lunes, 8 de agosto de 2022

Citas: Ana, la de Tejas Verdes - L. M. Montgomery

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 "—¡No me quieren! —gritó—. ¡No me quieren porque no soy un chico! Debí haberlo esperado. Nunca me quiso nadie. Debí haber comprendido que todo era demasiado hermoso para que durara. Debí haber comprendido que nadie me quiere en realidad. Oh, ¿qué puedo hacer? ¡Voy a echarme a llorar!
Y lo hizo. Sentándose en una silla junto a la mesa, puso los brazos sobre ésta y escondiendo la cara entre ellos, comenzó a llorar estrepitosamente. Marilla y Matthew se dirigieron sendas miradas de reproche. Ninguno de los dos sabía qué hacer o decir. Finalmente Marilla se decidió a actuar.
—Bueno, no hay necesidad de llorar así.
—¡Sí, hay necesidad! —La niña levantó rápidamente la cabeza, dejando ver su rostro lleno de lágrimas y sus labios temblorosos—. También usted lloraría si fuera una huérfana y hubiera venido a un sitio que creía iba a ser su hogar para encontrarse con que no la quieren porque no es un chico. ¡Oh, esto es lo más trágico que me ha sucedido!".

"—No comes nada —dijo Marilla toscamente, mirándola como si esto fuera una falta grave. Ana suspiró.
—No puedo. Me encuentro sepultada en los abismos de la desesperación. ¿Puede usted comer cuando se encuentra en los abismos de la desesperación?
—Nunca estuve en los abismos de la desesperación, de modo que no puedo decirlo —respondió Marilla.
—¿No? Bueno, ¿ha tratado alguna vez de imaginárselo?
—No.
—Entonces no creo que pueda comprender cómo es. Ciertamente, es una sensación muy desagradable. Cuando uno trata de comer, se forma un nudo en la garganta y no se puede tragar nada, ni siquiera un caramelo de chocolate".

"—Esta mañana tengo bastante hambre —anunció mientras se sentaba en la silla que le destinara Marilla—. El mundo no parece una cosa terrible como anoche. Estoy muy contenta de que sea una mañana de sol. Pero también me gustan las mañanas lluviosas. Toda clase de mañanas son interesantes, ¿no creen? No se sabe qué ocurrirá durante el día y hay un gran campo para la imaginación. Pero me alegro de que hoy no sea lluvioso porque será más fácil estar alegre y resistir la tristeza con un día de sol. Siento que tendré que resistir mucho. Es muy fácil eso de leer sobre dolores e imaginarse viviéndolos heroicamente, pero no es tan sencillo cuando son realidad, ¿no les parece?
—Cierra la boca, por el amor de Dios —dijo Marilla—; hablas demasiado para una niña".

"—Bueno, otra esperanza que se pierde. Mi vida es un perfecto cementerio de esperanzas muertas. Esta frase la leí una vez en un libro y me la repito siempre para consolarme cuando estoy desilusionada por algo.
—No veo dónde está el desconsuelo —dijo Marilla.
—Pues porque suena tan bello y romántico como si yo fuera la heroína de un libro. Me encantan las cosas románticas; y un cementerio lleno de esperanzas muertas es lo más romántico que uno pueda imaginarse, ¿no es cierto? Casi estoy contenta de que mi vida lo sea".

"—Me gustaría llamarla tía Marilla —dijo Ana, pensativa—; nunca he tenido una tía ni pariente alguno; ni siquiera una abuela. Me haría sentir como si realmente fuera de la familia. ¿Puedo llamarla tía Marilla?
—No, no soy tu tía y no me gusta dar a la gente nombres que no le pertenecen.
—Pero podríamos imaginar que lo es.
—Yo no podría —dijo Marilla, ceñuda.
—¿Nunca imagina usted cosas distintas de lo que son en realidad? —preguntó Ana con los ojos abiertos.
—No.
—¡Oh! —Ana aspiró profundamente—. ¡Oh, señorita… Marilla, no sabe lo que se pierde!".

"—Bueno, no te han elegido por tu apariencia; de eso no hay duda —fue el enfático comentario de la señora Rachel Lynde. La señora Rachel era una de esas deliciosas y populares personas que se jactan de decir siempre lo que piensan—. Es terriblemente flaca y fea, Marilla. Acércate, niña, y deja que te mire. ¡Por Dios!, ¿ha visto alguien pecas como éstas? ¡Y su cabello es tan rojo como la zanahoria!
Acércate, niña, he dicho.
Ana «se acercó», pero no exactamente como lo esperaba la señora Rachel. De un salto cruzó la cocina y se detuvo frente a la señora Lynde con el rostro enrojecido por la ira, los labios temblorosos y estremeciéndose de pies a cabeza.
—¡La odio! —gritó con voz sofocada, golpeando el suelo con el pie—. ¡La odio! ¿Cómo se atreve a llamarme pecosa y a decir que tengo el cabello rojo? ¿Cómo se atreve a decir que soy flaca y fea? ¡Es usted una mujer brusca, descortés y sin sentimientos!
—¡Ana! —exclamó Marilla, consternada.
Pero Ana continuaba frente a la señora Rachel con la cabeza levantada, los ojos centelleantes, los puños apretados, despidiendo indignación por todos los poros.
—¡Cómo se atreve a decir de mí tales cosas! —repitió vehementemente—. ¿Le gustaría que hablaran así de usted? ¿Le gustaría que dijeran que es gorda y desmañada y que probablemente no tiene una pizca de imaginación? ¡No me importa si lastimo sus sentimientos al hablar así! Tengo la esperanza de que así sea. ¡Usted ha herido los míos mucho más de lo que lo han sido jamás, ni aun por el marido borracho de la señora Thomas! Y nunca se lo perdonaré, ¡nunca, nunca!".

"—Bueno, no envidio la tarea de criar eso, Marilla —dijo la señora Rachel con atroz solemnidad.
Marilla abrió la boca para disculparse. Pero lo que dijo fue una sorpresa para ella misma, en ese momento y aun después.
—No debió haberla criticado por su apariencia, Rachel.
—Marilla Cuthbert, ¿no querrá decir que está defendiendo el terrible despliegue de mal carácter que acabamos de presenciar? —preguntó la indignada señora Rachel.
—No —dijo Marilla en voz baja—. No estoy tratando de disculparla. Se ha comportado muy mal y tendré que reprenderla. Pero tenemos que ser indulgentes con ella. Nunca le han enseñado cómo debe comportarse. Y usted ha sido muy dura con ella, Rachel.
Marilla no pudo evitar pronunciar esta última frase, aunque volvió a sorprenderse por lo que hacía. La señora Rachel se incorporó con aire de ofendida dignidad".

"—Espero que no tengas más motivos para pedir disculpas y que aprenderás a dominarte, Ana.
—Eso no sería tan difícil si la gente no me reprendiera por mi aspecto —dijo Ana suspirando—. Otras cosas no me molestan, pero estoy tan cansada de que me reprendan por mi cabello, que no puedo evitar saltar de indignación. ¿Cree usted que mi cabello se volverá castaño claro cuando crezca?
—Ana, no deberías preocuparte tanto por tu apariencia. Temo que eres una criatura muy presumida.
—¿Cómo puedo ser presumida cuando sé que soy fea? —protestó Ana—. Me gustan las cosas bellas y odio mirar al espejo y ver algo que no sea hermoso. Me hace sentir muy triste; igual que cuando veo algo horrible.
—Quien hace cosas hermosas es hermoso —dijo Marilla".

"—Ése es Gilbert Blythe, Ana. Es el que está sentado en tu misma dirección al otro lado del pasillo. Míralo y fíjate si no es guapo.
Ana le miró. Tenía una buena oportunidad para hacerlo, porque el tal Gilbert Blythe se encontraba absorto en la tarea de prender disimuladamente la larga trenza rubia de Ruby Gillis, que se sentaba delante de él, al respaldo del asiento. Era un muchacho alto, de rizados cabellos castaños, picarescos ojos de igual color y una sonrisa divertida. Repentinamente Ruby Gillis se puso de pie para enseñarle una suma al maestro; volvió a caer sobre su banco con un grito, creyendo que le arrancaban el cabello de raíz. Todos la miraron y el señor Phillips lo hizo con tanta severidad que Ruby comenzó a llorar. Gilbert había ocultado el alfiler rápidamente y estaba estudiando su lección de historia con la cara más juiciosa del mundo; pero cuando la conmoción se hubo calmado, miró a Ana y guiñó con indecible regodeo.
—Creo que tu Gilbert Blythe es buen mozo —le confió Ana a Diana—, pero es muy atrevido. No es de persona bien educada guiñar el ojo a una niña extraña".

"Gilbert Blythe no estaba acostumbrado a fracasar cuando se empeñaba en que una niña lo mirara. Ella debía mirarlo; esa Shirley de cabello rojo, pequeña barbilla puntiaguda y grandes ojos que no eran como los de las otras niñas de la escuela de Avonlea. Gilbert se inclinó a través del pasillo, alzó la punta de la larga trenza roja de Ana y dijo con un murmullo:
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—¡Zanahorias! ¡Zanahorias!
Entonces Ana le miró de hito en hito. E hizo más que mirarlo. Saltó sobre sus pies, convertidas en ruinas sus brillantes fantasías. Fulminó a Gilbert con una indignada mirada, cuyo relámpago fue
rápidamente apagado por coléricas lágrimas.
—¡Niñato mezquino y odioso! —exclamó apasionadamente—. ¡Cómo te atreves…!
Y luego, ¡paf! Ana había dado con su pizarra sobre la cabeza de Gilbert, partiendo la pizarra —no la cabeza— en dos pedazos".

"Gilbert cogió un pequeño corazón de caramelo con una leyenda dorada «eres dulce» y lo deslizó bajo la curva del brazo de Ana. De inmediato, la niña alzó la cabeza, tomó el caramelo cuidadosamente con la punta de los dedos, lo dejó caer al suelo, lo hizo polvo con el tacón y reasumió su posición, sin dignarse echar una mirada a Gilbert".

"—Pues tendrás que pasar sin ese honor. Vete a la cama, Ana, y que no vuelva a oírte decir una palabra más.
Cuando Ana hubo subido tristemente con la cara llena de lágrimas, Matthew, que en apariencia había estado profundamente dormido en el sofá durante todo el diálogo, abrió los ojos y dijo con decisión:
—Bueno, Marilla, creo que debías dejarla ir.
—No —respondió Marilla—. ¿Quién la está criando, Matthew, tú o yo?
—Bueno, tú —admitió Matthew.
—Entonces no intervengas.
—Bueno, no intervengo. No es intervenir el tener una opinión propia. Y mi opinión es que debes dejar ir a Ana".

"Los minutos parecían horas a la infortunada dama de los lirios. ¿Por qué no llegaba alguien? ¿Dónde habían ido las chicas? ¡Quizá se habían desmayado! ¿Y si no venía nadie? ¡Quizá comenzara a cansarse y no pudiera sostenerse más! Ana contempló las horribles profundidades, con sombras cambiantes, y tembló. Su imaginación comenzó a sugerir toda clase de horribles posibilidades.
¡Entonces, exactamente cuando sus manos no podían sostenerla más, Gilbert Blythe pasó remando bajo el puente!
Gilbert alzó los ojos y, ante su sorpresa, contempló una carita blanca y colérica mirándole con ojos temerosos y furiosos al mismo tiempo.
—¡Ana Shirley! ¿Cómo has podido llegar ahí? 
Sin esperar respuesta, se acercó al pilar y extendió su mano. No se podía hacer otra cosa; Ana tomó la mano de Gilbert, saltó al bote, donde se sentó, furiosa, envuelta por el chal goteante. ¡Por cierto que era muy difícil conservar la dignidad en tales circunstancias!
—¿Qué ocurrió, Ana? —preguntó Gilbert cogiendo los remos.
—Estábamos jugando a «Elaine» —explicó fríamente Ana, sin mirar siquiera a su salvador— y debía ir hasta Camelot en la balsa, quiero decir en la barca. Ésta comenzó a hacer agua y yo me subí al pilar. Las chicas han ido a buscar ayuda. ¿Será usted tan gentil como para llevarme hasta el embarcadero? Gilbert la llevó gentilmente hasta allí, y Ana, despreciando la ayuda, saltó limpiamente a la costa.
—Le estoy muy agradecida —dijo secamente mientras se retiraba. Pero Gilbert también saltó del bote y la detuvo.
—Ana —dijo rápidamente—, mira. ¿No podemos ser buenos amigos? Siento muchísimo haberme reído de tus cabellos aquella vez. No quería ofenderte. Además, ¡ha pasado ya tanto tiempo! Me parece que ahora tus cabellos son muy lindos; de verdad. Seamos amigos.
Ana dudó un instante. Tenía la extraña sensación bajo su airada dignidad de que la expresión mitad tímida, mitad ansiosa de los ojos de Gilbert era algo digno de contemplar. Su corazón empezó a latir extrañamente".

"—Oh, Ana —tartamudeó Diana, abrazándose a su cuello y llorando de alivio y alegría—. Oh, Ana… pensamos… que estabas… ahogada… y nos sentimos asesinas… porque te obligamos… a ser Elaine. Ruby está histérica. Oh, Ana, ¿cómo escapaste?
—Subí a uno de los pilares —explicó Ana tristemente—, y Gilbert Blythe llegó en un bote y me llevó a tierra.
—¡Ana, qué espléndido de su parte! ¡Es tan romántico! —dijo Jane encontrando por fin aire para hablar—. Claro que después de esto le hablarás.
—Claro que no —contestó Ana, con un retorno momentáneo a su antiguo espíritu
—. Y no quiero volver a escuchar jamás la palabra romántico, Jane Andrews. Siento terriblemente que os asustarais".

"Pero Matthew, que estuviera sentado en silencio en su rincón, puso su mano sobre el hombro de Ana cuando Marilla hubo salido.
—No abandones tu romanticismo, Ana —murmuró tímidamente—, un poquito es bueno; demasiado, no, desde luego. Pero guarda un poco, Ana, guarda un poco".

"—Todavía tiene mucho de niña.
—Pero también hay mucho de mujer —respondió Marilla, con un momentáneo retorno a su vieja hosquedad".

"El occidente era una gloria de suaves tonos y la laguna los reflejaba en todas sus gamas.
La belleza hizo estremecer el corazón de Ana y, agradecida, le abrió las puertas de su alma.
—Mi mundo querido —murmuró—, eres muy hermoso y me alegra vivir en ti.
A mitad del camino en la colina, un muchacho alto salió silbando de la puerta de la casa de los Blythe. Era Gilbert, y el silbido murió en sus labios cuando reconoció a Ana. Se quitó cortésmente la gorra, pero hubiera cruzado en silencio si Ana no se hubiera detenido, alargándole la mano.
—Gilbert —dijo, con las mejillas rojas—, quiero agradecerle que me cediera el colegio. Ha sido un gran detalle de su parte y quiero que sepa cuánto lo agradezco.
Gilbert tomó ansiosamente la mano que le ofrecían.
—No fue nada particularmente bueno de mi parte, Ana. Me gustó prestar algún pequeño servicio. ¿Vamos a ser amigos después de esto? ¿Me has perdonado de verdad mi vieja culpa?
Ana rió y trató sin éxito de retirar su mano.
—Ya te perdoné aquel día en el embarcadero. Fui una estúpida cabezota. Desde entonces, debo confesarte, lo he sentido terriblemente.
—Seremos los mejores amigos —dijo Gilbert jubilosamente—. Hemos nacido para serlo, Ana. Has burlado al destino mucho tiempo".





L. M. Montgomery

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