domingo, 11 de agosto de 2024

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martes, 9 de julio de 2024

Citas: Tapao: Muerte y misterio en el cañaveral - Mariano Cointte

x

 

 "—Mierda. —Fue todo lo que atinó a decir Cacho cuando llegó al lado del joven.
Estévez, su subordinado inmediato, mano derecha y jefe de la brigada de emergencias, lo observó con una sonrisa sin diversión. Parecía comprender cuanto afectaba, profesionalmente, esa situación a Esquina.—Sí, la verdad que es una situación de mierda —dijo Estévez, reafirmando la sensación de Cacho. 
—Mierda, me olvidé el encendedor, ¿tenés fuego? —preguntó Cacho.
Estévez todavía no sabía si el «mierda» se refería al accidente o al encendedor, pero le prestó el suyo. Cacho encendió el cigarrillo y le dio una profunda calada".

"—Ingeniera García, Mantenimiento —dijo a modo de presentación.
Cacho, recién en ese momento se percató que era una señorita, y bastante agraciada en sus rasgos. El casco, la ropa de trabajo que usaba, la oscuridad y probablemente el cansancio generalizado que tenía, le habían dado las pistas incorrectas. Estrechó la mano de la mujer con firmeza, como muestra de respeto.
—Juan Esquina, Seguridad Industrial, pero todos me dicen Cacho.
No había ni atisbo de humor en la voz de Esquina, no era un intento de generar confianza, era solamente mostrar un hecho. La mujer lo midió de pies a cabeza con poco disimulo.
—Lo imaginaba más alto —acotó la mujer o, mejor dicho, se le escapó".

"—¿Vélez?, ¿se encuentra bien? —preguntó Cacho, poniéndole una mano en el hombro para reafirmarlo.
El enfermero lo miró con los ojos desorbitados.
—Le falta la cara —Fue todo lo que atinó a decir.
—Volcó y chocó con un árbol, suelen romperse la cara contra el parabrisas o el volante, ¿qué decís, Vélez? —repreguntó Esquina un poco afligido por la inusual reacción del enfermero.
—Cacho..., le falta la cara —repitió Vélez con la voz temblorosa y el rostro pálido".

"Continuó pedaleando entre el barro y pensando en su reciente encuentro. Algo no terminaba de cerrarle del tal Evaristo. Pero por más que insistió, no pudo deducirlo. En ese dilema se encontraba cuando notó que pedalear le costaba mucho más. Pensó que el barro debía estar más blando en esa zona, aunque a simple vista parecía casi igual que todo el trayecto realizado. Bajó la mirada y observó que la rueda delantera de la bicicleta se hundía mucho más en el camino lodoso, como si tuviera demasiado peso encima. Sofía sintió un escalofrío de atávica comprensión, siguió bajando la mirada hasta detrás de los pedales para ver la rueda trasera.
Dos pies, descalzos y pálidos, viajaban con ella en la parte trasera de la bicicleta.
—¡Ay, la puta madre! —gritó Sofía, y se arrojó de la bicicleta.
Antes de golpear el piso, ya había girado, desenfundado y con los ojos cerrados por el miedo y la aprehensión, disparó dos veces contra lo que fuera que estaba ahí".

"De repente notó una claridad más adelante, no es que hubiera luz precisamente, sino que la oscuridad parecía retroceder y dejar claro oscuros entre su eternidad. A lo lejos divisó los árboles al costado del camino, suspiró con alivio y bastante de desesperación. Ya no estaría en ese averno por el que había transitado, lejos de aquella..., cosa.
—Ya llego, ya llego, un poco más —murmuró, para darse un poco de ánimo.
—Ya llegamos. Sí —dijo una voz helada de mujer sobre su cabeza".

"Hipólito, Polo —para los amigos—, se dirigió al mini bar de la oficina, destapó la botella de bourbon importado que siempre tenía a mano y se sirvió una medida doble, que después apuró de un solo trago.
—Le voy a aceptar una medida, señor Costa —dijo divertido el subcomisario tratando de congraciarse y mostrarse cómplice.
Hipólito ni se dignó a mirarlo, concentró la mirada en el fondo de su vaso ancho y vacío.
—¿No está trabajando, subcomisario? —preguntó el dueño, más por preguntar que por verdadero interés, le fastidiaba el sujeto.
—Bueno, sí. Pero una medida no es problema si estamos entre amigos ¿O no? —Respondió el descarado policía, pero al ver que Hipólito ponía mala cara acotó enseguida—. Además, no voy a manejar ningún vehículo.
Para eso están mis subalternos.
Hipólito no sabía si reírse o llorar. Por eso despreciaba a los nativos, no tenían decencia ni respeto por el trabajo ni por ellos mismos. Siempre arrastrándose para conseguir una ventaja de parte de sus mejores, por mísera que esta fuera. Decidió no contestarle y se sirvió otra medida doble, que lo acompañó mientras se sentaba en el sillón de caoba de respaldo alto, detrás de su escritorio. Tomó muy lentamente un sorbo sin dejar de clavarle los ojos al subcomisario, que al cabo de un momento se puso nervioso y buscó un cigarrillo para encender.
—¡Acá no se fuma! —gritó Hipólito, y pudo notar que la mujer policía ahogaba una risa cuando el subcomisario casi se traga el cigarrillo por el susto.
—Pero..., usted estaba fumando —llegó a balbucear el subcomisario González, antes de callarse por temor a la mirada asesina de Hipólito.
—¡Graciela! ¿Dónde mierda está Juan Esquina? —vociferó de nuevo el dueño, desesperado por hacer que esa gente saliera de su espacio privado.
—Si seguís gritando así te vas a quedar sin garganta ¿Cuántas veces te dije? —respondió Cacho mientras entraba por la amplia puerta del nada pequeño despacho del dueño".

"—Tuvimos otro muerto en el cañaveral. El tercero en tres meses.
—Y eso, ¿qué? —respondió Leonor, levantando una ceja con total desinterés. Bebió un sorbo largo de su vaso ancho.
—Era un tal Hugo Mamaní —dijo Hipólito, mirando fijamente a su madre—. ¿Te suena? —indagó, sabiendo que su madre sabía.
La Leona no se amilanó, sonrió con sorna.
—¿Y qué? —desafió—. Uno entre varios, no perdí nada.
—Los otros dos eran Jonathan Quispe y Mario Puca ¿También te suenan? —insistió Hipólito.
La Leona lo miró con diversión, pero cierta alarma también.
—A esos dos no me los comí, por si estás preguntando eso —dijo la mujer con toda tranquilidad.
A Hipólito se le revolvió el estómago de solo pensarlo, aunque ya estaba acostumbrado a esas respuestas.
—Pero sabés quienes eran ¿O no?
—Siempre supe".

"—Me muero —atinó a decir, parte súplica y parte asumiendo lo inevitable.
—¿Y querés morirte? —preguntó el Adversario.
Era realmente amable, a su manera. Armando pensó antes de responder.
—No lo sé ¿Qué hay después? —preguntó.
Y el ser incomprensible soltó una carcajada divertida, después se puso serio, pero manteniendo esa sonrisa tranquilizadora.
—Nada.
—¿Nada? —repreguntó con cierta decepción.
—Todo ¿Qué esperabas? ¿Fuego, torturas, dolor? —inquirió el Adversario, divertido—. Humanos —agregó con resignación.
Hizo una pausa dejando que esa revelación calara hondo en Armando y continuó.
—¿Querés morirte?
—No —la respuesta fue inmediata, era puro instinto de supervivencia.
—Me imagino que sabés que hay un precio para no morirte.
—Lo imaginaba ¿Querés mi alma? —ofreció Armando, ya rendido y dispuesto a lo que fuera.
El Adversario soltó otra carcajada, aún más divertida que la anterior, hasta parecía sincera. 
—¿Para qué quiero eso? —preguntó, desconcertando aún más a Armando. No se esperaba que el encuentro fuera así.
—No sé. Es lo que dicen mis libros.
—Ah..., esos libros —dijo con sorna el ser incomprensible—. Nunca visité a ninguno de sus autores. No me divertían".

"—Entonces, ¿cuál es el precio?
—Te lo diré cuando lo venga a cobrar —respondió con una sonrisa inhumana—. Hasta ese momento..., vive —agregó y su figura se deslizó hasta fundirse en la oscuridad de su habitación.
Armando quedó paralizado durante muchos minutos, no pudiendo asimilar todavía lo que pasó. Cuando pudo reaccionar, solo atinó a decir una cosa.
—Mierda".

"Cacho se percató que lo observaban e hizo una mueca resignada.
—¿Qué pasa, Armando? —indagó.
—Nada. Solo los devaneos de un viejo —respondió el profesor, y siguió rastreando con la Mirada.
—No me vengás con eso. Estás pensando en el Zorrito.
—Es inevitable —dijo el profesor y las lágrimas le resbalaron involuntariamente por las regordetas mejillas.
Cacho se detuvo un momento y aplicó la Mirada en Armando. De a poco, el profesor fue recuperando la compostura.
—De nada sirve torturarse.
—No sé cómo hacés para seguir adelante. Yo no pararía de llorar.
—Fácil —contestó Cacho, y muy bajo agregó—. Me quedé sin lágrimas para seguir llorando".

"—Quiero respuestas... —susurró Sofía apretando los dientes y acercándose al rostro del otro.
—¿Leyó Arthur Conan Doyle? ¿Sherlock Holmes para ser más precisos? —preguntó Cacho, ya más calmado, pero todavía sonriendo.
Sofía ya estaba más desorientada que nunca: ¿Quién era ese hombre?
—Sí, por supuesto. Una de las muchas razones para ser policía.
—Detective, en todo caso —corrigió Cacho.
Sofía ya no sabía si patearlo, estrangularlo con su propia lengua o tirarlo en alguna de las cocinas de campaña de los tenderetes.
—Esquina... —amenazó la policía, con un dedo índice admonitorio.
—Como decía..., en El Signo de los Cuatro, la segunda o tercera novela de Sherlock, ya no recuerdo, porque las leí hace muchos años. Ahí está la respuesta a su pregunta.
—¡Eso no me dice un carajo! —replicó la policía muy fastidiada, pero apenas le dijo el nombre del libro, supo a qué se refería Esquina y un escalofrío involuntario le recorrió la columna.
—Sí, si lo hace —contestó Esquina con seguridad.
Luego le hizo un pícaro guiño con el ojo izquierdo, se dio media vuelta y se alejó tranquilamente atravesando la Feria.
—Por cierto, esta noche seguro nos veremos en el baile. También irá tu amiga Laura —acotó Cacho, sin darse vuelta.
Sofía quedó sin aire, mirándolo alejarse. No quería creer que se refería una de las frases más famosas de Sherlock Holmes: Cuando has eliminado lo imposible, lo que queda, por improbable que sea, ¿debe ser la verdad?".

"—¿Mejor? —inquirió Cacho, mirándola con comprensión.
—No debería haber usado este vestido —contestó Laura—, tampoco estas sandalias. No son precisamente para caminar por terreno desnivelado —acotó con un dejo de humor.
—Tal vez —respondió Cacho, y dudó antes de continuar—, pero la noche no sería la misma sin su estrella más hermosa.
En ese momento Laura casi se rompe un tobillo por lo sorpresivo de la respuesta. Lo miró estupefacta, pero él ya no la miraba, sino que la tomó suave pero firmemente por la cintura con el brazo derecho y con el izquierdo se convirtió en el ariete humano que abría el camino entre esa muchedumbre de mediocridad".

"Cacho ya estaba a unos pasos, así que el enfermero le hizo lugar para que se sentara con ellos en la banqueta.
—¿Alguna novedad? —preguntó Cacho al tiempo que se sentaba a horcajadas, mirando hacia los dos hombres mayores.
Goyo Vélez no entendió la pregunta, pero Armando sí.
—Ninguna. Todo bajo control —contestó el profesor, para mayor desconcierto del enfermero.
—¿Puedo saber de qué están hablando? —preguntó el enfermero.
Los otros dos se miraron un segundo, antes de contestar algo, cosa que incomodó aún más a Vélez.
—Gregorio, te lo vamos a explicar porque ya nos ayudaste bastante y sin pedir muchas explicaciones. Además, corrés peligro por el solo hecho de acompañarnos —comenzó Cacho.
Luego Armando explicó durante más de una hora la situación, resumida. El enfermero Vélez al principio pensó que estaban bromeando, pero una muestra sencilla de la Mirada terminó por espantarlo y convencerlo. Se arrepintió de haber pedido explicaciones, su hermoso mundo acababa de derrumbarse, tal vez para siempre".

"—¿Qué pasó en la pista exactamente? Estaba demasiado lejos y había demasiada gente en el medio para ver algo. De un momento para otro, todo el mundo corría para todas partes, huyendo despavoridos.
—No sabría explicarle —respondió el enfermero.
—¿Qué es eso que gritaba la gente? ¿Pata i’cabra? ¿Supay? —continuó indagando Laura.
—Nada, una superstición local —contestó Vélez, nervioso—. A veces la gente cree cosas increíbles y se asusta fácilmente por estos lares — agregó, pero a Laura no terminó de convencerla.
En lo poco que conocía al enfermero, pero por las veces que lo vio en acción, sabía que era un profesional experimentado. Pero ahora le temblaban un poco las manos y transpiraba a raudales. La ingeniera solo lo vio reaccionar así, una vez, cuando entró a la cabina del camión, el día del accidente".

"—Buenas noches —dijo Cacho, y todos devolvieron en murmullos el saludo—. Como ya varios sabrán, ocurrió un episodio de pánico en el complejo, hay muchos heridos.
Los murmullos aumentaron de intensidad.
—¿Es cierto que apareció el Pata i’cabra? —preguntó uno.
Todos callaron expectantes a la respuesta.
—Repito. Lo único que sabemos con certeza es que hay muchos heridos. Ya están atendiendo a los que quedaron en el complejo. Pero muchos otros deben estar por las calles o en sus casas. Por eso nos vamos a dividir en equipos y recorrer el pueblo tratando de auxiliar a quien lo necesite —explicó Cacho, tratando de hablar por encima del miedo de esos hombres curtidos, que ahora estaban asustados como niños con un cuento de viejas.
—¿Y si aparece de nuevo? —preguntó otro, con visible angustia.
El de la pregunta era un hombretón de al menos un metro noventa y ciento veinte kilos. Lo siguieron más murmullos de aprobación por la pregunta.
—¡Manga de maricones! —estalló Estévez con su característico don de gentes, o carencia del mismo— ¡No existe el «pata i’cabra»! ¡Brutos supersticiosos de mierda!".

"Los poetas y lugareños suelen decir que algunas noches se puede observar desde lejos el brillo de los tesoros escondidos en esos lugares inaccesibles.
También se dice que cuando subes la montaña en búsqueda del tesoro, llegando a la cima, una niebla te rodea y te pierdes hasta volverte loco, porque los tapaos no son para los que los buscan, sino para los que los encuentran".

"Los cinco se quedaron callados durante un lapso prolongado de tiempo, dejaban que la calma volviera poco a poco a su vida. Goyo sirvió una ronda más de café, limpió los ceniceros y se sentó. De los cinco, era el que estaba más entero, así que con ese don de gentes tan especial —que lo hacía tan buen enfermero—, decidió cambiar el eje de la conversación.
—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó, dando un ligero sorbo a su pocillo de café.
Cacho pareció resurgir del abismo profundo en el que se encontraba, en su mirada había nuevamente ese fuego frío e inescrutable tan característico.
—Ahora vamos a cazar un Familiar —contestó, con una media sonrisa que no tenía nada de divertida".





Mariano Cointte

sábado, 11 de mayo de 2024

Citas: Choque de reyes - George R. R. Martin


"—¿Te duele? —Yoren la miraba atentamente.
«Tranquila como las aguas en calma», se dijo, tal como le había enseñado  Syrio Forel.
—Un poco.
—Al chico de los pasteles le duele mucho más. —Él escupió al suelo—. No fue él quien mató a tu padre, niña, ni tampoco Lommy, ese ladronzuelo. Por mucho que los golpees no le devolverás la vida.
—Lo sé —murmuró Arya, hosca".


"—Alteza —dijo el enano, hincando una rodilla en tierra ante el Rey.
—Eres tú —dijo Joffrey.
—Soy yo —reconoció el Gnomo—, aunque lo apropiado habría sido una bienvenida más cordial, ya que soy una persona mayor, y tu tío para más señas.
—Nos dijeron que habías muerto —intervino el Perro.
—Estoy hablando con el Rey —replicó el hombrecillo mirando al hombretón.
Uno de sus ojos era verde; el otro, negro, y ambos, gélidos—, no con su mascota".

"—También lamento tu pérdida, Joffrey —siguió el enano.
—¿Qué pérdida?
—La de tu regio padre. Haz memoria: un hombre alto con barba negra. El que era el rey antes que tú.
—Ah, eso. Sí, fue una pena. Lo mató un jabalí.
—¿Eso fue lo que te dijeron, Alteza?
Joffrey frunció el ceño. Sansa tuvo la sensación de que debía intervenir. ¿Qué le decía siempre la septa Mordane? «La cortesía es la armadura de las damas», eso. Se puso su armadura".

"—(...)¿Quién mató a Jon Arryn?
—¿Cómo quieres que lo sepa? —Cersei retiró la mano con un gesto brusco.
—La acongojada viuda del Nido de Águilas cree que fui yo. ¿De dónde ha sacado esa idea?
—Lo ignoro. El imbécil de Eddard Stark me acusó de lo mismo. Me dio a entender que Lord Arryn sospechaba, o... bueno, que creía...
—¿Qué te estabas follando a nuestro querido Jaime?
Ella lo abofeteó.
—¿Te crees que estoy tan ciego como nuestro padre? —Tyrion se frotó la mejilla—. No me importa con quién te acuestes..., aunque me parece una injusticia que te abras de piernas para un hermano y no para el otro.
Ella lo abofeteó.
—Vamos, Cersei, si sólo es una broma. Si quieres que te diga la verdad, prefiero a una buena puta. Nunca comprendí qué veía Jaime en ti, aparte de su propio reflejo.
Ella lo abofeteó.
—Como sigas haciendo eso me voy a enfadar. —Tyrion tenía las mejillas enrojecidas y ardiendo, pero sonreía.
—¿Y a mí qué me importa que te enfades? —Aquello había detenido la mano de su hermana".

"—Y ahora que sois la Mano del Rey, mi señor, ¿qué vais a hacer? —le preguntó
Shae mientras él cubría con los dedos la carne cálida y tierna.
—Algo que Cersei no se imaginaría jamás —murmuró Tyrion contra su esbelto cuello—. Voy a hacer... justicia".

"—¿Qué sucede, mi príncipe?
Bran seguía sin acostumbrarse a que lo llamaran príncipe, aunque sabía que era el heredero de Robb, y Robb era ahora el Rey en el Norte. Giró la cabeza para aullar al guardia.
—Auuuuuuuu, uuuuuuuuuuu.
—Dejad de hacer eso —dijo Pelopaja con una mueca.
—Auuuuuuuu, auauauuuuuuuuuuuu.
El guardia se retiró. Cuando volvió a aparecer, lo acompañaba el maestre Luwin, gris de los pies a la cabeza, con la prieta cadena en torno al cuello.
—Bran, esas bestias ya hacen suficiente ruido sin que tú las ayudes. —Cruzó la estancia y le puso la mano en la frente—. Es muy tarde; deberías estar durmiendo.
—Estoy hablando con los lobos —replicó Bran, apartándole la mano.
—¿Le digo a Pelopaja que te lleve a la cama?
—Puedo acostarme yo solo.
Mikken había clavado una hilera de barrotes de hierro en la pared, de manera que Bran podía desplazarse por la habitación impulsándose con los brazos. 
Era un proceso lento y dificultoso, y le dolían los hombros, pero no soportaba que lo llevaran en brazos.
—Además, si no quiero acostarme, no me podéis obligar.
—Todos los hombres necesitan dormir, Bran. Los príncipes también.
—Cuando duermo me convierto en lobo. —Bran giró la cabeza y escudriñó la noche—. ¿Los lobos tienen sueños?
—Creo que todas las criaturas sueñan, pero no igual que los hombres.
—¿Y los muertos sueñan? —preguntó Bran.
Estaba pensando en su padre. Abajo, en las oscuras criptas subterráneas de Invernalia, un escultor tallaba en granito la imagen de Eddard Stark.
—Hay quien dice que sí, y hay quien dice que no —respondió el maestre—. Los muertos nunca han dicho nada al respecto".

"Allí, los gruñidos no abrían caminos. Por mucho que recorriera los muros, no los alejaba. Levantar una pata y marcar los árboles no mantenía a distancia a los hombres. El mundo se estrechaba a su alrededor, pero más allá del bosque amurallado seguían estando las grandes cuevas grises del hombre-roca. «Invernalia», recordó. El sonido le llegó de repente. Más allá de los precipicios-hombre altos como el cielo, el mundo real lo llamaba, y sabía que debía responder o morir".

"—Yo soy el mayordomo del Viejo Oso, tendré que cuidar de él y de su caballo, y montarle la tienda... No me daría tiempo a encargarme también de los pájaros. Sam, pronunciaste el juramento. Ahora eres un hermano de la Guardia de la Noche.
—Un hermano de la Guardia de la Noche no tendría tanto miedo.
—Todos tenemos miedo. De lo contrario, seríamos idiotas.
En los dos últimos años habían desaparecido demasiados exploradores, entre ellos Benjen Stark, el tío de Jon. Dos de los hombres de su tío habían aparecido muertos en el bosque, pero los cadáveres se levantaron en medio de la noche gélida. 
Los dedos quemados de Jon se estremecieron al recordarlo. El espectro aún se le aparecía en sueños: era Othor, muerto, con los ojos de un azul ardiente y las manos heladas y negras, pero era lo que menos falta le hacía recordar a Sam.
—El miedo no debe avergonzarnos, me lo dijo mi padre. Lo importante es cómo nos enfrentamos a él".

"—Rey —graznó el cuervo. Revoloteó por la estancia para ir a posarse en el hombro de Mormont—. Rey —repitió, pavoneándose de adelante atrás.
—Parece que le gusta esa palabra —sonrió Jon.
—Es una palabra que se dice con facilidad. Y gusta con facilidad.
—Rey —repitió el cuervo.
—Creo que quiere que vos tengáis una corona, mi señor.
—En el reino hay ya tres reyes, o sea, dos más de lo que me gustaría. —Mormont acarició al cuervo bajo el pico con un dedo, pero ni por un momento apartó los ojos de Jon Nieve. Aquello lo hizo sentir incómodo.
—Mi señor, ¿por qué me habéis contado todo esto sobre el maestre Aemon?
—¿Acaso necesito un motivo? —Mormont cambió de postura en su asiento y frunció el ceño—. Tu hermano Robb ha sido nombrado Rey en el Norte. Eso es lo que tenéis en común Aemon y tú. Un hermano rey.
—Y otra cosa —dijo Jon—. Un juramento".

"(...)—Pero la vida da muchas vueltas. Como le pasó a Eddard Stark, ¿recordáis, mi señor? Seguro que nunca pensó que su vida terminaría en los peldaños del Sept de Baelor.
—Pocos lo pensaban —concordó Lord Janos con una risita. Tyrion rió también.
—Lástima, me habría gustado verlo. Dicen que hasta Varys se llevó una buena sorpresa.
—La Araña —dijo Lord Janos, que se reía con tantas ganas que se le sacudía la barriga—. Se rumorea que lo sabe todo. Bueno, pues eso no lo sabía.
—¿Cómo iba a saberlo? —Tyrion permitió que su voz transmitiera el primer atisbo de frialdad—. Había contribuido a convencer a mi hermana de que perdonara a Stark, con tal de que vistiera el negro.
—¿Eh? —Janos Slynt miró a Tyrion, y parpadeó.
—Mi hermana, Cersei —repitió Tyrion un poco más fuerte, por si a aquel imbécil le quedaba alguna duda acerca de a quién se refería—. La reina regente.
—Sí. —Slynt bebió un trago—. En cuanto a eso, bueno... Lo ordenó el Rey, mi señor. El Rey en persona.
—El Rey tiene trece años —le recordó Tyrion.
—Ya. Pero sigue siendo el Rey. —Slynt frunció el ceño, y sus mofletes temblaron—. El señor de los Siete Reinos".

"—Ya decía yo que se oía un ruido raro. Decidles a las uvas que se callen; la cabeza me va a estallar. Fue mi hermana. Eso ha sido lo que el muy leal Lord Janos se ha negado a decirme. Cersei envió a los capas doradas a ese burdel. —Varys disimuló una risita nerviosa. De manera que lo sabía desde el principio—. Eso no me lo dijisteis —lo acusó Tyrion.
—Se trataba de vuestra dulce hermana —respondió Varys, tan dolido que parecía a punto de llorar—. No es fácil dar esas noticias, mi señor. Tenía miedo de vuestra reacción. ¿Podréis perdonarme?
—No —restalló Tyrion—. Maldito seáis. Y maldita sea ella. —Sabía que no le podía poner un dedo encima a Cersei. Aún no, ni aunque quisiera, y desde luego no estaba seguro de querer hacerlo. Pero le dolía ejercer aquella farsa de justicia, castigar a seres lamentables como Janos Slynt y Allar Deem, mientras su hermana seguía llevando a cabo sus crueles planes—. De ahora en adelante, me contaréis  todo lo que sepáis, Lord Varys. Todo.
—Eso me tomará mucho tiempo, mi buen señor. —La sonrisa del eunuco era ladina—. Sé muchas cosas.
—Por lo visto, no las suficientes para salvar a aquella niña.
—No, por desgracia no. Había otro bastardo, un chico, mayor. Tomé las medidas necesarias para ponerlo a salvo..., pero confieso que jamás se me ocurrió que la pequeña corriera peligro. Una niña, plebeya, de menos de un año, hija de una prostituta... No representaba ninguna amenaza.
—Era hija de Robert —replicó Tyrion con amargura—. Por lo visto, para Cersei eso era suficiente.
—Sí. Fue muy doloroso, muy triste. Me culpo por la muerte de la dulce pequeña y por la de su madre, que era tan joven y amaba tanto al Rey...
—¿De veras? —Tyrion no había visto jamás el rostro de la chica muerta, pero en su imaginación era Shae y Tysha a la vez—. Me pregunto si una prostituta puede amar de verdad. No, no respondas, hay cosas que prefiero no saber".

"—¿Vais a decirme la respuesta del maldito acertijo, o sólo queréis empeorarme esta jaqueca? —Tyrion inclinó la cabeza hacia un lado.
—De acuerdo —dijo Varys sonriendo de nuevo—, ahí va: el poder reside donde los hombres creen que reside. Ni más ni menos.
—Entonces, ¿el poder es una farsa?
—Una sombra en la pared —murmuró Varys—. Pero las sombras pueden matar.
Y a veces, un hombre muy pequeño puede proyectar una sombra muy grande.
—Lord Varys, por extraño que parezca os estoy tomando cariño. —Tyrion sonrió—. Aún es posible que os mate, pero lo lamentaré de verdad.
—Consideraré eso como un cumplido".

"—¿Cómo sabes a cuáles debes contratar?
—Les echo un vistazo. Los interrogo, averiguo si han combatido y qué tal mienten. —Bronn sonrió—. Y luego les doy una oportunidad de matarme, mientras yo trato de matarlos a ellos.
—¿Te has cargado a alguno?
—A ninguno que nos hubiera sido útil.
—¿Y si alguno te mata a ti?
—Contrátalo sin falta".

"—Lo que está muerto nunca puede morir —rememoró Theon.
—Lo que está muerto nunca puede morir —repitió su tío—, sino que se alza de nuevo, más duro y más fuerte".

"Una vieja de espalda encorvada, enfundada en un informe vestido gris, se aproximó a él con paso cauto.
—Mi señor, me ordenan que os acompañe a vuestras habitaciones.
—¿Quién lo ordena?
—Vuestro señor padre.
—Así que tú sabes quién soy. —Theon se quitó los guantes—. ¿Por qué no ha venido mi padre a recibirme?
—Os espera en la Torre del Mar, mi señor. Cuando hayáis descansado de vuestro viaje.
«Y yo pensaba que Ned Stark era frío»".

"—Han pasado nueve años, ¿no? —dijo por fin Lord Balon.
—Diez —replicó Theon al tiempo que se quitaba los guantes rotos.
—Se llevaron a un niño —dijo su padre—. ¿Qué eres ahora?
—Un hombre —respondió Theon—. Tu sangre y tu heredero.
—Ya lo veremos —gruñó Lord Balon.
—Lo verás —le prometió Theon.
—Diez años, dices. Stark te tuvo tanto tiempo como yo. Y ahora vienes como enviado suyo.
—Suyo, no. Lord Eddard está muerto; la reina Lannister lo decapitó".

"—Mis doncellas dicen que aquí hay espíritus.
—Hay espíritus en todas partes —dijo Ser Jorah con voz amable—. Los llevamos con nosotros adonde quiera que vamos.
«Sí —pensó ella—. Viserys, Khal Drogo, mi hijo Rhaego... siempre están conmigo»".

"—¿Ella murió en Lys? —le preguntó con dulzura.
—Sólo para mí —dijo—. Antes de medio año el oro se había agotado, y tuve que venderme como mercenario. Mientras luchaba contra los braavosi, en el Rhoyne, Lynesse se fue a vivir a la mansión de un príncipe mercader llamado Tregar Ormollen. Me han dicho que ahora es la primera de sus concubinas, y que hasta su esposa la teme.
—¿Y vos la odiáis? —Dany estaba horrorizada.
—Casi tanto como la amo —respondió Ser Jorah—".

"—¿Cómo era de aspecto vuestra Lady Lynesse?
—Pues... —Ser Jorah sonrió con tristeza—. Se parecía un poco a vos, Daenerys.
—Hizo una profunda reverencia—. Que durmáis bien, mi reina.
Dany se estremeció y se arrebujó en la piel de león. «Se parecía a mí.» 
Aquello explicaba muchas cosas que hasta entonces no había comprendido.
«Me quiere —se dijo—. Me ama como la amaba a ella, no como un caballero ama a su reina, sino como un hombre ama a una mujer»".

"—¿Les has estado enseñando a hablar? —preguntó a Sam.
—Un poco. Hay tres que ya saben decir «nieve».
—Ya me parecía demasiado que hubiera uno que graznara mi nombre —replicó Jon—. Y la nieve no es lo mejor que se puede encontrar un hermano negro.
En el norte, la nieve y la muerte a menudo llegaban juntas".

"Arya se lanzó al túnel de cabeza y cayó dos varas. Se le llenó la boca de tierra, pero no le importó; hasta le supo bien. Era un sabor a barro, a gusanos, a vida. Bajo la tierra, el aire era fresco, y reinaba la oscuridad. Arriba no había más que sangre, llamas rojas, humo asfixiante, y relinchos de caballos moribundos. Se movió el cinturón para que Aguja no la entorpeciera y empezó a reptar. Apenas había recorrido una docena de codos de túnel cuando oyó un sonido a sus espaldas, como el rugido de una bestia monstruosa, y una nube de humo caliente y polvo negro le llegó con olor a infierno. Arya contuvo el aliento, se tiró de bruces al suelo del túnel y lloró. No habría sabido decir por quién".

"—Quiero que todas las fraguas de Desembarco del Rey se dediquen a hacer estos eslabones y a entrelazarlos. Que dejen de lado los otros encargos. Que se dedique a esta tarea hasta el último de los hombres que sepa trabajar el metal, ya sea maestro, jornalero o aprendiz. Cuando pase a caballo por la calle del Acero quiero oír martillos, día y noche. Y necesito un hombre, un hombre fuerte, que se encargue de todo eso. ¿Eres tú ese hombre, maestro Panza de Hierro?
—Es posible, mi señor. Pero ¿qué pasa con las espadas y las armaduras que está esperando la Reina?
—Su Alteza nos hizo un encargo —intervino otro herrero—. Nos ordenó hacer cotas de malla, armaduras, espadas, dagas y hachas, en grandes cantidades. Son para armar a sus nuevos capas doradas, mi señor.
—Eso tendrá que esperar —dijo Tyrion—. La cadena es lo primero.
—Perdonad, mi señor, pero es que Su Alteza dijo que a los que no cumpliéramos su encargo nos haría aplastar las manos —insistió el herrero ansioso—. Que nos las aplastarían en nuestros yunques, mi señor. Eso mismo dijo.
«La adorable Cersei, siempre afanosa por conseguir que el pueblo nos quiera.»
—Nadie aplastará ninguna mano. Os doy mi palabra".

"Podrick Payne estaba ante la puerta de sus estancias, con la vista clavada en el suelo.
—Está dentro —anunció al cinturón de Tyrion—. Ahí dentro. Mi señor. Perdón.
—Mírame, Pod. —Tyrion suspiró—. Me pone enfermo que le hables a mi bragueta. Aunque me eches un vistazo a la cara no te volverás enano; no es contagioso".

"—No temas, niña. —El Perro le puso una pesada mano en el hombro—. Aunque le pinten rayas a un sapo, no se convierte en tigre.
—Ser, ¿dónde...? —preguntó Ser Boros levantándose el visor.
—Métete por el culo eso de «ser», Boros. El caballero eres tú, no yo. Yo soy el perro del Rey, ¿recuerdas?
—El Rey estaba buscando a su perro.
—El perro estaba bebiendo. Te correspondía a ti cuidar de él, Ser. A ti y al resto de mis hermanos".

"«El miedo hiere más que las espadas»".

"—Has ofrecido demasiado, y sin mi autorización ni mi consentimiento.
—Estamos hablando del príncipe de Dorne. Si le hubiera ofrecido menos, me habría escupido a la cara.
—¡Es demasiado! —insistió Cersei, volviéndose de nuevo hacia él.
—¿Qué le habrías ofrecido tú, el agujero que tienes entre las piernas? 
—preguntó Tyrion, también furioso. En aquella ocasión vio venir la bofetada. Fue tan violenta
que le crujió el cuello—. Mi querida, queridísima hermana —dijo—, te prometo que ha sido la última vez que me golpeas.
—No me amenaces, hombrecillo —replicó su hermana riéndose—".

"—La guerra los hará crecer —dijo Catelyn—. Como nos pasó a nosotros. —Ella también era una niña cuando Robert, Ned y Jon Arryn alzaron a sus vasallos contra Aerys Targaryen, y una mujer cuando la guerra terminó—. Los compadezco.
—¿Por qué? —le preguntó Lord Rowan—. Miradlos bien. Son jóvenes y fuertes, están llenos de vida y risas. Y también de lujuria, claro; tanta que no saben qué hacer con ella. Esta noche se concebirá más de un bastardo, podéis estar segura. ¿Por qué los compadecéis?
—Porque esto no va a durar mucho —respondió Catelyn con tristeza—. Porque son caballeros del verano, y se acerca el invierno.
—Os equivocáis, Lady Catelyn. —Brienne clavó en ella unos ojos tan azules como su armadura—. Para la gente como nosotros, el invierno no llega jamás. Si caemos en combate se cantarán canciones sobre nosotros, y en las canciones siempre es verano. En las canciones todos los caballeros son galantes, todas las doncellas son hermosas, y siempre brilla el sol.
«El invierno nos llega a todos —pensó Catelyn—. Para mí llegó el día en que murió Ned. También llegará para ti, pequeña, y antes de lo que querrías.» Pero no tuvo valor para decírselo en voz alta".

"—¿Qué pasa, los has encerrado con un zorro? —lo llamó Jon.
—Ah, hola, Jon. —El agua corrió por el ala del sombrero de Sam cuando el muchacho alzó la cabeza—. No, es que no les gusta la lluvia, igual que a nosotros.
—¿Cómo estás, Sam?
—Mojado. —El chico gordo consiguió esbozar una sonrisa—. Pero hasta ahora sigo vivo".

"—Los muertos no dan problemas —dijo Jarman Buckwell—. Pero ¿qué pasa con los vivos, mi señor? ¿Qué hay de vuestro rey?
—¡Rey! —graznó el cuervo de Mormont—. Rey, rey, rey.
—¿Ese Mance Rayder? —Craster escupió al fuego—. El Rey-más-allá-del-Muro.
La gente libre no necesita reyes. —Clavó la vista en Mormont—".

"—Vuestra casa, vuestras reglas —dijo Thoren Smallwood.
Lord Mormont asintió con gesto rígido, aunque no parecía nada satisfecho.
—Bien, todo arreglado —gruñó Craster—. ¿Alguno de vuestros hombres sabe dibujar mapas?
—Sam Tarly —sugirió Jon—. Le encantan los mapas.
Mormont le hizo un gesto para que se acercara a él.
—Dile que entre después de comer. Que traiga pluma y pergamino. Y busca también a Tollett. Dile que traiga mi hacha. Un regalo para nuestro anfitrión.
—Eh, ¿quién es éste? —dijo Craster antes de que Jon pudiera salir para cumplir las órdenes—. Tiene cara de Stark.
—Es Jon Nieve, mi mayordomo y escudero.
—Un bastardo, ¿eh? —Craster miró a Jon de arriba abajo—".

"—El mundo está lleno de gente que quiere ayuda, Jon. Ojalá algunas de esas personas juntaran el valor necesario para ayudarse a sí mismas".

"Era de una belleza innegable. «Pero la primera siempre es una belleza», pensó Theon Greyjoy.
—Hermoso espectáculo, ¿eh? —dijo una voz femenina detrás de él—. Al joven señor le gusta, ¿verdad?
Theon se volvió y le dirigió una mirada valorativa. Le agradó lo que vio. Hija del hierro, eso se notaba a primera vista: esbelta, de piernas largas, el pelo negro y corto, la piel curtida por el viento, manos fuertes y seguras, y una daga al cinto. Tenía la nariz demasiado grande y afilada para su rostro delgado, pero lo compensaba con una sonrisa preciosa. Calculó que tendría unos pocos años más que él, pero no pasaría de los veinticinco. Se movía como si estuviera acostumbrada a tener la cubierta de un barco bajo los pies.
—Sí, es una belleza —dijo—. Pero no tanto como tú.
—Vaya, vaya. —La joven sonrió—. Más me vale tener cuidado. El joven señor tiene la lengua de miel.
—Pruébala y lo sabrás.
—¿Así nos ponemos? —replicó, mirándolo directamente a los ojos".

"—¿Y qué saben de naves en las tierras verdes? ¿O de mujeres, ya que estamos?
Además, me parece que te lo acabas de inventar.
—Si confieso, ¿me seguirás amando?
—¿Seguiré? ¿Cuándo te he amado yo?
—Jamás —reconoció—, pero es un error que intento reparar, mi dulce Esgred. El viento es frío. Sube a bordo de mi barco y deja que te dé calor".

"—Espero que el Viejo Oso sobreviviera a ese ataque.

—Así fue.
—Y que vuestros hermanos mataran a esos... eh... a esos muertos.
—Lo hicimos.
—¿Seguro que esta vez están muertos? —preguntó Tyrion con voz amable. Al oír la carcajada de Bronn supo que había elegido el camino adecuado—. ¿Muertos del todo?
—Estaban muertos desde el principio —le espetó Ser Alliser—. Pálidos y helados, con las manos y los pies negros. He traído la mano de Jared; el lobo del bastardo se la arrancó al cadáver.
—¿Y dónde está ese encantador recuerdo? —preguntó Meñique.
—Se... —Ser Alliser frunció el ceño, incómodo—. Se pudrió mientras esperaba que me recibierais. No quedan más que los huesos.
Las risitas contenidas llenaron la sala.
—Lord Baelish —llamó Tyrion a Meñique—, comprad a nuestro valiente Ser Alliser un centenar de palas para que se las lleve al Muro.
—¿Palas? —Ser Alliser tenía entrecerrados los ojos con gesto de desconfianza.
—Si enterráis a vuestros muertos, seguro que no se vuelven a levantar —le dijo
Tyrion, y la corte rió abiertamente—. Las palas solucionarán vuestros problemas, sobre todo si las usan unos brazos fuertes".

"«El miedo hiere más que las espadas», se repetía Arya, pero no conseguía espantar el miedo".

"Recorrió la fila de prisioneros y les fue explicando que nunca debían mirar a los nobles a los ojos, ni hablar si no les hablaban, ni cruzarse en el camino del señor.
—La nariz no me engaña nunca —alardeó—. Puedo oler la rebeldía, el orgullo, la desobediencia... Como huela cualquiera de esas cosas, lo pagaréis. 
Cuando os olfatee, no quiero otro olor que el del miedo".

"—Los grandes señores siempre han luchado entre ellos. Decidme quién ha ganado y os diré qué significa. Los Siete Reinos no caerán en vuestras manos como otros tantos melocotones maduros, khaleesi. Necesitaréis una flota, oro, ejércitos, alianzas...
—Ya sé todo eso. —Le cogió las manos y alzó la vista para mirarlo a los ojos, oscuros, desconfiados. «A veces me ve como a una niña a la que tiene que proteger, y a veces como a una mujer con la que querría acostarse, pero... ¿alguna vez me ve como a su reina?»—. No soy la niña asustada que conocisteis en Pentos. Sí, sólo he vivido quince días de mi nombre... pero soy tan anciana como las viejas del dosh khaleen, y a la vez, tan joven como mis dragones, Jorah. He parido un hijo, quemado a un khal, y cruzado el desierto rojo y el mar dothraki. Mi sangre es la sangre del dragón.
—Igual que la de vuestro hermano —dijo, testarudo.
—Yo no soy Viserys.
—No —reconoció él—. En vos hay más de Rhaegar, pero hasta Rhaegar podía morir. Robert lo demostró en el Tridente, y no le hizo falta más que una maza. Hasta
los dragones mueren.
—Hasta los dragones mueren. —Se puso de puntillas para depositar un ligero beso en la mejilla sin afeitar del caballero—. Pero también los asesinos de dragones".

"—Soy un caballero...
—Ya me he dado cuenta. Dime una cosa, ¿Cersei te hizo caballero antes o después de meterte en su cama?
La vacilación en los ojos verdes de Lancel era toda la admisión que Tyrion necesitaba. Así que Varys tenía razón. «Bueno, que no se diga que mi hermana no ama a su familia»".

"—Estáis muy callada —observó Tyrion Lannister—. ¿Es eso lo que queréis?
¿Que cancele vuestro compromiso?
—Yo... —Sansa no sabía qué decir. «¿Es un truco? ¿Me castigará si digo la verdad?» Contempló el gigantesco entrecejo saliente del enano, el duro ojo negro, el astuto ojo verde, los dientes desiguales y la barba hirsuta—. Yo sólo quiero ser leal.
—Leal —sonrió el enano—. Y estar bien lejos de cualquier Lannister. No os lo critico. Cuando tenía vuestra edad, yo quería lo mismo. —Sonrió de nuevo—. Me han dicho que vais todos los días al bosque de dioses. ¿Qué pedís en vuestras oraciones, Sansa?
«Pido la victoria de Robb y la muerte de Joffrey... y volver a casa. A Invernalia.»
—Pido el fin de la guerra".

"—No confiéis demasiado en lo sucedido en Cruce de Bueyes, mi señora —dijo con voz no exenta de amabilidad—. Una batalla no es la guerra, y desde luego, mi señor padre no es mi tío Stafford. La próxima vez que vayáis al bosque de dioses, rezad para que vuestro hermano tenga la sabiduría de rendirse. Una vez el norte vuelva a estar bajo la paz del rey, os enviaré a casa. —Se bajó del asiento junto a la ventana—. Podéis dormir aquí esta noche. Os pondré una guardia formada por hombres míos, tal vez algunos Grajos de Piedra...
—No —se horrorizó Sansa. Si estaba encerrada en la Torre de la Mano, vigilada por los hombres del enano, ¿cómo podría Ser Dontos liberarla?
—¿Preferiríais que fueran Orejas Negras? Si os sentís más tranquila con una mujer, encargaré a Chella...
—No, mi señor, por favor. Los salvajes me dan miedo.
—A mí también. —Tyrion sonrió—. Pero lo importante es que asustan a Joffrey y a ese nido de víboras arteras y perros lameculos que son su Guardia Real. Mientras Chella o Timett estén a vuestro lado, nadie se atreverá a haceros daño.
—Preferiría volver a mi cama. —La mentira se le ocurrió de repente, pero le pareció tan apropiada que la soltó sin pensar—. En esta torre fueron asesinados los hombres de mi padre. Sus fantasmas me darían pesadillas espantosas, y mirase donde mirase, vería su sangre.
—Conozco bien las pesadillas, Sansa. —Tyrion Lannister estudió su rostro—. Puede que seáis más sabia de lo que imaginaba".

"—¿Qué es lo que hueles, Dywen? —peguntó Grenn.
El forestal tomó una cucharada de guiso. Se había quitado la dentadura. 
Tenía la piel del rostro correosa y arrugada, y las manos, tan nudosas como las raíces de un árbol viejo.
—A mí me parece que huele... a frío.
—Tienes la cabeza de madera, igual que los dientes —bufó Hake—. El frío no huele a nada.
«Sí que huele —pensó Jon al recordar aquella noche en las habitaciones del Lord Comandante—. Huele como la muerte»".

"—El maestre Luwin dice que en los sueños no hay nada que temer.
—Sí lo hay —replicó Jojen.
—¿El qué?
—El pasado. El futuro. La verdad".

"—Podéis decirle a Su Alteza que los Tyrell son mucho más ricos que los Stark —intervino Meñique—. Y tengo entendido que Margaery es bellísima... y está en edad de compartir su lecho.
—Sí —dijo Tyrion—. Eso a Joff le gustará.
—Mi hijo es demasiado joven para preocuparse de esas cosas.
—¿Eso crees? —preguntó Tyrion—. Tiene trece años, Cersei. Los mismos que tenía yo cuando me casé.
—Nos avergonzaste a todos con aquel episodio lamentable. Joffrey tiene más clase.
—Sí, tanta clase que ordenó a Ser Boros que le arrancara la ropa a Sansa.
—Estaba enfadado con ella.
—También estaba enfadado con el pinche de cocina que derramó la sopa anoche, y a él no hizo que lo desnudaran".

"—Tyrion, sé que no siempre estamos de acuerdo en temas de política, pero creo que me he equivocado contigo. No eres tan idiota como imaginaba. La verdad es que ahora comprendo cuánto nos estás ayudando. Y te lo agradezco. Si te he hablado con brusquedad en el pasado, perdóname.
—¿De veras? —Se encogió de hombros—. Mi querida hermana, no has hecho nada por lo que tengas que pedir perdón.
—¿Quieres decir hoy?
Los dos se echaron a reír... y Cersei se inclinó y le dio un rápido beso en la frente. Tyrion se quedó sin palabras de puro asombro, y no pudo hacer otra cosa que ver cómo se alejaba por el corredor, acompañada por Ser Preston.
—¿Me he vuelto loco, o mi hermana acaba de darme un beso? —preguntó a Bronn cuando Cersei se perdió en la distancia.
—¿Ha sido grato?
—Ha sido... inesperado. —Cersei se estaba comportando de manera muy extraña en los últimos días. Aquello intranquilizaba a Tyrion—. Estoy tratando de recordar la última vez que me besó. Tendría yo seis o siete años. Jaime la había retado a que lo hiciera.
—Será que la señora por fin se ha fijado en tus encantos.
—No —replicó Tyrion—. No, la señora está incubando algo. Más vale que averigüemos qué es, Bronn. Ya sabes lo poco que me gustan las sorpresas".

"Catelyn sospechaba que aquello era obra del Gnomo; apestaba a la misma astucia de la que había hecho gala en el Nido de Águilas. En otros tiempos habría dicho que
Tyrion era el menos peligroso de los Lannister. Ya no estaba tan segura.
—¿Cómo los atrapaste?
—Eh... pues dio la casualidad de que yo no estaba en el castillo, había cruzado el Piedra Caída para... eh...
—Para ir de putas o con alguna mujer. Sigue contándome".

"—Quiero que aparezca Tyrek, vivo o muerto —dijo Tyrion con voz seca cuando Bywater hubo terminado—. No es más que un muchacho, e hijo de mi difunto tío Tygett. Su padre siempre se portó bien conmigo.
—Daremos con él. Y también con la corona del Septon.
—Por mí, los Otros se pueden meter la corona del septon por el culo".

"Al llegar, Bronn se quejó de la oscuridad de la estancia y exigió que encendieran el fuego en la chimenea. Ya chisporroteaba alegre cuando llegó Varys.
—¿Se puede saber dónde estabais? —bufó Tyrion.
—Encargándome de asuntos del Rey, mi querido señor.
—Ah, sí, el Rey —masculló Tyrion—. Mi sobrino no es capaz de sentarse en un retrete, no digamos ya en el Trono de Hierro.
—Todo aprendiz debe aprender su profesión. —Varys se encogió de hombros".

"—Lord Varys ha venido a veros —anunció Shae.
El hermano mendicante la miró atónito. Tyrion se echó a reír.
—Es verdad. ¿Cómo lo has reconocido? Yo no había caído.
—Sigue siendo él —contestó Shae encogiéndose de hombros—, sólo se ha cambiado de ropa.
—De ropa, de aspecto, de olor, de manera de andar... —dijo Tyrion—. Habría engañado a casi cualquier hombre.
—Y probablemente a casi cualquier mujer. Pero no a una puta. Las putas aprendemos a ver a los hombres, no sus atuendos, si no queremos acabar muertas en un callejón".

"—¿Qué haréis vos cuando lo cruce?
—Luchar. Matar. Puede que morir.
—¿Y no tenéis miedo? Puede que los dioses os envíen a un infierno espantoso por todo el mal que habéis hecho.
—¿Qué mal? —Se echó a reír—. ¿Qué dioses?
—Los dioses que nos hicieron a todos.
—¿A todos? —se burló—. Dime, pajarito, ¿qué clase de dioses crean a un monstruo como el Gnomo, o a una retrasada como la hija de Lady Tanda? Si hay dioses, hicieron a las ovejas para que los lobos pudieran comer carne, y también hicieron a los débiles para que los fuertes jugaran con ellos.
—Los verdaderos caballeros protegen a los débiles.
—No hay verdaderos caballeros —soltó el Perro con un bufido—, igual que no hay dioses. Si no puedes protegerte a ti misma, muérete y aparta del camino de los que sí pueden. Este mundo lo rige el acero afilado y los brazos fuertes; no creas a quien te diga lo contrario.
—Sois odioso. —Sansa retrocedió un paso.
—Soy sincero. Es el mundo el que es odioso. Venga, pajarito, vete volando. Ya estoy harto de que me mires".

"—(...)¿Tú quieres ser amada, Sansa?
—Todo el mundo quiere ser amado.
—Por lo que veo, el florecimiento no te ha hecho más avispada —dijo Cersei—. Permíteme que comparta contigo, en este día tan especial, un poco de sabiduría femenina, Sansa. El amor es un veneno. Un veneno dulce, sí, pero un veneno quemata".

"—Bran —dijo quedamente cuando lo vio allí sentado, tan alto a espaldas de Hodor—. Y también Rickon. —Sonrió—. Los dioses son bondadosos. Yo lo sabía...
—¿Lo sabíais? —dijo Bran, inseguro.
—Las piernas, se notaba... las ropas coincidían, pero los músculos de las piernas... pobre chico... —Tosió, y la sangre manó de su interior—. Desapareciste... en el bosque... pero ¿cómo?
—No llegamos a irnos —explicó Bran—. Fuimos hasta el lindero, y después volvimos sobre nuestros pasos. Mandé a los lobos para abrir un sendero, pero nos escondimos en la tumba de mi padre.
—Las criptas —gorgoteó Luwin, con una espuma sanguinolenta en los labios.
Cuando el maestre intentó moverse, emitió un grito agudo de dolor.
Las lágrimas nublaron los ojos de Bran. Cuando un hombre resultaba herido, el maestre se ocupaba de él, pero ¿qué hacer cuando el maestre estaba herido?
—Tenemos que hacer una litera para llevarlo —dijo Osha.
—No tiene sentido —dijo Luwin—. Me estoy muriendo, mujer.
—¡No puedes! —dijo Rickon, airado—. ¡Tú no puedes!
A su lado, Peludo enseñó los dientes y gruñó.
—Tranquilo, niño —dijo el maestre con una sonrisa—, soy mucho más viejo que tú. Puedo... morirme cuando desee".

"En el límite del Bosque de los Lobos, Bran se volvió en su cesta para echar una última mirada al castillo que había sido su vida entera. Todavía subían oleadas de humo al cielo gris, pero no más que las que hubieran brotado de las chimeneas de Invernalia en una fría tarde de verano. Algunas de las troneras de los arqueros estaban manchadas de hollín, y aquí y allá se veía una grieta en la muralla o había desaparecido un merlón, pero a esa distancia parecían pequeñeces. 
Detrás, los techos de las torres y torreones estaban en su lugar, como a lo largo de cientos de años, y era difícil decir que el castillo había sido saqueado e incendiado totalmente.
«La piedra es fuerte —se dijo Bran—, las raíces de los árboles se hunden muy profundas, y bajo la tierra, los Reyes del Invierno están sentados en sus tronos.»
Mientras ellos estuvieran allí, Invernalia perduraría. No estaba muerta, sólo rota.
«Como yo —pensó—; yo tampoco estoy muerto»".




George R. R. Martin