojos se me llenan de lágrimas.
—¿Por qué iba a inventármelo?
Ella se me acerca.
—A lo mejor no lo has entendido bien. O quizá tenía un mal día o estaba melodramática. —Sonríe con esa expresión afligida con que la gente sonríe cuando lo que quiere es llorar—. Porque si hubiera estado tan alterada, me lo habría dicho.
—No podía decírtelo —le contesto—. Tenía mucho miedo de que si se mataba te mataría a ti también. —Me falta el aliento. Siento que me hundo en un pozo de alquitrán. Quiero correr y ha desaparecido el suelo bajo mis pies. Campbell le pide al juez unos minutos para que pueda reponerme, pero no sé si el juez DeSalvo le ha respondido, porque yo estoy llorando tan fuerte que no puedo oírle—. Yo no quiero que se muera, pero sé que ella no quiere vivir así y yo soy la única que puede darle lo que quiere. —No aparto los ojos de mi madre, aunque la veo alejarse de mí—. Yo siempre he sido la única que ha podido darle lo que ella quería".
"Está lloviendo.
Esa lluvia que cae tan fuerte que suena como la ducha aun después de haberla cerrado. Ésa que te hace pensar en diques, diluvios y arcas. Esa misma que te hace desear volverte a meter en la cama, cuando las sábanas aún no han perdido el calor de tu cuerpo, y fingir que en el reloj es cinco minutos más pronto de lo que es en realidad.
Pregunten a cualquier niño que haya pasado de cuarto curso y se lo dirá: el agua no deja de moverse jamás. La lluvia cae y baja por la montaña hasta el río. El río se abre camino hasta el mar. Se evapora, como un alma, en forma de nube. Y después, como todo lo demás, comienza el ciclo de nuevo".
"—¡Perrito! —grita. Viene corriendo con los brazos extendidos y Juez se me pega a las piernas.
La madre llega al cabo de un momento.
—Lo siento. Mi hijo está pasando por una etapa de amor a los perros. ¿Podemos acariciarlo?
—No —digo como un resorte—. Es un perro de asistencia.
—Oh. —La mujer se pone más tiesa y aparta a su hijo—. Pero usted no es ciego.
«Soy epiléptico y éste es el perro que me cuida durante las crisis». Pienso unmomento en jugar limpio, por una vez, por primera vez. Pero una vez más… Hay que saber reírse de uno mismo, ¿no?
—Soy abogado —digo con una sonrisa—. Persigue ambulancias por mí.
Juez y yo nos alejamos, yo silbando".
"Hay estrellas en el cielo nocturno que brillan más que las otras, y cuando las miras a través de un telescopio te das cuenta de que lo que ves son estrellas gemelas. Las dos estrellas rotan una alrededor de la otra, a veces pueden tardar casi cien años en realizar una rotación completa. Generan una fuerza gravitacional tan grande que en torno a ellas no hay espacio para nada más. A lo mejor lo que se ve es una estrella azul, por ejemplo, y sólo más tarde te das cuenta de que tiene una enana blanca por compañera… La primera brilla con tal fuerza que cuando adviertes la segunda ya es demasiado tarde".
"El dolor es algo curioso cuando no te lo esperas. Es como cuando te arrancas una tirita: se lleva la capa superficial de una familia. Y los intestinos de una casa no son nunca bonitos, los nuestros no son una excepción. Había veces que me quedaba en mi habitación días enteros, de la mañana a la noche, con los auriculares puestos, aunque sólo fuera por no oír gritar a mi madre. Había semanas en que mi padre hacía turnos de veinticuatro horas en el trabajo, para no tener que volver a una casa que se nos había quedado grande".
Jodi Picoult
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