jueves, 18 de agosto de 2022

Citas: Ana, la de la Isla - L. M. Montgomery

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"Aunque el cielo estaba aún teñido de púrpura, el reflejo de la luna prestaba a las aguas una plateada irrealidad de ensueño. Mientras, el recuerdo tejía un mágico y sutil encantamiento entre los dos jóvenes.
—Estás pensativa, Ana —dijo él por fin.
—Temo que si hablo o me muevo toda esta magnífica belleza se desvanecerá como un silencio roto  suspiró ella".


"—Ésos formarán pareja algún día  sentenció la señora Lynde.
Marilla se sobresaltó. En el fondo de su corazón abrigaba la secreta esperanza de que fuera cierto; pero le chocaba el estilo con que lo anunciaba la señora Lynde.
—Todavía son dos criaturas —comentó fríamente. La señora Lynde rió afablemente.
—Ana tiene dieciocho años; a esa edad yo ya estaba casada. Somos viejas, Marilla; es penoso aceptar que los niños sean ya personas mayores, eso es. Ana es una mujercita y Gilbert un hombre que besa el suelo que ella pisa; eso puede verlo cualquiera. Él es un muchacho excelente y Ana no puede ser mejor".

"El Sendero de los Amantes parecía realmente delicioso esa noche, silencioso y misteriosamente iluminado por el pálido resplandor de la luna. Lo recorrieron en medio de un agradable silencio.
«¡Qué fácil sería todo si Gilbert estuviera siempre como esta tarde!», reflexionó Ana. Gilbert la observaba mientras caminaban. Con su claro vestido y su figura grácil parecía una flor de exquisita blancura.
«Me pregunto si alguna vez podré hacer que se fije en mí», pensó con desaliento".

"—Nuestras pequeñas ambiciones parecen aquí insignificantes, ¿no es cierto, Ana?
—Creo que si alguna vez tuviera una gran pena correría hacia los pinos en busca de consuelo —comentó Ana, soñadora.
—Espero que nunca tengas una gran pena, Ana —dijo Gilbert.
No podía concebir ningún pesar en la criatura vivaz y gozosa que estaba a su lado; ignoraba que aquellos que pueden alcanzar las más altas cumbres de la dicha son los que más bajo caen en los abismos de la desesperación; que los más aptos para la alegría son también los más capaces para el dolor.
—Sin embargo, así será… alguna vez —murmuró Ana—. En estos momentos la vida es para mí como una copa de cristal colmada de néctar, cerca de mis labios. Pero tiene que haber algo amargo… como en todas las copas. Algún día me tocará a mí".

"—Ana —prosiguió Jane aún más solemnemente—, ¿qué piensas de mi hermano Bill?
Ana se quedó con la boca abierta ante la inesperada pregunta y forcejeó desesperadamente con sus ideas. ¡Por Dios! ¿Qué pensaba ella de Billy Andrews?
Nunca había pensado nada sobre él, sobre el Billy Andrews de cara redonda y tonta con su eterna sonrisa. ¿Podría cualquiera pensar siquiera en él?
— No… no entiendo, Jane —tartamudeó—, ¿qué quieres decir… exactamente?
—¿Te gusta Billy? —preguntó Jane lisa y llanamente.
—Pero… pero… sí, por supuesto —dijo Ana, no muy segura de decir totalmente la verdad. Por cierto que Billy no le disgustaba. Pero ¿podría la indiferente tolerancia con que le aceptaba cuando acertaba a verlo ser considerada como algo más? ¿Qué estaba tratando de averiguar Jane?
—¿Te gustaría para marido? —preguntó Jane con calma.
¡Marido! Ana se había sentado en la cama para precisar mejor su opinión respecto de Billy Andrews y ante esta palabra cayó de espaldas sobre las almohadas.
—¿Marido de quién? —preguntó casi sin aliento.
—Tuyo, por supuesto —respondió su amiga—. Billy quiere casarse contigo.
Siempre ha estado loco por ti y ahora que papá ha puesto a su nombre una granja, no hay nada que le impida casarse. Pero es tan vergonzoso que no se atreve a pedírtelo por sí mismo y me ha encargado a mí que lo haga. Yo no quería, pero no me ha dejado en paz hasta que le prometí hacerlo si se me presentaba la ocasión. ¿Qué opinas, Ana? ¿Era un sueño? ¿Una de esas pesadillas en las que una se ve casada o comprometida con alguien a quien aborrece o no conoce, sin tener la menor idea de cómo se llegó a ese punto? No, ella, Ana Shirley, estaba acostada, totalmente despierta en su propio lecho, y Jane Andrews se hallaba a su lado proponiéndole tranquilamente que se casara con su hermano Billy".

"—¿Y no es hermoso dejar de lado las pieles y los tocados invernales por vez primera y pasear como ahora, con ropas primaverales? —preguntó Priscilla riendo—.¿No te sientes renovada?
—En primavera todo es nuevo —dijo Ana—. La misma primavera es siempre distinta. Ninguna es igual a las anteriores; siempre posee algo peculiar. Mira qué verde está la hierba y cómo están creciendo los retoños del sauce junto a la laguna…".

"—¡Qué día tan aburrido! —bostezó Phil tendiéndose perezosamente sobre el sillón, después de desalojar a dos indignados gatos.
Ana dejó a un lado Las aventuras de Pickwikc. Ahora que habían concluido los exámenes de primavera, retornaba a Dickens.
—Será aburrido para nosotras —dijo, pensativa—, pero para mucha gente puede que sea un día maravilloso. Algunos estarán locos de felicidad. Tal vez hoy se está llevando a cabo una hazaña magnífica o se ha escrito un hermoso poema, o ha nacido un gran hombre. Y quizá se haya roto algún corazón, Phil.
—¿Por qué echaste a perder tus hermosos pensamientos con esa última frase, querida? —rezongó Phil—. No me gusta pensar en corazones rotos ni en nada triste".

"Cuando vio acercarse a Gilbert tuvo un sobresalto. Últimamente se las había compuesto para no encontrarse a solas con él, pero ahora nada podía hacer; hasta Rusty la había abandonado".

"—(...) ¿No es una tarde espléndida? ¿Sabes que hoy he descubierto un grupo de violetas blancas debajo de aquel viejo árbol? Me sentí como si hubiera descubierto una mina de oro.
—Tú siempre estás descubriendo minas de oro —dijo Gilbert, también con aire ausente.
—Vamos a ver si encontramos más. Llamaré a Phil y…
—Deja ahora a Phil y a las violetas, Ana —exclamó Gilbert mientras le cogía una mano y se la oprimía para que no pudiera soltarse—. Hay algo que quiero decirte.
—¡Oh, no lo digas! —pidió Ana—. No… por favor, Gilbert.
—Tengo que hacerlo. Las cosas no pueden seguir así. Ana, te amo. Tú sabes cuánto, yo… yo no puedo expresarlo con palabras. Prométeme que algún día serás mi esposa.
—Yo…, yo no puedo —exclamó Ana lastimosamente—. ¡Oh, Gilbert, lo has echado todo a perder!
—¿No te importo nada? —preguntó el joven después de una pausa mortal durante la cual Ana no se atrevió a levantar los ojos.
—No… no en ese sentido. Te quiero muchísimo como amigo. Pero no te amo, Gilbert.
—Pero puedes darme alguna esperanza de que en el futuro…
—No, no puedo hacerlo. Nunca, nunca te amaré… en ese sentido… Gilbert. No vuelvas a hablarme así nunca más.
Hubo otra larga pausa… larga, tensa; Ana tuvo por fin que levantar la vista. La cara de Gilbert tenía una palidez mortal. Y sus ojos… Ana no pudo soportarlo y desvió la mirada. Todo aquello no tenía nada de romántico. ¿Es que las declaraciones tenían que ser grotescas o… terribles? ¿Podría alguna vez olvidar el rostro de Gilbert?
—¿Hay algún otro? —preguntó por fin en voz baja.
—No… no —respondió Ana con vehemencia—. No hay ninguno, en ese sentido.
Y a ti te aprecio más que a nadie en el mundo, Gilbert. Y debemos, debemos seguir siendo amigos.
Gilbert rió amargamente.
—¡Amigos! Tu amistad no me basta, Ana. Quiero tu amor… y me dices que nunca podré alcanzarlo.
—Lo siento mucho. Perdóname —fue todo lo que pudo decir Ana. ¿Dónde, dónde estaban todos los hermosos discursos que imaginara para rechazar pretendientes?
Gilbert dejó su mano suavemente.
—No hay nada que perdonar. Hubo momentos en que pensé que me querías. Me he engañado, eso es todo. Adiós, Ana".

"—¿Qué te pasa? —preguntó Phil, mientras atravesaba las tinieblas tenuemente iluminadas por la luna.
Ana no contestó. En aquel momento le habría gustado que Phil se hallara a mil kilómetros de distancia.
—Supongo que has rechazado a Gilbert Blythe. ¡Eres tonta!
—¿Te parece tonto rechazar a un hombre al que no se ama?
—No sabes reconocer el amor. Has imaginado el amor como una sensación determinada y quieres que en la vida real sea así. Vaya; es la primera cosa sensata que he dicho en mi vida; no sé cómo me las he arreglado.
—Phil —rogó Ana—, por favor, vete y déjame sola un momento. Mi mundo ha caído hecho pedazos y quiero reconstruirlo.
—¿Sin Gilbert? —preguntó Phil mientras salía.
¡Un mundo sin Gilbert! Ana repitió esas palabras una y otra vez. ¿No sería un lugar muy triste y muy solitario? Bueno, todo había sido culpa de Gilbert. Había arruinado la hermosa camaradería que los unía. Tendría que aprender a vivir sin ella".

"—Ve a tomar un poco de aire fresco —repitió tía Jamesina—, pero lleva el paraguas porque parece que va a llover. Me duele la pierna.
—Sólo las personas de edad tienen reumatismo, tía.
—Cualquiera puede tener reumatismo en una pierna, Ana; pero sólo los ancianos lo padecen en el alma. Gracias a Dios, yo no. Cuando sientas reumatismo en el alma ya puedes ir a buscarte el ataúd".

"—Me he enterado de que se anunciará el compromiso de Gilbert Blythe con Christine Stuart tan pronto como pasen las fiestas de graduación. ¿Sabías tú algo de eso?
—No —dijo Ana.
—Creo que es verdad.
Ana no habló. En la oscuridad sintió que le ardía la cara. Deslizó la mano hasta su cuello, cogió la cadenita y la rompió de un enérgico tirón. Las manos le temblaban y los ojos le escocían.
Fue, sin embargo, la más alegre de las asistentes y le dijo a Gilbert, sin dolor alguno, que su carnet de baile estaba completo cuando éste le pidió que bailara con él".

"Roy pidió a Ana en matrimonio en el mismo pabellón donde conversaran la tarde lluviosa del primer encuentro. A la joven le pareció muy romántico que eligiera ese lugar. Su proposición fue tan perfectamente expresada, como si hubiera sido copiada del «Manual sobre el noviazgo y el matrimonio», tal como lo hiciera uno de los pretendientes de Ruby Gillis. Y también era sincera. No cabía duda de que Roy sentía sus palabras. Ninguna nota falsa echó a perder la sinfonía. Ana pensó que debía sentirse estremecida de pies a cabeza. Pero no era así: sentía una frialdad aterradora.
Cuando Roy hizo una pausa aguardando su respuesta, abrió los labios para dejar escapar el fatal «sí».
Y entonces comenzó a sentirse como si retrocediera ante un profundo precipicio. 
En un instante supo, con la rapidez de un relámpago, lo que no había sabido en muchos años. Retiró su mano de entre las de Roy.
—Oh, no puedo casarme contigo… ¡no puedo… no puedo! —exclamó desatinadamente.
Roy se puso pálido… y también algo tonto. Estaba muy seguro de sí mismo…
—¿Qué quieres decir? —tartamudeó.
—Que no puedo casarme contigo —repitió Ana con desesperación—. Creí que podría… pero no puedo.
—Pero ¿por qué? —preguntó Roy con algo más de calma.
—Porque… no te quiero lo suficiente.
Roy enrojeció repentinamente.
—¿De modo que te has estado divirtiendo conmigo durante estos dos años?
—No… no… —dijo la pobre Ana. ¿Cómo podría explicárselo? No podía hacerlo.
Hay cosas imposibles de explicar—. Creí que podría casarme contigo…
Sinceramente… pero ahora veo que no es así.
—Has destrozado mi vida —exclamó Roy amargamente".

"Amaba a Gilbert, siempre lo había amado. Ahora lo sabía. Supo que era parte de su vida. Que vivir sin él sería una continua agonía. Y la revelación llegaba demasiado tarde… demasiado tarde incluso para tener el amargo consuelo de acompañarlo hasta el final. Si ella no hubiera sido tan ciega… tan tonta… habría tenido el derecho de ir hacia él en ese trance. Pero Gilbert nunca sabría que ella lo amaba… se iría de esta vida creyendo que no le importaba".

"—¿Éste es el vestido que usarás esta noche? —preguntó Gilbert contemplando los lazos y volantes.
—Sí. ¿No es bonito? En la cabeza llevaré margaritas. El Bosque Embrujado está lleno este verano.
Gilbert tuvo una instantánea visión de Ana, ataviada con su vaporoso vestido verde, su cuello y sus brazos virginales emergiendo airosamente y blancas estrellas prendidas sobre su rojiza cabellera. La visión le quitó el aliento. Pero se volvió ligeramente.
—Bueno, vendré mañana. Espero que te diviertas esta noche.
Ana le miró alejarse y suspiró. Gilbert se mostraba amistoso… muy amistoso…, demasiado amistoso. Había ido a verla a menudo a «Tejas Verdes» después de su convalecencia y algo de la antigua camaradería retornaba. Pero Ana no la encontraba satisfactoria. Junto a la rosa del amor, el capullo de la amistad resultaba descolorido".

"—Ana, ¿tienes sueños no realizados? —preguntó Gilbert.
Algo en su tono, algo que no había escuchado desde aquella noche horrible en el huerto de «La Casa de Patty» hizo saltar el corazón de la muchacha. Pero pudo contestar con tranquilidad.
—Desde luego. Todos los tenemos. No nos vendría bien tener todos los sueños cumplidos. Mejor sería estar muertos que no tener sueños. ¡Qué bien huele! Quisiera poder ver los perfumes a la vez que olerlos. Estoy segura de que serían muy hermosos.
A Gilbert no se lo podía distraer así.
—Yo tengo un sueño —dijo lentamente— y persisto en acariciarlo, aunque a menudo me ha parecido que nunca podría realizarlo. Sueño con un hogar con una chimenea, un perro y un gato, los pasos de los amigos… ¡y tú! Ana quería hablar pero no podía hallar las palabras. Casi asustada, sentía la llamada de la felicidad.
—Hace dos años te hice una pregunta, Ana. Si la vuelvo a hacer, ¿me darás otra respuesta?
La muchacha todavía no había podido recobrar el habla. Pero levantó sus ojos, en los que brillaba el arrobamiento amoroso de incontables generaciones, y se miró en los de Gilbert por un instante. Él no buscó más respuesta.
Vagaron por el jardín hasta que cayó el sol. Tenían tanto de que hablar, tantos recuerdos; cosas que habían hecho, oído, pensado y dicho equivocadamente.
—Creí que amabas a Christine Stuart —le dijo Ana con reproche, como si no le hubiera dado todos los indicios para que creyera que amaba a Roy Gardner.
Gilbert se echó a reír.
—Christine estaba comprometida con alguien de su pueblo. Yo lo sabía y ella sabía que yo lo sabía. Cuando su hermano se graduó me dijo que ella vendría a Kingsport el invierno siguiente y me pidió que la cuidara un poco, pues como no conocía a nadie se sentiría muy sola. De modo que lo hice. Y entonces me gustó por sí misma. Es una de las mejores muchachas que he conocido. Sabía que las habladurías de la universidad daban por hecho mi amor por ella. No me importó. Nada me importaba mucho, después que me dijiste que nunca podrías amarme, Ana. No había otra; nunca pudo haberla para mi corazón. Te quise desde el día que rompiste la pizarra en mi cabeza en la escuela".
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"—Nunca podré olvidar la noche en que creía que te morías, Gilbert. Entonces lo supe y creí que era
demasiado tarde.
—Pero no lo era. Amor mío, esto lo compensa todo, ¿no es cierto? Hagamos que este día sea sagrado para nosotros, por toda la felicidad que nos trae.
—Es el nacimiento de nuestra dicha. Siempre quise este jardín de Hester Gray y ahora me es más amado que nunca.
—Pero tendré que pedirte que esperes largo tiempo, Ana —dijo el joven con tristeza—. Pasarán tres años antes de que termine mis estudios de medicina. Y aun entonces no habrá diamantes ni salones.
—No los quiero —contestó ella riendo—. Sólo te quiero a ti.






L. M. Montgomery

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