miércoles, 1 de junio de 2022

Citas: Malditos corruptos asesinos - Ángel Di Cosimo

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"«El irresistible e hipnótico canto de sirena endulza mi mente»—. A pesar de la gris nebulosa que llena el espacio entre el sueño y la vigilia, en la mente de José Pulicier la escena aparece clara y vívida".


"El poder persiste en acosar a todos los argentinos que piensan distinto, y más aún, a los que damos a conocer las verdades que le molestan".

"Luego que le colocaron la banda presidencial, a Néstor Kirchner le entregan el bastón de mando, y ante la sorpresa de todos, se pone a  jugar con el símbolo de poder. Contento como niño con juguete nuevo, hace malabares con el bastón de mando mientras sigue los movimientos con su ojo estrábico".

"Transportados por la brisa otoñal que augura tormenta, los sonidos de la ciudad irrumpen en la aparente calma de su habitación. Buenos Aires vive de noche, y sus sonidos nocturnos se van apagando en un extraño silencio que durará hasta que la ciudad empiece a sacudirse las telarañas y entre suavemente en la mañana".

"—Perdón, me da permiso para salir, ¡por favor! —le pide de buena manera  José Pulicier. Desde la profundidad de su nido, el hombre abre sus ojos lagañosos y los vuelve a cerrar sin prestarle la menor atención. 
Disculpe, necesito salir —insiste José Pulicier, y es interrumpido por una voz áspera que no parece nacer de una garganta, sino del panal obstruido de los pulmones.
—Viviendo en la calle aprendí que nadie en realidad pide disculpas, eso sí, lo dicen por buenos modales, pero no porque lo sientan, así que en vez de pedir disculpas, debería ocupar-se de no hacer cagadas —le sugiere el hombre en tono irónico.
—No me he explicado bien. Lo que quería decir es…—intenta José Pulicier hacerle entender pero el hombre lo interrumpe.
—La vida de la calle me enseño que a veces es mejor callar, antes que opinar. Todo iría mucho mejor si gente lo aprendiera, y pensaría antes de opinar, ¿no le parece? —le pregunta con una sonrisa irónica, como si el solo hecho de estar en la calle le hubiese dado sabiduría.
—Si me lo permite, volveré a empezar — con brusquedad insiste José Pulicier, y el hombre negando con la cabeza, lo vuelve a interrumpir.
—En la vida, nadie puede volver a empezar. Sería genial si pudiéramos borrar el pasado, pero la vida no funciona así. Una vez que se ha hecho una cagada, lo mejor es que uno la limpie para que otros no se ensucien ni tengan que olerla, y una vez hecho, mejor olvidar. Quizá sea lo mejor, ¿cierto? —le pregunta con tono de advertencia, y se corre para dejarlo salir".

"La Presidenta se pone de pie, y antes de cruzar la puerta de la sala, se da vuelta con brusquedad y exige: —¡Muévanse ya, obedezcan! —“El mando es la razón de ser de mi vida y ejerzo el poder con mano de hierro, como siempre lo hice y sin importar quién”, se repite satisfecha para sus adentros".

"La jefa no necesita le-vantar la voz para que acatemos. Cuando estamos frente a ella es casi inevitable reportarle un respeto paralizante y desmesurado. Impresionan los ojos con que nos mira aunque le hagamos alguna sugerencia válida, pero con la que ella no está de acuerdo. Mete miedo. Se cree superior al resto de los mortales. Cuando habla no dialoga sino que monologa, pontifica. No le interesa lo que los demás piensan, solo le importa que la escuchen, porque cree que así aprendemos. Esta es una prueba más de que le encanta ocupar el centro del ring. Se siente imprescindible, como tocada por la varita mágica para marcar un punto de inflexión histórica. Es autoritaria y prepotente y, le apasiona que la admiren y le rindan pleitesía. Su personalidad es volcánica y no admite términos medios: o la aman o la odian. Aparenta  ser muy pasional, pero en realidad es una persona fría y calculadora".

"—¿Cómo está tu cabeza? —pregunta el Director al observar el gesto de preocupación.
—Estaría mejor si hubiera podido dormir otras cuatro horas —responde José Pulicier evadiendo el trasfondo de la pregunta.
—¡En qué pensaba tu cabeza cuando hiciste la nota editorial! ¿Acaso sabes en qué tipo de país vivimos?, a veces lo dudo. —agrega con una sonrisa irónica.
—Y eso qué tiene que ver con…
—Todo y nada. Ya lo veremos —El director lo interrumpe, y para relajar la situación se pone de pie y le sirve un whisky".

"José Pulicier acusa el golpe de la incisiva pregunta, y al recordar a su informante, siente de nuevo la punzada incómoda que había experimentado al terminar la nota editorial, y que el hoyo en el que se  ha metido, se convierte en un abismo".

"—Es lamentable que los argentinos no tengamos memoria, nos olvidamos de todo, hasta de recordar".

"—Los hijos de puta también amenazaron a mi hija.
—¡Joder, eso sí que es grave! Debes protegerla a toda costa. Una razón más para que sigas vivo.
Quizás por su juventud y porque se atiene a vivir solo el presente, rara vez Oriana Faliasi sentía miedo, pero de repente, el miedo apareció. 
¿Será por qué en ese instante su futuro profesional adquiría una importancia que no esperaba? Si bien se lo preguntaba, poco le importaba su futuro mediato, y menos si lo perdía. Era ambiciosa, claro que sí, pero la vida que por ahora imaginaba para sí, era la del simple vivir el momento.
—Acepto, cuenta conmigo —afirma plenamente convencida.
Oriana Faliasi se pone de pie, y cuando al salir casi termina de cerrar la puerta de la oficina, se paraliza al oír a su espalda.
—Una cosa más, ¡deja esa maldita puerta abierta! — le pide José Pulicier con una sonrisa irónica".

"—Luján, ¡a esta hora vamos a trabajar!, deja que se vayan —le pide la persona de Aduana a la agente de la Policía de Seguridad Aeroportuaria, María Luján Telpuk.
—Estoy aquí para cumplir mi función —responde Luján, y al ver pasar las valijas por el escáner una despierta su sospecha, “el sexto sentido” que dicen. Observa algo parecido a seis tapas de libro pero con mucha densidad, así que llama al pasajero Guido Antonini Wilson, dueño de la valija.
—¿Qué pasa? —pregunta sorprendido Guido Antonini Wilson.
—¿Esta valija es suya? —quiero saber.
—Sí —confirma él sin dudar.
—¿Qué trae? —inquiero.
—Libros —me dice y es cierto, yo los veo pero no es lo único.
—¿Algo más? —insisto.
—Sí, unos “papelitos” — me dice haciendo un gesto como de “nada interesante”.
—Bueno, ábrala —. Mi pedido fue automático.
El semblante de Guido Antonini Wilson cambia totalmente, empalidece y empieza a su-dar, lo que me hace pensar que hay algo raro.
—Por favor; tome su valija, colóquela acá arriba y ábrala —le ordeno mientras del otro lado solo hay titubeos y demoras.
Abre el cierre de la valija y veo colocados de forma tan impune, porque no están ocultos, fajos de dólares metidos a presión como cuando a uno no le cierra la valija.
—¡Ah!, con que libros ¿eh? —exclamo sorprendida— ¿Cuánto dinero trae?
—Habrá unos 60 mil dólares —dice minimizando.
Como pretende tomarme el pelo, corro a comentarle a mi superior lo sucedido.
—Encontré un poquito de plata —le digo a mi jefe.
—¡Uh, Luján! —. Se agarra la cabeza. —¡La madre que lo parió!
—No, no pasa nada —. Intento calmarlo con mi inocencia de pueblo. 
—Al pobre hombre se le debe haber olvidado incluirlo en la declaración jurada —le digo con mi mejor sonrisa".






Ángel Di Cosimo

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