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"Al cabo de un momento me di cuenta de que ni siquiera le había preguntado adónde se dirigía. Como lo había encontrado en el lado derecho de la carretera, había dado por supuesto que viajaba en dirección al sur, pero en realidad lo más probable era que estuviese tratando de llegar hasta la capital, que se hallaba hacia el norte.
Resulta curiosa la facilidad con la que asumimos que los demás deben ir en el mismo sentido que nosotros.
Cuando volví de nuevo la mirada hacia él, era demasiado tarde. Otros sueños lo habían llevado muy lejos de allí".
"—¿Hay muchas carreteras en la Tierra? —preguntó él sin hacer el menor caso a mis palabras.
—Sí, innumerables.
—Yo he estado en un lugar sin carreteras —dijo el misterioso joven.
—Pero allí la gente se perdería… —señalé, al tiempo que sentía que crecía más y más mi curiosidad por saber quién era y de dónde procedía.
—Cuando no hay carreteras en la Tierra —continuó él imperturbable—, ¿la gente no piensa en buscar orientación en el cielo? —Y miró hacia arriba a través de la ventanilla.
—De noche —reflexioné— es posible guiarse por las estrellas. Pero cuando la luz es muy intensa, correríamos el riesgo de quedarnos ciegos.
—¡Ah! —exclamó el joven—. Los ciegos ven lo que nadie se atreve a ver. Deben de ser los hombres más valientes de este planeta".
"Después de un silencio en el que pareció quedar sumido en sus recuerdos, añadió:
—En un viaje conocí a alguien que tenía un problema para el que no había solución.
—¿Ah, sí? —dije distraídamente.
—Era un hombre que bebía para olvidar.
—¿Para olvidar qué? —pregunté automáticamente.
—Que estaba lleno de vergüenza y de culpa.
—¿Por qué? —Quise saber.
—Porque bebía —respondió el joven, con lo que cerró el círculo que lo tenía perplejo.
—El sentimiento de culpa —comenté yo— nos paraliza y nos impide resolver muchos problemas. Asumir la responsabilidad hará que desaparezca esa sensación y nos permitirá llevar a cabo acciones más positivas, como compensar los daños causados, en la medida de lo posible. O, simplemente, seguir adelante y no repetir el comportamiento que nos hizo sentir culpables.
—Pero si has hecho algo malo —inquirió—, ¿cómo puedes evitar la culpa?
—La culpa no ayudó a ese hombre dado a la bebida. Es un castigo inútil que le roba sus energías y en el que persevera porque ha dejado de quererse. ¿No le preguntaste por qué razón empezó a beber?
—No… —contestó el joven titubeando, y sentí al fin que podía esbozar una sonrisa, sabiendo que habría sido más fácil encontrar la tumba de un faraón desconocido que una pregunta que aquel muchacho no hubiera formulado aún.
—Soledad, falta de amor, frustración por algo… Desconozco cuál fue la causa, pero sin duda la adicción a la bebida no era más que una consecuencia. Ahí tienes un ejemplo conmovedor de los efectos destructivos que conlleva no superar las dificultades.
—¡Qué ingenuo fui al juzgarlo como lo hice! —comentó el joven arrepentido—. Quizá mi afecto hubiera sido la llave para abrir la puerta que él nunca pudo franquear.
—Nuestras vidas serían mucho más positivas —añadí— si dejáramos de juzgarnos a nosotros mismos y a los demás, si en lugar de quejarnos por toda suerte de inconvenientes y torturarnos preguntándonos si nos merecemos las dificultades o si podríamos haberlas evitado, aplicáramos nuestra capacidad para resolver los problemas y aceptar aquello que no puede cambiarse. Como dice un antiguo proverbio oriental: más te vale encender un fósforo que seguir maldiciendo la oscuridad.
El muchacho me oía con interés, así que decidí seguir pensando en voz alta.
—A veces descubrirás que, al cambiar tu punto de vista, el obstáculo desaparece, porque con frecuencia la única dificultad está dentro de nosotros y es nuestro modo inflexible y miope de ver las cosas.
—¿La dificultad está dentro de nosotros? —repitió con incredulidad mientras bajaba la mirada hacia su ombligo".
"—¿Qué es el destino? Parece un maestro muy severo… —reflexionó el joven.
—Es el camino de cada persona…
—¿Es posible cambiarlo? —preguntó con creciente confusión.
—Sí —respondí lacónicamente, aun sabiendo que las bibliotecas de la Tierra contienen millares de volúmenes en los que se intenta en vano encontrar una respuesta categórica a esta cuestión".
"—Estoy buscando a alguien a quien hace tiempo que no veo. Se parece un poco a ti, pero tiene una máquina que vuela.
—¿Un avión? —pregunté, un poco confundido.
—Sí, eso, un avión.
—¿Y dónde vive? —Quise saber con la intención de ayudarlo, pues sabía de varios aeroclubes de la zona que había visto señalados en el mapa.
—No sé —respondió con tristeza. Y siguió reflexionando—: No sabía que las personas vivieran tan alejadas unas de otras.
Al ver la perplejidad de mi rostro, aclaró:
—La Tierra es muy grande, ¿sabes? Y mi planeta, muy pequeño".
"Cuando finalmente el Joven Príncipe habló, me tomó por sorpresa.
—Gracias —dijo.
—¿Por qué me das las gracias? —pregunté yo.
—Por salvarme de la infelicidad —respondió.
—¿A qué te refieres? —Quise saber.
—Bueno, he estado pensando en lo que dijiste y he descubierto que había un pensamiento profundamente arraigado en mi mente: que no volvería a ser verdaderamente feliz hasta encontrar a otro amigo como mi añorado aviador. Sin embargo, ese pensamiento contiene los tres obstáculos para la felicidad que has mencionado antes. Primero, la necesidad de «alguien como él», que me haría no reparar en otras personas distintas pero quizá igualmente nobles e interesantes.
Segundo, la cuestión de la «seguridad», porque nunca estaría totalmente seguro de haber encontrado a alguien idéntico a él. Y tercero, la «búsqueda», que haría que me centrase en un suceso futuro, en alguien que podría llegar a conocer, sin valorar a quienes ya están a mi lado.
—Veo que me has entendido a la perfección —reconocí con el mismo orgullo que sienten los maestros al encontrarse frente a su mejor alumno.
—Nunca se puede estar demasiado atento —dijo el Joven Príncipe.
—No, nunca —repetí, y ambos sonreímos. En silencio, advertí que aún perduraba algo en su expresión que lo ataba a la tristeza del pasado, pero decidí esperar para averiguarlo".
"—¿Cómo sabes tantas cosas? —inquirió, sorprendido por mi capacidad de encontrar respuesta a sus preguntas.
—Gracias a mi experiencia y mi intuición —contesté.
—¿Y cómo sabes que tienes razón?
—Gracias a mi experiencia y mi intuición —volví a responder.
—¿Y nunca te equivocas? —me interrogó con admiración.
—Pues claro que me equivoco, y entonces a mi experiencia agrego ese error.
Verás, no puedo decir que lo que creo sea una verdad absoluta, sino solo que es un conocimiento que a mí me ha resultado útil en la vida. Tú deberías hacer lo mismo.
No creas nada de lo que yo te diga. Simplemente tómalo y fíjate si a ti te sirve.
—¿Y dónde puedo encontrar esa experiencia? —Quiso saber el Joven Príncipe.
—En la vida —respondí—. Mi experiencia está formada por todo el tiempo que he tenido para cometer errores y por mi capacidad de sobreponerme a ellos. Si eres inteligente, lograrás incorporar a tu experiencia los errores cometidos por otros, sin necesidad de repetirlos. Los libros, los maestros y las historias de otras personas pueden abrir caminos, pero al final eres tú el que ha de decidir qué conocimientos debes aceptar".
"—¿Qué es un fantasma?
—Un fantasma es una imagen sin contenido, una sombra, una apariencia sin sustento. —Y añadí—: Hay gente que cree que los fantasmas no existen. Yo, en cambio, creo que sí y que son numerosos, vaya donde vaya. Para mí, los fantasmas son las personas que no tienen corazón.
—Tampoco quiero ser un fantasma —reflexionó el Joven Príncipe, cada vez más consciente de las dificultades que entrañaba crecer".
"—¿Quieres decir —preguntó él— que debemos poner nuestro amor en todo lo que hagamos?
—Exacto —respondí—. Y hacerlo apasionadamente, ya sea en el trabajo, en el arte, en la amistad, en los deportes, en la ayuda a los demás o en el amor. La felicidad —continué— es también un equilibrio que exige la satisfacción de múltiples necesidades humanas, desde las más básicas, como la comida, la vivienda, la cercanía con nuestros semejantes y la estimulación, a las más elevadas, como la búsqueda de trascendencia, el amor, el altruismo y la búsqueda del sentido de la propia vida, pasando por otras, como la creatividad, el reconocimiento, la productividad y el cambio. Solo nuestra inteligencia puede satisfacer estas necesidades de manera armoniosa según nuestra personalidad y el propósito de nuestra vida.
—¿Y cómo puedo saber que lo he conseguido? —preguntó el Joven Príncipe.
—La felicidad —le expliqué—, más que el objetivo final al que se llega, como si se tratara de la estación terminal de un tren, es en realidad una forma de viajar, esto es, de vivir".
"—¿Sabes una cosa? El amor es más poderoso incluso que la muerte. A un hermano mío le encantaban las alas. Sus alas eran de muchos colores. Dicen que murió, pero aún sigue vivo en nuestros corazones. Desde aquel día creo que los únicos que están realmente muertos son los que nunca han amado y aquellos que ya no quieren amar".
Alejandro Guillermo Roemmers
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