"El primer policía en entrar, un ayudante de sheriff, se quedó igualmente horrorizado. Más tarde diría que la carnicería que vio le causó pesadillas durante meses".
"Mucha gente cree que los policías son personas bastante duras y crueles a las que les gusta restregar la basura en la cara de los contribuyentes para que sepan a lo que tienen que enfrentarse cada día. Pues en este caso, no; algunos detalles no se difundieron con tal de ahorrarle al público agonía y miedo innecesarios".
"Por aquel entonces, la confección de perfiles criminales era una ciencia (o arte) relativamente joven, una forma de deducir la descripción de un delincuente desconocido basándose en la evaluación de pequeños detalles de la escena del crimen, la víctima y otros indicios".
"Nadie se vuelve tan loco como el hombre que destrozó el cuerpo de Terry Wallin de un día para otro; hacen falta entre ocho y diez años para desarrollar una psicosis tan profunda como la que se expresó en este asesinato aparentemente sin sentido".
"Así que ésas fueron mis razones para pensar que el asesino tenía que ser un tipo delgado, si no escuálido. Era pura lógica. Los esquizofrénicos introvertidos no comen bien, no piensan en la nutrición y se saltan comidas. Tampoco prestan mucha atención a su aspecto y no les importa el aseo ni la elegancia. Nadie querría vivir con una persona así, por lo que el asesino tenía que ser soltero a la fuerza".
"La niebla de la noche, la presencia de coches policiales y ambulancias y la noticia de que se habían cometido asesinatos, generaron una sensación de inquietud en muchas personas. Aunque la prensa hablaba de disparos, no había nadie que hubiera oído nada".
"En la pared había un calendario con la inscripción «Hoy» en las fechas en que se produjeron los asesinatos en casa de los Wallin y los Miroth-Meredith; la misma inscripción estaba en 44 fechas más, repartidas por todo el año 1978. ¿Habría cometido 44 asesinatos más? Afortunadamente, nunca lo sabremos".
"En su diario describía cómo mataba animales pequeños y el sabor de la sangre. Dos auxiliares dejaron el trabajo por la presencia de Chase en el hospital.
El personal empezó a referirse a él como «Drácula».
Todas estas acciones extrañas tenían una razón, por lo menos en la mente de Chase; creía que estaba siendo envenenado, que su propia sangre se estaba convirtiendo en polvo y que necesitaba sangre ajena para reponer la suya propia y evitar la muerte".
"Su aspecto me dio otro susto. Era un hombre joven, flaco, extraño, con el pelo negro y largo, pero lo que realmente me impactó fueron sus ojos. Nunca los olvidaré.
Eran como los ojos del monstruo de la película Tiburón. No había pupilas, sólo puntos negros. Eran ojos malvados que recordé durante mucho tiempo después de la entrevista. Casi tuve la impresión de que no podía verme, que más bien miraba a través de mí, sin más".
"Quizá la información más relevante que saqué de la entrevista fue la respuesta que me dio cuando le pregunté cómo había elegido a sus víctimas.
Muchos de los anteriores entrevistadores habían sido incapaces de obtener ese dato, pero yo me había ganado la confianza de Chase y él se sintió cómodo contándomelo.
Había estado escuchando voces que le decían que matara y simplemente fue de casa en casa, probando si la puerta estaba cerrada o no. Si la puerta estaba cerrada, no entraba. Pero si estaba abierta, entraba. Le pregunté por qué no rompió simplemente una puerta si quería entrar en una casa en particular. «Oh», dijo, «si una puerta está cerrada, significa que no eres bienvenido». ¡Qué delgada era la línea entre los que evitaron ser víctimas de un crimen horrendo y los que sufrieron una muerte atroz a manos de Chase!".
"Fue la última vez que Chase me escribió. Justo después de la Navidad de 1980, lo encontraron muerto en su celda en Vacaville. Había estado ahorrando muchas pastillas antidepresivas de las que recibía para controlar sus alucinaciones y convertirlo en un preso manejable, y se las había tomado todas de una vez. Algunos dijeron que era un suicidio; otros siguieron creyendo que había sido un accidente, que Richard Trenton Chase había ingerido todas las pastillas en un intento de acallar las voces que le habían impulsado a matar y que le atormentaron hasta el día de su muerte".
"Andaba un monstruo suelto en Chicago y el asunto me tenía intrigado.
Corría el año 1946 y yo tenía nueve años".
"En la pared, el asesino había escrito con el pintalabios de la víctima el texto: «Por el amor de Dios cogedme Antes de que vuelva a matar No puedo controlarme»".
"Las personas que cometen crímenes contra otras personas, crímenes que no tienen nada que ver con el dinero, son diferentes de los delincuentes normales cuya motivación es el lucro. Los asesinos, violadores y pederastas no buscan beneficiarse económicamente de sus crímenes; lo que buscan, de una manera perversa pero a veces comprensible, es la satisfacción emocional. Esto les hace diferentes y, para mí, interesantes".
"La mayoría de las personas creen que el asesino en serie es como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde: un día es normal y al día siguiente algún impulso fisiológico se apodera de él, su pelo empieza a crecer, sus dientes se alargan y, cuando hay luna llena, tiene que cazar otra víctima. Los asesinos en serie no son así. Están obsesionados con una fantasía y tienen lo que llamaríamos «experiencias por satisfacer», que pasan a formar parte de la fantasía y les empujan a cometer el próximo asesinato. Éste es el verdadero significado del término «asesino en serie»".
"Fue por aquel entonces cuando encontré una cita de Nietzsche que me causó una honda impresión. Parecía hablar tanto de la fascinación que sentía por esta investigación como de los peligros que entrañaba. Posteriormente, la puse en una diapositiva que siempre proyectaba en mis clases y ponencias. La cita reza así:
«El que lucha con monstruos debería evitar convertirse en uno de ellos en el proceso. Y cuando miras al abismo, él también mira dentro de ti»".
"Al término de la entrevista, de pie en la puerta, Sirhan sacó el pecho, flexionó los músculos y se me presentó de perfil en toda su magnificencia. Había estado practicando bastante con pesas y se le notaba algo. Dijo: «Bueno, Sr. Ressler, ¿qué opina de Sirhan ahora?».
No contesté a la pregunta y entonces se lo llevaron. Era obvio que, en su opinión, si conoces a Sirhan, amas a Sirhan: los aspectos esquizoides de su comportamiento habían remitido en la cárcel, pero la paranoia no. No aceptó que le entrevistáramos más para el programa".
"Estaba terminando mi tercera entrevista con Edmund Kemper, un hombre enorme que medía 2 metros y cinco centímetros, pesaba casi 136 kilos, era extremadamente inteligente, había matado a sus abuelos durante su infancia, había pasado cuatro años en reformatorios y, al salir, había matado a ocho personas más, entre ellas, su madre".
"Sin embargo, Kemper y yo ya habíamos llegado al término de nuestra entrevista y, después de unos minutos más, pulsé el botón por segunda vez, todavía sin respuesta. Quince minutos después de la primera vez, pulsé el botón por tercera vez y nadie vino.
Debió de pasar una expresión de miedo por mi cara, a pesar de mis intentos por mantener la calma y la frialdad, y Kemper, muy sensible a la psique de los demás (como la mayoría de asesinos), la detectó.
«Tranquilo. Están cambiando de turno y dando la comida a los que están en las zonas de seguridad». Sonrió y se puso de pie, acentuando su tamaño enorme. «Puede que tarden quince o veinte minutos en venir por ti»".
"Le dije: «Ed, no me digas que crees que vendría aquí sin tener algún modo de defenderme».
«No me jodas, Ressler. Aquí no te dejarían entrar con armas».
«Entonces, ¿qué tienes?».
«No voy a revelar lo que pueda tener o dónde lo pueda llevar».
«Venga, venga. ¿Qué es? ¿Una pluma con veneno?».
«Quizá, pero también hay más tipos de armas».
Entonces Kemper se puso a pensar. «Artes marciales, pues. ¿Karate? ¿Tienes cinturón negro? ¿Crees que podrías conmigo?»".
"El procedimiento normal es que el entrevistador se quede en la habitación mientras el guardia lleva al preso de vuelta a su celda. Cuando Kemper se dispuso a salir con el guardia, me puso la mano en el hombro.
«Sabes que sólo estaba bromeando, ¿verdad?».
«Por supuesto», dije, soltando un gran suspiro".
"Casi todo el mundo quiere hablar con Charles Manson, principalmente para poder decir que lo han hecho, más que porque les interese lo que Manson pueda decir".
"Un día, Manson empezó a contar:
«Pues Bobby me llevó a conocer a unos traficantes de droga». Antes de que pudiera continuar, le interrumpí.
—«¿Bobby Beausoleil?».
«Sí», contestó y siguió, con la certeza de que su interrogador había hecho sus deberes y estaba al tanto de todos los datos conocidos sobre su vida, y que comprendería, por tanto, las referencias".
"Manson quería informarme —una vez que hubimos dejado atrás la fase de la conversación que yo más tarde denominaría «el cortejo»— de que realmente no sabía por qué estaba en la cárcel, ya que no estaba presente cuando los asesinatos fueron cometidos. Lo que intentaba decirme era que no se consideraba realmente culpable.
Dijo que, cuando miras un negativo fotográfico, ves una versión del mundo que está al revés y que él era esa clase de negativo de la sociedad, un reflejo que mostraba todos sus aspectos negativos".
"Una vez, durante nuestra entrevista, Manson se volvió un poco salvaje y empezó a saltar encima de la mesa para demostrarnos cómo los guardias controlan a los prisioneros en las instituciones. Yo le habría dejado despotricar un poco más pero John Conway le dijo secamente: «Charlie, bájate de la mesa, siéntate y compórtate».
En aquella ocasión, la negativa de Conway a consentir el teatro de Manson resultó ser la respuesta adecuada ya que Manson se sentó y habló más claramente sobre sus técnicas de control mental".
"A Manson le encantaban unas antiguas gafas de sol de piloto que yo había traído y decidí regalárselas. Las cogió y se las puso en el bolsillo de la camisa pero advirtió que los guardias probablemente le acusarían de haberlas robado.
Fue, efectivamente, lo que pasó. Los guardias trajeron a Manson de vuelta a la habitación mientras él se resistía y protestaba sobre lo horrible que era que alguien le creyera capaz de ratear. Puse cara seria y afirmé que le había dado las gafas de sol.
Los guardias me miraron como si fuera un gilipollas".
"Un guardia me contó que Speck una vez capturó un gorrión y lo domesticó, llevándolo en el hombro con un hilo atado a una de sus patas. Como no se permiten los animales domésticos en la prisión, uno de los guardias le dijo a Speck que se deshiciera del pájaro, pero Speck no obedeció. Después de varias discusiones, el guardia le dijo a Speck que, si no se deshacía del pájaro, lo meterían en la celda de aislamiento. Al oír eso, Speck se acercó a un ventilador y echó dentro al pájaro, que quedó destrozado.
El guardia, sorprendido, preguntó: «¿Por qué has hecho esto? Creía que te gustaba el gorrión». Al parecer, Speck contestó: «Sí, me gustaba, pero, si no es mío, no es de nadie»".
"Speck no quería hablar con nosotros. Cuando los guardias lo trajeron, adoptó una postura afectada y de mal humor. Sin embargo, uno de los guardias comenzó a hablarle, diciéndo que cuando Speck cometió los asesinatos en Chicago, él era soltero, y que le molestó que les quitara ocho mujeres jóvenes a los solteros que estaban al acecho en la ciudad. Speck soltó una risotada y empezó a soltarse un poco".
"Un ejemplo totalmente opuesto al de Speck es el de Ted Bundy, que se convirtió en el asesino más famoso de todos los tiempos, quizá porque era tan fotogénico y bien hablado que muchas personas concluyeron que era imposible que hubiera cometido los crímenes por los que fue condenado. Bundy era un hombre joven, apuesto e inteligente, que parecía tener un gran atractivo sexual para algunas personas. Los medios de comunicación lo describían como una persona culta, respetada, aseada, un antiguo estudiante de derecho, un tío guay, casi un asesino benévolo, un buen amante que mataba a sus víctimas con rapidez.
Nada más lejos de la realidad. Ted Bundy no era el Rodolfo Valentino de los asesinos en serie, sino un hombre brutal, sádico y pervertido".
"El tipo era un animal y me sorprendió que los medios de comunicación fueran incapaces de comprenderlo".
"Bundy me ofreció la mano antes de que yo pudiera ofrecerle la mía.
Empecé a presentarme y me dijo: «Ah, Señor Ressler, sé quién es usted; he estado leyendo cosas suyas durante años»".
"En su celda tenía muchos de los informes publicados por la Unidad y se preguntaba por qué yo no había ido a verlo antes. Le dije que sí había ido pero que no pude esperar a que se resolviera el asunto de la apelación. Bundy dijo que lamentaba no haber podido atenderme antes y que ahora estaba dispuesto a hablar porque «me gusta hablar con alguien con quien puedo conectar, alguien que comprende de lo que hablo». Era un intento obvio de controlarme y me alegré de entenderlo así cuando me senté a charlar con él".
"Antes de entrar en detalles sobre quiénes son esos asesinos y cómo se han formado, permítanme dejar bien claro que nadie pasa de repente, a los 35 años, de ser una persona perfectamente normal a tener un comportamiento profundamente malvado, disruptivo y homicida. Los comportamientos precursores del asesinato siempre han estado presentes y llevan mucho mucho tiempo desarrollándose —desde la infancia—".
"Una de las tareas de los padres es enseñarle a su hijo la diferencia entre lo bueno y lo malo. Nuestros asesinos, sin embargo, llegaron a la edad adulta sin que nadie les hubiera enseñado que no se le debe meter algo en el ojo a un cachorro porque causa daño, o que destruir la propiedad ajena no está permitido".
"Cuando lo entrevisté en la cárcel, muchos años después, Monte me dijo que, si le hubieran dejado ir con su padre en vez de con su madre, estaría en la facultad de derecho y no en una cárcel, condenado a cadena perpetua. Su conclusión es cuestionable, pero el sentimiento es real. En cualquier caso, ¡menuda infancia tuvo!".
"Pronto se casó con una mujer divorciada con varios hijos que describiría sus relaciones como más o menos normales al principio, aunque hubo unos incidentes extraños. Por ejemplo, cuando ella dijo que el comportamiento de su exmarido la deprimía y que quería suicidarse, su nuevo marido se ofreció a matarla y empezó a ahogarla con una almohada".
"Un asesino me dijo: «Nadie se molestó en averiguar cuál era mi problema y nadie sabía nada sobre el mundo de mis fantasías»".
"Lo que empieza como una fantasía termina como parte del ritual homicida".
"En su anuario escribió: «La vida es una autopista con muchas salidas (no te pierdas)»".
Robert K. Ressler
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