jueves, 25 de junio de 2020

Citas: Las grietas de Jara - Claudia Piñeiro


"Pablo Simó dibuja en su tablero el perfil de un edificio que nunca existirá. Como condenado a soñar el mismo sueño cada noche, desde hace años repite ese boceto: el de una torre de once pisos que mira al Norte".

"Marta está sentada a dos metros del tablero donde Pablo dibuja con una habilidad que
le sienta tan natural como caminar, hablar o respirar".

"—Yo sí estoy preocupada… ¿Por qué vino esta chica a buscar a Jara precisamente acá?, ¿por qué se le ocurrió que nosotros podríamos saber algo?
—No debe haber venido sólo acá, Marta —le contesta Borla—. Debe haber preguntado por todo el barrio, seguro que ya preguntó en el café, en la carnicería, al portero de su edificio. —Y para terminar de calmarla intenta una metáfora—: Marta, no demos por el pito más de lo que el pito vale".

"Pero Pablo Simó no responde, ni siquiera se da cuenta de que Borla le habla a él, porque de las manos de Marta pasó a las suyas y ahora está ocupado mirándoselas, aunque no para hacerlas crujir como hasta hace un momento hacía ella. Pablo sólo las observa, las gira palmas arriba y palmas abajo en el aire, las abre y las cierra, y mientras lo hace recuerda cuánto se embarraron aquella noche, la tierra metida debajo de las uñas, y sobre todo el dolor, un dolor que tardó mucho tiempo en irse y que regresa los días de humedad a hablarle de lo que nunca pudo olvidar".

"Ni a Laura ni a Francisca les interesa la historia del subte más que para levantar la cabeza del plato cada tanto y mirarlo.
—Pasame la sal —le pide su hija, él lo hace y a Laura se le llenan los ojos de lágrimas.
¿Qué interpretación le habrá dado su mujer a la frase «pasame la sal» como para que se le llenaran los ojos de lágrimas? ¿O qué interpretación le habrá dado al hecho de que él le alcanzara la sal a su hija? Pablo Simó no sabe".

"—¿Tanto le cuesta ser normal?
Y él no supo responderle porque ni siquiera está seguro de qué es ser normal. ¿Él lo es?".

"Pablo mira a Francisca y luego a Laura, tan lejos una de la otra. Él también se siente lejos. Concluye que, definitivamente, el malentendido lo provoca el tiempo, los años que quedan de un lado o de otro de una línea que se va moviendo permanentemente, una línea que marca la llegada a una edad en que los hijos dejan de ser —¿alguna vez lo fueron?— la consecuencia de nuestros actos".

"¿Qué podría aliviar a Laura del peso que siente por Francisca? Que Francisca fuera otra vez una nena o por fin una mujer, que estuviera de un lado o del otro de esa línea. Ver a su hija en alguna de las orillas del río, eso sería un alivio, y no en medio de la corriente, en ese lugar donde Francisca está hoy y desde donde ellos todavía creen que pueden llevarla a salvo a alguna parte. Aunque no sea cierto. Aunque nadie esté a salvo".

"Faltaban apenas unas horas para que Pablo Simó lo conociera y pudiera sacar sus propias conclusiones. La primera impresión no fue de las mejores. Cuando él bajaba del ascensor y antes de que terminara de cerrar la puerta, Jara se deslizó como una sombra, le tocó un hombro y le dio un susto que a alguien con un corazón más delicado que el suyo podría haberle provocado un infarto".

"—Que mi grieta, y está muy bien que la llame así, «su grieta», porque es mía, está en mi departamento, donde yo como sentado frente a ella todos los días y todas las noches, donde la mido, le tomo fotos, donde hasta le hablo, ¿puede usted creer que yo a veces le hablo a esa pared, arquitecto?".

"—¿Y qué valor es que algo le guste a alguien? —dice Pablo.
—A mí me importa que las fotos que saco le gusten a alguien —dice ella.
—Eso no les da valor. A mi mamá le gustaba la casa de una tía que vivía en San Martín y te aseguro que esa casa era un verdadero adefesio.
—Pero vos no sos tu mamá, vos sos alguien que se supone que sabe de arquitectura. Si esos edificios te gustan a vos, para mí está bien.
—Es que no debería estar bien —insiste Pablo—, no te deberías conformar con el gusto de otro. El gusto no es algo objetivo, vos nunca vas a escuchar a un crítico de arte decir que un cuadro le gusta, o a un crítico literario decir que una novela le gusta".

"—¿Quedamos así, entonces? —pregunta él.
Un breve silencio se instala en la línea de teléfono, y eso lo inquieta.
—Hola —dice Pablo.
—Sí, sí, estoy acá —contesta Leonor—, me había quedado pensando.
—¿En qué?
—¿Te digo?
—Sí, claro.
—Pensaba, qué raro que es, ¿no?
—¿Raro qué cosa?
—Que un arquitecto no sepa de memoria cuáles son los cinco edificios de la ciudad que más le gustan. Digo, así, de una, sin tener que ponerse a pensar tanto. ¿A vos no te parece raro?
Él no responde, no sabe qué le parece, no sabe qué es raro y qué es normal".

"—¿Todos tenemos listas de cosas preferidas?
—Sí, ¿qué? ¿Vos no?
—¿Y en tu lista qué hay?
—¿Querés que te cuente?
—Sí.
—Bueno. En el primer puesto: chocolate; en el segundo puesto: caminar sin paraguas debajo de una llovizna suave pero constante, de esas que te duelen cuando te pegan en la cara. ¿Sabés de qué llovizna te hablo, no?
—Creo que sí —le responde Pablo, pero ella igual le explica la llovizna:
—De esas que parecería que lanzan espinas mojadas desde alguna diagonal. Bueno, esa llovizna  dice y hace una pausa antes de continuar con lo que sigue—: El tercer puesto me lo reservo, y el cuarto…
—¿Por qué te reservás el tercer puesto? —la interrumpe Pablo.
—Porque recién nos conocemos —contesta la chica—. Cuando entremos en confianza te lo digo".

"Y que mañana no se meterá en la boca del subte para sumergirse debajo de la ciudad que ya no mira, mañana caminará o tomará un colectivo —tiene que haber un colectivo que cruce la ciudad de su casa al trabajo en línea recta, en lugar de describir la extraña herradura por la que él viaja cada día bajo tierra—, hará un recorrido en la superficie que le permita levantar la vista y apropiarse de lo que cada calle le ofrezca. Vagará de un lado a otro como un buscador de tesoros pero sin un mapa ni coordenadas, sin referencias ni pistas, dejando que el azar también haga su trabajo, dejando que una mano invisible lo lleve por la ciudad, lo guíe resuelta a donde pueda encontrar lo que hasta hace un rato ni siquiera se había dado cuenta de que había perdido".

"—Decime una cosa, ¿vos cómo me ves a mí?
—¿Qué? —le pregunta ella.
—No sé, digo, me ves bien, me ves mal, me ves viejo, o gordo, o pasado de moda. ¿Cómo me ves, Francisca?
—Yo no te veo, papá, vos sos mi papá.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Que no te veo, que no te miro.
—Mirame, entonces, y decime.
—¿Me estás hablando en serio?
—Muy en serio.
La chica, entonces, se lo queda mirando; por un momento hasta parece preocupada por él, como si pensara que su padre está mal o enfermo. Pero con la poca constancia que les duran ciertas preocupaciones a los adolescentes, Francisca vuelve a lo suyo sin decir nada y se sumerge en la computadora. Él insiste:
—Mirame y decime, por favor.
Ella levanta la cabeza:
—¿Estás seguro de que querés saber?
—Sí —dice él.
—Patético, papá".

"—Te enamoraste, Pablo.
—¿Qué decís?
—Que te enamoraste. A mí me parece que no estás buscando un edificio lleno de curvas donde meterte, sino una mina.
—Estás loco, Tano, yo sigo con Laura.
—¿Y?
—Que sigo casado.
—¿Y?
—Que estoy en la misma situación que cuando nos dejamos de ver".

"—Sí, más viejo estoy.
—Y más asustado también.
—¿Asustado de qué? —pregunta Pablo.
—De que la vida termine siendo esto —le responde—, nada más que un pequeño fastidio suave pero permanente que no duele ni mata, pero seca".

"¿Pero qué es el amor?, se pregunta hoy, tal vez por primera vez en la vida, Pablo Simó. ¿Es lo que sintió por Laura cuando se conocieron? ¿O lo que sentía después cuando decidieron casarse? ¿Es amor ese dolor en el pecho que sufrió en el hospital el día que nació Francisca? ¿O amor es aquello que tantas veces Marta Horvat le movió dentro del cuerpo? ¿Es lo que hace que hoy siga casado? ¿O eso es apenas una derivación del amor, como el liberty milanés del art nouveau?".

"Mira su reloj, mierda, se pasó cinco minutos de la hora pactada con Leonor. Deja sobre la mesa la plata que paga lo que consumió y sale, apurado, temiendo que la chica ya lo esté esperando.
O peor aún: que Leonor se haya ido, lo que le confirmaría qué poco sabe Pablo Simó del amor".

"—¿Pasa algo? —dice la chica.
—No, nada —dice Pablo pero lo vuelve a intentar, tocándola apenas en la espalda para que ella acompañe lo que él hace.
La chica se ríe, acomoda su mochila como si fuera eso lo que le impide a Pablo ponerse donde quiere, y lo deja cambiar de lado.
—¿Qué pasa? —insiste ella.
—Nada, que ése es tu lado y éste es el mío.
—¿Por qué?
—Porque las mujeres van del lado de la pared y los hombres del lado de la calle
—le explica Pablo.
—¿Quién dijo eso?
—No sé quién lo dijo, es una costumbre.
—¿Y vos sos muy apegado a las costumbres?
Pablo se incomoda, no sabe qué contestar. ¿Es muy apegado a las costumbres? ¿A cuáles costumbres? ¿Hoy, después de once mil setenta días al lado de Laura puede Pablo Simó asegurar si las costumbres que respeta son las de él, las de ella, las acordadas entre los dos, o las de nadie? ¿Quién lo mandó a pedirle a esa chica que fuera del lado de la pared?".

"¿Qué puede admirar una mujer tan joven de un hombre de cuarenta y cinco?, se pregunta. Eso quisiera, que la chica lo admirara.
—Querés seducirla —lo corrige Barletta que aparece de pronto, esta vez sin que Pablo lo llame.
—Yo no dije seducir, dije admirar —le dice él.
—Llamá a las cosas por su nombre, Pablo".

"Con el auto ya en marcha, Pablo Simó mira por la ventanilla y se toma un instante para poner en claro su cabeza. La luz del día empieza a decaer, entonces sabe que hay cosas que debe aceptar con resignación. Por ejemplo: que si ese taxista no se apura llegarán casi de noche al último destino, que él tiene cuarenta y cinco años y ella veintiocho, que a esta hora Laura debe estar ordenando la compra del supermercado y esperándolo inútilmente para ir al cine, que quiere seducir a esa chica y aún no sabe cómo —sí, Barletta, seducir—, que el auto que los lleva acaba de detenerse en un semáforo rojo y eso provoca que otro instante de luz diurna se pierda en alguna parte. Pero a pesar de todo eso, de que ya no hay sol, de su edad, de su mujer, de la luz perdida, del supermercado o del cine, a pesar del semáforo que lo detiene, él allí, sentado a centímetros de Leonor, se siente feliz".

"—¿Te gusta? —le pregunta una vez más.
—Un poco naif, ¿no? —le dice ella y lo sorprende no sólo con el comentario sino disparando la cámara hacia él.
—¿Por qué a mí? —dice Pablo y se tapa la cara. Ella se ríe, lo fotografía otra vez y le responde:
—Porque sí".

"—Ya está —le dice Leonor, guarda otra vez la cámara ahora con una actitud que demuestra que no habrá más fotos por ese día, y sin mayor preámbulo, con la
espontaneidad que él ya le conoce, agrega—: ¿Querés venir un rato a casa? 
Pablo se queda un instante, se pregunta si habrá escuchado bien, la mira, ella está esperando una respuesta, sí, escuchó bien.
—¿Los dos? —le pregunta él, y en cuanto termina de decirlo se reprocha cómo puede él, a su edad, frente a una chica de diecisiete años menor, haber dicho semejante estupidez.
—Si vos querés, sí; te estoy invitando —le dice Leonor. Y él quiere, claro que quiere, es lo que más quiere".

"Leonor se saca la campera, él descubre una vez más su cuello, las manos con las que se acomoda el pelo, y sus pechos, firmes, que ahora avanzan hacia él, que definitivamente avanzan hacia él, que se paran delante de él y esperan. A Pablo se le agita aun más la respiración, se le endurecen los muslos y le cosquillean las manos; él cree que tiene que hacer algo, sabe que tiene que hacer algo, y cuando está a punto de decidir qué, Leonor lo besa.
Así, simple, sin pedirle permiso: parada frente a él, mirándolo a los ojos, sonriendo, sube los brazos, rodea con ellos el cuello de Pablo, abre apenas su boca, mira la de él, espera un segundo y lo besa. Y él se deja besar, y la besa, y la abraza, aprieta el cuerpo de esa mujer contra el suyo, baja y sube sus manos por la espalda de Leonor buscando no sabe qué, siente los pechos de ella sobre el pecho de él, y la pelvis sobre su pelvis, y los muslos entre sus muslos. La besa, recorre sus labios, se mete dentro de esa boca, sale y vuelve a meterse, ¿lo hace con torpeza?, hasta que Leonor por fin se separa, y sin dejar de mirarlo, baja, se tiende sobre el piso, lo llama y le pide que se acueste sobre ella. Y cuando Pablo se acuesta y se acerca a su cara para besarla otra vez, la chica le busca con la boca el oído y le dice:
—Tercer lugar en la lista de mis cosas favoritas: hacer el amor sobre un piso de madera que huele a cera".

"Entonces va hacia la puerta. Leonor lo acompaña, gira la llave y abre. Él la mira y luego se acerca para darle un beso en la mejilla, pero la chica lo toma del mentón, le gira la cara apenas lo necesario como para que su boca quede frente a la de ella y apoya sus labios en los de él en un beso corto y suave, mucho más de lo que Pablo siente que se merece. ¿Por qué corrió el pie desnudo cuando él lo rozó y ahora le besa los labios?
—Las mujeres son así —le dice Barletta".

"—¿Querés que sea clara?
—Sí…
—¿Bien clara?
—Por supuesto.
—Tu hija es torta, Pablo —dice Laura abriendo con exageración no sólo la boca sino también los ojos y hasta los orificios de la nariz.
—¿Que mi hija qué? —pregunta él.
—¡Que es torta!, ¿ahora me vas a decir que no sabés qué es ser torta?
—¿Torta?
—Tortillera, lesbiana, homosexual…
—¿Francisca?
—Sí, Pablo, Francisca, ¿tenés otra hija acaso?".

"—¿Qué es eso que oís?
—Leonard Cohen.
—¿De dónde salió?
—Me lo grabó un amigo que siempre encuentra cosas raras —dice ella, y se limpia los mocos con el dorso de la mano—. ¿Lo conocés?
—No —dice él—. ¿Debería?
—Si te gusta, sí; sino, no. No hay obligación de conocer a nadie que a uno no le guste".

"—¿Te contó? —pregunta Francisca.
—¿Mamá? Sí, me contó. ¿Me querés contar vos?
—Mamá se toma las cosas siempre a la tremenda. Yo le di un beso a Ana, es cierto, ¿pero eso me convierte en algo de acá a que me muera?
—Entonces, ¿no sos?
—No soy qué, papá…
—Eh…
—Decilo…
—No sos… gay.
—No sé, decime vos. Ana es mi amiga, me pidió que la bese y yo quise besarla, nada más que eso. Quise probar qué se siente. ¿Ya soy gay, papá? ¿Por qué entonces besar a tantos hombres como besé no me convirtió en lo contrario?
—¿Tantos hombres?
—Papá…
—Perdón.
—Besé algunos hombres, y besé una mujer, ¿tengo que saber ya qué voy a querer besar el resto de mi vida?
—No, nadie sabe lo que va a querer besar el resto de su vida.
—No, nadie sabe lo que va a querer besar el resto de su vida.
—Pero mamá me está obligando a eso, mamá está esperando que le confirme que soy gay, y yo no puedo decirle que sí para que no me joda más, porque de verdad hoy no sé qué soy. ¿Con cada cosa que pruebe ella me va a poner una etiqueta? Si fumo porro voy a ser drogadicta, si un día me pongo en pedo voy a ser alcohólica, si salgo con más de cinco tipos voy a ser una puta. Besé a una amiga, papá, eso fue lo que pasó, nada más, te juro.
—No hace falta que me jures nada —dice él y luego los dos quedan en silencio un rato".

"—¿Te quedás al lado mío hasta que me duerma? —le pide Francisca.
—Me quedo, sí.
La chica se suelta del abrazo, apaga la computadora y se mete en la cama. Pablo apaga la luz, se sienta junto a ella y le toma la mano. Francisca solloza un poco más pero poco a poco el ritmo de su respiración se va aquietando y finalmente se duerme. Pablo la mira, le besa la mano, le acomoda un mechón de pelo que le cae sobre la cara, estira la sábana para que la cubra hasta los hombros, le besa la mano otra vez. Y allí, sentado en el borde de la cama de su hija se da cuenta de que no siente por ella ni pena ni preocupación. La mira, no puede dejar de mirarla, y le gustaría ponerle una palabra a lo que siente. ¿Respeto?, ¿admiración? Si, cree que es eso, cree que admira a su hija. Él, aunque hubiese querido, jamás se hubiese atrevido a besar a un hombre".

"Viaja en subte aunque eso implica un recorrido mucho más largo y menos directo del que haría en colectivo. O le molesta el tránsito o le gusta enterrarse vivo debajo de esta ciudad".

"—¿Pudiste dormir? —le pregunta ella.
—Poco, pero algo pude.
—Los hombres tienen suerte, casi nada los desvela.
—No creas, yo pasé muchas noches desvelado.
—¿Cuándo?
—En todos estos años que vivimos juntos.
—No me di cuenta.
—Dormías.
—En todo caso sería por algo menor, nunca nos pasó nada tan grave como lo que nos está pasando ahora.
—No hables por los dos.
—¿Por qué?, ¿me vas a decir que te pasó algo tan grave como esto y que yo no me enteré?
—Hace unos años enterré a un hombre debajo de la losa de un edificio que estábamos construyendo. Todavía hoy dudo si el hombre estaba vivo o muerto. En tu escala de cosas graves, ¿qué pondrías primero, Laura?, ¿la sexualidad de Francisca o que yo haya enterrado a un hombre?".

"—No era, entonces —dice Barletta.
—¿No era qué? —le contesta él.
—El amor.
Pablo duda, la sigue con la mirada hasta que ella desaparece.
—No, ¿no? —dice finalmente, cuando ya no la ve—. Y si ella era el amor, nunca se enteró.
—Otra vez no era.
—Otra vez.
—¿Y ahora dónde lo vas a buscar?
—¿Qué cosa?
—El amor.
—No lo voy a buscar más. Si anda por ahí ya dará alguna señal.
—¿Señal?, ¿qué señal?
—Una clara y distinta".

"—¿Por qué?
—Porque estar casados es algo que dejó de hacernos felices.
—No, yo no te pregunto por qué se separan, te pregunto por qué pasa eso, por qué un día ya no te querés más, por qué dejás de ser feliz con esa persona. ¿A mí también me va a pasar?".

"Entonces Francisca ya no pregunta más. Él está por irse, pero antes de hacerlo se corrige sobre un punto anterior, le dice que en algo sí tuvo que ver ella en la decisión que tomaron —al menos en la de él—, porque ella le mostró que se puede hacer lo que uno quiere sin que se caigan todos los planetas.
—Y si se caen, habrá que ir a preguntarle a Hawking qué pasó, pero seguro nada que tenga que ver con nosotros".

"—¿Entonces es cierto? —dice ella poco después mirando la valija, y se le llenan los ojos de lágrimas.
—Sí.
—¿Se puede saber por qué?
—Porque no encuentro un motivo para que sigamos viviendo juntos.
—¿Estar casados no te alcanza?
—No.
—Y vos te creés muy especial por eso. Decime, ¿cuántos matrimonios conocés que tengan motivos para seguir viviendo juntos más allá del hecho de estar casados?
Pablo, ésa es una idea romántica y estúpida del matrimonio.
—Estúpido fui siempre, romántico a lo mejor empiezo a ser ahora".

"Por fin cierra los ojos e intenta dormir. Sabe que esa noche podría soñar con Marta Horvat, o con Leonor Corell, o con Laura o con Francisca. Pero si pudiera elegir preferiría no hacerlo, preferiría apenas cerrar los ojos y dormir, sin que ninguna de esas mujeres que por distintos motivos y con distintas intensidades se han metido tantas veces en sus sueños, lo haga. Porque esta noche está cansado de verdad, muy cansado. Esta noche no quiere nada de ellas: no quiere amor, ni cariño, ni deseo, ni te quiero, ni cuerpos apretados buscándose uno al otro".





Claudia Piñeiro

No hay comentarios.:

Publicar un comentario