El nombre le gustó. Le hizo reír.
Franjas rojas y grises en su pecho. Es así como quiero recordarle".
"Soy un ser humano comprimido. Me despido de alguien que nunca volverá.
Ayer lo supe. No volverá nunca. Por encima de mí se extiende un cielo que —¿para siempre?— lo ha hecho desaparecer en su interior".
"Estoy sentado en nuestro banco. En aquel que, antes de ser nuestro banco, fue mi banco".
"Yo mismo era una raya sin sangre. Mi piel mortalmente pálida por la ausencia de sol.
A veces añoraba su contacto. Imaginaba cómo sería salir fuera y comprender, al fin, que hay espacios que nunca se abandonan".
"No intentaba engañarme. Al igual que antes, la cuestión era estar solo. No quería encontrarme con nadie. Encontrarse con alguien significa implicarse. Quedar anudado a un hilo invisible. De ser humano a ser humano. Nada más que hilos. En todas direcciones. Encontrarse con alguien hace que te conviertas en parte de su tejido; precisamente esto era lo que trataba de evitar".
"Cuando se es pequeño, tan pequeño que uno cree que va a continuar siéndolo eternamente, el mundo es un lugar acogedor".
"El banco de mi infancia. Este banco en el que tuve que aprender que nada permanece igual y que, a pesar de todo, merece la pena estar en el mundo.
Todavía sigo aprendiéndolo".
"El sabor en la boca al sentarme, finalmente. El deseo de ser niño de nuevo. De volver a mirar desde unos ojos perplejos. Me refiero a que fueron mis ojos los que enfermaron en primer lugar. Después les siguió mi corazón".
"Hoy comprendo que es imposible no encontrarse con nadie. Desde el momento en que uno está aquí, respirando, se encuentra con el mundo entero".
"Un hilo invisible nos une a los otros desde el mismo momento del nacimiento. Para cortarlo es necesario algo más que una muerte, y de nada sirve oponer resistencia".
"Tras una mirada fugaz al reloj, se encendió un cigarro. El humo ascendía formando círculos. Este fue el comienzo de nuestra relación. Percibí un olor agrio. El viento hacía llegar el humo hasta mí.
Antes de que hubiésemos podido decirnos nuestros nombres, fue aquel viento el que nos presentó".
"Suspiró de nuevo. Esta vez más silenciosamente. Alguien que suspira de ese modo, pensé, no está únicamente cansado. Lo sentía, más que pensarlo. Sentía que se trataba de alguien que estaba cansado de la vida".
"Dos ancianas conversaban sobre sus enfermedades. Así es la vida, dijo una, nacemos para morir".
"Cualquier momento puede ser el último, escuché, a veces ya no siento nada aquí dentro".
"Y qué más daba. Sentí un escalofrío. Me lo quité de la cabeza. En cualquier caso, ¿qué podía importarme a mí alguien a quien no iba a volver a ver?".
"Su recuerdo estaba todavía presente cuando, al día siguiente, volví a recorrer el camino hasta el parque".
"Tratar de borrarle de mi memoria era ya en vano. Él estaba allí, se había hecho un sitio en mí, se había convertido en una persona de la que podía decir: lo reconozco".
"La certeza de que se pasaría no podía hacer nada frente a la insípida melancolía de su transcurrir. Y la melancolía, pensaba a continuación, era la palabra que ambos llevábamos escrita en la frente. Nos unía. En ella nos encontrábamos los dos".
"Continuaba sintiendo vergüenza por él: ¿quién llora así en pleno día? ¿Quién se pone en evidencia de ese modo? Y no solo por él, sino también por mí, ¡su espectador! No debía llorar, no delante de mí. Tenía que haber cerrado la puerta tras de sí. Tenía que saberlo. Que llorar es un asunto privado".
"Él tenía que saberlo. Que llorar y morir son asuntos privados".
"Me di por vencido. Y también esto fue una decisión. Darme por vencido y ponerle un nombre mientras él estaba allí roncando. Había llegado incluso a ponerle un nombre. No Honda. Ni Yamanda. Ni Kawaguchi. Le llamé sencillamente Corbata. El nombre le iba bien. Gris rojizo".
"El nombre me comprometía con él. Si antes había sentido una vaga compasión por él, comencé ahora a sentir una vaga responsabilidad. Estar a su lado, no dejarlo solo. Era grotesco sentirse obligado hacia un hombre del que ya no podía únicamente decir: Lo he reconocido. Sino: Lo conozco".
"El nombre me involucraba. Ya no me sentía libre de levantarme e irme de allí sin más. Tal es el poder que tiene un nombre".
"Entonces lo echaba de menos. Me había acostumbrado de tal modo a su presencia que, en su ausencia, mi propia presencia en el parque me parecía que carecía de sentido".
"Sin él, sin las preguntas que me sugería, yo era un signo de interrogación que no satisfacía ningún fin. Un signo de interrogación sobre un papel en blanco y que pregunta al vacío".
"A ningún ser humano en su sano juicio le gusta sentarse bajo la lluvia.
Parecía haberse abandonado completamente y no conocer mayor dicha que la de mojarse. Miré fijamente con incredulidad su rostro de felicidad".
"De pronto, me miró a través de la lluvia. Me levanté de un salto. No contaba con eso. No contaba con aquella mirada imprevista que había tomado conciencia de mí. No estoy solo, se leía en ella, tú estás aquí".
"Tenía miles de recuerdos, miles de imágenes, y ahora que había reparado en mí, yo era una de ellas".
"Así fue como nuestra mínima camaradería se convirtió en una mínima amistad".
"Mi habitación continuaba pareciendo una cueva. En ella había crecido. En ella había perdido literalmente mi inocencia. Me refiero a que hacerme mayor implicó una pérdida. Uno cree que ha ganado algo. En realidad se pierde a uno mismo".
"Con trece años ya era demasiado tarde. Con catorce. Con quince. La pubertad fue una batalla en cuyo final me había perdido".
"Se me pasó por la cabeza que eran como los zapatos de mi padre. ¿Es posible que, en ocasiones, también mi padre eche de menos confiarse a alguien? Con cierta amargura constaté que sabía menos acerca de él que de aquel cuyo nombre había conocido hacía apenas tres horas".
"Pero tú. Ten cuidado con la edad que eliges. Se pega. Se queda adherida a uno. La edad que escoges es como un pegamento que se endurece a tu alrededor".
"Se recuerdan cosas. Increíble. Se recuerdan cosas durante toda la vida".
"Su cabeza caía adormilada sobre el respaldo del banco. Las palmas de la mano abiertas sobre la imagen del equipo de los Gigantes. Una red de líneas que atraviesan cruzando el corazón. Una mancha de tinta negra en el índice derecho. De nuevo parecía un niño. Inocente. Desprotegido en su inocencia. Y de nuevo sentí el deseo de arroparle, aquel espontáneo deseo de protegerle de una desgracia".
"Adiós. Mi voz. Tras dos años de silencio era de una transparencia cristalina. Adiós. Eso fue todo".
"Ambos nos quedábamos mirando mientras todo se nos escapaba, y ambos sentíamos un secreto alivio por no estar en condiciones de arreglar las cosas".
"Y tal vez por eso su historia era también la mía. Trataba de aquello que había abandonado y que, precisamente por eso, era imposible anular".
"Cada hombre es una acumulación de historias. Pero yo. Dudé. Yo tengo miedo de acumular historias".
"El hecho de hablar me desbordaba. Yo era como la cuenca seca de un río en la que, tras años de sequía, cae una fuerte lluvia. El suelo enseguida se empapa por completo y después ya no hay modo de parar. El agua sube y sube, rebasa la orilla, hace caer los árboles y arbustos, se derrama sobre la tierra.
Cada palabra que pronunciaba era como una liberación".
"¡Mira esto! Me mostraba uno de sus cuadernos. Roto. Mi padre dice que la sociedad no necesita bichos raros. Bien, pues tiene razón. Pero yo, sencillamente, no puedo evitarlo".
"Estás enfermo, musité yo.
Él respondió: Tú también.
Era una advertencia. La escuché y no hice caso".
"Porque qué más puede decirse, continué. ¿Qué más puede decirse cuando a uno se le han acabado las palabras? La puerta se cerró detrás de mí; después, sentí un vacío mudo".
"La vida debía continuar afuera. Yo quería encerrarme, esconderme de ella, impedir que me atravesara".
"¿Puedo leerlo? ¿Tu poema?
Todavía no está terminado.
Pero está ahí.
¿Dónde?
En el reverso de tu mano.
Todas esas cicatrices. Escondí la mano a la velocidad de un rayo".
"Y tal vez es esta suerte la caracterización más decisiva de un hikikomori. La suerte de liberarse por tiempo indeterminado del acontecer y de ser acontecido, del juego interrelacionado de la causa y el efecto. Permanecer sin una meta humana a la vista y sin la voluntad de alcanzarla, en un espacio informe en el que no pasa nada".
"En cuanto uno se encierra con llave, cae de la tupida malla de contactos y relaciones, y siente alivio por no tener que hacer nada al respecto. La liberación consiste en que ya no es necesario seguir contribuyendo. Finalmente, uno acaba confesando que el mundo le es por completo indiferente".
"Mi existencia consistía en mi ausencia".
"Yo era el sillón en el que nadie se sentaba, el lugar en la mesa que queda libre, la ciruela mordida en el plato abandonado de nuevo frente a la puerta. Al faltar yo, había atentado contra la ley que dice que uno está aquí, y si está aquí, debe hacer algo, debe lograr algo".
"Finalmente, el sentimiento de haber fracasado me embriagó. Era el repentino avivarse de una vela cuya llama todavía es alimentada por un resto de cera a punto de desaparecer. Sabe que pronto se extinguirá. Y, precisamente por ello, arde, por última vez, con más claridad que nunca".
"La mentira tiene un precio. Una vez que mientes te encuentras en otro espacio".
"Al menos así lo recuerdo yo: cuando era un niño mi presente era mi refugio. Ni el pasado ni el futuro podían afectarme".
"Para mí, en todo caso, el tren ya partió, y me alegró de que se pusiera en marcha sin mí. Por lo que puedo recordar, nunca tuve el deseo de alcanzar un determinado fin".
"Todavía conservo el uniforme de la escuela. Cuelga en la esquina más oscura de mi habitación, una vestimenta sin contenido. Se asemeja a una de esas figuras que aparecen en los sueños. No la conoces y, sin embargo, sientes una íntima afinidad hacia ella. Cuando la miras más de cerca descubres que se trata de tu sombra".
"Desde mi cama miro el interior de la grieta que una vez hice al golpear la pared en un ataque de ira.
La miro tanto tiempo que casi me introduzco en su interior. El tiempo tiene arrugas, y esta es una de ellas. Miro dentro de ella para recordar los muchos momentos en los que estuve mirando hacia otra parte".
"Mis notas eran buenas, pero no demasiado. Había aprendido que mi supervivencia dependía de mantener esa mediocridad.
Se trataba de ser normal. Bajo ningún pretexto había que dejar de ser normal. Porque quienes llaman la atención se ganan la enemistad de quienes, aburridos de su normalidad, no saben hacer nada mejor que atormentar a los que son diferentes".
"Garabateó algo en ella, con la punta de la lengua
ligeramente fuera, en letras mayúsculas: MILES TO GO. Un jazz-café.
Cuando llueve, dijo, estoy allí.
Pero.
¿Pero qué?
Me sentí mareado. La mera idea de tener que pasar entre mesas y sillas, de atravesar un espacio sudoroso lleno de seres humanos, de sentarme, de enfrentarme a la mirada del camarero, de beber en un vaso en el que sabe dios quién había bebido antes. Todavía estaba intentando acostumbrarme al parque y a nuestra amistad. Esta idea superaba mis posibilidades".
"Habíamos sellado un pacto: mejor no saber nada los unos de los otros. Este pacto es el que mantiene a las familias unidas durante generaciones. Éramos portadores de máscaras. Detrás nuestros rostros ya no eran reconocibles porque nos habíamos pegado a ellas. Era doloroso arrancárselas. Tan doloroso que el dolor de no poder mirarnos frente a frente se hacía más llevadero que el de mostrar el verdadero rostro".
"A veces siente ganas de tumbarse sobre el suelo e inundarlo por completo con sus lágrimas. Ella lo describe como una suerte de purificación. Purifica sus ojos, dice ella, para poder ver con mayor claridad. No llora de tristeza. Llora para poder arrojar una mirada más clara sobre las cosas de la vida".
"Los ojos, y esto dicho por ella suena como una verdad nueva o recién redescubierta, son las ventanas por las que mira el alma".
"Porque no se es un ser humano completo hasta que uno no tiene a alguien a su lado".
"Y por si acaso no lo habían notado, dijo con la boca llena, en la foto llevo una peluca. Me atraganté. Resoplé. Ella se levantó de pronto y me golpeó en la espalda. Bueno, pues ahora ya sabe usted que también puedo golpear con fuerza. No solo puedo leer y cantar. Si es necesario, puedo propinarle un golpe del que no se olvidará fácilmente. Oh, qué simpática, intervino Okada-san, es un espíritu de su tiempo".
"Yo rompí a reír incontroladamente. ¡Disculpe! No hay nada que perdonar. Un hombre no debe disculparse por su risa y una mujer no debe hacerlo por sus lágrimas".
"Soy una planta, decía, necesito el fuego, el aire, la tierra, el agua. Sin estos elementos me marchito. Y ¿no consiste el matrimonio precisamente en marchitarse? El fuego se apaga. El aire se enrarece. La tierra se seca. El agua se agota".
"Tenía ganas de decir que lo sentía. Y, en lugar de eso, como cera endureciéndose, decía: ¡Os deseo una felicidad duradera! Kyoko le dio las gracias con una sonrisa inocente: ¿Qué es duradero? Somos como fuegos artificiales. Nuestra luz brilla y se desvanece, desprendemos chispas que ya están apagadas".
"Es más fácil hablar si no te miran.
Y es más fácil escuchar sin mirar".
"Demasiadas palabras en una frase. Lo sé.
Demasiadas palabras que no pueden expresar lo desprejuiciados que éramos, ella y yo, en un mundo
lleno de diferencias, donde una palabra basta para separar a unos de otros".
"¿Cómo puedes ser tan diferente? Le pregunté una vez cuando estábamos sentados a la sombra del pino. La respuesta de Yukiko fue una frase aprendida de memoria: Porque caí de una estrella".
"¿Quiere decir eso que me crees?
Sí. Te creo.
¿Y prometes no traicionarme?
Te doy mi palabra de honor.
Su mano en la mía.
Amigos. Para siempre".
"Con una navaja grabamos nuestros nombres en la corteza. Nuestro árbol de la amistad, anunció Yukiko. Había sacado un hilo rojo del bolsillo de su falda, lo ató a una rama y continuó diciendo: Este hilo rojo nos recordará que estamos unidos el uno al otro. Estás en deuda conmigo porque yo he confiado en ti; y, dado que has prometido que no me vas a traicionar, yo estoy en deuda contigo".
"Se dice que los amigos vienen y van".
"Te odio, ¿me oyes? Te odio porque me obligas a formar parte de los otros. A formar parte de esos que dices. Por fin, me miró: Lo que dicen es verdad. Nuestras miradas se desprendieron. Cerca. Más cerca. La besé. Lejos. Más lejos. Algo se había acabado".
"Mi capacidad para olvidar borraba de mis labios el sabor de los suyos. Tan solo recordaba de modo muy vago el momento en el que ambos se habían tocado. ¿Había sido en realidad un beso? Me parecía que más bien había sido un ligero roce.
Pero incluso esto llegué a olvidarlo".
"También para mí aquello fue una certeza hasta que el destino (por entonces lo llamé una estúpida casualidad) quiso que nuestros caminos se cruzaran por última vez".
"Las vacaciones, que no habían sido tales, se habían terminado otra vez, y uno tenía el oscuro presentimiento de que siempre iba a ser así, que la vida, que no era tal, pasaba como una exhalación".
"¡Miyajima Yukiko!
¡Presente!
El lápiz se rompió. No levanté la vista. ¡Estaba aquí! ¡Aquí! ¡Aquí!
(...)
Hilos rojos, los hilos del destino. Para siempre".
"Yukiko habría necesitado entonces un amigo.
Pero yo.
Yo no tenía boca. Ni me sumaba a los comentarios de los otros, ni decía nada en contra. Me bastaba con quedarme fuera, mientras el mundo se desmoronaba dentro".
"Hilos rojos.
Me detuve, sin aliento.
El árbol estaba lleno de hilos rojos. Nuestro árbol de la amistad. En cada rama colgaban cinco hilos, uno por cada uno de los años pasados".
"Quien crea una obra de arte semejante es porque quiere guardar un secreto hasta el final".
"Cumplí diecisiete años. Después dieciocho. Creció la presión. La resistía apretando los dientes y pensando: Esto es lo que implica convertirse en adulto. Superar las cosas tal como son y, en caso de que uno no pueda sobreponerse a ellas, darlas por superadas".
"Olvidar. También en esto consistía, en olvidar una y otra vez. De no haber existido Kumamoto, lo hubiera logrado. Pero él tenía los ojos de Yukiko.
La misma mirada: Me deshago.
Es…
Terminé la frase por él.
… una decisión".
"Y, sin embargo, a medida que avanzaba la mañana únicamente deseaba una cosa: que alguien me buscara y me encontrara. Que me tomara de los hombros, me abofeteara el rostro y me preguntara: ¿Cómo es posible, cómo hemos podido equivocarnos tanto? Y que después me tomara del brazo y dijera: Deja que volvamos a intentarlo, desde el principio".
"En el cristal de un escaparate encontré reflejadas nuestras figuras, lejos del pulso del mundo".
"Es un reconocimiento. Pensando en esto me quedé dormido. En que nosotros, reencarnados, estamos aquí para reconocer algo. Una idea seductora, ¿no crees?".
"Me explico. Hoy en el andén, rodeado de tantos hombres y mujeres, me pregunté si no echaría de menos a cada uno de ellos si faltaran; e incluso si ellos no me echarían de menos a mí mismo si yo no estuviera allí. Si no estamos en este mundo para acompañarnos unos a otros. Cuando el tren por fin inició su marcha y miré pasar mi reflejo en sus ventanas, y en los rostros adormilados detrás de ellas, aquello ya no era una pregunta, sino más bien una intuición: todos nosotros estamos conectados, unos con otros".
"Pero había algo más. Un olor ligeramente ácido. Como el de un hospital. Lo recuerdo. El profesor se reía: Huele así cuando alguien muere. Y señalaba a una puerta entornada. Mi mujer, una sonora risotada, está en su lecho de muerte. Me parte el alma. El tiempo es oro, dijo riendo a continuación. Así que vamos a ver lo que eres capaz de hacer".
"Yo aporreaba desganado las escalas arriba y abajo. El profesor miraba mis manos con severidad: ¿Qué es esto? ¡Vaya, tocas como si no tuvieras ni un ápice de vida en tu interior! ¡Hasta un muerto tiene más sentimiento que tú! Se rio de nuevo. Yo pensé: No tiene corazón".
"Cuando hubo terminado, dijo: Si todavía tienes que aprender algo es únicamente que no debes avergonzarte. Sobre todo no te avergüences de tener sentimientos. Da igual lo que sea, siéntelo de manera íntima y profunda. Siéntelo todavía un poco más íntimamente, un poco más en profundidad. Siéntelo para ti. Siéntelo para los otros. Y después: déjalo ir".
"Pensándolo mejor, titubeó. En realidad preferiría que la muerte fuera un final. Un corte limpio con la nada que vendrá después. Penetrar en el interior de un vacío en el que ya no hay personas, ni historias. Completamente libre".
"La rotura de una cicatriz. Se la sujeta y se comprende que no tiene arreglo. Que no es algo que tenga solución".
"Una muerte amigable. La deseaba. En medio de aquel odio, la muerte aparecía como una amiga que me recibiría con cariño y me abriría su corazón amablemente".
"Hay algo, comencé a decir.
¿De qué se trata?
Hay algo que usted podría hacer por mí.
Di lo que sea.
Por favor, dígale a su mujer la verdad, sin falta, esta noche. Dígale que perdió su trabajo. Se lo debe.
Después de todo lo que han pasado, después de todo lo que no pasó.
Te lo prometo, lo haré. Y tú, tú tienes que prometerme algo también. Que esta noche, sin falta, te cortarás el pelo. Durante todo este tiempo me lo he callado, pero tienes un aspecto espantoso con esas greñas.
Nos reímos juntos: Bien, trato hecho".
"Él pensará en mí y dirá: Confesar la verdad es como cortarse el pelo".
"La pregunta: ¿Qué vendrá a continuación? Nuestra amistad era el espacio más grande en el que yo había entrado nunca".
"Allí estaba de nuevo. Aquel sentimiento. Sentir que no eres nadie y, aún menos que nadie, que no eres nada".
"Aquel que no está aquí. El que uno se obliga a no sentir.
Recoger los pedazos y tirarlos. Saberlo, estar convencido de que en los ojos secos también hay lágrimas.
Y, a pesar de ello, no llorar. Tensar la mandíbula. Tragar".
"Aquello que nos unía unos a otros era, al mismo tiempo, aquello que nos separaba. Cada uno de nosotros en su propio caparazón. A la más mínima sacudida escondíamos en ella nuestras cabezas".
"Hace tiempo que no nos sentamos juntos los dos. Es la primera vez, repuse yo. Un carraspeo incómodo. Sea como fuere. Es agradable estar tan juntos. Deberíamos hacerlo más a menudo. Tan juntos".
"Lo hacemos con demasiada poca frecuencia. Se rio. Le reconocí por su delicada voz. Hubiera querido tirarle de la manga. Decirle: No tienes que hacerlo. No es necesario que te escondas de mí. Tu tristeza. No tienes por qué espantarla riendo".
"Era tal como él me había dicho: hay que tener una meta. Hay que dar lo mejor de uno mismo. Hay que alcanzarla. Ser feliz en algún momento. Para eso solo es necesario un pequeño salto. Al otro lado, en el lado seguro, en el otro lado, con aquellos que no piensan demasiado. Con los que no evitan únicamente pensar en el dolor de haber traicionado a otro, sino en cómo, al mismo tiempo, se traicionaron a sí mismos".
"El portafolios. Dentro había una nota: Si se dice que solo se vive una vez, por qué se muere tantas veces".
"Se dice que un maestro es inmortal. Incluso después de abandonar el cuerpo, sus enseñanzas continúan con vida en el corazón de sus alumnos".
"Pienso que la enfermedad es aferrarse a una ilusión. La soledad mientras uno se aferra a ella".
"Cuando digo que no sé si estoy curado quiero decir que no sé si algo así es posible. Ser totalmente libre".
"De ese modo cada uno de nosotros está en su espacio, y algún día, quién sabe, tal vez podremos encontrarnos y sentarnos juntos en un espacio que nos abarque a los dos. Y entonces comprenderemos que nunca estuvimos en ninguna otra parte".
"La palabra de la sencillez. Me acercaría a ella, con paso ligero, la contemplaría desde todos los frentes, la tomaría finalmente en mi mano y, hechizado por ella, reconocería que su hechizo consiste en brillar desde su centro, desde su puro significado. Sencillez. Estar sencillamente aquí. Sencillamente mantenerla. Cuanto más la mantengo tanto más fácil resulta comprender la belleza, la sencilla belleza que reside en estar aquí.
Querría escribir así, tal como brilla esa palabra. Querría escribir sobre las cosas más sencillas".
"Escribir, por ejemplo, acerca de cómo nosotros ahora, en esta mesa, el uno frente al otro, después de dos años y medio nos decimos cosas que normalmente se silencian".
"¿Tú qué crees? Coloqué las manos extendidas sobre la mesa, de modo que él pudiera ver las cicatrices. ¿Crees que somos necesarios? Me refiero a la gente como nosotros, a los que se apartan del camino, a los que se retiran. Aquellos que sin un diploma, sin formación, sin trabajo, sin nada que demostrar, solo aprendieron una cosa: que merece la pena estar vivo".
"Cuando digo: la sociedad. Entonces la cabeza me rebosa. Es demasiado grande. ¿Qué es esto? No puedo verlo. Solo veo lo particular. Es ahí donde quiero permanecer. En lo pequeño".
"Y todos estamos señalados, todos tenemos una marca, todos la necesitamos".
"Mientras cojeaba detrás de ti caí en la cuenta de lo mucho que te necesito. No puedo dejar de decirte: Lo siento. Necesito oírte decir: Está bien. Te detuviste un momento. Yo dudé. Embargado por el sentimiento de no tener ningún derecho a necesitarte tanto. Pero aquí estás. Tiendo la mano hacia ti, y tal vez esta es mi respuesta a tu pregunta. Precisamente este modo de tender la mano, este extenderse uno mismo hacia el otro, es lo que necesitamos con más urgencia".
"De vez en cuando, durante algunas horas, en el coche. Conducir sin más, e imaginarse cómo sería continuar el viaje. Hasta el fin del mundo. Detenerse entonces y decirse: Aquí hay alguien que nos necesita. Dar la vuelta. Regresar".
Milena Michiko Flašar
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