sábado, 19 de octubre de 2019

Citas: El hombre del traje negro - Stephen King


"Más tarde, puede que alguien encuentre lo que he escrito. Me parece probable, porque está en la naturaleza humana mirar en un libro marcado como Diario después de que su dueño haya muerto".

"Cuestión distinta es si alguien las creerá o no. Casi seguro que no, pero no importa. No me interesan las opiniones, sino la libertad, y he descubierto que la escritura puede proporcionármela".

"A los noventa años, un hombre debería haber dejado atrás los miedos de la infancia, pero, conforme los achaques me asolan lentamente, como olas que rompen cada vez más cerca de un castillo de arena construido al tuntún, ese horrible rostro se vuelve cada vez más claro en mi imaginación".

"Nos resguardábamos, escuchábamos el viento en la chimenea y deseábamos que nadie enfermara, se rompiera una pierna o se llenara la cabeza de malas ideas, como ese granjero en Castle Rock que había descuartizado a su mujer e hijos tres inviernos atrás y luego dijo en el juicio que los fantasmas le habían obligado a hacerlo. En aquel tiempo, antes de la Gran Guerra, casi todo Motton era bosque y pantano, lugares oscuros y extensos llenos de alces y mosquitos, serpientes y secretos. En aquel tiempo había fantasmas por  todas partes".

"Mi madre me estaba mirando.
—Lo prometo —dije.
Ella sonrió, pero con esa sonrisa preocupada que siempre parecía tener desde que mi padre trajo a Dan en brazos desde aquel prado. Mi padre había venido llorando y con el pecho descubierto. Se había quitado la camisa para cubrir la cara de Dan, que se había hinchado y cambiado de color. «¡Mi niño! —había gritado—. ¡Oh, mira mi niño! ¡Dios santo, mira mi niño!». Lo recuerdo como si fuera ayer. Fue la única vez que oí a mi padre nombrar al Señor en vano".

"Mi madre se acercó a la puerta y me miró, haciéndose sombra con la mano. Aún puedo verla así, y es como mirar una fotografía de alguien que luego  fue infeliz o murió de repente".

"Miré atrás para ver quién había dado la palmada. Arriba, donde acababan los árboles, había un hombre. Tenía la cara muy pálida y alargada.
Llevaba el pelo negro pegado al cráneo y peinado con sumo cuidado hacia la izquierda de su estrecha cabeza. Era muy alto. Llevaba un traje negro de tres piezas, y supe al instante que no era un ser humano, porque sus ojos eran entre rojos y anaranjados, como las llamas de una estufa de leña".

"—¡Vaya, si es un pescadorcito! —exclamó con voz suave y agradable—. ¡Mira por dónde! Qué encuentro tan afortunado, ¿verdad, pescadorcito?
—Hola —dije.
La voz no me temblaba, pero tampoco parecía mi voz. Sonaba mayor, como la voz de Dan, quizá. O incluso como la de mi padre. Y lo único que pensaba era que aquel hombre me dejaría ir si yo fingía no ver lo que era, si fingía no haber visto que había llamas resplandeciendo y danzando donde deberían haber estado sus ojos".

"—No es verdad —dije, y entonces sí me eché a llorar—. Mi madre es mayor, tiene treinta y cinco años. Si una picadura de abeja pudiera matarla como a Danny, hace mucho tiempo que habría muerto, y usted es un cabrón mentiroso.
Le había llamado «cabrón mentiroso» al Diablo. De alguna forma era consciente de ello, pero la parte superficial de mi mente estaba absorbida por la enormidad de lo que él había dicho. ¿Mi madre, muerta? Para el caso, podía haberme dicho que había un nuevo océano donde antes estaban las Montañas Rocosas. Pero le creí. En cierta forma le creí completamente, como siempre creemos, en cierta forma, lo peor que podamos imaginar.
—Entiendo tu dolor, pescadorcito, pero me temo que ese argumento no se sostiene. —Hablaba con un tono de fingido consuelo que era horrible, exasperante, sin remordimiento ni piedad—. Un hombre puede pasarse toda la vida sin ver un ruiseñor, pero ¿significa eso que los ruiseñores no existen? Tu madre…".

"—Tu madre hizo los ruidos más increíblemente espantosos —dijo el hombre del traje negro, pensativo—, y me temo que se arañó la cara terriblemente. Los ojos se le hincharon como los de una rana, y lloraba. —Hizo una pausa, y a continuación añadió—: Lloraba al morir, ¿no es adorable? Y aquí está lo más bonito de todo. Después de muerta…, después de haber estado quince minutos tumbada en el suelo sin otro sonido que el del fogón y con el aguijón astillado en un lado de su cuello (tan pequeño), ¿sabes qué hizo Candy Bill? Ese bribonzuelo lamió sus lágrimas. Primero en un lado… y luego en el otro".

"—Me muero de hambre —dijo de pronto—. Voy a matarte, te abriré en canal y me comeré tus tripas, pescadorcito. ¿Qué te parece?
—¡No! —intenté decirle—. ¡No, por favor!
Pero ni un sonido salió de mi boca. Comprendí que lo decía en serio. 
Realmente lo decía en serio".

"Me volví y eché a andar lo más rápido que pude, cojeando un poco. 
Sentía tirones en ambas piernas y, cuando me levanté de la cama a la mañana siguiente, estaba tan dolorido que apenas podía caminar. Pero en ese momento no lo noté. No hacía más que volver la vista atrás para comprobar una y otra vez que el camino seguía vacío a mis espaldas".





Stephen King

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