martes, 9 de enero de 2024

Citas: La legión secreta del sur - Víctor Eduardo Deutsch

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 "Faupel despertó sobresaltado por el  repentino silencio. Por un momento pensó que había tenido una pesadilla y que seguía dormido, pero enseguida recuperó totalmente la consciencia y se dio cuenta de lo que pasaba. Saltó de la cama y se acercó a la ventana, mientras manoteaba los pantalones del uniforme en la oscuridad.
Por más que se esforzaba no conseguía oír nada. Abrió la ventana dejando entrar el aire helado, pero todo estaba en absoluto silencio. Se puso la guerrera mientras pensaba en que esa quietud sólo podía significar una cosa: el ataque de la infantería francesa había comenzado".


"–Permiso, mi teniente –dijo el soldado Lambaré, un curtido muchacho del monte con la cara picada de viruela. Nosotros vamos a defender a la patria hasta la muerte –afirmó, repitiendo lo que habían enseñado".

"–Soldados, para esta práctica necesitaríamos a los pontoneros –dijo. Pero no los tenemos acá, así que vamos a cruzar de uno en uno, en fila india, por el puente ferroviario.
Santander y más de uno se estremecieron ¿Qué era aquello?
–Y… ¡rápido! –gritó el teniente ¡Que ya viene el tren!
Santander se percató de que, cuando decía esto, Perón no miraba al pelotón sino al horizonte, como si intentara ver alguna señal. Los soldados dudaron un segundo, pero luego siguieron al teniente, que encabezó la marcha hacia el puente, trepó ágil por el terraplén y empezó a cruzarlo, saltando de durmiente en durmiente. A lo lejos se empezó a escuchar el silbido de una locomotora de vapor".

"Perón le ordenó a Santander que se levantara y saliera a caminar con él. Se dio cuenta de que tenía ganas de hablar, de justificarse, y quizás intuía que entre todos esos hombres, muchos de los cuales eran indígenas guaraníes analfabetos, Santander era el único del cual tenía que ganarse el respeto.
Era uno de los pocos soldados con educación secundaria completa. Después de unas semanas de instrucción, Perón le había reconocido como uno de los jefes de grupo y le había asignado tareas administrativas en el cuartel, lo que le permitía librarse de tareas más pesadas, como la cocina o la limpieza.
–Sólo las experiencias como estas unen a los hombres. Crean un vínculo más fuerte que las jerarquías –le explicó-. Por eso desde las antiguas órdenes de caballería existen los ritos iniciáticos".

"–Mírelos –le dijo Perón, observando a los soldados que bromeaban y sorbían mate. Debe escribir sobre esto en su diario. Estos desharrapados se han convertido en hombres. Llegaron aquí hambrientos, sucios y piojosos. Y el ejército los ha hecho soldados".

"–Con su venia, mi teniente –dijo Santander. ¿Puedo hacerle una pregunta? Quizás le parezca impertinente.
–Pregunte.
–Entiendo que lo aprendido les será útil en el ejército –dijo. Pero estos hombres son civiles ¿Cree que lo van a aprovechar cuándo les den la baja? ¿No es mejor educarlos, enseñarles a pensar por sí mismos?
–Usted es un idealista, soldado dijo Perón, sonriente. Por eso ayuda al profesor Roldán enseñando a leer y escribir a los soldados analfabetos. Pero seamos realistas: cuando salgan de acá, estos hombres van a ser peones de campo o aprenderán algún oficio sencillo. Está en su naturaleza, no van a hacer otra cosa que tirar del carro como los bueyes en un brete. Pero conmigo han aprendido algo esencial: a seguir al conductor".

"–Mi teniente –dijo Me voy ya. Quería despedirme de usted.
Perón lo miró con una sonrisa burlona.
–El admirador de Yrigoyen –le respondió Vaya usted con Dios. Que pase una feliz navidad.
Santander lo miró, extrañado.
–¿No va usted a visitar a su familia?
El teniente toleró por un momento la impertinencia.
–No. Este año no. Tengo cosas que hacer aquí.
Se hizo un silencio entre ambos. Finalmente, Santander habló.
–Le deseo mucha suerte, mi teniente. Y feliz navidad también.
Perón se cuadró y le hizo, la venia militar, respondida inmediatamente por Santander.
–Retírese, soldado.
La última imagen que tuvo del teniente fue verle inclinado para abrir el horno y sacar una fuente repleta de fideos.
No imaginaba que, décadas después, lo vería como un enemigo mortal y un traidor a su patria".

"–SENECA asegura que es leal al Reich y yo le creo. Con lo que le he contado hoy aún más. Le he dado todos los argumentos necesarios para que entienda que vamos a ganar la guerra con o sin ellos.
–¿Y si nos traiciona?
–Si nos traiciona, SENECA está dispuesto a meterle una bala él mismo".

"–¿Qué debo responder a la nota alemana?
–Dígales que la República Argentina –respondió Yrigoyen sin cambiar de posición sostiene el principio de no intervención y que no admitirá medidas punitivas contra otro estado soberano de Hispanoamérica. Y que defenderemos estos principios hasta las últimas consecuencias.
Por fin se volvió hacia él y se sentó nuevamente en el sillón presidencial. Cruzó las manos sobre el escritorio y lo miró directamente.
–¿Sabe lo que significa eso? Que si EEUU o la Entente atacan a México deberemos estar preparados para ayudarlos. No de palabra, en los hechos".

"–Señor, no creo que debamos atar nuestra política a la de Estados Unidos. Tampoco podemos hablar con ellos antes de que Alemania haga su declaración. Estaríamos violando su confianza.
Yrigoyen resolvió ese problema con mucha rapidez.
–Entonces, deje pasar el tiempo y no conteste. Que hagan su declaración y esperemos a ver qué hace Wilson.
Becú empezaba a sentirse agobiado. Hacía algunos días había pensado que Yrigoyen iba a terminar adoptando sus decisiones como propias. Ahora se daba cuenta de que todo había sido una ilusión. Desde el comienzo Yrigoyen le había hecho hacer lo que él quería. Si seguía en el ministerio, seguiría haciendo lo mismo, pensara él lo que pensara.
El presidente no aceptaba ni aceptaría su influencia. Sólo quería un fiel y eficiente ejecutor de su política, que decidiría por sí mismo. La única forma de trabajar con él sería que, realmente, compartiera al cien por cien sus objetivos de política exterior e interior. Decidió jugarse y plantear una discusión de fondo.
–Señor, no estoy de acuerdo –dijo. Por principio, Argentina tiene fijar una política independiente. Tenemos que liderar la región. Nos corresponde, es nuestro destino. Somos el único país de raza blanca en Iberoamérica. Alemania nos hace una propuesta generosa, que rompería nuestra dependencia de Gran Bretaña…
Yrigoyen pareció perder la paciencia. Empezó a tamborilear los dedos sobre el escritorio. Becú pensó que se había excedido. Había sido demasiado directo, pero la tensión acumulada había podido con él. Por otro lado, se dijo, que pasara lo que tuviese que pasar.
–Becú, no veo que usted sea rubio y de ojos azules, ¿verdad? Yo lo veo bastante morocho –dijo, señalando su imagen en uno de los espejos de la pared. Acá todos somos iguales. Un hombre, un voto. Eso es ser radical ¿lo entiende?".

"Intentó acceder a la Casa Rosada, pero Molinari tuvo que decirle que no conseguía hacerle un hueco en la agenda del presidente y que Becú no estaba en su despacho.
Para empeorar las cosas, la muerte de Rafael Pay lo había dejado sin su vía de comunicación con Faupel. No podía enviar ni recibir mensajes. Decidió quedarse en el cuartel, a la expectativa. Si era necesario, toda la noche.
Sobre la medianoche recibió un llamado de un exaltado Ibarguren.
–Yrigoyen no va a contestar la propuesta alemana. No va a hacer nada nada sin un acuerdo con Wilson. Nuestro amigo Becú está fuera del gabinete.
–¡Mal nacido! –gritó Uriburu. ¡Se ha vendido a los norteamericanos! ¡Tenemos que hacer algo! ¡Está en juego la dignidad de la nación!
–Estoy de acuerdo –dijo suavemente Ibarguren. Yrigoyen está atado de pies y manos, entregado a los yanquis, ya no se puede volver atrás.
Uriburu nunca había sentido tanta indignación.
–¡El Ejército Argentino actuará! -dijo- ¡Buscaré el apoyo de los Comandantes de División! ¡Lo obligaremos a entrar en acción! ¡Si es necesario lo arrancaremos de la Casa Rosada!
Ibarguren parecía ahora alarmado.
–General –dijo, tenga mucho cuidado. Si damos un paso en falso, podríamos perder todo.
No quiso escucharle más, ya había tomado una decisión. Sacó de un cajón de su escritorio el documento que Justo le había entregado y lo abrió con cuidado. El plan preveía una serie de acciones para ocupar objetivos estratégicos en la Capital Federal".

"–Pepe –comenzó el presidente-. Sé que no está tranquilo con mi última decisión…
Más que intranquilo, pensó Uriburu, estaba furioso. Para peor, Yrigoyen parecía mostrarse condescendiente con él. Lo interrumpió con vigor.
–Ha traicionado su juramento. Acaba de aceptar un acuerdo indigno, que sumirá a la patria en la ignominia. Ha roto todos los acuerdos con alemanes. ¡Un trabajo de años!
Uriburu hablaba mirándolo con ojos furiosos.
–Sé lo que piensa. Ibarguren me ha informado –interrumpió a su vez, Yrigoyen, cortante.
Ahora Uriburu se quedó con la boca abierta ¿Qué le había contado Ibarguren al presidente? Se la había jugado. Le había dejado completamente fuera de juego. Yrigoyen pareció darse cuente y siguió hablando, en tono conciliador.
–Pepe, no tomaremos ninguna medida contra usted. Siempre valoré su compromiso. Hemos estado juntos bajo las balas. Eso no se olvida".

"Abrió la puerta con su llave. Nadie salió a recibirlo. La suite parecía silenciosa y desierta. Sin embargo, Rosa y la niña debían estar por ahí. Atravesó el vestíbulo llamándolas y se asomó al salón principal, pero nadie respondió. Supuso que estarían en las habitaciones y no lo escuchaban.
Se dirigió al dormitorio de la niña. Estaba vacío. Volvió a cruzar el salón y caminó hasta el dormitorio principal, quizás se habían ido a dormir pronto. Abrió la puerta y vio a su esposa e hija sentadas en la cama de matrimonio. Le llamó la atención su cara de miedo y entró rápidamente a la habitación.
–¿Qué pasa, Rosa? ¿Algún…? alcanzó a decir.
En ese momento tropezó y trastabilló sobre el suelo alfombrado. Sintió una explosión junto a él, que casi lo dejó sordo, y cayó al suelo, aturdido. Un enorme espejo de pared cayó al suelo haciéndose añicos, los cristales salieron disparados en todas direcciones.
Un segundo después, como saliendo de un trance, escuchó que Rosa dio un grito y la niña se ponía a llorar. Se dio la vuelta, confuso, y se encontró con la cara de Manuel Ugarte. Llevaba un revólver humeante en la mano, que intentaba amartillar con el pulgar, y parecía furioso.
–¡Hijo de puta! -dijo- ¿En qué pensabas? ¿Creías que venderte a los yanquis te iba a salir gratis?
Becú se sentó en el suelo, aun confundido. Miró hacia la cama, Rosa abrazaba a la niña, entre sollozos, para que no mirara. El cañón del revólver le apuntaba directamente. Ugarte siguió gritando, muy alterado.
–¡No quiero hacer esto! gritó ¡Es todo culpa tuya! ¡Te advertí que esto era peligroso! Pero no…¡Vos querías jugar a ser Metternich!".

"Lo habían citado de urgencia, al conocer el informe de Londres. Querían tantear que esperaba los alemanes de ellos. No entendían qué ganaban los alemanes provocando a la Argentina. Pensaban que Luxburg era un bocón y, si le hacía entrar en confianza, quizás les dijera algo más. El diplomático entró, con sus exquisitas maneras, y se sentó ante el escritorio del presidente, junto a él.
–Señor embajador –dijo Yrigoyen con su voz queda y ronca. Hemos tomado conocimiento de que un submarino alemán ha hundido un buque argentino…
–Un hecho que no nos consta –interrumpió bruscamente Luxburg.
–¡Un carajo! –gritó Yrigoyen, pegando un puñetazo sobre la mesa. ¿Se cree que no me acuerdo lo que le dijo a Becú? ¡Hundir nuestros barcos! ¿Qué es esto? ¿Una venganza?
El ministro alemán intentó recomponerse. La furia de Yrigoyen lo había sorprendido. Pueyrredón observó atentamente la reacción de Luxburg.
–Mi gobierno no –Luxburg hizo una pausa buscando las palabras tiene conocimiento, señor presidente".

"–¿Y qué hacemos con Luxburg? Estuvo a punto de meternos en un buen lío.
Yrigoyen pensó un momento. Si lo expulsaban quizás traerían a otro mejor, más discreto y profesional, pero no necesariamente más partidario de la paz con Argentina. Quizás cambiaran a todo el personal de la embajada alemana, algo que no era conveniente.
–Dígales a sus amigos que el canario no se les vuelva a escapar de la jaula".

"–Es un blando, Faupel –afirmó Lüttwitz. Ha dejado que los franceses rompieran unas defensas formidables por no comprometer a sus hombres. Por no sacarlos de sus madrigueras.
–Nosotros vamos a poner toda la carne en el asador –dijo Faupel, en español.
–¿Cómo dice? –preguntó el general, sin entender.
–Nada. Es sólo un refrán que dicen en Argentina. Algo así como que vamos a usar todo lo que tenemos".

"Diez salió del refugio y caminó hacia la ladera donde estaban las tropas de la 8ª y 10ª Compañías, preparadas para el contraataque desde hacía horas. Faupel lo siguió, junto con el ayudante Boelcke. El mayor saltó ágilmente de pozo en pozo y comenzó a arengar a sus hombres. Les dijo que debían salir y atacar al enemigo.
–¡Vamos, señoritas! –decía. Me tienen que acompañar al patíbulo, pero lo haremos con gusto porque… somos soldados alemanes".

"–Hemos investigado los antecedentes de Süss –dijo Lüttwitz. Ese hombre no hubiese pasado los criterios de la orden. Era judío.
–Pues eso confirma lo que pensaba -dijo Ludendorff.
–General –dijo Lüttwitz. No volverá a suceder. Todos los mandos del grupo bajo mi mando cumplirán los criterios, incluso en las unidades adscritas. Nos ocuparemos de ello. Miró a Faupel.
–Un judío –musitó Lüttwitz. No debemos nunca dejar que un judío ocupe una posición estratégica. A la primera se entregará al enemigo y nos traicionará. Quiero saber los nombres de todos los oficiales de sangre judía que haya aquí para darles el destino adecuado. No quiero oficiales judíos en ninguna de las divisiones bajo mi mando".

"–Mayor Faupel –dijo Bauer. Le hemos hecho venir de nuevo a pedido del general Ludendorff. Tenemos otra posible crisis con Argentina entre manos y necesitamos su ayuda para resolverla.
Ninguna mención al incidente con Lüttwitz. Bien, pensó, Bauer no iba admitir los problemas de uno de sus amigos delante de su rival. Por otro lado, la palabra “Argentina” lo puso en alerta. Resistió el impulso de mirar al techo y entornar los ojos. “¡Otra vez!”, pensó. Pero al menos, pasara lo que pasara, parecía seguir siendo útil para alguien.
–Tenemos información de buena fuente –tomó la palabra Nicolai- de que el gobierno de los EE.UU. publicará en unos días unos telegramas, supuestamente descifrados, dirigidos por el conde Luxburg a Berlín. En esos telegramas, según la fuente, Luxburg al parecer se burla de sus contrapartes argentinas y sugiere no respetar el pacto de no hundir sus barcos. Dice, textualmente, que hay que hundir los buques argentinos “sin dejar rastros”.
–¿Qué? –se indignó Faupel-. Es una burda manipulación. ¡Hay que desacreditarlo inmediatamente!".

"Nicolai se despidió diciendo que tenía otros asuntos urgentes. Faupel se quedó a solas con un inexpresivo Bauer en el despacho. Se hizo un silencio incómodo, mientras Max encendía un cigarrillo y le ofrecía uno. Sabía de lo que iba a hablar ahora.
–No te voy a preguntar lo que pasó con Lüttwitz –dijo, de repente, Max. Ese cabrón suele llevar las cosas hasta el límite.
–¿Qué ha dicho? –preguntó Faupel, extrañado.
–Sólo sé que pidió tu relevo a Ludendorff. El jefe dice que no lo aceptó, pero justo entonces había surgido este problema con Argentina y creyó prudente traerte unos días a Berlín.
–Max, yo… -empezó a decir Faupel, pero Bauer le interrumpió.
–Nada, no quiero saberlo. Por cierto, Ludendorff está muy satisfecho con tu trabajo. La 5ª y 6ª divisiones han sido fundamentales en Rusia. Pabst y Rohr han hecho progresos también. En general está muy satisfecho con el nuevo programa. Cree que estamos por el buen camino.
Faupel iba a protestar, a explicarse. Quería preguntar a Max por todas las dudas que tenía sobre el nuevo “programa”, pero la última declaración lo hizo pensarlo bien. Si el OHL estaba satisfecho, ¿por qué no iba a estarlo él? ¿Quizás Ludendorff no tenía un objetivo tan ambicioso, después de todo? ¿Podía ser que el incidente con Lüttwitz no tuviese consecuencias?
Bauer le miraba sonriente.
–Como te dije, nosotros cuidamos de los nuestros".

"Almada le alcanzó un bolso negro de cuero.
–Doctor –dijo, Luxburg tenía esto encima. Son treinta mil pesos.
Yrigoyen dio un vistazo rápido y devolvió el bolso al comisario.
–Separe mil pesos. Tome lo necesario para pagar los gastos del viaje y reparta el resto con sus hombres. El resto… déjeselo acá al ministro Pueyrredón. Habrá que devolverlos a la legación alemana. No sea que digan que, además de salvajes, somos ladrones".

"Se mezcló entre las numerosas personas que ya llenaban la calle, yendo al trabajo con total despreocupación, y empezó a andar hacia la Casa Rosada, a unos setecientos metros de distancia. Bajó a paso rápido por la calle Corrientes en dirección al bajo, hasta llegar al Paseo de Julio, donde giró a la derecha. Allí la gente se dispersaba un poco, aunque la mayoría seguía hacia adelante, hacia el puerto.
Nervioso, aceleró el paso. Unos instantes después tuvo la sensación de ser perseguido. Se volvió un instante; un hombre rubio, alto y fornido lo tomó del hombro y lo hizo girar hacia él. En la mano tenía un cuchillo.
Se soltó como pudo. El puntazo pasó a centímetros de su vientre. Cayó sentado en medio de la avenida. Escuchó un chirrido de neumáticos. Cerró los ojos, como si eso pudiera disminuir el impacto, pero éste no llegó. En cambió, oyó unos gritos.
–¡Alto! ¡Policía!
Abrió los ojos y vio al rubio corriendo entre la gente. El policía que custodiaba la sala del correo había desenfundado su arma, pero no se atrevía a disparar en medio de tanta gente. En lugar de eso, se acercó a él, que sólo ahora advirtió el calor que emitía el taxi a centímetros de su rostro. Entre el policía y el conductor lo ayudaron a levantarse.
–¡Suerte que pude frenar! –dijo el taxista. Pensé que lo mataba.
Santander estaba sin aliento. El policía apartaba a la gente.
–¿Está bien? El presidente me dijo que no lo perdiera de vista.
Los quinientos metros que faltaban para llegar a la Casa Rosada se le iban a hacer eternos".

"–General Uriburu –dijo. Que sus hombres recorran la dársena y no dejen nada sin revisar.
Miró a Becú.
–Hable con Möller. Explíquele lo que sabemos e intente averiguar si recuerda algo que nos ayude a encontrar el lugar donde guardan las bacterias.
Luego se volvió hacia Moreno.
–Arreste a los sindicalistas de la usina. Acúselos de cualquier cosa, de sabotaje, de anarquismo, de lo que sea. Alguno de ellos debe saber adónde llevaron las bacterias.
Finalmente se dirigió a Pueyrredón.
–Señor canciller, hable con Stimson. Dígale que hay un barco suyo cargado de bacterias que no queremos que llegue a puerto.
Todos se empezaron a levantar para irse. Yrigoyen se dejó caer en el sillón presidencial.
–Y recen porque lleguemos a tiempo".






Víctor Eduardo Deutsch

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