sábado, 11 de agosto de 2018

Citas: Conversaciones con Kafka - Gustav Janouch


"Recuerdo que un día me dijo: «A veces tienen que transcurrir muchos años para que el oído esté preparado para recibir una determinada historia. Las personas, por su parte, como nuestros padres y todos aquellos a quienes queremos y respetamos, tienen que morir para que aprendamos a comprenderlas bien»".

"—¿Por qué te quedas ahí de pie? —preguntó al cabo de un rato—. Siéntate. —La tensión de mi rostro hizo que entrecerrara pícaramente los ojos. —No tengas miedo, no pienso reñirte —empezó a decir amistosamente—. Quiero hablar contigo de tú a tú. Olvídate de que soy tu padre y escúchame: tú escribes poesías.
Dicho esto me miró como si fuera a presentarme una factura.
—¿Cómo lo sabes? —dije entre balbuceos—. ¿Cómo te has enterado?
—Muy sencillo —dijo mi padre—. Cada mes nos llega una factura de electricidad desorbitada. Investigué la causa de este consumo extraordinario y descubrí que dejas encendida la luz de tu habitación hasta altas horas de la noche. Como quería saber qué demonios hacías, no te perdí de vista. Comprobé que escribías sin parar y que rompías lo escrito una y otra vez o lo escondías vergonzosamente en el piano. Así que una mañana, mientras tú estabas en la escuela, rebusqué entre tus cosas.
—¿Y? —pregunté tragando saliva.
—Y nada —repuso mi padre—. Descubrí un cuaderno negro titulado El libro de las experiencias. Eso me pareció interesante, pero tan pronto como me di cuenta de que era tu diario, lo dejé. No quiero saquearte el alma".

"—(...) Nada en mí es definitivo. —Kafka rió de nuevo.
Yo reí con él aunque no lo comprendiera.
—Lo único definitivo es el dolor —dijo muy serio—".

"—(...) ¿Cuándo escribe usted?
Su pregunta me sorprendió, así que contesté muy aprisa:
—Al final de la tarde o por la noche. Durante el día, muy pocas veces. Soy incapaz de escribir durante el día.
—El día tiene mucha magia.
—Me molestan la luz, la fábrica, las casas, las ventanas de enfrente. Pero sobre todo la luz. La luz desvía la atención.
—Quizá la desvíe de la oscuridad de nuestro interior. Es bueno que la luz subyugue al hombre. Si no fuera por mis horribles noches de insomnio, yo no escribiría en absoluto. Pero así se me hace patente una y otra vez mi oscuro estado de incomunicación.
Se me pasó por la cabeza si no sería él mismo la desgraciada chinche de La metamorfosis".

"Kafka tiene grandes ojos grises bajo unas densas cejas oscuras. Su cara morena es muy vivaz. Kafka habla a través de su rostro.
Siempre que puede sustituye las palabras por un movimiento de la musculatura facial. Una sonrisa, una contracción de las cejas, el fruncimiento de su estrecha frente, un asomar o aguzar los labios… Todo ello son movimientos capaces de sustituir frases articuladas".

"—El doctor Kafka te aprecia mucho —le dije a mi padre—. ¿Cómo os conocisteis?
—Nos conocemos de la oficina —respondió—. Pero intimamos más cuando me ocupé del diseño de los archivadores. Al doctor Kafka le gustó mucho el modelo que presenté. Así empezamos a hablar y me confesó que, por las tardes, después de la oficina, iba a que le diera clases el carpintero Kornháuser de la calle Podébrady, en el Karlín. Desde entonces empezamos a hablar más a menudo de temas personales. Después le di tus poesías y así nos hicimos… buenos conocidos.
—¿Y por qué no amigos?
Mi padre negó con la cabeza.
—Demasiado tímido e introvertido para una amistad".

"—(...) El trabajo intelectual nos arranca de la sociedad humana. En cambio, la realización de un oficio nos acerca a las personas".

"—Pero no querrá abandonar su puesto aquí, ¿verdad?
—¿Por qué no? Sueño con ir a Palestina como artesano o agricultor.
—¿Y lo dejaría todo atrás?
—Cualquier cosa con tal de encontrar una vida que tenga sentido y esté rodeada de seguridad y belleza".

"—(...) En la realidad el poeta siempre es mucho más pequeño y débil que el promedio social. Por eso siente el peso de la existencia terrenal con mucha mayor intensidad y fuerza que los demás. Para él, sus cantos no son más que gritos.
Para el artista, el arte consiste en un sufrimiento que lo deja libre para otro sufrimiento nuevo. No es un gigante, sino sólo un pájaro de colores más o menos brillantes encerrado en la jaula de su propia existencia".

"Su postura era muy extraña, como si quisiera pedir disculpas por su estatura. Todo su cuerpo parecía querer decir: «Por favor, pero si soy completamente irrelevante… Me dará usted una gran alegría si no se fija en mí»".

"Su modo de hablar se parecía a sus manos.
Tenía manos grandes y fuertes, de palmas anchas, dedos finos y delicados con uñas planas en forma de pala y articulaciones y nudillos prominentes, pero muy frágiles.
Cuando recuerdo la voz, la sonrisa y las manos de Kafka siempre pienso en una observación de mi padre.
Decía: «Fuerza combinada con una temerosa delicadeza; una fuerza para la que precisamente lo pequeño es lo más difícil»".

"—Para usted, Treml es alguien completamente extraño. Le mira como si fuera un bicho raro metido en una jaula. 
Pero entonces el doctor Kafka me miró a los ojos casi con enfado y dijo en voz baja y áspera por la energía reprimida:
—Se equivoca. Soy yo, y no Treml, quien está metido en una jaula.
—Es natural. La oficina…
El doctor Kafka me interrumpió:
—No sólo aquí, en la oficina, sino en general. —Dicho esto apoyó el puño derecho sobre el corazón. —Yo siempre llevo las rejas dentro de mí".

"—Cada cual vive detrás de una reja que siempre lleva consigo. Por eso ahora se escribe tanto sobre animales. Es la expresión de la nostalgia por una vida libre y natural. Sin embargo, para un hombre la vida natural es vivir en cuanto ser humano.
Pero nadie se da cuenta de ello. Nadie quiere verlo así. La existencia humana es demasiado penosa, por eso se la quiere eludir, por lo menos en el terreno de la imaginación".

"—Es un movimiento parecido al que hubo antes de la Revolución Francesa. Por aquel entonces se postulaba un regreso a la naturaleza.
—¡Sí! —asintió Kafka—. Pero hoy en día aún se va más lejos. Ya no sólo se dice, sino que se hace. Se está regresando al estado animal, que resulta mucho más fácil que la existencia humana. Bien arropado por el rebaño, el hombre actual desfila por las calles de la ciudad en dirección al trabajo, al pesebre y a la diversión. Es una vida perfectamente acompasada, como en el Instituto. No hay maravillas, sino sólo instrucciones de uso, formularios y normativas. A la libertad y la responsabilidad se les tiene miedo. Por eso el hombre prefiere ahogarse detrás de las rejas que él mismo se ha fabricado".

"Estuve en el lugar convenido a la hora anunciada, pero Franz Kafka apareció casi una hora más tarde.
Se disculpó diciendo:
—Nunca consigo cumplir con un compromiso. Siempre llego tarde. Quiero dominar el tiempo, tengo la sincera y buena voluntad de cumplir con lo convenido, pero el entorno o mi cuerpo siempre quiebran esta voluntad para demostrarme mi flaqueza. Probablemente ésta sea también la raíz de mi enfermedad".

"Seguimos el paseo. Franz Kafka me mostró la tienda y la casa de sus padres.
—Así que es usted rico —dije yo.
Franz Kafka torció el gesto.
—¿Qué es la riqueza? Habrá alguien para quien una camisa vieja ya sea una riqueza. Otro será pobre aunque posea diez millones. La riqueza es algo muy relativo e insatisfactorio. En el fondo no es más que una situación especial. La riqueza significa una dependencia de las cosas que se poseen, a las que hay que proteger de la desaparición mediante nuevas posesiones y nuevas dependencias. No es más que una inseguridad materializada. En cualquier caso, todo esto pertenece a mis padres, no a mí".

"El primer paseo con Franz Kafka terminó de la siguiente forma:
Nuestro recorrido nos había llevado de regreso al palacio GolzKinsky cuando de la tienda que ostentaba el letrero Hermann Kafka salió un hombre alto y corpulento con un sobretodo oscuro y un sombrero reluciente. Se detuvo a unos cinco pasos de nosotros y nos esperó. Cuando nos hubimos aproximado unos tres pasos más, dijo en voz muy alta:
—Franz, a casa. El aire es húmedo.
Entonces Kafka me dijo bajando extrañamente la voz:
—Mi padre. Está preocupado por mí. En muchas ocasiones, el amor tiene el rostro de la violencia".

"Yo inclinaba la cabeza a uno y otro lado, alternando entre el hombro derecho y el izquierdo, para poder leer los títulos de los lomos de los libros. El doctor Kafka sonrió divertido.
—Parece que usted también es uno de esos locos bibliómanos a los que la lectura hace perder la cabeza.
—Sí, así es. Creo que no podría vivir sin libros. Para mí son el mundo entero.
El doctor Kafka frunció el entrecejo.
—Eso es un error. Un libro no puede sustituir al mundo. Es imposible. En la vida todo tiene un sentido y una finalidad que ninguna otra cosa puede cubrir plenamente. Por ejemplo, no se pueden vivir experiencias a través de un doble. Lo mismo sucede con el mundo y los libros. Los libros intentan encerrar la vida como se encierra a los pájaros canoros en una jaula. Pero eso no sale bien. ¡Al contrario! Partiendo de las abstracciones contenidas en los libros, el hombre no hace sino construirse a sí mismo la jaula de un sistema. Los filósofos no son más que Papagenos vestidos de colores y con varias jaulas distintas bajo el brazo".

"—Como ve, he dicho la verdad. Acaba de oírlo y de verlo. Lo que otras personas subrayan con un estornudo, yo he de hacerlo por medio de mis pulmones.
Esta observación suscitó en mí una sensación desagradable. Traté de reprimirla preguntando:
—¿No se habrá resfriado? ¿No tendrá algo de temperatura?
El doctor Kafka sonrió cansado:
—No… Nunca recibí suficiente calor. Por eso me consumo… de frío".

"El doctor Kafka estaba sentado frente a su mesa: cansado, la cara gris, los brazos colgándole inertes y la cabeza ligeramente inclinada a un lado. Era evidente que no se encontraba bien. Por eso quise marcharme en seguida con cualquier excusa, pero él me retuvo.
—Quédese. Me alegro de que haya venido. Cuénteme algo.
Comprendí que de este modo intentaba huir de su depresión, así que me puse a hablar en seguida y le conté toda una serie de pequeñas historias que había oído contar o que yo mismo había vivido".

"—Irá usted a ver a su padre, ¿no? Creo que todavía voy a trabajar un poco, después de todo.
Dicho esto, me tendió la mano con una sonrisa. —El trabajo es la liberación de la nostalgia de los sueños, que muchas veces no hacen más que deslumbrar al hombre y lisonjearlo mortalmente".

"A Franz Kafka le fascinaba la juventud. Su relato El fogonero está lleno de ternura y de sentimiento. Se lo dije cuando revisamos juntos la traducción al checo de Milena Jesenská, que había aparecido en la revista literaria Kmen (El Tronco).
—En su relato hay tanto sol y buen ambiente… Hay tanto amor… aunque no se hable de él en absoluto.
—El amor no está en el relato, sino en el objeto del relato, en la juventud —dijo Kafka seriamente—. Es ella la que está llena de sol y de amor. La juventud es feliz porque posee la capacidad de ver la belleza. Es al perder esta capacidad cuando comienza el penoso envejecimiento, la decadencia, la infelicidad.
—¿Entonces la vejez excluye toda posibilidad de felicidad?
—No. La felicidad excluye a la vejez. —Kafka inclinó sonriente la cabeza hacia delante, como si quisiera esconderla entre los hombros encogidos. —Quien conserva la capacidad de ver la belleza no envejece".

"—En ese caso, en El fogonero es usted muy joven y muy feliz.
Todavía no había terminado la frase cuando la expresión de su cara se ensombreció.
—El fogonero es muy bueno —me apresuré a observar, pero los grandes ojos gris acerados de Franz Kafka se habían llenado ya de tristeza.
—Lo mejor es hablar de cosas lejanas. Son las que uno puede ver mejor. El fogonero es el recuerdo de un sueño, de algo que quizá nunca fue realidad. Karl Rossmann no es judío. Nosotros, los judíos, ya nacemos viejos".

"Le pregunté si había trazado la figura del muchacho de dieciséis años Karl Rossmann de acuerdo con algún modelo.
Franz Kafka dijo:
—Tuve muchos modelos y ninguno. Pero todo eso ya pertenece al pasado.
—Pero la figura del joven Rossmann, como la del fogonero, parecen tan vivas…
—dije.
La expresión de Kafka se ensombreció.
—Eso es sólo un efecto secundario. Yo no tracé a personas, sino que conté una historia. Son imágenes, sólo imágenes.
—Pero entonces tiene que haber un modelo. La condición previa para una imagen es la visión.
Kafka sonrió.
—Las cosas se fotografían para apartarlas de la mente. Mis historias son una forma de cerrar los ojos".

"—He leído La condena.
—¿Le ha gustado?
—¿Gustar? ¡Es un libro terrible!
—Es verdad.
—Me gustaría saber qué le hizo escribir eso. Seguro que la dedicatoria «para F.» no es sólo una formalidad. Apuesto a que con este libro quería decirle algo a alguien.
Me gustaría saber de qué se trata.
Kafka sonrió, incómodo.
—Soy un impertinente. Perdóneme.
—No tiene que pedir disculpas. El hombre lee para preguntar. La condena es el fantasma de una noche.
—¿Por qué?
—Es un fantasma —repitió con la severa mirada perdida en el infinito.
—Pero si usted lo ha escrito…
—Eso es sólo la constatación que ha hecho posible el exorcismo de tal fantasma".

"—El sueño descubre la realidad, que siempre supera a la ficción. Eso es lo terrible de la vida, lo descorazonador del arte".

"No nos vimos hasta dos semanas después. Le cité los libros que había «engullido» durante ese tiempo. Kafka sonrió:
—De la vida resulta relativamente fácil sacar tantos libros, pero de los libros se puede sacar poca, muy poca vida".

"Me sentí decepcionado.
—¡Pero si esto no es nada! Realmente no tenía por qué ocultármelos. No son más que dibujos inofensivos.
Kafka negó lentamente con la cabeza.
—¡Oh, no! No son tan inofensivos como parecen. Estos dibujos son las huellas de una vieja pasión profundamente arraigada. Por eso siempre trataba de esconderlos.
Volví a mirar la hoja con los hombrecillos.
—No lo entiendo, señor doctor. ¿Dónde hay aquí una pasión?
Kafka sonrió con indulgencia.
—No en el papel, naturalmente. En él sólo se ven sus huellas. La pasión está dentro de mí. Siempre quise saber dibujar. Siempre he querido ver y retener lo que veía. Esa es mi pasión.
—¿Aprendió usted a dibujar?
—No. Intentaba delimitar lo que veía de un modo muy particular. Mis dibujos no son imágenes, sino un lenguaje privado de signos".

"—¡Tendría que haber increpado y reñido a esa mujer! En cambio, no dije ni una palabra. ¡Soy una deplorable gallina!
Pero el doctor Kafka negó con la cabeza.
—¡No diga eso! No sabe usted cuánta fuerza hay oculta en el silencio. La agresión sólo es un artificio, una maniobra con la que normalmente no queremos más que disimular nuestra debilidad ante nosotros mismos y ante el mundo. La fuerza duradera de verdad sólo está en quien resiste. Sólo el débil se vuelve intransigente y grosero, y normalmente expulsa con su actitud toda su dignidad humana".

"—Los insultos son algo terrible. Esta carta me produce el mismo efecto que un sofocante incendio cuyo humo irrita el aliento y la vista. Cada insulto contribuye a demoler la mayor invención del hombre, el lenguaje. Quien insulta injuria al alma. Es un atentado contra la piedad que también cometen quienes no miden correctamente sus palabras. Y es que hablar quiere decir medir y precisar. La palabra es una decisión entre la vida y la muerte".

"—¿Usted qué opina? —le pregunté—. ¿Cree que debería enviarle a este individuo la carta de un abogado?
Kafka negó enérgicamente con la cabeza.
—¡No! ¿Para qué? Tampoco se tomaría en serio una advertencia así. Y aunque lo hiciera… déjelo estar. Tarde o temprano, el burro al que cita en su carta le dará una coz. Uno no puede huir de los fantasmas que ha ido dejando sueltos por el mundo. El mal siempre vuelve a su punto de partida".

"Una vez sorprendí a Franz Kafka en su despacho examinando el catálogo de la editorial Reclam.
—Me estoy emborrachando con títulos de libros —dijo Kafka—. Los libros son como un narcótico.
Entonces abrí mi cartera y le enseñé su contenido.
—En ese caso yo soy un consumidor de hachís, señor doctor.
Kafka quedó asombrado.
—¡Un montón de libros nuevos!".

"Cuando ahora lo pienso tengo que admitir que fui bastante desconsiderado con Kafka: muchas veces me presentaba en su despacho sin previo aviso y cuando a mí me iba bien. Pero aun así siempre me recibía con una sonrisa amable y la mano tendida. Es cierto que siempre le preguntaba:
—¿Le molesto?
Y Kafka solía responder negando con la cabeza o con un gesto desestimador de la mano.
Sólo una vez me explicó:
—Considerar molesta una visita inesperada es una señal inequívoca de debilidad, una huida de lo imprevisto. Nos ocultamos en lo que llamamos «vida privada» porque nos faltan las fuerzas para entendérnoslas con el mundo. Frente a lo maravilloso huimos hacia la autolimitación. Nos batimos en retirada. Sin embargo, la vida es ante todo un estar-con-las-cosas, un diálogo. No debemos eludirla. Por lo tanto, puede venir a verme siempre que quiera".

"Kafka se dio cuenta de que había dormido poco. Le dije la verdad: me había entusiasmado tanto escribiendo la noche anterior que el amanecer aún me sorprendió trabajando.
Kafka apoyó sobre el escritorio sus grandes manos, que parecían talladas en madera, y observó despacio:
—Es una gran suerte tener la capacidad de expulsar tan limpiamente hacia fuera la emoción interior.
—Fue como una borrachera. Ni siquiera he leído todavía lo que escribí.
—Claro. Al fin y al cabo, lo escrito no es más que la escoria de la experiencia".

"Mi amigo Ernst Lederer escribía sus poesías con tinta azul muy clara sobre decorativas hojas de papel hecho a mano.
Se lo conté a Kafka, quien hizo el siguiente comentario:
—Está bien. Todos los magos siguen su propio ceremonial. Haydn, por ejemplo, sólo componía con una peluca esmeradamente empolvada. Y es que escribir es una manera de invocar a los espíritus".

"—¡No es verdad! Me he comportado de forma inadecuada.
Kafka levantó dos palmos el brazo izquierdo, lo dejó caer inerte de nuevo y repuso con una cautivadora sonrisa:
—Pero eso es muy normal. Usted es inadecuado. Aún no se ha adecuado al mundo de la rigidez de costumbres. Por eso su lenguaje, volviendo a la isla de Stevenson, todavía es un machete afilado y sin gastar. Debe tener cuidado en no golpear donde no debe y mutilarse a sí mismo. Después del homicidio, la automutilación es el más terrible atentado contra la vida".

"—Sólo es tan amable y dócil para evitarnos. Se esconde de nosotros.
—¿Por qué iba a hacer eso? —pregunté yo.
Mi amigo se encogió de hombros.
—No lo sé, pero lo noto".

"—Sus relatos son conmovedoramente juveniles. Dice usted mucho más de las impresiones que las cosas despiertan en usted que de los acontecimientos y de las cosas mismas. Eso es lírica. Acaricia usted el mundo en lugar de agarrarlo.
—Entonces, ¿lo que he escrito no vale nada?
Kafka me tomó la mano.
—Yo no he dicho eso. Seguro que estos pequeños relatos tienen valor para usted.
Cualquier palabra escrita es un documento personal. Pero arte…
—Arte no es —completé yo amargamente.
—Todavía no lo es —dijo Kafka con determinación—. Esta exteriorización de las impresiones y los sentimientos, en realidad es una forma temerosa de palpar el mundo. Todavía tiene los ojos cubiertos por la sombra del sueño. Pero eso pasará con el tiempo, y quizá la mano extendida que ahora está tratando de palpar retroceda bruscamente como si hubiera tocado fuego. Puede que entonces grite, balbucee sin sentido, o apriete los dientes y abra mucho los ojos. Aunque…, todo eso no son más que palabras. El arte siempre requiere de toda la personalidad del artista. Por eso en el fondo es trágico".

"—¿Pudo entender mi letra?
—Sí, muy bien. Su letra sigue una línea ondulada de curso muy claro.
Kafka entrecruzó las manos sobre el escritorio y dijo con expresión agridulce:
—Es la línea ondulada que forma una soga cayendo al suelo. Mis letras son nudos corredizos.
Quise atenuar el humor depresivo que Kafka había manifestado con sus palabras y dije sonriendo:
—Así que son lazos…
Kafka asintió en silencio. Yo seguí instándole:
—¿Y qué clase de presa pretende cazar con esos lazos?
El doctor Kafka se encogió levemente de hombros y repuso:
—No sé. Quizá quiera alcanzar una orilla invisible que ya hace tiempo que la tempestuosa corriente de mi debilidad me ha forzado a dejar atrás".

"Kafka me señaló con el índice la pregunta «¿Qué nos podría avanzar acerca de sus futuros proyectos literarios?» y dijo sonriente:
—Es una tontería. Resulta imposible responder a eso.
Le miré sin comprender.
—¿Podemos predecir cómo nos va a latir el corazón en los próximos días? No, no podemos. Sin embargo, la pluma no es más que el lapicero sismográfico del corazón.
Con él se pueden registrar los terremotos, pero no predecirlos".

"—Eso es la literatura —comentó Franz Kafka sonriendo—. Una huida de la realidad".

"—Entonces, ¿la poesía es mentira?
—No. La poesía es una condensación, una esencia. La literatura, en cambio, es una disolución, una sustancia que facilita la vida inconsciente, un narcótico.
—¿Y la poesía?
—La poesía es justo lo contrario. La poesía despierta".

"Le mostré a Franz Kafka el borrador que había escrito para un futuro drama de tema bíblico.
—¿Qué va a hacer con esto? —preguntó.
—No lo sé. El tema me gusta, pero la elaboración… Desarrollar ahora este borrador me parecería una especie de trabajo de corte y confección.
Kafka me devolvió el manuscrito.
—Tiene usted razón. Sólo vive lo que ha nacido. Todo lo demás es vanidad: literatura sin razón de ser".

"Después de que Kafka regresara de una corta visita que le había hecho a su cuñado en el campo, lo saludé con estas palabras:
—Ya estamos de nuevo en casa…
Kafka sonrió melancólicamente.
—¿En casa? Vivo en casa de mis padres. Eso es todo. Es verdad que tengo una pequeña habitación propia, pero no es mi hogar, sino sólo un refugio en el que puedo esconder mi inquietud interior para abandonarme aún más a ella".

"—¡No querrá usted destruir la fuente de sus ingresos! ¿O sí?
—No —repuso S. con aire de disculpa—. No quise decir eso. Usted ya me conoce, doctor. Soy un hombre completamente inofensivo, pero esa reorganización, la constante inseguridad de esta casa… me tienen harto. Tenía que desahogarme de algún modo. Lo que le he dicho no son más que palabras…
—Pero eso —le interrumpió Kafka— es precisamente lo peligroso. ¡Las palabras son las precursoras de acciones futuras, las chispas de futuros incendios!".

"—Ese pobre hombre es terriblemente cómico. No ha comprendido nada de lo que le ha dicho.
—Un hombre que no comprende a otro no es terriblemente cómico, sino pobre, solo y desvalido".

"—La vejez es el futuro que la juventud tendrá que alcanzar tarde o temprano. Así que, ¿para qué luchar? ¿Para llegar antes a viejo? ¿Para lograr una muerte más rápida?".

"—¿Tan solo se siente?
Kafka asintió.
—¿Igual que Gaspar Hauser?
Kafka rió y dijo:
—Mucho peor que Gaspar Hauser. Yo estoy solo… como Franz Kafka".

"—Todo es una lucha. Sólo merece el amor y la vida aquel que tiene que conquistarlos a diario.
Kafka hizo una pequeña pausa. Luego añadió en voz baja y con una sonrisa irónica:
—… dijo Goethe.
—¿Johann Wolfgang von Goethe?
Breve asentimiento.
—Goethe ha dicho casi todo lo que nos concierne a los hombres".

"Estaba en el despacho de Kafka. Llevaba conmigo las Canciones de la horca, de Christian Morgenstern.
—¿Conoce usted sus poesías serias? —preguntó Kafka—. ¿Tiempo y eternidad?¿Etapas?
—No; ni siquiera sabía que escribiera poesías serias.
—Morgenstern es un poeta terriblemente serio. Sus poesías son tan serias que tiene que refugiarse en cosas como las Canciones de la horca para huir de su inhumana seriedad".

"A este respecto comenté que en una de sus poesías Johannes R. Becher había descrito el sueño como una visita amistosa de la muerte.
Kafka asintió.
—Es verdad. Quizás mi insomnio sea una especie de miedo a este visitante al que le debo mi vida".

"—Entonces, ¿Döblin le ha decepcionado?
—En realidad sólo me he decepcionado a mí mismo. A lo mejor esperaba algo distinto a lo que él quería dar, pero la tenacidad de mis expectativas me cegó hasta tal punto que empecé a saltarme páginas y líneas, y por último el libro entero. Así que no puedo decir nada sobre él. Soy un lector muy malo".

"—No obstante, una alegría forzada es mucho más triste que una tristeza abiertamente reconocida.
—Es verdad. Sin embargo, la tristeza es desesperada, mientras que las perspectivas, la esperanza, el seguir adelante son lo único que importa. El peligro reside sólo en un instante breve y limitado. Tras él viene el abismo. Si se consigue superar ese momento, las cosas habrán cambiado. Lo único que importa es el instante. Él es quien determina la vida".

"Hablamos de Baudelaire.
—La poesía es enfermedad —dijo Franz Kafka—. Pero no se sana de ella sólo con la represión de la fiebre. ¡Al contrario! El ardor depura e ilumina".

"—¿Gorki ha publicado unas memorias sobre Lenin?
—No, aún no. Pero supongo que las publicará algún día. Lenin es amigo de Gorki. Máximo Gorki lo ve y lo vive todo sólo a través de su pluma. Se ve muy claro en estos apuntes sobre Tolstoi. En ellos la pluma no es un instrumento, sino un órgano físico del escritor".

"—La mayoría de los hombres no son malos —dijo Franz Kafka en el transcurso de una conversación sobre el libro de Leonhard Frank El hombre es bueno—. Los hombres se vuelven malos y culpables porque hablan y actúan sin imaginarse el efecto de sus propias palabras y actos. Son sonámbulos, no malvados".

"—¿No se encuentra bien, doctor? —pregunté durante el entreacto, en un momento en que Rudolf Fuchs había salido.
Kafka enarcó las cejas.
—¿Por qué? ¿Tengo un aspecto raro? ¿Hay algo en mí que llame la atención?
—No, eso no. Es sólo que le noto algo extraño.
Kafka sonrió con los labios apretados.
—Sería muy fácil excusarme alegando un malestar corporal. Por desgracia no es el caso. En mí ya sólo quedan un cansancio y un vacío mortales que me sobrevienen siempre que algo me fascina. Probablemente no tenga fantasía. En mí las cosas acaban esfumándose y sólo dejan atrás una celda gris y desconsoladora".

"Unos días después de mi restablecimiento fui al Instituto de Seguros contra Accidentes de Trabajo. El doctor Kafka estaba de muy buen humor. Cuando le dije que después de mi enfermedad me sentía mucho más fuerte que antes me dedicó una sonrisa encantadora.
—Es comprensible —dijo—. Ha superado usted un encuentro con la muerte. Eso fortalece.
—Toda la vida no es más que un camino hacia la muerte —comenté.
Franz Kafka me miró seriamente un momento; después bajó la mirada al escritorio.
—En realidad, para un hombre sano la vida sólo significa una huida inconsciente e inconfesa de la conciencia de que algún día tendrá que morir. La enfermedad es siempre al mismo tiempo un aviso y una puesta a prueba de las propias fuerzas. Por eso la enfermedad, el dolor y la desgracia son las fuentes fundamentales de la religiosidad.
—¿Cómo quiere decir? —pregunté.
—¿«Cómo»? —repitió Kafka, sonriendo—. Pues como judío: estoy ligado a mi familia, a mi estirpe. Ellos sobreviven al individuo. Pero eso tampoco es más que un intento de huida ante la conciencia de la muerte. Es sólo un deseo. Pero con un deseo no se alcanza el conocimiento. Al contrario, por culpa de este deseo el yo pequeño y temerosamente egoísta se antepone al alma que busca la verdad".

"—El verdadero arte siempre es un documento, un testimonio —contestó Franz Kafka con serieda —".

"El doctor Kafka estaba ocupado ordenando su escritorio cuando entré en su despacho. En el extremo derecho de la mesa, en la que siempre había preparada una silla para posibles visitas, se amontonaba una gran pila de libros, revistas y papeles de oficina. El doctor Kafka me saludó con la mano por encima del montón.
—¡Le saludo desde mi mazmorra de papel!
—¿Molesto?
—En absoluto. Siéntese.
Me senté en la silla de las visitas y dije:
—Esto es un verdadero bosque de expedientes. Tras él usted desaparece por completo.
Pude oír la breve risa de Franz Kafka, quien inmediatamente después dijo:
—En ese caso todo está en orden. Lo escrito ilumina el mundo y hace desaparecer al escritor en la oscuridad".

"—Mi queja del desorden que reina en la oficina y en general en todo lo que me rodea es sólo un truco con el que trato de ocultar la inestabilidad de mi existencia ante las miradas curiosas y culpabilizadoras de mi alrededor. En realidad ya sólo vivo del desorden, a través del cual trato de conservar astutamente la última porción de mi libertad personal".

"—Es imposible vivir sin libertad —declaré yo.
Franz Kafka me miró como si quisiera decir «despacio, despacio», sonrió tristemente y dijo:
—Eso parece tan convincente que casi nos lo creemos. Pero en realidad es un tema mucho más complejo. La libertad es vida. La falta de libertad siempre es mortal.
Por otra parte, la muerte es tan real como la vida. La dificultad estriba en que estamos expuestos a ambas: a la vida y a la muerte".

"—El sueño de la destrucción del mal es un sentimiento de desesperación convertido en imagen y que procede de la pérdida de la fe".

"—Quizás el hombre no pueda actuar de otra manera —comenté.
Kafka lo negó con un gesto vehemente.
—No. El hombre sí que puede actuar de otra manera. El pecado original es la prueba de su libertad".

"Un día fui a la escuela de natación empapado en sudor, lo que me trajo como consecuencia una leve pulmonía.
Cuando pude salir de nuevo a la calle fui a visitar al doctor Kafka en el Instituto de Seguros.
—No sabe usted dominarse —me dijo en tono de reproche después de saludarme —. Esta enfermedad ha sido un aviso. Tiene que cuidarse más. La salud no es una posesión personal de la que uno pueda disponer arbitrariamente. Sólo es un bien prestado, una gracia. La mayoría de los hombres no lo saben. Por eso no economizan su salud.
—Y saltan al agua estando acalorados —dije yo sonriendo.
Kafka asintió.
—Sí, agotan sus fuerzas y eso hace saltar la señal de aviso de la enfermedad.
Normalmente solemos tener la culpa nosotros mismos, pero nadie se da cuenta. Al contrario: siempre le achacamos la culpa a la vida, así que vamos corriendo a ver a ese abogado al que llamamos médico para que entable un proceso contra la supuesta maldad de la vida, cuando en realidad la enfermedad no es ninguna maldad, sino una señal de advertencia, una ayuda que la vida nos presta.
Miré confundido al suelo.
Al verme así, Kafka me preguntó:
—Y bien, ¿qué es lo que no le gusta? ¡Suéltelo!
—Resulta extraño, señor doctor —respondí incómodo—, que precisamente usted que tiene que batallar tanto con la enfermedad hable, por así decirlo, tan amablemente de ella.
—¡Eso no es nada extraño! —exclamó el doctor Kafka haciendo un brusco ademán con la mano—. Es perfectamente lógico. Soy un hombre soberbio y engreído; me resisto a darme cuenta de la gravedad de la existencia en toda su dimensión. Soy hijo único de unos padres bastante acomodados y creo que la vida es algo perfectamente natural. Por eso la enfermedad me demuestra una y otra vez mi fragilidad y, con ello, el milagro de la existencia en toda su amplitud.
—Según eso, la enfermedad sería una especie de gracia.
—Sí. Nos da la posibilidad de ponernos a prueba".

"—Inventar es más fácil que encontrar. Representar la realidad en su propia y más ampliá diversidad, seguramente es lo más difícil que hay. Los rostros cotidianos desfilan ante nosotros como un misterioso ejército de insectos".

"Según mi padre, Kafka le había dicho algunas veces:
—Sin la verdad que cualquiera comprende y a la que por eso mismo cualquiera se somete libremente, todo orden no sería más que una cruda violencia, una jaula que tarde o temprano caería bajo la presión del anhelo de verdad".

"Durante la época de mis primeras visitas al doctor Kafka, era frecuente que yo reaccionara a muchas de sus declaraciones con la pregunta, mezcla de admiración y sorpresa: «¿De verdad?». Al principio, el doctor Kafka sólo respondía a ella con un breve asentimiento. Pero cuando ya hacía más tiempo que nos conocíamos y vio que yo continuaba empleando esta pregunta estereotipada para expresar mi asombro, me dijo en una ocasión:
—Haga el favor de evitar esa pregunta. Sólo con esa frase me pone en evidencia una y otra vez. Me hace darme cuenta de mi incapacidad. Y es que la mentira es un arte que, como cualquier otro, requiere de todas las fuerzas del hombre. Hay que entregarse a ella por completo; es preciso creerse primero la propia mentira, ya que sólo así se podrá convencer de ella a los demás. La mentira necesita el fuego de la pasión. Sin embargo, con eso descubre más de lo que oculta y ése es un lujo que no me puedo permitir. Por eso para mí sólo cabe un escondite: la verdad".

"Sin embargo, admito que había un único detalle que no dejaba de molestarme. Era su frase: «Gracias, estoy bien». ¿Se sentiría tan solo y desgraciado que tenía que huir de la curiosidad ajena tras esta expresión estereotipada? ¿Sería una defensa contra los visitantes molestos, una forma de rechazo? ¿Estaría dirigida también contra mí?
Siempre que pensaba en ello me sentía inquieto y desgraciado. Por eso con el tiempo dejé de preguntarle a Kafka por su bienestar y me sentía intranquilo siempre que alguien le preguntaba en mi presencia cómo estaba y me veía obligado a oírle mentir con despreocupación mal simulada".

"—¿Quién cree usted que se alegra más? —me preguntó Kafka—. ¿Los niños o los patos?
—Creo que… los patos —respondí—. Al fin y al cabo reciben alimento, el material que necesitan para seguir viviendo.
—¿Y los niños no reciben nada? —El doctor Kafka me miró con expresión de reproche. —La alegría es un alimento del alma. Sin ella la vida entera no es más que un morir".

"—Quizá no sea para tanto —dije yo torpemente—. Simplemente no ha de pensar en su enfermedad.
—Eso mismo me digo yo, pero sólo con eso ya pienso en ella. No puedo olvidarla. No tengo nada con lo que pudiera expulsarla de mi conciencia. Me hace falta un trabajo decente.
—¿Por qué? —repliqué yo, ligeramente indignado—. Si ya tiene usted su puesto en el Instituto de Seguros, donde se le valora…
Pero el doctor Kafka me interrumpió:
—Eso no es trabajar, sino pudrirse. Cualquier vida realmente activa y enfocada hacia un fin, una vida que absorba a un hombre por completo, posee el ímpetu y el resplandor de una llama. ¿Y qué hago yo? Paso el tiempo sentado en el despacho, que no es más que una maloliente fábrica de humos en la que la sensación de felicidad no existe. Por eso no me supone ningún problema mentirle a la gente que me pregunta por mi bienestar, en lugar de apartarme en silencio como un condenado, que es lo que realmente soy".

"—No le dé más vueltas a lo que le he dicho.
Me quedé sorprendido. Para mí, Kafka era mi profesor y confesor a la vez. Por eso le pregunté, abatido:
—¿Por qué? Si lo ha dicho todo en serio…
Kafka sonrió.
—Precisamente por eso. Mi seriedad podría actuar en usted como un veneno.
Usted es joven.
Eso me indignó.
—La juventud no es ningún defecto. Aun con ella soy capaz de pensar.
—Veo que hoy realmente no nos entendemos. Pero eso está bien. Los malentendidos le están protegiendo de mi malvado pesimismo, que es… un pecado".

"En 1921 mi padre me regaló por Navidad La liberación de la humanidad. Ideas sobre la libertad del pasado y del presente.
Cuando le enseñé a Kafka este libro tan voluminoso (creo que fue en la primavera de 1923), permaneció un buen rato contemplando las reproducciones de los cuadros La guerra, de Arnold Bócklin, y La pirámide de cráneos, de W. Veretschagin.
—En realidad, a la guerra nunca la ha representado nadie como es debido —dijo Kafka—. Normalmente sólo se muestran manifestaciones parciales o resultados, como esta pirámide de cráneos, cuando lo verdaderamente terrible de la guerra es la disolución de todas las seguridades y convenciones. Lo físico-animal sofoca y cubre por entero todo lo espiritual. Es como un cáncer. El hombre ya no vive años, meses, días y horas, sino sólo instantes. Y ni siquiera éstos los vive ya. Sólo es consciente de ellos. Simplemente, existe.
—Eso lo provoca la proximidad de la muerte —observé yo.
—Eso lo provoca el conocimiento y el miedo de la muerte —corrigió Kafka.
—¿No es lo mismo?
—No, no es lo mismo. Quien comprende plenamente la vida no le tiene miedo a la muerte. El miedo a la muerte sólo es el resultado de una vida carente de plenitud. Es una expresión de infidelidad".

"—La verdad es una de las pocas cosas realmente grandes y valiosas de la vida que no se pueden comprar. El hombre la recibe de regalo, como el amor o la belleza. En cambio, un periódico es una mercancía con la que se comercia.
—Entonces, la prensa contribuye al embrutecimiento de la humanidad —observé atemorizado.
Franz Kafka se rió y adelantó la barbilla con aire triunfal.
—¡No, no! Todo, incluso la mentira, trabaja en favor de la verdad. Las sombras no consiguen apagar el sol".

"En una ocasión, no recuerdo por qué motivo, el doctor Kafka dijo que la lectura de periódicos era un vicio surgido de la civilización.
—Es como fumar: encima tenemos que pagarles a nuestros opresores nuestro propio veneno".

"—En el fondo todo eso es muy sencillo. Lo realmente difícil e irresoluble son los problemas que no se pueden formular porque tienen por contenido la problemática de la vida entera".

"Le enseñé a Kafka un folleto conmemorativo especial de un semanario vienés que publicaba fotos de los acontecimientos más importantes de los últimos cincuenta años.—Esto es historia —dije yo.
Kafka torció la boca.
—¡Qué va! La historia aún es mucho más ridícula que estas viejas fotografías, ya que normalmente la constituyen actos oficiales".

"—Pero le veo triste —dije yo.
Kafka sonrió como si quisiera pedir perdón.
—Los recuerdos bonitos mezclados con tristeza saben mucho mejor. Así que en realidad no estoy triste, sino que soy un sibarita".

"Kafka volvió a ponerse serio en seguida.
—En realidad no tiene nada que ver con lo que le estoy diciendo —dijo—. Es que cuando pienso que no entiendo ni una palabra de lo que constituye la pasión de mis mejores amigos, la música, siempre me invade una especie de pena leve y agridulce.
Es como un soplo de viento, como el aliento de la muerte. Sólo dura un instante. Pero durante este instante me doy cuenta de lo infinitamente lejos que se encuentran de mí las personas que me son más allegadas, y eso hace que mi cara adquiera una expresión de enfado que tiene usted que perdonarme".

"—Para mí la música es algo parecido al mar —me dijo una vez—. Me sobrecoge, me maravilla, me entusiasma y, sin embargo, me llena de temor, de un temor terrible ante su infinidad. El caso es que soy un mal marinero. Max Brod es totalmente distinto. Él se lanza de cabeza a la rugiente marea. Es un nadador de primera".

"Kafka cerró el departamento lateral de su escritorio.
—¡De la calle Kaprova del barrio judío, donde yo vine al mundo, hasta la patria hay un camino terriblemente largo!
—Yo nací en Eslovenia —me apresuré a decir, conmovido por la expresión de sus ojos. Pero Kafka negó lentamente con la cabeza.
—Del barrio judío a la iglesia de Nuestra Señora de Tyn la distancia es mucho, mucho mayor. Yo soy de otro mundo".

"—La música genera estímulos nuevos, más finos, más complicados y, por ello, más peligrosos —dijo Franz Kafka una vez—. En cambio, la poesía pretende aclarar la confusión de sensaciones, elevarlas a la conciencia, purificarlas y, de este modo, humanizarlas. La música es una multiplicación de la vida sensual. En cambio, la poesía es su dominación y elevación".

"Respecto a una antología de poesía expresionista, Kafka me comentó:
—Este libro me pone triste. Los poetas tienden las manos a los hombres, pero los hombres no ven en ellas unas manos amistosas, sino sólo puños convulsivamente cerrados que se dirigen a sus ojos y a sus corazones".

"Max Brod y su mujer. Intercambiaron algunas palabras entre los cuatro y acordaron visitar a Oskar Baum por la noche.
El grupo ya se había marchado cuando Kafka cayó de pronto en la cuenta de que era la primera vez que yo veía a la mujer de Brod.
—Y ni siquiera les he presentado —me dijo—. De veras que lo siento.
—No importa —dije—. Por lo menos he podido verla bien.
—¿Le ha gustado? —preguntó Kafka.
—Tiene unos ojos azules dignos de un cuento de hadas —comenté.
Kafka quedó asombrado.
—¿Se ha dado usted cuenta tan pronto?
—Siempre me fijo mucho en los ojos. Me dicen más que las palabras —dije petulante.
Pero Franz Kafka no me estaba escuchando. Miraba a lo lejos por encima de mi hombro.
—Todos mis amigos tienen unos ojos maravillosos —dijo—. Los rayos de sus ojos son la única fuente de luz en la oscura mazmorra en la que vivo. Pero también ésta es sólo una luz artificial.
Dicho esto se rió, me dio la mano y entró en la casa".

"En una ocasión Kafka me dijo sobre su insomnio:
—Quizás tras mi insomnio sólo se esconda un gran miedo a la muerte. A lo mejor tengo miedo de que mi alma, que siempre me abandona en sueños, algún día no pueda regresar a mi cuerpo. Quizás el insomnio sólo sea la conciencia muy despierta de los propios pecados y esté temiendo la posibilidad de un juicio rápido. Quizás el mismo insomnio ya sea pecado. Tal vez sea una rebelión contra lo natural. 
Yo le dije que el insomnio era una enfermedad.
Kafka repuso:
—El pecado es la raíz de toda enfermedad. Es la causa de la mortalidad".

"Asistí con Kafka a una muestra de pintores franceses en la sala de exposiciones del Graben. En ella había cuadros de Picasso: bodegones cubistas y mujeres de color rosa con unos pies enormes.
—Es un deliberado deformador —opiné yo.
—No lo creo —dijo Kafka—. Picasso únicamente registra las deformaciones que todavía no han penetrado en nuestra conciencia. El arte es un espejo que «adelanta» como un reloj… a veces".

"—¡Mire lo que me han dejado encima del escritorio!
Miré el libro que tenía sobre la mesa y dije:
—Un libro.
Pero mi respuesta le impacientó.
—¡Sí, un libro! En realidad no es más que un simulacro hueco y vacío. Está encuadernado con piel artificial. Aunque, mejor dicho, en él no hay rastro ni de artificio, ni de piel. Todo es papel. ¿Y dentro? ¡Mire!
Kafka abrió el volumen.
Vi simples hojas en blanco de papel de despacho amarillento.
—¡Dentro no hay nada, absolutamente nada! —dijo irritado el doctor Kafka—. ¿Se me está queriendo insinuar algo con esto? ¿Qué significa este libro que no es un libro? Sólo he estado fuera unos minutos, en el despacho de al lado, y al volver, esta cosa ya estaba encima de mi mesa".

"Le interrumpí:
—No debe usted decir eso. Es injusto. Para mí, por ejemplo, usted es fuego, calor y luz.
¡No, no! —replicó negando con la cabeza. —Se equivoca. Mis garabatos no merecen ser encuadernados en piel. No son más que mi fantasma personal. Ni siquiera deberían estar impresos. Habría que quemarlos y apagarlos. No tienen importancia.
Yo me enfurecí.
—¿Quién se lo ha dicho? 
—Tenía que contradecirle. 
—¿Cómo puede decir eso? ¿Acaso sabe adivinar el futuro? Lo que me está contando sólo son sus sentimientos subjetivos. Quizá sus garabatos, como usted dice, mañana ya sean una de las grandes voces del mundo. ¿Quién puede saberlo hoy?".

"—¿Recuerda usted lo que me dijo en la exposición de Picasso?
Kafka me miró sin comprender.
—Dijo usted —proseguí— que el arte era un espejo que adelanta como un reloj mal ajustado. Quizá lo que ahora está escribiendo en este cine de ciegos de nuestro tiempo también sea sólo un espejo del mañana".

"Le enseñé el retrato que me había hecho mi amigo Vladimír Sychra.
Kafka quedó entusiasmado con el dibujo.
—Es un dibujo precioso. Está lleno de verdad —dijo varias veces.
—¿Quiere usted decir que es fiel como una fotografía?
—Pero ¿qué dice? Nada puede engañar tanto como una fotografía. La verdad es un asunto del corazón. A ella sólo podemos acercarnos a través del arte. La auténtica realidad siempre es poco realista —dijo Franz Kafka—. Fíjese en la claridad, la pureza y la sinceridad de un grabado chino. Saber hablar así… ¡eso sí que estaría bien!".

"—«La materia ha de ser trabajada por el espíritu». ¿Y eso qué es? Es vivir, nada más que vivir y superar lo vivido. De eso se trata".

"El rostro de Kafka siempre delataba cierta sorpresa cuando le decía que había ido al cine. En una ocasión reaccioné a ese cambio de expresión de su cara con la pregunta:
—¿No le gusta el cine?
Kafka respondió tras reflexionar un momento:
—En realidad nunca me lo había planteado. Es cierto que es un juguete extraordinario, pero yo no lo resisto, tal vez porque tengo una predisposición demasiado «óptica». Soy un hombre visual. En cambio, el cine impide la mirada. La fugacidad de los movimientos y el rápido cambio de imágenes nos fuerzan constantemente a echar un simple vistazo. No es la mirada la que se apodera de las imágenes, sino que son éstas las que se apoderan de la mirada. Inundan la conciencia.
El cine supone ponerle un uniforme a un ojo que hasta entonces había ido desnudo.
—Esa es una afirmación terrible —comenté—. El ojo es la ventana del alma, según dice un proverbio checo.
Kafka asintió.
—Y las películas son contraventanas de hierro".

"—La juventud es débil, y la presión exterior es tan fuerte… Defenderse y ceder al mismo tiempo puede originar una contracción que desfigura la cara. El lenguaje de los jóvenes artistas oculta más de lo que revela".

"—Es verdad. Muchas personas empiezan a vivir ahora su juventud. Es ahora cuando juegan a policías y ladrones y a hacer el indio. Claro que no lo hacen corriendo por los senderos del parque municipal con un arco y una flecha en la mano… ¡No! Se quedan sentados en el cine y ven películas de aventuras. Eso es todo.
La oscuridad del cine es la linterna mágica de su juventud perdida".

"Franz Kafka dijo:
—Dios sólo puede concebirse a título personal. Cada hombre tiene su vida y su Dios, su defensor y su juez. Los sacerdotes y los ritos sólo son las muletas de la vivencia desfalleciente del alma".

"En una ocasión en que Kafka vio una novela policíaca entre los libros que llevaba en mi cartera, me dijo:
—No debe usted avergonzarse de leer algo así. Al fin y al cabo, Crimen y castigo de Dostoievski tampoco es más que una novela policíaca. ¿Y el Hamlet de Shakespeare? Es un drama de detectives. En el centro de la trama hay un misterio que se va revelando poco a poco. Pero ¿hay un misterio más grande que la verdad? La poesía siempre es una expedición en busca de la verdad.
—Pero ¿qué es la verdad?
Kafka permaneció en silencio unos instantes y después sonrió pícaramente.
—Parece como si acabara de pillarme diciendo una vacuidad, pero en realidad no es así. La verdad es lo que todo hombre necesita para vivir y que, sin embargo, no puede obtener ni adquirir de nadie. Cada persona tiene que producirla una y otra vez a partir de su propio interior, o de lo contrario dejará de existir. La vida sin verdad no es posible. Quizá la verdad sea la vida misma".

"Le mostré a Franz Kafka la traducción alemana de la colección de ensayos Intenciones, de Oscar Wilde, que me había regalado Leo Lederer.
Kafka hojeó el libro, y dijo:
—Reluce y atrae como sólo puede relucir y atraer un veneno.
—¿No le gusta el libro?
—Yo no he dicho eso. Al contrario: puede gustar demasiado fácilmente, lo cual también es uno de los grandes peligros que encierra este libro. Y es que es peligroso porque juega con la verdad. Jugar con la verdad siempre supone jugar con la vida.
—Entonces, ¿usted cree que sin verdad no puede haber auténtica vida?
Kafka asintió en silencio.
Tras una breve pausa dijo:
—Muchas veces la mentira sólo es la expresión del miedo a poder ser aplastado por la verdad. Es la proyección de la propia pequeñez, del pecado, lo que se teme".

"—Pero quien no reconozca esa ley —dije yo—, ¿cómo llegará a alcanzar la libertad?
—A ése se le dará a conocer la ley a golpes. Quien no la reconozca será arrastrado a la fuerza y molido a palos hasta lograr su conocimiento.
—Entonces quiere usted decir que todo hombre tiene que alcanzar tarde o temprano el verdadero conocimiento.
—Yo no lo he expresado así. No le he hablado del conocimiento, sino de la libertad como meta. El conocimiento es sólo un camino…
—¿Un camino hacia la plenitud? Entonces, ¿la vida es sólo una misión, un encargo?
Kafka hizo un gesto de resignación.
—Exacto. El hombre no puede abarcarse a sí mismo con la vista. Vive en la oscuridad".

"«La camisa nos es más próxima que la chaqueta. Por eso moriremos inmersos en nuestra propia suciedad»".

"—¿No le estaré robando su tiempo? Con lo ignorante que soy… Usted me da tanto, y yo no le doy nada.
Mis palabras incomodaron a Kafka.
—Bueno, bueno… —dijo apaciguador—. Usted es un niño. No es un ladrón. Mi tiempo se lo estoy regalando; además, es un tiempo que no me pertenece a mí sino al Instituto de Seguros contra Accidentes de Trabajo. Es a él a quien le estamos robando mi tiempo juntos. ¡Si eso es estupendo! Además, usted tampoco es tonto. Así que déjese de expresiones de este tipo con las que sólo podría forzarme a admitir que me encanta la entrega y la comprensión de su juventud".

"—¿A qué llama usted pecado?
—Pecado es retroceder ante la propia misión. La incomprensión, la impaciencia, la apatía… eso es pecado. La misión del poeta es convertir la aislada mortalidad en vida eterna, conducir lo casual a lo forzoso. El poeta tiene una misión profètica.
—Entonces, escribir significa guiar —precisé.
—Sólo guía la palabra correcta; la incorrecta, desvía —dijo Franz Kafka—. No es casualidad que a la Biblia se la llame «Escritura»".

"—Eso es desconsolador.
—Sí, el ser humano es desconsolador porque en medio de estas masas que crecen constantemente él se vuelve más solo de minuto en minuto".

"Hablamos del fumar.
—Casi todos los muchachos que conozco —dije— empezaron a fumar para
creerse adultos. Yo nunca participé en tal tontería.
—Eso se lo debe a su padre —dijo el doctor Kafka.
—Sí —convine yo—. Se puede ser una persona adulta como mi padre sin necesidad de imitar las estúpidas costumbres de los adultos.
—¡Al contrario! —corroboró el doctor Kafka agitando la mano en el aire—. Quien se deja conducir y mandar por las malas opiniones y costumbres de su entorno no se tiene respeto a sí mismo. Y sin respeto a uno mismo no hay moral, ni orden, ni constancia, ni el calor que favorece a la vida. Una persona así se desmorona como una amorfa boñiga de vaca, que sólo puede significar algo para los escarabajos coprófagos y otros insectos".

"En el despacho del doctor Kafka.
Está sentado frente al escritorio, visiblemente cansado. Los brazos le cuelgan.
Tiene los labios fuertemente apretados.
Me dio la mano con una sonrisa.
—He pasado una noche asombrosamente mala.
—¿Ha ido a ver al médico?
Kafka frunció los labios.
—El médico…
Alzó la mano derecha con la palma hacia arriba y la dejó caer de nuevo.
—Uno no puede huir de sí mismo. Es el destino. La única posibilidad que nos queda es olvidar que los actores somos nosotros mientras contemplamos el espectáculo".

"Hablábamos de N. Dije que N. era tonto, a lo que Kafka repuso:
—La tontería es humana. Mucha gente inteligente no es sabia, y por eso, a fin de cuentas, tampoco es inteligente. Solamente son inhumanos por el miedo que sienten ante su propia e insignificante vulgaridad".

"El clima húmedo del otoño y el invierno inusualmente adelantado y duro empeoraron la salud de Kafka.
El escritorio de su despacho yacía vacío y abandonado.
—Tiene fiebre —me dijo el doctor Tremí desde el otro escritorio—. Quizá ya no le volvamos a ver.
Me fui triste a casa.
Su escritorio permaneció vacío… durante semanas.
Pero un día Franz Kafka volvió a estar en su despacho. Pálido, inclinado, sonriente.
Con voz cansada y queda me dijo que sólo había ido para pasarle unos expedientes a otro y para recoger varios escritos privados que tenía en su escritorio.
No se encontraba nada bien. Y que en los próximos días iba a ir al Monte Tatra. A un sanatorio.
—Eso está bien —dije yo—. Vaya cuanto antes… siempre que le sea posible.
Franz Kafka sonrió tristemente.
—Eso es lo agotador y lo difícil. Tantas posibilidades como hay en la vida, y en todas se refleja únicamente la imposibilidad insoslayable de la propia existencia.
Su voz se quebró en un acceso de tos seca y convulsiva que superó rápidamente.
Nos sonreímos el uno al otro.
—¿Lo ve? —dije—. Todo saldrá bien.
—Ya ha salido bien —respondió Franz Kafka lentamente—. He dicho que sí a todo. De este modo, el dolor se convierte en un encantamiento, y la muerte… es sólo un componente más de la dulce vida".

"Cuando nos despedimos antes de que emprendiera viaje al sanatorio del Tatra, le dije:
—Usted se recuperará y volverá sano. El futuro lo arreglará todo. Todo cambiará.
Kafka apoyó el índice de la mano derecha sobre el pecho con una sonrisa.
—El futuro ya está aquí, dentro de mí. El cambio sólo consistiría en hacer visibles las heridas ocultas.
Empecé a impacientarme.
—Si no cree que se va a recuperar, ¿por qué va al sanatorio?
Kafka se inclinó sobre la mesa.
—Todo acusado se esfuerza por obtener un aplazamiento de la sentencia".

"Vine a Praga con mi novia, Helene Slavicek, de Chlumetz. Fuimos a ver a mi padre a su despacho para avisarle de que habíamos llegado. En la escalera nos encontramos a Franz Kafka y le presenté a Helene.
Dos días más tarde me dijo:
—Las mujeres son trampas que acechan al hombre por todos los lados para arrastrarle hacia lo que únicamente es finito. Pierden su peligrosidad cuando uno salta en la trampa por propia voluntad. Pero si la costumbre hace que uno las supere, todos los cepos femeninos se abren de nuevo".

"Cuando el día después de mi visita con Helene Slavicek regresé solo al Instituto de Seguros contra Accidentes de Trabajo, le pregunté al doctor Kafka:
—¿Qué le ha parecido Helene, doctor?
Kafka ladeó la cabeza hacia la izquierda y dijo:
—Mi opinión no tiene ninguna importancia. Al fin y al cabo es su novia. Debe de estar usted embrujado. En el amor, como en cualquier conjuro, todo depende de una única palabra. La denominación amplia e indeterminada de «una» mujer tiene que dejarle paso a la denominación precisamente limitada de «la» mujer. Un término genérico tiene que convertirse en una fuerza del destino. Si es así, todo va bien".

"—Lo que para los hombres es una felicidad, para las mujeres es una desgracia que arrasa con su vida. Es un grave delito y un crimen, como toda felicidad momentánea que se obtiene de exprimir la debilidad y la miseria. Un hombre que presuma del brillo de una felicidad tan falsa acabará en algún rincón perdido ahogándose en su propio miedo y egoísmo".

"—¿Que qué es el amor? ¡Si es muy sencillo! Amor es todo aquello que eleva, amplía y enriquece nuestra vida, hacia cualquier altura o cualquier abismo. El amor es tan poco problemático como un automóvil. Lo único que da problemas son el conductor, los pasajeros y la carretera".

"Le hablé a Kafka de mi compañero de clase W., que a los diez años había sido seducido por su profesora de francés y desde entonces les tenía miedo a todas las chicas jóvenes, incluso a su propia hermana, de modo que ahora se había visto obligado a recurrir a la asistencia del psicoanalista doctor Pötzl.
—Las heridas que deja el amor en realidad nunca terminan de sanar, ya que el amor siempre viene acompañado de sordidez —dijo Kafka—. El divorcio entre amor y sordidez sólo puede producirse por voluntad del amado. Pero un hombre tan desamparado como su joven amigo todavía no tiene voluntad propia en el amor, así que la sordidez le ha infectado. Es una víctima de la confusión propia de la inmadurez, que puede originar grandes daños. Muchas veces los rasgos de amargura de la cara de un hombre no son sino su confusión de muchacho que se le ha petrificado en el rostro".

"En una ocasión, durante un paseo en que le hablé a Kafka de mi novia Helene, me dijo:— En el instante del amor, el hombre no sólo es responsable de sí mismo, sino también de la otra persona. En ese momento está invadido por una especie de estado de embriaguez que reduce su capacidad de juicio. Sin embargo, el contenido del yo humano es superior al limitadísimo campo de visión de la conciencia del instante. La conciencia sólo es una parte del yo. Aun así, cada decisión es determinante para la orientación del yo en su totalidad. Así es como se producen los malentendidos más frecuentes y difíciles".

"Un día en que esperé a Kafka delante de la entrada del Instituto de Seguros me dijo nada más llegar:
—Desde la ventana he visto lo concentrado que estaba observando el ir y venir de las chicas, así que me he dado prisa en bajar.
Noté que me había sonrojado, así que dije:
—A mí no me interesan estas mujeres. En realidad sólo… sólo siento curiosidad por sus clientes.
Kafka me miró de reojo y, tras mirar de nuevo al frente, me dijo al cabo de un
rato:— La lengua checa es tan profunda y sincera… La palabra bludcika [«fuego fatuo»] que designa a este tipo de mujeres es sorprendentemente exacta. Qué pobres, abandonados y muertos de frío deben de estar los hombres que pretenden calentarse con estos gases llameantes de lodazal. Seguro que se sienten tan desgraciados y están tan perdidos que se les podría herir con cualquier mirada curiosa. Por eso no habría que mirarles. Por otra parte, si apartamos la cabeza lo podrían interpretar como una expresión de desprecio. Es difícil… El camino al amor siempre discurre por la sordidez y la miseria, si bien despreciar el camino podría llevarnos fácilmente a perder la meta. Por eso debemos aceptar humildemente todas las visiones que nos salgan al encuentro. Sólo así llegaremos a nuestro destino… Quizá".

"—Si en mi casa las cosas fueran de otra manera quizá ni siquiera escribiría —le dije—. Quiero huir de este desasosiego, dejar de oír las voces que hay en mí y alrededor de mí, y por eso escribo. Igual que quien fabrica cachivaches con la sierra de marquetería para ahogar el aburrimiento de sus noches en casa, así yo encolo palabras, frases y párrafos entre sí para tener un motivo que me haga estar solo, para aislarme del entorno que me oprime.
—Eso está bien —repuso Kafka—. Muchos hacen lo mismo. Flaubert dice en una de sus cartas que su novela es una roca a la que se agarra para no ahogarse en las olas de su entorno.
—Aunque yo también me llame Gustav, no soy un Flaubert —añadí sonriendo.
—La técnica de la higiene del alma no les está reservada sólo a unos pocos. Para que no le moleste más el nombre de Flaubert, le confesaré que durante algún tiempo yo estuve haciendo lo mismo que usted hace ahora. Sólo que en mi caso el tema es algo más complicado. Con mis garabatos salgo huyendo de mí mismo, pero me atrapo de nuevo al poner el punto final. No logro escapar de mí".

"En otra ocasión en la que me quejé de las desavenencias que había en mi casa, Kafka dijo:
—No se suba por las paredes. Conserve la calma. La calma es la expresión de la fuerza, aunque también podamos obtener fuerza a través de la calma. Es la ley de la polaridad. Así que consérvela. Quedarnos inmóviles y calmados nos hace ser libres… incluso momentos antes de la ejecución".

"—Los diarios de Flaubert son extraordinariamente importantes e interesantes. Yo ya hace mucho que los tengo. Ahora se los voy a comprar a Oskar Baum.
Quise llevar yo los dos paquetes de libros, pero el doctor Kafka me lo prohibió:
—Ne, ne! To nejde. Usted no puede llevar mis narcóticos. En la ebriedad y en la muerte nadie puede sustituirnos.
Yo protesté:
—Si usted le ha comprado los libros a Baum, en realidad los narcóticos no son suyos, así que puedo llevárselos.
Pero Kafka negó fuertemente con la cabeza.
—¡No, no! Eso no puede ser. Mi ebriedad consiste precisamente en hacer regalos. Es la ebriedad más refinada que hay. Y no voy a permitir que su servicio de transportista me la menoscabe. Así que fuimos juntos, cada uno con su paquetito de libros bajo el brazo".

"Dicho esto, me acarició levemente la mejilla izquierda.
—Adiós, Gustl.
Entonces el doctor Kafka se dio la vuelta y desapareció tras la oscura puerta de vidrio de su casa.
Yo me quedé inmóvil, como paralizado.
Me había llamado «Gustl», como mis padres, y su mano…
Todavía podía sentir el levísimo contacto de las yemas de sus dedos… Pero en ese mismo instante un escalofrío me recorrió la espalda. De pronto tuve que sonarme la nariz como si estuviera resfriado y me temblaba la barbilla cuando poco a poco emprendí mi camino de la plaza de la Ciudad Vieja hacia la oscura Zelizná".

"Le conté a Kafka que mi padre no me iba a permitir que estudiara música.
—¿Y va a aceptar esa prohibición? —preguntó Kafka.
—¡Qué va! —respondí—. Tengo mi propia cabeza.
Kafka me miró muy seriamente.
—Es con nuestra propia cabeza como antes la perdemos —dijo—. Naturalmente, con eso no pretendo decir nada en contra de sus estudios de música. ¡Al contrario! Sólo una pasión capaz de resistirse a la prueba de la razón tiene la fuerza y profundidad suficientes.
—Pero la música no es una pasión, sino un arte —opiné yo.
Franz Kafka sonrió.
—Hay pasión detrás de todo arte. Por eso usted sufre y lucha por su música. Por eso no acepta la prohibición de su padre, porque usted ama la música y todo lo que tiene que ver con ella más que a sus propios padres. Pero con el arte siempre pasa lo mismo. Hay que deshacerse de la vida para ganarla".

"—La paciencia es la clave de cualquier situación. Hay que dejarse llevar por todo, entregarse a todo, pero al mismo tiempo conservar la calma y tener paciencia —me dijo un día el doctor Kafka mientras paseábamos por el parque cubierto de hojas caídas en una tarde diáfana de otoño—. No hay modo de doblar ni de quebrar nada. Sólo hay una forma de superación que empieza con superarse a sí mismo, eso es insoslayable. Salirse de esta vía siempre implica un desmoronamiento. Tenemos que absorberlo todo pacientemente en nuestro interior y crecer. Sólo el amor puede hacer saltar por los aires las fronteras del temeroso yo. Más allá de las hojas secas que nos rodean con sus susurros hay que saber intuir los brotes jóvenes y frescos de la primavera. La paciencia es el único fundamento verdadero para la realización de todos los sueños".

"Siempre que mi mirada tropieza con la taza azul que me regaló la señora Svátek tengo que pensar en las palabras que Kafka me dijo un día al anochecer, mientras recorríamos las arcadas de la Escuela de Tyn bajo la lluvia: «La vida es tan inconmensurablemente grande y profunda como el abismo de estrellas que hay encima de nosotros.
Sólo podemos mirarla a través de la pequeña mirilla de nuestra propia existencia, aunque con ella sentimos más de lo que vemos. Por eso es esencial mantenerla siempre bien limpia».
¿Lo habré hecho así?
No sé… Creo que eso sólo lo puede hacer un santo obsesionado por la verdad como lo fue el doctor Kafka".

"En el verano de 1924 yo estaba en el valle del Ohre, cerca de Most. El viernes, 20 de junio —sí, fue el 20 de junio de 1924—, recibí una carta procedente de Praga de mi amigo el pintor Erich Hirt.
Decía:

«Ahora mismo acabo de enterarme por la redacción del Tagblatt de que el poeta Franz Kafka murió el 3 de junio en un pequeño sanatorio privado de Kierling, cerca de Viena. Sin embargo, fue enterrado aquí, en Praga, el miércoles 11 de junio de 1924, en el cementerio judío de Strasnice».

Miré la pequeña foto de mi padre que colgaba en la pared encima de mi cama.
El 14 de mayo de 1924 había puesto fin voluntariamente a su vida.
Veintiún días más tarde, el 3 de junio, se fue Kafka.
Veintiún días más tarde…
Veintiún días…
Veintiún…
Veintiuno eran también los años que yo tenía cuando se derrumbó el horizonte sentimental y espiritual de mi juventud".



Gustav Janouch

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