miércoles, 26 de julio de 2017

Citas: El gran pez - Daniel Wallace


"—Esto me recuerda —dijo— cuando era niño.
Miré a aquel anciano, aquel anciano con los viejos pies sumergidos en la corriente de aguas claras, en esos momentos que se contaban entre los últimos de su vida, y de pronto lo vi, sencillamente, como si fuera un muchacho, un niño, un joven, con toda la vida por delante, tal como la tenía yo.
Nunca lo había visto así. Y todas esas imágenes… el hoy y el ayer de mi padre… convergieron, y en ese instante se convirtió en una criatura extraña, fantástica, joven y vieja a la vez, moribunda y recién nacida.
Mi padre se convirtió en un mito".

"El día en que nació amaneció como cualquier otro día".

"El día en que nació las cosas cambiaron.
El Marido se convirtió en Padre, la Mujer se convirtió en Madre.
El día en que nació Edward Bloom, llovió".

"—Buenos días, Edward —dijo el maestro.
—Buenos días —dijo Edward.
Y entonces se acordó: se le habían olvidado los deberes. Volvió a casa a por ellos.
Es una historia verídica".

"Edward Bloom empleó sabiamente aquel tiempo, leyendo. Leyó casi todos los libros que había en Ashland. Un millar de libros… diez mil a decir de algunos. Historia, Arte, Filosofía. Horacio Alger. Lo que cayera en sus manos. Los leyó todos. Hasta la guía de teléfonos".

"Mi madre me aprieta la mano y fuerza una sonrisa amarga. Ni que decir tiene que no han sido tiempos fáciles para ella. A lo largo de los últimos meses ha menguado de tamaño y de ánimo, se ha distanciado de la vida aunque siga viva.
Mira las cosas sin llegar a verlas".

"Nuestra vida no es la misma desde que padre vino a casa a morir".

"Su paulatina muerte también nos ha matado un poco a nosotros. Es como si, en lugar de salir a trabajar todos los días, hubiera tenido que excavar su tumba ahí detrás, en el terreno que hay más allá de la piscina.Y no la ha excavado de golpe, sino centímetro a centímetro".

"—Mamá —digo.
—Entraré yo primero —se precipita a decir—. Y, después, si me da la impresión de que…
Si le da la impresión de que va a morirse, me hará pasar a mí".

"En la tierra de los moribundos, las frases se quedan a medias, ya se sabe cómo iban a terminar".

"Parecía vivir en un estado de permanente aspiración; llegar allí, donde quiera que fuera, en realidad daba igual; lo importante era la batalla, y la que vendría a continuación, y la guerra no terminaba nunca".

"—Las mujeres de dos cabezas no existen —dije yo.
—¿En serio? —preguntó, acorralándome con la mirada—. Habló el-señor-adolescente-para-quien-el mundo-no-guarda-secretos, muchas gracias. Reconozco mi error".

"En casa, la magia de su ausencia dio paso a la normalidad de su presencia".

"Bebía un poco. Aunque no llegaba a enfadarse, sí estaba frustrado y perdido, como si se hubiera caído en un hoyo".

"—No sé si ya te lo habré contado — dice, tomando aliento—. El caso es que había un mendigo que me abordaba todas las mañanas cuando salía de la cafetería de al lado de la oficina. Y todos los días le daba un cuarto de dólar. Día tras día. Se convirtió en algo tan establecido que ya ni se molestaba en pedírmelo… Sencillamente, le deslizaba la moneda en la mano.Luego me puse enfermo y estuve un par de semanas de baja; y, cuando volví, ¿sabes con qué me saltó?
—¿Con qué, papá?
—«Me debe tres dólares y cincuenta centavos», eso me dijo.
—Tiene gracia —digo.
—No hay mejor medicina que la risa —dice él, aunque ninguno de los dos estamos riéndonos".

"Ni siquiera sonreímos. Él me mira con creciente tristeza; son cosas que le ocurren a veces, este ir saltando de emoción en emoción como quien salta sobre las olas".

"Fíjate en cómo estás, hecho todo un hombre y yo… me lo he perdido —traga saliva, lo que para él es un verdadero esfuerzo—. No has podido contar conmigo, ¿verdad, hijo?".

"—Lo recuerdas —dice.
—Claro.
—Recordar las historias de un hombre lo vuelve inmortal, ¿lo sabías?".

"—Te diría que te he echado de menos —le dijo—, si supiera qué era lo que echaba de menos".

"—Te voy a explicar dónde radicaba el problema —dice, levantando la mano de mi rodilla y haciéndome una seña para que me acerque. Y me acerco.
Quiero oírle bien. Su próxima palabra puede ser la última.
—Quería ser un gran hombre — susurra.
—¿En serio? —pregunto, como si para mí fuera una sorpresa.
—En serio —ratifica. Las palabras le salen despacio, débiles, pero vigorosas y seguras en ideas y
sentimientos—. ¿Te lo puedes creer? Pensaba que era mi destino. Un pez gordo en un gran estanque… eso es lo que quería ser. Lo que quise desde el primer día".

"—Creo —digo al cabo, esperando que acudan a mi boca las palabras adecuadas—, que cuando se puede decir de un hombre que su hijo lo ama, entonces se le puede considerar un gran hombre.
Porque es el único poder que poseo, investir a mi padre con un manto de grandeza, algo que él buscaba en el ancho mundo, cuando, en realidad, por un giro imprevisto de los acontecimientos, ha resultado estar en casa desde el principio".

"Cuando las cortinas de la ventana se abren como por sí solas, creo por un instante que ésta debe ser la señal del tránsito de su espíritu de este mundo al que haya después. Pero no es más que el efecto del aire acondicionado".

"—¿Qué quieres decir con que para eso has venido?
—Para que me comas —dijo mi padre—. Soy el primer sacrificio.
—El primer… ¿sacrificio?
—¡A ti, oh gran Karl! A tu poder nos sometemos. Somos conscientes de que hemos de sacrificar a unos cuantos para salvar a la mayoría. Así que yo seré… ¿tu almuerzo?".

"Había asimismo en la Calle Mayor, al fondo del todo, una casa de putas, pero no era una casa de putas como las de las grandes ciudades. Sencillamente, era una casa donde vivía una puta".

"Y después había otros que simplemente habían nacido tal como eran; para ellos, el nacimiento había sido el primer y peor accidente".

"—Se acostumbra uno —dijo—. De eso es de lo que se trata, Edward. De acostumbrarse a las cosas.
—No es eso lo que yo pretendo — dijo mi padre.
—Da igual. También a eso se acostumbra uno".

"Contábamos con esto, con esta observación final. Mi madre y yo suspiramos. Hay tristeza y alivio en la manera en que nuestros cuerpos se descargan de tensión, y nos miramos el uno al otro, compartiendo una mirada de esas que son únicas en la vida".

"Estoy un tanto sorprendido de que por fin haya llegado el día, pues aunque el doctor Bennett le había dado un año de vida hace aproximadamente un año, mi padre lleva tanto tiempo muriéndose que he llegado a creer que seguiría muriéndose para siempre".

"De hecho, se ha aficionado a decir: «¿Por qué estoy vivo todavía? Me siento como si debiera haber muerto hace mucho»".

"Y henos aquí a los dos pasmados, con la sonrisa en la boca como un par de idiotas. ¿Qué se dice en momentos así, qué paces se pueden hacer en los últimos minutos de ese último día que marcará un antes y un después en tu vida, el día que cambiará todo para los dos, el que siga con vida y el que muera?".

"—Oye —dice mi padre—. Te echaré de menos.
—Y yo a ti.
—¿En serio? —pregunta.
—Claro que sí, papá. Soy yo quien…
—Se quedará aquí —completa la frase—. Echar de menos te tocará a ti, es lógico".

"Eso es lo que significa la expresión «últimas palabras»: son las llaves que abren la puerta de la otra vida. No deberían llamarse últimas palabras, sino santo y seña, porque te permiten marcharte en cuanto se pronuncian".

"Mi padre tuvo la gran alegría y la desgracia de enamorarse de la mujer más guapa del pueblo de Auburn, y posiblemente de todo el estado de Alabama, la señorita Sandra Kay Templeton".

"Edward no compuso canciones. Durante mucho tiempo no hizo nada. La miraba, eso sí. No le importaba mirarla cuando pasaba de largo; y en ese mirar había una emoción especial. Era como si Sandra llevara consigo una luz propia, porque, allá donde fuera, deslumbraba. ¿Quién podría haberlo explicado? A Edward le gustaba dejarse deslumbrar de vez en cuando".

"Para que una historia muy larga no lo sea tanto, diremos que al cabo de poco tiempo, a Edward ya no le bastó con mirarla. Sentía la necesidad de acercarse a ella, de hablarle, de tocarla".

"—Sandra es mi chica —dijo Don Price.
(...)
—No sabía que perteneciera a nadie —replicó mi padre.
—Pues ahora ya lo sabes, aldeano —dijo Don".

"—Papá —dijo ella al llegar a la casa—, te presento a Edward Bloom. Edward, Seth Templeton. Y, ahora, daos la mano.
Así lo hicieron.
El señor Templeton miró a su hija.
—¿Por qué estoy haciendo esto? — preguntó.
—¿Haciendo qué?
—Dándole la mano a este hombre.
—Porque es mi marido —fue la respuesta—. Nos hemos casado, papá".

"—Amo a su hija, señor Templeton —dijo mi padre—. Y voy a amarla y cuidarla durante el resto de mi vida".

"—Me estaba preguntando qué habría inquietado tanto al doctor Bennett — digo—. Parecía muy preocupado al salir de aquí.
Mi padre asiente con la cabeza.
—Francamente —dice en tono confidencial—, creo que han sido mis chistes.
—¿Tus chistes?
—Mis chistes sobre médicos. Creo que me he pasado un poco —y comienza a recitar su letanía de viejos chistes caducos".

"—Papá —le interrumpo un par de veces, y, cuando al fin calla, le tomo la mano, delgada y frágil—. Basta de cuentos, ¿de acuerdo? Basta de chistes estúpidos.
—¿Son estúpidos?
—Lo digo con el mayor cariño posible.
—Gracias".

"—¿Lo ves? No puedes dejar de bromear ni cuando te pones serio. Es frustrante, papá. Me mantienes a raya. Es como si… me tuvieras miedo o algo así.
—¿Tenerte miedo a ti? —dice revolviendo los ojos—. Estoy muriéndome y se supone que te tengo miedo.
—Te da miedo acercarte a mí".

"Pego un portazo al salir, y confío en que sufra un ataque al corazón que lo mate deprisa para que podamos acabar con esto de una vez. A fin de cuentas, ya he empezado a llorarlo.
—¡Oye! —le oigo exclamar a través de la puerta—. ¿Dónde has dejado el sentido del humor? O si no el sentido del humor, la compasión. ¡Vuelve aquí! —me llama—. Dame un respiro, hijo mío, ¡por favor! ¡Que estoy muriéndome!".

"El día en que nací, el mundo se convirtió en un lugar pequeño y alegre".

"Y aplicando esa lógica, llegaría un día en que yo me convertiría en un gigante y Edward en una nadería, invisible a los ojos del mundo".

"Lo imaginé aun antes de que me lo dijeran. A PESAR DE TODO, NO murió. Todavía no. En lugar de morir, se convirtió en un nadador".

"Su enfermedad era un pasaje con destino a un lugar mejor. Ahora lo sé".

"Esperaba que abriera un ojo y me hiciera un guiño, que rompiera a reír, que convirtiera ese hecho real en lo que no era, en algo auténticamente pasmoso y divertido, algo para reírse al recordarlo. Esperé con su mano entre las mías. Esperé mucho tiempo".

"—Hijo, estoy preocupado. Y lo dice con una voz tan trémula que me doy cuenta, que nadie me pregunte cómo pero me doy cuenta de que, con aparatos o sin ellos, ésta será la última vez que lo vea con vida.
Mañana habrá muerto.
—¿Por qué estás preocupado, papá? —le digo—. ¿Por el más allá?
—No, tonto —replica él—. Estoy preocupado por ti. Eres un zopenco. Sin mi ayuda, no conseguirías ni que te arrestaran".

"Y fue entonces cuando descubrí que, después de todo, mi padre no había estado muriéndose. Sencillamente, había estado cambiando, transformándose en algo nuevo y distinto para continuar con su vida de esa forma.
A lo largo de todo aquel tiempo, mi padre se había ido convirtiendo en un pez".




Daniel Wallace

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