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"—Sin regalos, la Navidad no será lo mismo —refunfuñó Jo, tendida sobre la alfombra.
—¡Ser pobre es horrible! —suspiró Meg contemplando su viejo vestido.
—No me parece justo que unas niñas tengan muchas cosas bonitas mientras que otras no tenemos nada —añadió la pequeña Amy con aire ofendido.
—Tenemos a papá y a mamá, y además nos tenemos las unas a las otras —apuntó Beth tratando de animarlas desde su rincón.
Al oír aquellas palabras de aliento, los rostros de las cuatro jóvenes, reunidas en torno a la chimenea, se iluminaron un instante, pero se ensombrecieron de inmediato cuando Jo dijo apesadumbrada:
—Papá no está con nosotras y eso no va a cambiar por una buena temporada. —No se atrevió a decir que tal vez no volviesen a verle nunca más, pero todas lo pensaron, al recordar a su padre, que estaba tan lejos, en el campo de batalla.
"—La verdad, chicas, es que hay motivos para censuraros a las dos —apuntó Meg dando inicio a un sermón de hermana mayor—. Josephine, ya va siendo hora de que dejes de imitar a los chicos y te comportes mejor. Cuando eras pequeña no tenía importancia, pero ahora has crecido, llevas el cabello recogido y debes actuar como una dama.
—No lo soy, y si recogerme el cabello me obliga a ser una dama usaré trenzas hasta los veinte años —protestó Jo mientras soltaba su abundante melena castaña—. Detesto tener que crecer, convertirme en la señorita March, vestir de largo y ser una remilgada. Ya me parece bastante malo ser una chica cuando lo que me gusta son los juegos, los trabajos y la forma de comportarse de los muchachos. Me parece una pena no haber nacido hombre, sobre todo en momentos como este, en el que preferiría acompañar a papá y luchar a su lado en lugar de quedarme en casa tejiendo como una vieja. —Jo agitó en el aire el calcetín azul marino que estaba tricotando, hasta que las agujas chocaron entre sí como castañuelas y la madeja de lana fue a parar al otro extremo de la sala".
"Esas muchachas ansiaban ser buenas y se hacían magníficos propósitos que, por una razón u otra, nunca mantenían, y no dejaban de decir: «Si tuviéramos tal cosa», o «Si pudiéramos hacer esto o aquello», olvidando lo mucho que en realidad tenían y las numerosas cosas agradables que estaban a su alcance. Así pues, preguntaron a una anciana a qué hechizo podían recurrir para ser felices y ella les contestó: «Cuando os sintáis descontentas, pensad en las bendiciones que habéis recibido y dad gracias por ellas»".
"—¡Qué riqueza! —Jo se dejó caer con un suspiro en una gran butaca tapizada de terciopelo y miró maravillada alrededor —.Theodore Laurence, debería sentirse el joven más afortunado del mundo —añadió muy impresionada.
—Un hombre no vive solo de libros —repuso Laurie, meneando la cabeza, mientras se sentaba en una mesa frente a ella".
"—Le vi en la fiesta y lo que has contado demuestra que sabe cómo comportarse.
Es muy bonito lo que dijo sobre la medicina que mamá le mandó.
—Supongo que se refería al pudin.
—Qué tonta eres, niña. Se refería a ti, claro está.
—¿En serio? —Jo abrió los ojos como platos, pues tal idea no le había pasado por la cabeza.
—¡Nunca he conocido a una chica como tú! Te hacen un cumplido y ni siquiera te das cuenta —dijo Meg, con aire de una dama experta en la materia".
"El amor expulsa al miedo y la gratitud doblega al orgullo".
"—Este muchacho es un auténtico cíclope, ¿no? —dijo Amy, un día, al ver a Laurie a lomos de un caballo. El joven agitó el látigo a modo de saludo al pasar.
—¿Cómo te atreves a decir eso cuando tiene dos ojos? Y bien bonitos, por cierto —protestó Jo, que saltaba en cuanto se hacía un comentario negativo de su amigo".
"La tarde acabó con un improvisado circo, una partida del zorro y las gallinas y un partido amistoso de cróquet. Al ponerse el sol, ya habían recogido la tienda, guardado los cestos, retirado los palos del campo de juego y cargado los botes, y el grupo se aventuró río abajo, cantando a voz en cuello. Ned, en un arranque sentimental, cantó una balada con el melancólico estribillo:
¡Solo estoy, sí, solo estoy!
Y la letra:
Si ambos somos jóvenes y tenemos corazón,
¿por qué nos mantenemos tan fríamente a distancia?".
"—Pues vaya grupo de ambiciosos, ¿no os parece? Salvo Beth, tocios soñamos con ser ricos, famosos y estupendos en todos los sentidos. Me pregunto si alguno de nosotros lo logrará algún día —musitó Laurie mascando una brizna de hierba, cual ternero pensativo.
—Yo tengo la llave de mí castillo en el aire; queda por ver si podré abrir la puerta —comentó Jo, enigmática.
—Yo también tengo la llave del mío, pero no me permiten probar suerte. ¡Maldita universidad! —protestó Laurie con un suspiro de impaciencia.
—Pues esta es la mía —dijo Amy blandiendo su lápiz.
—Yo no tengo ninguna —intervino Meg con tristeza.
—Claro que la tienes —repuso Laurie sin pensarlo dos veces.
—¿Cuál?
—Tu rostro.
—Tonterías, eso no sirve de nada.
—Espera y verás cómo te ayuda a conseguir algo que merezca la pena —afirmó el muchacho, y se echó a reír al recordar un pequeño secreto que había descubierto".
"Laurie caminó en silencio durante unos minutos, y Jo le observaba pensando que debería haberse mordido la lengua, pues, aunque el muchacho sonreía, sus ojos delataban que estaba algo enfadado por sus comentarios.
—¿Piensas seguir sermoneándome todo el trayecto? —preguntó él al fin.
—Por supuesto que no. ¿Por qué?
—Porque si sigues, tomaré el ómnibus pero, si lo dejas estar, me encantaría volver a casa dando un paseo y explicarte algo muy interesante.
—Basta de sermones. Me muero de ganas de saber qué tienes que contar.
—Muy bien, veamos. Es un secreto, y te lo contaré si prometes desvelarme alguno de los tuyos.
—Yo no tengo secretos… —Jo se interrumpió de golpe al recordar que no era cierto.
—Sabes que sí los tienes; a mí no me puedes ocultar nada, así que confiesa o no te contaré nada.
—¿Tu secreto merece la pena?
—¡Vaya si la merece! Es referente a personas que conoces bien y te hará mucha gracia… No te lo puedes perder, llevo tiempo queriendo decírtelo. Venga, ¡empieza tú!".
"—Tal vez me meta en un lío por contártelo, pero no prometí guardar silencio, de modo que te lo diré porque no estoy tranquilo hasta que he compartido contigo las últimas novedades. Sé dónde está el guante que le falta a Meg.
—¿Eso es todo? —preguntó Jo, decepcionada. Laurie asintió con la cabeza y le guiñó un ojo con aire pícaro y misterioso.
—Es más que suficiente. Lo entenderás cuando te explique dónde está.
—Entonces, dímelo.
Laurie se inclinó hacia su oído y susurró unas palabras que provocaron un cómico cambio en la expresión de la joven. Jo se detuvo en seco, le miró fijamente, entre sorprendida y contrariada, luego echó a andar y preguntó con tono desabrido:
—¿Y tú cómo lo sabes?
—Porque lo he visto.
—¿Dónde?
—En su bolsillo.
—¿Tanto tiempo?
—Sí. ¿No te parece romántico?
—No, lo encuentro horrible".
"—Pensaba que te agradaría.
—¿Agradarme que alguien quiera llevarse a Meg lejos de nosotras? ¡No, gracias!
—Te parecerá mejor cuando alguien pretenda llevarte a ti.
—¡A ver quién se atreve! —exclamó Jo en tono amenazador.
—¡Eso digo yo! —repuso Laurie con una risita".
"—Esta es mi contribución para que papá esté bien atendido y puedas traerle a casa.
—Querida, ¿de dónde lo has sacado? ¡Son veinticinco dólares! Espero que no hayas hecho nada malo.
—No, lo he ganado honradamente. No he mendigado, no lo he pedido prestado ni lo he robado. Lo he ganado. Y no creo que debas reñirme por ello, solo he vendido lo que era mío.
Mientras decía esto, se quitó el gorro y todas dejaron escapar un grito de horror al ver que se había cortado la larga melena.
—¡Tu cabello! ¡Con lo bonito que lo tenías!".
"—Jo, querida, ¿qué te ocurre? ¿Lloras por papá?
—No, ahora no.
—Entonces, ¿qué te ocurre?
—Es por mi cabello —balbuceó la pobre Jo, que trataba en vano de contener la emoción hundiendo el rostro en la almohada.
La escena conmovió a Meg, que besó y acarició a la consternada heroína con gran ternura.
—No es que me arrepienta —argumentó Jo hipando—. Lo haría de nuevo mañana si pudiera. Pero mi parte vanidosa y egoísta me obliga a llorar como una niña estúpida".
"—No puedo dormir, estoy demasiado angustiada —contestó Meg.
—Piensa en algo agradable y conciliarás el sueño enseguida.
—Lo he intentado, pero solo he conseguido despejarme aún más.
—¿En qué pensabas?
—En rostros hermosos; concretamente, en ojos —dijo Meg sonriendo para sí en la oscuridad.
—¿Qué color de ojos prefieres?
—El marrón. Bueno, a veces. Los ojos azules son preciosos".
"—No creo que muera, es demasiado buena y todos la queremos mucho. Dios no se la llevará todavía.
—La gente buena y querida siempre muere —gimió Jo, pero dejó de llorar porque, a pesar de su miedo y sus dudas, las palabras de su amigo la habían tranquilizado".
"—Laurie, ¡eres un ángel! ¿Cómo podré agradecértelo?
—Abrázame de nuevo; la verdad es que me ha gustado —contestó Laurie con una expresión picara que llevaba dos semanas sin emplear".
Louisa M. Alcott
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