domingo, 30 de diciembre de 2018

Citas: El día antes de la felicidad - Erri De Luca


"Miré hacia arriba: detrás de los cristales de una ventana del tercer piso estaba ella, la niña a la que yo intentaba mirar a hurtadillas. Estaba en su sitio, con la cabeza apoyada en las manos. Generalmente miraba el cielo, en aquel momento no, miraba hacia abajo".

"¿Cómo no había tenido miedo? Comprendí que mi miedo era tímido, para salir al descubierto necesitaba estar solo. Allí, por el contrario, estaban los ojos de los niños por debajo y los de ella por encima. Mi miedo se avergonzaba de salir. Se vengaría más tarde, por la noche en la cama a oscuras, con el susurro de los fantasmas en el vacío".

"Qué estúpido al mirar si ella estaba mirando. Había que creérselo sin comprobarlo, igual que se hace con el ángel de la guarda".

"Al principio del juego estaba límpida, podía ver reflejada allí a la niña en los cristales, mientras mi equipo atacaba. Nunca me tropezaba con ella, no sabía cómo era el resto del cuerpo, por debajo de la cara apoyada en las manos. En los días de sol, desde mi ventanuco conseguía remontarme hasta ella a través del rebote de los cristales. Me quedaba mirándola hasta que me lagrimaban los ojos a causa de la luz. Los cristales cerrados de la ventana del patio permitían que el reflejo con ella dentro se asomara hasta mi rincón de sombra. Cuántas vueltas daba su retrato para llegar hasta mi ventanuco. Hacía poco que a un piso del edificio había llegado un aparato de televisión. Oía decir que se veían personas y animales que se movían, pero sin colores.
En cambio, yo podía mirar a la niña con todo el marrón de su pelo, el verde del vestido, el amarillo que ponía el sol".

"Se escribía con plumilla y con la tinta que estaba en cada pupitre dentro de un agujero. Escribir era como pintar, se mojaba la plumilla, se dejaban caer las gotas hasta que solo quedaba una y con ésta podía escribirse casi media palabra. Después se mojaba otra vez. Nosotros los de la pobreza secábamos la hoja con el aliento cálido.
Bajo el soplido, el azul de la tinta temblaba cambiando de color. Los demás secaban con el papel secante. Era más hermoso nuestro gesto, que levantaba viento sobre la hoja extendida. Los demás, en cambio, aplastaban las palabras bajo la cartulina blanca".

"Vino el miedo, aprovechando que no había nadie. No se oía ruido de agua, era una oscuridad seca. El miedo, al cabo de un rato, se cansa".

"—Los judíos: ¿es que estaban hechos de un material distinto? ¿Que no creen en Jesús?, pues yo tampoco. Es gente como nosotros, nacida y criada aquí, que hablan en dialecto".

"—(...)Los judíos están entrenados para huir, como nosotros, que tenemos el terremoto debajo de los pies y el volcán siempre listo. Nosotros, sin embargo, no huimos de casa con libros".

"—¿Qué le contestó, por qué no lo vendió?
—Porque yo no vendo carne humana. Porque en guerra la gente saca a relucir lo peor y también lo mejor. Porque llegó descalzo, quién sabe el porqué. No me acuerdo de lo que le contesté, hasta puede ser que no le contestara nada. En aquel momento, la historia había terminado y no importaban los porqués. Escuchaba sus pensamientos y contestaba, pero él no podía escuchar los míos. Con los pensamientos de los demás no se puede hablar, son sordos".

"—Entonces, don Gaetano, ¿es verdad eso que cuentan de usted, que escucha los pensamientos en las cabezas de las personas?
—Es verdad y no es verdad, ciertas veces sí y ciertas veces no. Es mejor así, porque hay que ver la de pensamientos horribles que tiene la gente.
—Si yo pienso una cosa, ¿usted la adivina?
—No, chaval, a mí me llegan los pensamientos que se les pasan volando a las personas, esos que uno ni siquiera sabe que ha pensado. Si te pones a estudiar una cosa tuya, eso se queda contigo. Pero los pensamientos son como los estornudos, te salen fuera de repente y yo los oigo.
Por eso sabía las cosas de todo el mundo, por eso tenía una tristeza dispuesta para lo peor y una media sonrisa para desprenderse de ella. A los lados de los ojos se le abrían las arrugas y por allí se le escurría la melancolía".

"—Una persona emplea toda su vida en llenar las estanterías y un hijo no ve la hora de vaciarlas y de tirarlo todo. ¿Qué será lo que meten en las estanterías vacías, queso curado? Basta con que me los quite de aquí, me dicen. Y allí está la vida de una persona, sus caprichos, los gastos, las renuncias, la satisfacción de ver crecer su propia cultura en centímetros, como una planta".

"—Don Gaetano, ¿ocultó usted a un santo?
—No era un santo, yo le oía discutir con el padre eterno, decirle que su fe era una condena. Estamos marcados por la circuncisión, llevamos escrita en el cuerpo la denuncia. El nuestro nos ha quitado el aliento y nos ha dejado el fango.
»Así llamaba al padre eterno, el nuestro. No era un santo, sino uno que se peleaba con ese nuestro suyo.
—Entonces el santo es usted, que arriesgó la vida para ocultar a un desconocido.
—Veo que quieres encontrar un santo a toda costa.No existen, ni tampoco los diablos. Lo que hay son personas que hacen algunos gestos buenos y bastantes otros malos. Para hacer uno bueno cualquier momento es adecuado, pero para hacer uno malo hacen falta ocasiones, comodidades. La guerra es la mejor ocasión para hacer porquerías. Concede el permiso. Para un buen gesto, en cambio, no hacen falta permisos".

"—Más que la ropa, o los zapatos, los libros llevan su huella. Los herederos se desprenden de ellos por exorcismo, para librarse del fantasma. La excusa es que hace falta sitio, nos ahogamos con los libros".

"»Es aquí donde no somos nada, amontonados los unos sobre los otros en los callejones. Allá, cuando te cruzabas con un hombre, era un amigo, uña y carne, o un asesino. Argentina ha sido una patria de prófugos, quien venía de una fuga allá dejaba de mirar hacia atrás".

"»En Argentina olvidé. Cada cosa nueva que aprendía borraba una de mi vida
anterior".

"—¿Es usted el señor La Capa?
—A su servicio, excelencia.
—Tengo una citación para usted.
El zapatero pone cara afable, le dice que se siente, que le traerá un vaso de agua.
—Cuánto siento provocarle yo esa agitación —y mientras tanto le toca para hacer que se siente.
—¿Qué agitación? Pero ¿qué dice usted? Señor La Capa, tengo aquí una citación para usted.
El zapatero había decidido que aquel hombre estaba algo agitado. Le puso en la mano el vaso de agua.
—Pero si no tengo sed, señor La Capa, no perdamos el tiempo, vengo del ministerio de Hacienda.
—Claro, con estas cosas hay que tener paciencia.
—¿De qué habla? Soy un funcionario de los impuestos.
—Ah, ¿conque es usted un impostor?
—Pero ¿cómo se atreve usted...?".

"—Todo en este edificio es más pequeño de como lo recordaba de niña, excepto tú.
Su voz atravesó las edades. Empezó infantil y acabó adulta. Cuando llegó al tú, me tocó el brazo. Seguí su mano, que me lo elevó hasta su hombro. El otro brazo se fue solo a la curva de su cadera: la figura del principio de un baile".

"—Te he esperado hasta olvidar el qué. Me ha quedado una espera en los despertares, al saltar de la cama e ir al encuentro del día. Abro la puerta no para salir, sino para dejar que entre.
Apoyé mi sien en la suya.
—Anna, ha pasado una eternidad.
—Se ha acabado. Ahora empieza el tiempo, que dura momentos"-

"—Esperaba todos los días que la pelota fuera a parar al balcón cerrado. Lo escalaba apoyado en ti que me mirabas. Y después, desde el balconcillo, una vez que les tiraba el balón para quitarme de encima sus ojos, tenía que alcanzar tu cara en los cristales. Teníamos que habernos casado entonces, de niños. ¿Cómo pudiste reconocerme?
Apartó la sien, me miró al perfil de la vela.
—Necesito un beso para contestar".

"—Eres la parte perdida que vuelve desde lejos para acoplarse.
La luz subía desde nuestros pies y nos embadurnaba de calor el rostro.
—Esto no es una vela, es un bosque en llamas —dijo".

"Anna me cogió la mano y la apoyó en su regazo.
—No tenemos tiempo, ha caducado, estamos robando una prórroga.
—¿Entonces confundo el final con el principio, el primer beso con el último?
—Los besos no se cuentan, costado mío, ése no era el beso uno, tal vez el milésimo de los esperados. Ningún beso es el primero, todos son los segundos. El primero te lo di detrás de los cristales el día de la escalada al balcón. Por mí subías el precipicio. Te concedí entonces mi primera vez".

"Su mano apretó la mía, donde aún me escocían las ampollas.
—Y éste es otro segundo beso porque también las manos se besan y se abrazan.
—Tienes unos párpados tan curvados como las quillas de las barcas, Anna.
—Tengo párpados que no duermen y no lloran2.

"¿Qué nos separa, qué tiempo está a punto de terminar? El pensamiento encontró su respuesta".

"—¿Tienes miedo? Sí, tiembla, costado mío, tu escalofrío es solo un adelanto.
Tiembla tranquilo, aquí en la mazmorra puedes temblar a salvo.
Me pasó una caricia helada por la frente que ardía. El gesto se llevó el miedo, un trapo que quita el polvo".

"Me quedé detrás del portón cerrado. El niño había sido atendido. De todas mis carencias, me había colgado de la más fantástica, el beso de Anna. No sentí como carencia lo que corresponde a una infancia, una familia. Me las había apañado sin ella, como muchos otros en la posguerra".

"Me había salvado del orfanato, al que estaba destinado. De toda la infancia escogí como carencia la niña ante los cristales. Cuando desapareció de allí, la vida se restringió a jaulita. Tenía que vivir sin la libertad de levantar la mirada. Diez años después, Anna había bajado desde el tercer  piso hasta la mazmorra para nuestras bodas de niños. El tiempo era una carta y se había cerrado con un beso".

"—Ella dice que está loca.
—Los locos no lo saben y no lo dicen".

"»Es la edad arriesgada. Las mujeres tienen una exaltación física que nosotros no podemos conocer. Nosotros podemos exaltarnos por una mujer, ellas se exaltan por la
fuerza contenida en su interior. Es una energía antigua de las sacerdotisas que custodiaban el fuego".

"—¿Qué debo hacer?
—Corta poco la piel, que no hay que desperdiciar nada de las patatas. Debe ser como la viruta de la madera que levanta el cepillo.
—¿Qué debo hacer con Anna?
—Tienes que verla, tienes que conocerla para poder quitártela de tus pensamientos. No es para ti. Pero no serás libre si no llegas a conocerla".

"Y ese sábado me rompí la nariz. Me había tirado entre los pies para atrapar el balón, yo llevaba ventaja, pero el otro, en el ímpetu de la carrera, tiró de todas formas y me alcanzó en la nariz. No solté la presa, el árbitro pitó la falta, al llevarme la mano a la nariz me la encontré desplazada. Debía causar impresión, los demás me miraban asustados. Un estudiante de medicina me cogió la nariz entre sus dedos y me la enderezó con un gesto seco. El cartílago había descarrilado y él lo había vuelto a poner en su sitio. Me dijo que había una entrada en el hueso, una fisura. Me sustituyeron, me puse hielo en la nariz para contener la pérdida de sangre.
El adversario, al final del partido, se acercó para disculparse. Me acordé de una frase de los relatos de don Gaetano, contesté:
—Son cosas que pasan el día antes.
—¿El día antes de qué?
—El día antes de la felicidad".

"De Anna y de la felicidad eso era lo que sabía, su nombre".

"Me besó la punta de los labios, pasó la lengua por ellos.
—Tienes un buen sabor, me he contenido para no comerte.
No sonreía.
—¿Puedo besarte yo?
—No, tú eres polen, obedéceme a mí que soy el viento".

"¿Estaba loco yo también o aquél era el nombre impronunciable de amor? Cuando alguien lo decía en el cine, lo malgastaba. Y, sin embargo, los actores estaban especializados en decirlo, habían estudiado en la academia, se habían entrenado ante el espejo, se habían exhibido ante un jurado y ante el público para decir por fin: te amo".





Erri De Luca

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