Papá y mamá:
"Sustentaba una curiosa teoría en cuanto al modo de desarrollar el sentido de la belleza en las mentes de sus hijos. Cada vez que mi madre se quedaba embarazada, esperaba hasta los tres últimos meses de embarazo y entonces le anunciaba que debían comenzar los «paseos esplendorosos». Estos paseos esplendorosos consistían en llevarla a sitios de gran belleza de paisaje y pasear con ella por espacio de más o menos una hora cada día a fin de que absorbiese el esplendor del entorno. Su teoría era que si los ojos de una mujer encinta observaban constantemente la hermosura de la naturaleza, esta hermosura se transmitiría de alguna manera a la mente del hijo por nacer, y éste sería luego un amante de las cosas bellas".
Parvulario, 1922-1923:
"Astri era con mucho la predilecta de mi padre. La adoraba más allá de toda medida, y su muerte inopinada le dejó literalmente sin habla durante días y días. Tan abrumado estaba por la pena que cuando él mismo cayó con pulmonía al cabo de aproximadamente un mes no parecía importarle gran cosa vivir o morirse".
"Las grandes emociones son tal vez lo único que interesa de verdad a un niño de seis años y se le queda en la memoria".
El gran complot del ratón:
"Cuando se escribe acerca de uno mismo hay que hacer un esfuerzo por decir la verdad cabal. La verdad es más importante que la modestia".
El señor Coombes:
"—Me temo que la has matado.
—¿Yo? —protesté—. ¿Por qué precisamente «yo»?
—Fue idea «tuya» —dijo—. Y aún más, fuiste tú quien metió el ratón.
De buenas a primeras, era yo un asesino".
"Todos los adultos se aparecen como gigantes a los niños".
Cartas a la familia:
"—¿Es que no sabes cómo se escribe la palabra vallas?
—S-sí; señor, b-a-y-a-s…
—¡Eso es otra cosa, imbécil!
—¿Qué cosa, señor…? No… no lo entiendo.
—¡Pues bayas! Las frutas con semillas envueltas en pulpa carnosa, como las uvas, eso son bayas".
La celadora:
"La celadora era una mujerona rubia de pecho voluminoso. Probablemente no tendría más de 28 años, pero daba lo mismo que tuviese 28 o 68, porque para nosotros una persona mayor era una persona mayor, y en aquella escuela todas las personas mayores eran seres peligrosos".
Nostalgia:
"Al día siguiente nos permitieron examinar el apéndice extirpado, conservado en un frasco de cristal. Era una cosa alargada y negra como un gusano, y yo dije:
—¿También tengo yo dentro una cosa como ésa?
—Todo el mundo la tiene —respondió la niñera.
—¿Y para qué sirve? —le pregunté.
—Los caminos del Señor son inescrutables —declaró ella, con la respuesta que tenía en reserva para cuando no sabía dar otra".
El capitán Hardcastle:
"«La vida es un embrollo», parecía estar diciendo aquella frente tan surcada, «y el mundo, una palestra peligrosa. Todos los hombres son enemigos, y los niños son insectos que se volverán y te picarán si no los enganchas tú antes y los aplastas bien aplastados»".
"MAESTRO.— Sí, ¿qué sucede?
BRAITHWAITE.— Por favor, señor, ha entrado una avispa por la ventana y me ha picado en el labio y se me está hinchando.
MAESTRO.— ¿Una «qué»?
BRAITHWAITE.— Una avispa, señor.
MAESTRO.— Habla más alto, muchacho, ¡no te oigo! ¿Una «qué» ha entrado por la ventana?
BRAITHWAITE.—. Me cuesta mucho hablar alto, señor, con el labio hinchado.
MAESTRO.— ¿Así «que» hinchado? ¿Es que pretendes hacerte el gracioso?
BRAITHWAITE.— No, señor; le prometo que no, señor.
MAESTRO.— ¡Habla como es debido, muchacho! ¿Qué te pasa?
BRAITHWAITE.— Ya se lo he dicho, señor. Que me ha picado, señor. Se me está hinchando el labio, señor. Duele una barbaridad.
MAESTRO.— «¿Duele una barbaridad?». ¿Qué es lo que duele una barbaridad?
BRAITHWAITE.— Mi labio, señor. Cada vez está más inflamado.
MAESTRO.— ¿Qué deberes tenéis esta tarde?
BRAITHWAITE.— Verbos franceses, señor. Los tenemos que copiar, señor.
MAESTRO.— ¿Y los copias con el labio?
BRAITHWAITE.— No, señor, con el labio no, pero vea usted…
MAESTRO.— Lo único que veo es que estás armando un ruido infernal y perturbando a toda la clase. Conque sigue con tu trabajo".
Corkers:
"—¡Esto no puede tolerarse! —clamaba—. ¡Es «insoportable»!
—Pero «¿qué pasa», señor?
—Les voy a decir lo que pasa —gritaba Corkers—. ¡Que alguien se ha «peído»!
—¡Oh, no, señor!
—¡Yo no, señor!
—¡Ni yo tampoco, señor!
—¡Ninguno de nosotros, señor!
En este punto, se levantaba majestuosamente y gritaba con toda la fuerza de que eran capaces sus pulmones:
—«¡Utilicen la puerta como ventilador! ¡Abran las ventanas!»".
El hombre de negocios:
"—Le enviamos a usted a Egipto —dijo—. Serán tres años de servicio seguidos de seis meses de descanso. Prepárese para salir dentro de una semana.
—¡Pero, señor! —exclamé—. ¡A Egipto no! ¡En realidad no me interesa ir a Egipto!
El personaje se echó atrás en su sillón como si le hubiera estampado en el rostro una fuente de huevos escalfados.
—Egipto —dijo con mucha pausa— es una de nuestras zonas más selectas y más importantes. Le hacemos a usted un favor mandándole allí, ¡en vez de enviarle a alguna región pantanosa plagada de mosquitos!
Guardé silencio.
—¿Y puedo preguntarle por qué no desea ir a Egipto? —dijo él.
(...)
—¿Qué tiene de malo Egipto? —volvió a preguntarme el director.
—Es… es… es —tartamudeé—, es demasiado «polvoriento», señor.
El hombre se me quedó mirando atónito.
—¿Demasiado «qué»?
—Polvoriento —dije".
"—Va usted a África Oriental —dijo.
—¡Hurra! —grité, dando saltos de júbilo—. ¡Eso es fantástico, señor! ¡Estupendo, señor! ¡Sensacional! El gran hombre sonrió.
—Aquello es bastante polvoriento también —dijo".
Roald Dahl
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