domingo, 4 de agosto de 2019

Citas: Y por eso rompimos - Daniel Handler


"Pero irá, irá y mirará. Tú no, Ed. Tú no acudirás. Probablemente te encuentres en el piso de arriba, sudoroso y solo.
Deberías estar duchándote, pero estarás tumbado en la cama con el corazón destrozado, o eso espero".

"Es un día hermoso, soleado y todo eso. De esos en los que piensas que todo saldrá bien, etcétera.
No es el día adecuado para esto, no para nosotros, que estuvimos saliendo cuando llovía, entre el 5 de octubre y el 12 de noviembre. Pero ahora estamos en diciembre, el cielo está radiante y lo tengo claro. Te voy a explicar por qué rompimos, Ed. Te voy a contar en esta carta toda la verdad de por qué sucedió. Y la maldita verdad es que te quise demasiado".

"Así que metí todo en la caja y esta dentro del armario, y encima amontoné algunos zapatos que nunca me pongo. Cada uno de los recuerdos del amor que compartimos, los tesoros y despojos de esta relación, como la purpurina en los desagües cuando un desfile ha terminado, toda arremolinada contra el bordillo. Voy a tirar la caja entera de nuevo en tu vida, Ed, cada objeto tuyo y mío. Voy a tirarla  en tu porche, Ed, aunque es a ti a quien estoy tirando".

"El mundo vuelve a ser lo que era, es lo que dice su sonrisa".

"Te quise y ahora te devuelvo tus cosas, las saco de mi vida como a ti, es lo que dice la mía".

"—Cuando cumplas veintiuno te compraré el coche —le dije—. Esta noche toca la corbata y algo…
Al suspiró, muy lentamente, mirándome.
—No puedes hacerlo, Min.
—Puedo encontrar lo que tu corazón desea. Mira, lo hice una vez".

"—La chaqueta está ahí para cuando tengas frío.
—Sí, porque yo estaré acurrucada en algún lugar ahí fuera mientras tú disfrutas de un mundo de pasión y aventura.
—Y de pesto, Min. No te olvides del pesto".

"Me parte el corazón devolverte esto, pero así quedamos igualados porque tú ya tienes el corazón roto, o eso creo".

"—¿Cómo? —exclamaste contemplando a la anciana, que bajaba por la avenida.
—Lottie Carson —dije.
—¿Quién?
—La del cine.
—Sí, la vi en la última fila. Con el sombrero.
—No, esa es Lottie Carson —repetí—. Al menos, eso creo. La que aparecía en la película. Greta.
—¿De verdad?
—Sí.
—¿Estás segura?
—No —admití—, por supuesto que no. Pero podría ser.
Salimos y tú entrecerraste los ojos y frunciste el ceño.
—No se parece en nada a como sale en la película.
—Eso fue hace años y años —dije—. Tienes que utilizar la imaginación. 
Si fuera ella, significa que se coló en el Carnelian para verse a sí misma en tierras salvajes, y nosotros somos los únicos que lo sabemos.
—Si fuera ella —repetiste—. Pero ¿cómo puedes estar segura?
—No hay manera de estar seguros —dije—. Al menos, ahora. Pero, ¿sabes qué?, tuve una corazonada durante el gran beso del final.
Sonreíste y supe en qué beso estabas pensando.
—Tuviste una corazonada.
—No me refiero a ese beso —respondí sintiendo de nuevo tus manos que apartaban cariñosamente mi pelo de nuestros rostros—. El beso de la película".

"—¿Tienes reloj? No importa, contaremos hasta doscientos.
—¿Cómo?
—Los segundos. Uno. Dos.
—Min, doscientos segundos no son tres minutos.
—Oh, claro.
—Doscientos segundos no podrían ser tres nada. Son ciento ochenta.
—¿Sabes qué?, acabo de recordar que eres bueno en matemáticas.
—Vale ya.
—¿Qué pasa?
—No me fastidies con lo de las matemáticas.
—No te estoy fastidiando. Solo estoy recordando. Ganaste un premio el 

año pasado, ¿no?
—Min.
—¿Qué se siente?
—Solo fui finalista, no gané. Veinticinco personas lo consiguieron.
—Bueno, pero la cuestión es…
—La cuestión es que me resulta incómodo, y Trevor y todo el mundo se burlan de mí con eso.
—Yo no. ¿Quién haría algo así? Son matemáticas, Ed. No es como si…, no sé, fueras un tejedor realmente bueno. No es que tejer…
—Es de maricones, igual que lo otro.
—¿Cómo? No…, las matemáticas no son de maricones.
—Lo son, algo así.
—¿Einstein era homosexual?
—Tenía pelo de marica.
Miré tu pelo, y luego a ti. Tú sonreíste con los ojos fijos en un chicle que había en la acera.
—Realmente vivimos en mundos diferentes, eh… —dije.
—Sí —afirmaste—. Tú vives donde tres minutos son doscientos segundos".

"Así que nos marchamos, entramos y sin más salimos, pero no sin que antes cogieras una caja de cerillas de la enorme copa de coñac colocada al lado de la puerta y la apretaras contra mi mano, otro regalo, otro secreto, otra ocasión para inclinarte y besarme.
—No sé por qué estoy haciendo esto —dijiste, y te devolví el beso con la mano llena de cerillas apoyada en tu nuca".

"La noche después de perder mi virginidad, después de que me dejaras en casa y tras varias horas sobre la cama, sin hacer nada, cansada e inquieta, hasta que me incorporé y salí a contemplar el atardecer en el horizonte…, esa noche desaparecieron otras siete u ocho cerillas. Y la tercera noche fue después de que rompiéramos, lo que hubiera merecido un millón de cerillas, pero solo recibió las que me quedaban. Esa noche tuve la sensación de que, encendiéndolas en el tejado, de algún modo, las cerillas lo quemarían todo, de que las chispas de las llamas incendiarían el mundo y a todas las personas con el corazón roto. Deseaba que todo se transformara en humo, que tú te volvieras humo, aunque esa película sería imposible de hacer, demasiados efectos, demasiado pretenciosa para lo diminuta y mal que me sentía. Hay que quitar ese fuego de la película, no importa cuántas veces lo vea en las pruebas de rodaje. Pero lo quiero de todos modos, Ed, quiero conseguir lo imposible, y por eso rompimos".

"—No conozco a ninguna chica como tú —aseguraste.
—¿Cómo?
—Que no conozco a ninguna…
—¿Qué quiere decir como yo?
Suspiraste y luego sonreíste y te encogiste de hombros y volviste a sonreír. El móvil tenía estrellas plateadas y cometas que brillaban en círculos en torno a tu cabeza, como si te hubiera golpeado hasta dejarte sin sentido en un cómic.
—¿Bohemia? —propusiste.
Me planté delante de ti.
—Yo no soy bohemia —exclamé—. Jean Sabinger es bohemia. Colleen Pale es bohemia.
—Esas son raras —dijiste—. Espera, ¿son amigas tuyas?
—¿Es que entonces no son raras?".

"—Y la película esa —sacudiste la cabeza y lanzaste un extraño suspiro—. Si Trev se enterara de que he visto algo así, pensaría…, no sé lo que pensaría. Esas películas son para maricas, sin ánimo de ofender a tu amigo Al.
—Al no es marica —protesté.
—Ese tío hizo una tarta.
—Yo la hice.
—¿Tú? Pues sin ánimo de ofender, pero estaba asquerosa.
—Se suponía —exclamé— que debía estar amarga, horrible como una fiesta de cumpleaños de los amargos dieciséis, en vez de dulce.
—Nadie la probó, sin ánimo de ofender.
—Deja de decir sin ánimo de ofender cuando haces comentarios ofensivos —me quejé—. Eso no te da carta blanca".

"—Y tú ¿qué haces?
—Les compro flores.
—Eso es caro.
—Sí, bueno, ese es otro asunto. Ellas no hubieran comprado las entradas para la película como has hecho tú. Yo pago todo, o tenemos otra discusión y les vuelvo a comprar flores.
Me gustaba que no fingiéramos que no había habido otras chicas, lo admito. Siempre había una chica contigo en los pasillos del instituto, como si las regalaran con las mochilas.
—¿Dónde las compras?
—En Willows, por encima del instituto, o en Garden of Earthly Delights si las de Willows no están frescas.
—Me estás hablando de flores frescas y piensas que Al es homosexual.
Un rojo intenso te cubrió ambas mejillas, como si te hubiera abofeteado".

"—¡Te veo el lunes! —gritaste como si acabaras de descubrir los días de la semana.
Pensábamos que teníamos tiempo. Me despedí con la mano, pero fui incapaz de responder, ya que por fin estaba permitiéndome sonreír tan ampliamente como había deseado durante toda la tarde, toda la noche, cada segundo de cada minuto contigo, Ed. Mierda, supongo que ya te quería entonces. Condenada como una copa de vino que sabe que algún día se romperá, como unos zapatos que se rozarán rápidamente, como esa camisa nueva que no tardarás en manchar".

"Y esta nota fue una bomba que me dejó como un flan, haciendo tictac bajo mi vida cotidiana, guardada en mi bolsillo todo el día y releída con avidez, en mi bolso toda la semana hasta que temí que se arrugara o alguien la fisgase, en mi cajón entre dos libros aburridos para escapar del escrutinio de mi madre y luego en la caja y ahora de vuelta a tus manos. Una nota, ¿quién escribe una nota como esta? ¿Quién eras tú para dejármela? Retumbaba en mi interior sin parar, provocando una explosión tras otra, con la emoción de tus palabras como metralla nerviosa en mi corriente sanguínea.
No puedo tenerla cerca más tiempo. Voy a arrojártela como una granada tan pronto como la desdoble y la lea y llore una vez más. Porque yo tampoco, y que te jodan. 
Incluso ahora".

"—Entonces, tú y Ed Slaterton. No hemos hablado mucho de ello. ¿Qué…, qué…?
—No lo sé —respondí, celo, celo—. Él…, va bien, creo.
—Vale, no es asunto mío.
—No es eso, Al. Es solo que…, que…, ya sabes, él es… frágil.
—Ed Slaterton es frágil.
—No, la relación. Me refiero a él y yo, así lo siento".

"Echaría a perder cualquier día, todos mis días, por aquellas largas noches contigo, y lo hice. Y por eso nuestra relación quedó condenada justo en aquel momento. No podíamos tener únicamente las mágicas noches murmurando a través de los cables.
Debíamos pasar también los días, los luminosos e impacientes días que lo estropeaban todo con sus inevitables horarios, las clases obligatorias que no coincidían, los fieles amigos que no se marchaban, las imperdonables aberraciones rasgadas de la pared sin hacer caso a las promesas pronunciadas pasada la medianoche, y por eso rompimos".

"Tus ojos mostraban tanta dulzura cuando me acompañaste a la parada del autobús mientras ellos se alejaban en dirección contraria…
Los vi arremolinarse y reír. Oh, Ed, dondequiera que sirva este   dinero, pensé con tu mano sobre mi cadera y la moneda inútil en el bolsillo, dondequiera que se pueda usar, cualquier extraña tierra que sea, vayámonos allí, quedémonos en ese lugar, solos".

"—Tú no eres mi verdadera madre —dijiste, y obviamente se trataba de una vieja broma.
Tu preciosa hermana te arrancó la goma de la mano y la dejó caer en la mía, como un gusano blanducho, una serpiente perezosa, un lazo totalmente abierto y dispuesto a amarrar algo en un rodeo.
—Si yo fuera tu verdadera madre… —dijo ella.
—Ya sé, ya sé, me habrías estrangulado en la cuna".

"Pero estoy tratando de mostrar la realidad, como sucedió, y honestamente me pareció diferente entonces, diferente de esa desagradable imagen.
Puedo ver la suavidad con la que te movías, la excitación que suponía estar allí contigo sin que nadie supiera dónde nos encontrábamos ni lo que estábamos haciendo. Fue distinto y hermoso, Ed, el modo en el que nos movíamos y nos tocábamos, no éramos solo dos chavales enrollándose como en una película. Incluso ahora es lo que intento imaginar, y no solo los besos y la ropa y el tranquilo, tenso y raro momento posterior, preguntándonos lo tarde que era, dando gracias al cielo de que no hubiera ningún golpeteo cruel en la ventanilla rodeado de risas. Pero no solo eso, sino también las cosas que no puedo recordar, que no puedo soportar recordar, y las cosas que no vi hasta que finalmente llegué a casa y encendí la luz del baño, primero para mirar mi reflejo y luego mi mano lastimada con unas extrañas magulladuras en la palma, dolorosas, que casi me rompían la piel. Casi las puedo sentir ahora, mientras sujeto este camión de juguete, aquellas marcas producidas en la parte trasera de aquel coche por aferrarme con tanta fuerza, jadeando y con una alegría salvaje, a este extraño objeto que me diste y que no puedo soportar mirar de nuevo".

"Fuera el cielo se despejó de forma tan repentina y mágica como un vampírico atardecer portugués acompañado de pájaros empenachados y una banda sonora de arpa. No duró, no estuvo despejado mucho más tiempo, y por eso rompimos, pero al cerrar este libro para devolvértelo, no pienso en eso, sino en nosotros sujetándolo entre las manos para comprarlo y traérnoslo, porque, maldita sea, Ed, esto no fue por lo que rompimos. Me encanta, lo echo de menos, odio devolvértelo, esta cosa complicada es por la que permanecimos juntos".

"Lo recogí y me ruboricé al pensar cómo se había entremezclado con mis cosas. Lo coloqué en el cajón, lo que quiera que fuese, luego en la caja y ahora te toca a ti ruborizarte y lamentarte. Quién sabe, tal vez sea una semilla de algún tipo, un fruto, una vaina, un unicornio que cabalgaba entre el sotobosque donde nos recostamos juntos. Ponlo en agua, podría haberlo hecho yo, haberlo  cuidado, y quién sabe lo que habría crecido, lo que habría sucedido con esta cosa del parque donde te amé, Ed, tanto".

"—Soy virgen.
Estuviste a punto de escupir el zumo de naranja.
—Vale.
—Pensé que tenía que decírtelo.
—Está bien.
—Porque no lo había hecho antes.
—Escucha, no pasa nada —tosiste un poco—. Algunas de mis mejores amigas son vírgenes.
—¿De verdad?
—Ehhh. Bueno, no. Supongo que ya no".

"Y mi paraguas, lo extravié aquel día, ¿dónde está? Sé que lo llevaba por la mañana. Si lo tienes tú, Ed, devuélvemelo, porque me siento perdida sin él en los días lluviosos, aunque ahora estamos en diciembre, así que toca nieve, eso dicen, y un paraguas en una tormenta de nieve es ridículo, como un cinturón de seguridad si no estás en un coche, o un casco si no vas en bicicleta. Lo necesito igual que un pez, una bicicleta o comoquiera que sea el dicho, igual que el café  tiene que tomarse solo, igual que a una virgen le hace falta un novio. Hay tantas cosas que nunca recuperaré…".

"Así que te quedas solo, o con una única persona a la que contárselo, mi amigo Al. Así que se lo cuentas, algo injusto e incómodo, únicamente porque tienes que hacer la pregunta, y por eso le dije a mi amigo Al, qué idiota, si podía preguntarle algo.
—Claro —respondió trasteando con los platos.
—Es algo personal. 
Al cerró el grifo y me miró desde la puerta con el paño sobre el hombro.
—Vale.
—Me refiero a que no se trata de que tenga la regla o de que mis padres me peguen, sino de algo personal.
—Sí, es duro cuando tus padres te pegan y además tienes la regla.
—Al.
—Min.
—Es sobre sexo.
La casa se sumió en el silencio igual que cualquier habitación ante la palabra sexo, e incluso los músicos de jazz se inclinaron hacia delante con la esperanza de escuchar a través de los altavoces mientras continuaban tocando.
—Cerveza —exclamó Al, una reacción que me sorprendió—. La necesito, ¿quieres una?".

"—¿Qué piensa la gente de eso?
—¿La gente? —repitió Al.
—Al. La gente diferente. ¡Ya sabes!
—La gente diferente piensa cosas diferentes".

"Te encorvaste un segundo mientras pedía mi café, ignorando las miradas que te lanzaba la camarera. Me lo alargaste, pero yo ya había cogido lo que quería, había vuelto a robar en Lopsided’s, así que te distraje con la conversación hasta que vino el café y olvidaste que había desaparecido. Aunque tú también me la jugaste; sin embargo, el reverso de la servilleta lo descubrí demasiado tarde, no cuando llegué a casa, ni cuando la guardé en la caja, sino cuando tenía el corazón destrozado y lloroso, cuando ya no era cierto. Igual que nosotros descubrimos, cuando la camarera soltó el café y la cuenta y se marchó sigilosamente, que no había azúcar en nuestra mesa: cuando era demasiado tarde, Ed, para solucionarlo".

"—¿Esta vez ha sido mejor? —preguntaste.
—Se supone que duele —respondí.
—Lo sé —dijiste, y pusiste ambas manos sobre mi cuerpo—. Aunque supongo que lo que quiero saber es ¿qué se siente?
—Como si te metieras un pomelo entero en la boca.
—¿Quieres decir que entra justo?
—No —respondí—, quiero decir que no encaja. ¿Has intentado alguna vez meterte un pomelo entero en la boca?
Las risas fueron lo mejor".

"Cuando Al me dejó en casa, exhausta y destrozada, para subir al techo del garaje y repasar todo de nuevo, llorando sola, no había ni siquiera estrellas en el cielo. Las últimas cerillas fueron mi única luz, lo único que me quedaba, y luego esas cerillas, esas que tú me diste, cabrón, esas murieron y se convirtieron en nada también".




Daniel Handler

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