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"A partir del mes de septiembre del año pasado, lo único que hice fue esperar a un hombre: que me llamara y que viniera a verme. Iba al supermercado, al cine, llevaba la ropa a la lavandería, leía, corregía exámenes, actuaba exactamente igual que antes, pero de no tener un dilatado hábito de este tipo de actos, me habría resultado imposible, salvo a costa de un esfuerzo aterrador. Sobre todo al hablar es cuando tenía la impresión de vivir llevada por mi impulso. Las palabras y las frases, hasta la risa, se formaban en mis labios sin la intervención real de la reflexión o la voluntad".
"Cuando sonaba, me consumía en una esperanza que a menudo duraba poco más que el tiempo de descolgar lentamente el auricular y decir «diga». Al descubrir que no era él, me embargaba tal decepción que cogía manía a la persona que estaba al otro lado de la línea. Pero cuando oía la voz de A., mi espera indefinida, dolorosa, celosa evidentemente, se esfumaba tan deprisa que tenía la impresión de haber estado loca y de recuperar repentinamente la normalidad. En el fondo, me asombraba la insignificancia de aquella voz y la importancia desmedida que revestía en mi vida".
"Ya no sabía a quién esperaba. Me encontraba absorbida tan solo por aquel instante cuya aproximación siempre me ha llenado de un terror indecible en el que oiría el frenazo del coche, el chasquido de la puerta, sus pasos en el vestíbulo de hormigón".
"Cuando me dirigía a la cocina a bus car cubitos de hielo, levantaba la mirada hacia el reloj de pared colgado encima de la puerta, «solo quedan dos horas», «una hora», o «dentro de una hora yo estaré aquí y él se habrá marchado de nuevo».
Me preguntaba con asombro: «¿Dónde está el presente?»".
"Antes de irse, se volvía a vestir con calma. Yo le miraba abrocharse la camisa, ponerse los calcetines, los calzoncillos, el pantalón, girar se hacia el espejo para hacerse el nudo de la corbata. En cuanto se hubiera puesto la americana, todo se habría acabado. Yo no era más que tiempo que pasaba a través de mí".
"No estoy relatando una relación, no estoy contando una historia (que solo capto a medias) con una cronología precisa, «vino el 11 de noviembre», o aproximada, «transcurrieron unas semanas». Para mí no había cronología en esta relación, solo conocía la presencia o la ausencia".
"En mis sueños también aparecía este deseo de un tiempo reversible. Hablaba y discutía con mi madre (fallecida), viva de nuevo, pero en mi sueño yo sabía —y ella también— que había estado muerta. Eso no revestía ningún carácter extraordinario; tenía la muerte a sus espaldas, como una «tarea cumplida», eso era todo".
"El tiempo de la escritura nada tiene que ver con el de la pasión.
Sin embargo, decidí ponerme a escribir para permanecer en aquel tiempo en el que todo tendía hacia lo mismo, desde la elección de una película a la de un pintalabios, hacia alguien. El pretérito imperfecto que he utilizado de manera espontánea desde las primeras líneas corresponde a un tiempo que yo no deseaba que acabara, el de «en aquel entonces la vida era más hermosa», el de una repetición eterna".
"En el túnel de la Défense, de regreso, pensé: «¿Dónde está mi historia?». Y luego: «Ya no espero nada»".
"Se marchó de nuevo al cabo de tres días sin que nos viéramos otra vez. Justo antes de partir, me dijo por teléfono: «Te llamaré». No sé si eso significa que me telefoneará desde su país, o desde París, cuando tenga la oportunidad de volver. No se lo pregunté.
Tengo la impresión de que este regreso no ha ocurrido. No está en ningún sitio en el tiempo de nuestra historia, es sólo una fecha, el 20 de enero. El hombre que regresó aquella noche tampoco es el que llevé dentro de mí durante el año que estuvo aquí, ni después, cuando escribía. Jamás volveré a ver a ese hombre".
"El me había dicho: «No escribas un libro sobre mí». Pero no he escrito un libro sobre él, ni siquiera sobre mí. Me he limitado a expresar con palabras —que sin duda él no leerá, ni le están dirigidas— lo que su existencia, por sí sola, me ha dado. Una especie de don devuelto".
Annie Ernaux
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