lunes, 25 de noviembre de 2019

Citas: Mis memorias - Roman Polański


"Desde que recuerdo, la línea entre la fantasía y la realidad ha estado siempre irremediablemente borrosa".

"Cuando era un muchacho, en la Polonia comunista, el arte y la poesía  —el reino de la imaginación— siempre me parecieron más reales que los limitados confines de mi ambiente. Desde muy temprana edad me di cuenta de que no era como la gente que me rodeaba: vivía en un mundo de mentirijillas, completamente aparte del verdadero".

"La «guerra», tal como la llamábamos los polacos, arrojó una alargada y siniestra sombra sobre lo que hubiera tenido que ser un gozoso hito en mi carrera".

"Aunque mi padre no era rico, jamás me faltó nada. Y, sin embargo, era en muchos sentidos un niño exigente, difícil e irritable, con tendencia a la murria y a los berrinches —un chiquillo mimado, en suma—. ¿Por qué? Tal vez por culpa del largo cabello rubio que yo aborrecía y que inducía a los mayores a tomarme por una niña".

"Mi padre solía herir mis sentimientos en las pequeñas cosas. Sin embargo, jamás me causó ningún daño físico, ni siquiera cuando quebranté el único tabú de mi casa: me tenían estrictamente prohibido tocar el mayor orgullo y deleite de mi padre, la enorme máquina de escribir Underwood que utilizaba para despachar su correspondencia comercial, tecleando a impresionante velocidad. No obstante, me estaba permitido permanecer de pie a su lado, mirando, y él acostumbraba invitarme a identificar las letras del teclado. Así fue cómo aprendí el alfabeto.
Fue una suerte, porque me expulsaron del jardín de infancia al primer día por haberle dicho «Pocaluj mnie wdupe» a una niña de mi clase… ¿O tal vez se lo dije a la maestra? Le debí de oír la frase a uno de mis tíos. Significa «bésame el trasero»".

"Mi sexto cumpleaños coincidió con nuestras vacaciones en Szczyrk. Mi madre invitó a unos niños a merendar. Llegaron temprano, cuando yo estaba todavía en el orinal, y oí que mi madre les decía con la mayor soltura:
—Romek está en el trono.
Hubiera querido que me tragara la tierra con orinal y todo —¿cómo era posible que mi madre me hubiera traicionado de aquella manera?—, y me negué a salir. Ella trató entonces de arreglarlo, diciendo que lo de «estar en el trono» significaba algo muy distinto: que yo era el rey del día porque festejaba mi cumpleaños. Se inventó todo un juego basado en mi nuevo título, pero no pudo convencerme de que me reuniera con los demás".

"Algunas veces, cuando mi madre no estaba, Annette y yo nos asustábamos, temiendo lo peor.
—Vámonos a dormir —decía Annette—. El tiempo pasa más deprisa de esta manera.
Y era cierto".

"A partir del 1 de diciembre de 1939, mi familia se vio obligada a llevar unos extraños brazales blancos con la estrella de David estarcida en azul. Me dijeron que eso significaba que éramos judíos".

"El hecho de ser judíos significó que ya no podíamos seguir estando donde estábamos".

"En la calle Rekawka supe por primera vez qué era la sexualidad. Solía recorrer las calles con otros chicos, recogiendo toda clase de objetos. Nuestro botín incluía a veces unos pequeños tubos de goma parecidos a unos globos deshinchados que encontrábamos en los portales y junto a los bordillos de las aceras. 
Un chico de nuestro grupo dijo que eran preservativos. Los mayores los utilizaban para no tener hijos; y explicó que, para tenerlos, el hombre introducía el miembro en la mujer. La revolucionaria revelación me dejó perplejo. ¿Era esa la única forma en que nacían los niños o había una combinación de circunstancias? A mí siempre me habían dicho que a los niños los traía la cigüeña".

"Pawel ya no estaba: se lo habían llevado en la primera remesa de deportados. Por primera vez en mi vida, comprendí lo que significaba tener el corazón destrozado".

"Poco antes de cruzar el puente, vi una columna de prisioneros varones custodiada por unos alemanes con las armas a punto. Eran los últimos supervivientes del gueto y entre ellos se encontraba mi padre.
Al principio, no me distinguió. Tuve que correr un poco para seguirles el paso. La columna de hombres estaba despertando una gran expectación: muchas personas se detenían y se volvían a mirar. Sin dejar de correr, traté de llamar la atención de mi padre.
Al final, me vio.
Gesticulé e hice girar una imaginaria llave en una cerradura para describirle mi apurada situación.
Él se quedó rezagado unos dos o tres puestos con la tácita ayuda de otros compañeros del grupo, cambiando disimuladamente de sitio con ellos para alejarse del guardián más próximo y acercarse un poco más a mí. Entonces, por la comisura de la boca, me dijo en un susurro:
—¡Lárgate!
La brusca palabra me obligó a detenerme en seco. Contemplé la columna que se alejaba de mí y después di media vuelta sin mirar hacia atrás".

"Cuando vino a interrogarme el investigador de la policía, comprendí la suerte que había tenido. No existía ninguna bicicleta, claro, solo una piedra envuelta en un periódico. Pregunté qué le iba a ocurrir a Dziuba. El investigador se pasó un dedo por la garganta. Pensé que me estaba tomando el pelo.
—¿Por haberme golpeado la cabeza? —pregunté.
El investigador esbozó una siniestra sonrisa.
—Puedes dar gracias por tener una cabeza muy dura, chico".

"Ataviado de esta guisa, mientras jugaba un día con mis nuevos amigos en la sala de juegos, vi por primera vez a la chica cuyo nombre sigue evocando en mi mente una visión de inocencia, juventud y belleza, una visión que ni siquiera el paso del tiempo ha conseguido empañar".

"Hubiera deseado tomarle la mano, pero no me atreví. Caminando el uno al lado del otro, salimos al pasillo. 
Ya había anochecido y este estaba iluminado por la luz de la luna. Con cierta timidez inicial, rodeé a la chica con mis brazos. Lleno de emoción y azoramiento, observé que ella me correspondía. Su boca era suave y tibia. Nuestros besos no poseían la violencia o la desnuda pasión de los amantes, pero fueron unos besos muy reales".

"Súbitamente, me imaginé a la señora Winowski exhalando su último aliento en aquella misma cama hacía apenas unos días. Al recordar su voluminosa figura, sus labios llamativamente pintados y sus mejillas empolvadas, me quedé helado.
—¿Qué pasa? —preguntó la muchacha.
—¿Sabes una cosa? —dije—. Hagámoslo en el suelo".

"—¿Qué pierdes con intentarlo? —me dijo en esencia, y fue entonces cuando Zubrzycki y yo presentamos nuestras solicitudes".

"Aquella noche se celebró una gran fiesta en Lodz. Mi padre se alegró enormemente cuando le telefoneé para comunicarle la noticia. Era la primera vez en mi vida que no le defraudaba".

"Le pregunté a Gesa si querría pasar la noche conmigo. Me contestó que sí, pero entonces tuvimos que superar otro obstáculo. Ninguno de los míseros hoteles de Les Halles podría acoger a un par de auténticos enamorados; lo suyo eran los encuentros rápidos".

"Nos dirigimos hacia la parte este. Algo más allá del Boulevard de Sebastopol encontré un establecimiento un poco más respetable. Pagué por adelantado, me dieron una llave y subí con Gesa, rodeándole la cintura con el brazo. 
Al llegar, abrí la puerta, encendí la luz y la volví a apagar inmediatamente. La habitación era tan sórdida que era mejor no verla".

"—Es la primera vez —me dijo entonces Gesa en voz baja.
Debió de intuir mi asombro porque me tomó de la mano y me acompañó a la cama.
Después de aquello, nos hicimos todavía más inseparables. París en primavera es tan dulce para los enamorados como dicen todas las baladas sentimentales y recorrimos la ciudad cogidos de la mano… hasta que, como todas las cosas buenas de la vida, nuestro idilio primaveral tuvo que terminar".

"Una noche me telefoneó muy angustiada desde su hotel —algo relacionado con la aventura, pensé—. Dije que iría enseguida. Al llegar, me la encontré llorando y traté de consolarla lo mejor que pude —la abracé y le dije que se animara—. Pensé que un cambio de ambiente le podría ser útil, la acomodé en el asiento trasero de mi moto Peugeot y la llevé a mi casa. Estuvimos hablando hasta muy entrada la noche y percibí un asomo de afecto en su actitud para conmigo. Al final, le sugerí sin demasiadas esperanzas que nos acostáramos juntos.
Ella se negó. Puesto que ya me lo esperaba, procuré no mostrarme ofendido y no hacer nada que pudiera comprometer algún futuro cambio de idea. Me ofrecí a acompañarla de nuevo al hotel. Era una hermosa noche de cielo estrellado y decidimos ir a pie. En determinado momento, nos detuvimos para hablar. 
Ella debió de observar la profunda decepción que reflejaban mis ojos porque, de repente, me dijo:
Volvamos a tu casa.
Una vez en mi habitación, se desnudó y se metió en la cama… así, por las buenas".

"Roustang nos llevó a tomar unas copas con Jean Louis Trintignant, el principal protagonista masculino de la película. Por debajo de toda la ceremoniosa politesse francesa y las corteses palabras de bienvenida, pude advertir que ocurría algo.
Empecé a comprender la verdad cuando Samuel se apartó conmigo.
—¿No me dijo usted que hablaba francés?
—No.
—Sí lo hizo…, me dijo: «Elle parle bien».
—Lo que yo dije fue: «Elle parle rien».
—¡Ah!".

"Un día, cuando volvíamos de rodar, nos recibieron con la noticia de que Andrzej Munk había muerto. No pude soportar la idea de no volver a verle jamás; era mi primera confrontación desde hacía mucho tiempo con la trágica y repentina desaparición de una persona muy allegada. Nos dijeron que un camión había chocado de frente con el pequeño Fiat negro de Munk en la carretera Varsovia-Lodz. Tal como él hubiera deseado, aquella noche brindamos por su memoria en la taberna, recordando anécdotas suyas, sus innumerables bromas y su desaforado sentido del humor. Kuba Goldberg, que ya no pudo resistirlo por más tiempo, se fue a llorar al lavabo. Abrumado también por la emoción, me reuní con él.
Entró un policía a orinar y, al vernos, preguntó:
—Pero, bueno, ¿qué es lo que pasa aquí?
Kuba le espetó bruscamente entre sollozos:
—¿Por qué no se larga y nos deja en paz?
El policía le arrestó inmediatamente por «insultos a un representante del Estado».
Traté de intervenir y entonces me arrestó también a mí. Pasamos la noche en calabozos separados".

"Una noche, tras haber pedido conferencia desde un restaurante, conseguí localizarla.
Me habló en un tono extraño, más turbada que arrepentida.
—¿No has recibido mi carta? —me preguntó.
Contesté que no.
Dijo que me había escrito una larga misiva, «explicando cosas». Hizo una pausa y después añadió:
—No es una carta agradable".

"Laskowski organizó una fiesta de despedida en su casa. Allí conocí a una atractiva modelo de alta costura llamada Renata.
—No pierdas el tiempo con ella —me aconsejó Laskowski—, no vas a sacar nada.
Me tomé inmediatamente aquel comentario como un desafío. Salí con Renata al balcón y ambos estuvimos contemplando las farolas de la calle mientras conversábamos durante un rato que a mí se me antojó una eternidad. 
Observé que estaba interesada y me llené de júbilo. Mi júbilo debió de ser contagioso, porque enseguida subimos al tejado por la escalera de incendios e hicimos el amor en medio de un ventarrón de otoño".

"Dejaba una prisión para irme a otra".

"A medida que nos íbamos emborrachando, la conversación adquirió un sesgo más mundano y empezaron a sentarse a nuestra mesa una legión de mujeres, pidiendo bebidas sin parar. No sé al final qué ocurrió con los demás, pero yo me encontré solo con una chica muy atractiva que parecía estar locamente enamorada de mí. Por suerte, Taub me había prestado un poco de dinero, porque mi  acompañante tenía una sed inextinguible de champán. Mientras estaba pagando la cuenta, desapareció. Y no supe más de ella".

"Me sentía muy agotado y le dije que condujera él. Me contestó que no sabía.
Le recordé que en El final de la noche conducía un camión.
—Aquello era una película —replicó, pero por fin accedió a regañadientes a sentarse al volante—. ¿Cuál de ellos es el freno? —preguntó.
Decidí conducir yo".

"Encontré a un abogado a través de Lola Mouloudji y concerté una cita con Barbara a la puerta de su despacho, situado justo enfrente del parque Monceau, cuajado completamente de flores. La esperé en la acera, tan destrozado que el solo hecho de entrar en un café hubiera sido una extravagancia. 
Barbara no apareció y, tras pasarme una hora paseando arriba y abajo, llamé al apartamento de Boehm. Ella misma contestó al teléfono. Me quedé pasmado. ¿Cómo podía ser tan desconsiderada? ¿Acaso lo había olvidado?
Su respuesta fue muy desapasionada.
—He pensado que sería mejor no volver a vernos más.
Y entonces ocurrió una cosa muy rara. Fue como si se hubiera roto algún lazo invisible. Me sentí ingrávido, libre como un pájaro. Esto es París, me dije. Tengo talento, amigos y toda una vida por delante. Abandoné la cabina telefónica y eché a andar calle abajo, silbando una melodía, en paz conmigo mismo y con el mundo".

"—Mi pobre muchacho —me dijo con tristeza—, no te alegres demasiado, tu película va a ser un fracaso comercial, Braunberger no se ha gastado ni un céntimo en la promoción. No aprecia el valor de la publicidad.
Me quedé boquiabierto de asombro y dije que iría a verle enseguida, pero Siritzky sacudió la cabeza.
—Ahora ya es demasiado tarde. Recuérdalo siempre, una película es como una cerilla…, solo se puede encender una vez".

"Al cabo de un rato, la chica le hizo a Gérard una extraña confesión:
—Hay algo que usted debe saber de mí —dijo—. Tengo una cicatriz en una mejilla. Sufrí una grave quemadura.
—Pues también hay algo que usted debe saber acerca de mí —replicó Gérard.
—Que es bajito —dijo ella sin más".

"Un día apareció Gesa, mi antiguo amor, por los estudios. Trabajaba como reportera en la revista de modas alemana Brigitte y, aunque ya no era la dulce ingenua que recordaba, seguía siendo muy atractiva. Recordando nuestro idilio en París con nostálgica ternura, di por sentado que íbamos a reanudar nuestras relaciones. Me sentí decepcionado y molesto cuando, tras cenar en el Ad Lib, ella me pidió que la acompañara a su hotel. Así lo hice, y cuando apenas llevaba en mi casa unos minutos, sonó el timbre de la puerta. Miré a través de las cortinas y vi a Gesa fuera. Permaneció allí un buen rato, llamando a intervalos, hasta que, al final, se dio por vencida. Más tarde, me envió una nota lamentando nuestra obstinación: la suya al no querer regresar conmigo y la mía al negarme a abrir la puerta, «porque vi cómo danzaban tus cortinas», me escribió".

"—Primero viene el amor —dije en voz alta.
Por encima de mi pulgar apareció suspendido en el aire un cuadrado lleno de signos del tarot y del zodíaco.
Levanté el dedo índice.
—Después viene el sexo".

"Ambos experimentamos accesos de angustia y tristeza y nos echamos a llorar sin que el dolor nos sirviera de nexo de unión. Llorábamos en solitario, sin abrazarnos el uno al otro".

"Durante el vuelo, pensé en Sharon. Lo que más me impresionaba en ella, aparte de su excepcional belleza, era aquella especie de resplandor que suele emanar de un temperamento dulce y bondadoso; tenía algunas evidentes inhibiciones de tipo emocional y, sin embargo, parecía una mujer completamente liberada. 
Jamás había conocido a nadie como ella".

"La llamé unos días más tarde y concertamos una cita, pero me dejó plantado.
Concertamos otra y volvió a hacer lo mismo. La llamé de nuevo. Dijo que le encantaría cenar conmigo, pero que no podía dejar a su instructora de diálogo. No me dijo por qué. Pensé que me estaba tomando el pelo.
—Oye, Sharon —le dije muy tranquilo—, ¿por qué no te vas al carajo?
Más tarde me confesó que aquel brusco desaire fue lo que de veras la indujo a interesarse por mí".

"Sharon se mudó a vivir conmigo cuando todavía estábamos rodando en Elstree. Fue un proceso gradual que coincidió con el número cada vez mayor de horas que pasábamos juntos. Poco a poco, sus prendas de vestir empezaron a acumularse en el armario de mi dormitorio, y ella me sugirió entonces unas relaciones semipermanentes.
—No te preocupes —me dijo—, no te voy a devorar como hacen algunas señoras.
Sabiendo el pánico que me causaban las mujeres posesivas, quiso dejar bien claro de mil maneras que comprendía mi estilo de vida y no tenía intención de entorpecerlo. Nadie me había ofrecido jamás unas seguridades semejantes".

"La escena de El baile de los vampiros en la que Sharon aparece desnuda en la bañera —uno de cuyos fotogramas se eligió para el reportaje gráfico de Playboy— fue el tema de uno de los muchos memorandos que Filmways me envió. Ben Kadish me escribió: «No sería sincero si pasara por alto el hecho de que, en esta escena, a Sharon Tate se le nota un imperceptible bigote. Convendría que la volviera a rodar».
Yo le contesté: «Te vas a alarmar todavía más cuando te diga que le están creciendo también un par de pelotas»".

"Fue entonces cuando el matrimonio de Gene Gutowski y Judy empezó a desintegrarse. Uno de sus motivos de discordia era la aventura amorosa que Judy había tenido con un pintoresco personaje de Broadway llamado Hilly Elkins. Ambos vivían con nosotros y se respiraba en la casa una atmósfera muy cargada. Ya estábamos acostumbrados a sus peleas, seguidas de largas y apasionadas reconciliaciones, pero hubiera deseado que decidieran de una vez si hacer las paces o separarse. Un día, mientras me encontraba en el salón en compañía de Tony Curtis, el rumor de otra encarnizada batalla vino a turbar nuestra paz. Tony se puso un poco nervioso.
—Convendría que fueras a calmarles.
—Ocurre constantemente —contesté con la mayor indiferencia.
—Puede que sí —dijo él—, pero es que esta vez Gene está subiendo al piso de arriba perseguido por Judy.
—¿Y qué?
—Pues que ella lleva un cuchillo de cocina enorme.
Conseguí separarles, pero al día siguiente Gene salió y se compró un revólver automático".

"Tenía que irme a Londres para dar los últimos retoques a La semilla del diablo, básicamente intercalar algunas voces de Mia, que ya estaba trabajando allí en otra película. Recordé que mi estancia en Londres coincidiría con el cumpleaños de Victor Lownes. Sharon y yo lo comentamos con Gene Gutowski. ¿Qué se le podía regalar a un hombre como Victor?
—Lo tiene todo menos un falo de oro —contestó Gene.
—Pues muy bien —dije—, eso es lo que le vamos a regalar.
Sharon conocía a un joyero de Hollywood llamado Marvin Himes y le llamó enseguida.
—Marvin —le dijo—, ¿tienes un pito de oro?
Él creyó que se refería a un silbato.
—No —dijo ella—, quiero decir un miembro viril.
—¿Para colgar de una cadena?
—De tamaño natural.
La respuesta de Marvin fue espectacular.
—Si me proporcionas el modelo, te lo podemos hacer".

"Una vez me pidió que le definiera a mi mujer ideal.
—Eres tú —le dije.
—¡Vamos! —exclamó, echándose a reír.
—En serio —insistí.
—¿Qué te gustaría que fuera y no soy?
—Nada —contesté con absoluta sinceridad—. No te querría distinta en ningún sentido".

"Como para recordarme que todos los horizontes, por esplendorosos que sean, siempre ocultan alguna nube, recibí una afligida llamada de Wojtek Frykowski desde Los Ángeles. Les habíamos pedido a él y a su amiga Abigail Folger que cuidaran de la casa de Cielo Drive en nuestra ausencia. Tras su salida de Polonia, Wojtek había llevado una existencia errante en París y Nueva York, donde Jerzy Kosinski le presentó a Abigail. Posteriormente ambos se trasladaron al oeste porque Wojtek deseaba abrirse camino en el cine. Era un hombre muy viril y atractivo, pero carecía de talento para triunfar. Yo pensaba darle algún papel en El día del delfín —algo que le permitiera lucir sus habilidades acuáticas—, pero Wojtek seguía siendo tan propenso a los accidentes como siempre. Aquella llamada telefónica me lo acababa de confirmar: mientras aparcaba el automóvil, se las apañó para atropellar a Doctor Saperstein.
Aquel perro era un miembro de nuestra familia, casi como un hijo. Tuve un disgusto tremendo y me aterraba la idea de tener que darle la noticia a Sharon. Lo consulté con Victor Lownes.
—Primero —me dijo él—, cómprale otro perro".

"Aquella despedida tuvo más emoción que otras y, al final, se nos llenaron los ojos de lágrimas.
—Bueno, vete ya —me dijo Sharon bruscamente.
Bajamos hasta la salida principal, donde me abrazó comprimiendo con fuerza su vientre contra mí, como jamás había hecho, como si quisiera recordarme al niño.
Mientras la besaba y abrazaba, un extraño pensamiento cruzó por mi mente: nunca más volverás a verla. Si no hubiera sucedido nada, posiblemente habría olvidado aquella premonición; pero ahora la conservo como un recuerdo indeleble".

"La muerte de Sharon es la única divisoria importante en mi vida. 
Antes de que ella muriera, yo navegaba por unos serenos e ilimitados mares de optimismo y esperanzas. Ahora, siempre que me divierto, me siento culpable".

"—Bueno —le dije—, me parece que ya está bien.
—Tienes mucha razón —contestó él con una sonrisa—, ya nos hemos divertido bastante.
Aquella noche, sin embargo, tras beberse un par de copas de vino, dijo con aire inocente:
—Vamos a ver qué hace Simon.
Resultado: le sacamos de la cama y nos fuimos de parranda por quinta noche consecutiva. Estaba tan agotado a causa de la falta de sueño que no podía tenerme en pie. Llevábamos casi una semana en París y Warren aún no había leído ni una sola página del libro.
—Mierda —le dije—, ya estoy harto.
Y me fui a pasar un par de días a Londres. El teléfono de mi casa-caballeriza sonó antes de que me despertara a la mañana siguiente. Era Warren.
—No pienso aparecer en pelotas —dijo—. Es un prejuicio que tengo. ¿De cuánto me dijiste que era el presupuesto?".

"Le pregunté cuándo había empezado a mantener relaciones sexuales.
—A los ocho años.
Me quedé de una pieza. La miré, pensando que no hablaba en serio, pero vi que efectivamente lo había dicho en serio.
—¿Con quién?
—Con un niño de mi calle —contestó—. A esta edad, ni te enteras de lo que ocurre.
Hablaba con absoluta indiferencia, como si la cosa no tuviera la menor importancia".

"Estábamos a punto de salir a la calle por la puerta principal cuando un hombre con una camisa deportiva se me acercó, mostrándome una placa.
—¿Señor Polanski? —dijo en voz baja—. Pertenezco al departamento de policía de Los Ángeles. ¿Podemos hablar? Tengo una orden de arresto contra usted".

"El sargento del escritorio me dijo:
—Pero ¿quién demonios se ha creído usted que es, violando a la gente por ahí?".

"Aparte de las visitas de unos clérigos y un rabino, fui entrevistado por dos psiquiatras y una psicóloga, cumpliéndose de este modo la finalidad de mi encierro.
La psicóloga me sometió a toda una serie de test escritos en los que podía elegir entre varias respuestas. Me dio también dos hojas de papel y me pidió que dibujara a un hombre y una mujer. Había asistido en la Escuela de Bellas Artes de Cracovia a tantas clases de dibujo del natural que la costumbre me impulsó a representarlos desnudos.
—¡Mierda! —exclamó Doug Dalton cuando se lo comenté.
—¿Y qué querías que hiciera? —le pregunté—. ¿Ponerles unas hojas de parra?".

"—¡Es demasiado larga! —gritó. Todo el mundo enmudeció repentinamente—.¡Es demasiado larga! —repitió con toda la fuerza de sus pulmones—. ¡Hay que eliminar una hora y tiene que estrenarse el treinta y uno de octubre! —Fui a decir algo, pero él me lo impidió—. ¡Yo no soy más que el hombre del dinero, pero el hombre del dinero dice que es cochinamente larga!".

"Mi trabajo, mis fantasías han nacido sobre todo de un deseo de complacer, divertir, sorprender o hacer reír a la gente. Me gusta hacer el payaso, exhibiéndome por ahí sobre el escenario del mundo. Es más, si pudiera volver a empezar, preferiría ser actor que director.
Sin embargo, tan absurdo es arrepentirse del pasado como hacer planes para el futuro".

"Mi padre siempre me ha reprochado que sea un derrochador y no sepa organizar mi vida. No lamento las elevadas sumas de dinero que he malgastado. Me repugna la idea de tener que morirme con una saneada cuenta bancaria; la vida —y el dinero— están ahí para que gocemos de ellos".

"No obstante, desde que murió Sharon y a pesar de todas las apariencias, he disfrutado de la vida de manera incompleta".

"En consecuencia, no me arrepiento de nada de lo que ha ocurrido en el camino.
Por paradójico que pueda parecer, si los acontecimientos de mi existencia no hubiesen sucedido tal como lo han hecho, hoy no tendría a mi familia ni disfrutaría de la vida que llevamos juntos. Tendría otra cosa, y no quiero otra cosa.
No pienso renunciar a eso por cambiar el pasado".





ROMAN POLANSKI
París, 15 de noviembre de 2015.

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