jueves, 2 de febrero de 2023

Citas: La ley del menor - Ian McEwan

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 "—¿No es cierto que si accediera a recibir una transfusión sería excomulgado, como dicen ustedes? ¿Expulsado de la comunidad, en otras palabras?

—Desasociado. Pero eso no va a ocurrir. No va a cambiar de opinión.
—Técnicamente, señor Henry, es todavía un niño a su cargo. Por eso quiero que usted cambie de idea. Su hijo tiene miedo de que le rehúyan, ¿no es la palabra que emplean? De que le rechacen por no hacer lo que usted y los ancianos quieren. El único mundo que conoce le daría la espalda por preferir la vida a una muerte terrible.
¿Es eso una elección libre para un chico joven?
Kevin Henry hizo una pausa para reflexionar. Miró por primera vez a su mujer.
—Si usted pasara cinco minutos con él se daría cuenta de que sabe lo que se hace y es capaz de tomar una decisión conforme con su fe.
—Yo prefiero pensar que encontraría a un chico aterrado y gravemente enfermo que quiere con toda su alma la aprobación de sus padres. Señor Henry, ¿le ha dicho a Adam que es libre de recibir una transfusión si lo desea? ¿Y que seguiría queriéndole?
—Le he dicho que le quiero.
—¿Sólo eso?
—Es suficiente".

"—¿Qué hay de la transfusión?
El buen humor se desvaneció. La enfermera caribeña dijo:
—Rezo por él todos los días. Le digo a Adam: «Dios no necesita que hagas esto, cariño. Te quiere de todos modos. Dios quiere que vivas».
Su amiga dijo tristemente:
—Lo tiene decidido. No hay más remedio que admirarle. Porque vive de acuerdo con sus principios.
—¡Porque muere, querrás decir! No sabe nada. Es un cachorrito confuso.
—¿Qué responde cuando le dice que Dios quiere que viva? —preguntó Fiona.
—Nada. Como si pensara: ¿por qué voy a hacerte caso a ti?".

"El chico tenía una cara larga y flaca, macabramente pálida, pero hermosa, con medias lunas de moretones violáceos, que delicadamente se desvanecían hacia el blanco por debajo de los ojos, y unos labios llenos que a la luz intensa también se veían algo morados. Los ojos, enormes, parecían de una tonalidad violeta. Tenía una peca en lo alto de una mejilla, de un aspecto tan artificial como un lunar pintado. Era de constitución frágil, los brazos le sobresalían como palos de la bata hospitalaria.
Hablaba jadeando, con seriedad, y en aquellos primeros segundos Fiona no entendió nada de lo que decía. Luego, cuando la puerta giró hasta cerrarse tras ella con un suspiro neumático, captó que le estaba diciendo que era muy extraño, que había sabido en todo momento que ella le visitaría, que creía tener ese don, esa intuición del futuro, que había leído en los estudios religiosos de la escuela un poema que decía que el futuro, el presente y el pasado eran todo uno, y esto también lo decía la Biblia.
Su profesor de química decía que la relatividad demostraba que el tiempo era una ilusión. Y si Dios, la poesía y la ciencia decían lo mismo, tenía que ser verdad, ¿no le parecía a ella?".

"—¿Piensas que tienes que sufrir para ser un buen poeta?
—Creo que todos los grandes poetas tienen que sufrir.
—Ya veo".

"Se sabía de memoria las palabras de añoranza del poeta… Pero yo era joven e insensato… Escuchar a Adam le produjo tanta emoción como desconcierto. Aprender a tocar el violín, o cualquier otro instrumento, era un acto de esperanza, implicaba un futuro".

"Mis noticias: grandes peleas con mis padres, fantástico haber vuelto al colegio, me siento mejor, estoy contento y después triste y luego otra vez contento. A veces la idea de tener dentro sangre de un desconocido me produce náuseas, como beber la saliva de alguien. O algo peor. No puedo evitar pensar que las transfusiones son malas, pero ya me da igual".

"Cuando les dejó solos ella dijo:
—¿No te parece que debería preocuparme por el hecho de que me hayas seguido hasta mi casa y luego hasta aquí?
—¡Oh, no! Por favor, no piense eso. No debe preocuparse. —Hizo un movimiento de impaciencia alrededor, como si en algún lugar de la biblioteca hubiera una explicación escrita—. Oiga, usted me salvó la vida. Y no sólo eso. Mi padre intentó escondérmela, pero leí la sentencia. Decía que quería protegerme de mi religión. Pues lo ha hecho. ¡Estoy salvado!
Se rió de su propia broma y ella dijo:
—No te salvé para que me persiguieras por todo el país".

"—Adam, te lo pregunto otra vez. ¿Por qué has venido?
—Para darle las gracias.
—Hay maneras más sencillas.
Él suspiró de impaciencia mientras se guardaba en el bolsillo la tira de tela. Por un momento ella creyó que se disponía a marcharse.
—Su visita fue una de las mejores cosas que me han sucedido en la vida —dijo, y después, rápidamente—: La religión de mis padres era un veneno y usted fue el antídoto".

"—¿Y qué es eso que se supone que tengo?
Lo dijo con gravedad, sin permitirse ni un asomo de ironía.
La pregunta no incomodó a Adam.
—Cuando vi a mis padres llorando de aquel modo, llorando a lágrima viva, llorando y gritando de alegría, todo se vino abajo. Pero ahí está el quid. La caída reveló la verdad. ¡Claro que no querían que muriera! Me quieren. ¿Por qué no me decían eso, en vez de hablar de los gozos del cielo? Entonces lo vi como un ser humano normal. Normal y bueno. No se trataba de Dios en absoluto. Aquello era una estupidez. Fue como si un adulto hubiera entrado en una habitación llena de niños que se están amargando la vida y hubiera dicho: Eh, basta de tonterías, ¡es la hora del té! Usted fue la adulta. Lo sabía todo pero no lo dijo. Se limitó a hacer preguntas y a escuchar. Toda la vida y el amor que tiene por delante: lo escribió usted. Eso es lo que usted tiene. Y mi revelación. Desde «Salley Gardens» en adelante".

"El chico empezó a decir:
—Pero si ni siquiera hemos…
Fiona levantó una mano para instarle al silencio.
—Tienes que irte.
Suavemente, aferró entre los dedos la solapa de la fina chaqueta de Adam y lo atrajo hacia ella. Su intención era besarle en la mejilla, pero cuando ella se aupó y él se agachó un poco y se acercaron sus caras, él giró la cabeza y sus labios se juntaron.
Ella podría haber retrocedido, podría haberse apartado inmediatamente. Pero se entretuvo, indefensa ante la situación. La sensación de una piel sobre la otra no daba ninguna posibilidad de elegir. Si era posible besar castamente de lleno en los labios, fue lo que ella hizo. Un contacto fugaz, pero fue algo más que la idea de un beso, más de lo que una madre podría dar a su hijo adulto. Durante dos segundos, quizá tres. Tiempo suficiente para percibir en la suavidad de sus labios todos los años, toda la vida que la separaba de él. Al despegarse, una ligera adhesión de la piel podría haberlos fundido de nuevo. Pero unos pasos se aproximaban por la grava y los escalones de piedra. Fiona le soltó la solapa y repitió:
—Tienes que irte".








Ian McEwan

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