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"Para empezar, el abuelo ya no estaba.
Es una manera un tanto brusca de iniciar una historia, pero esa era la cruda realidad.
Un hecho tan indefectible como que el sol sale por la mañana y que a mediodía sientes hambre. Por mucho que fingiera que eso no estaba pasando, aunque cerrara los ojos y se tapara las orejas, el abuelo no iba a volver".
"—¡Qué librería más lúgubre! —oyó que decía una voz, para su sorpresa.
Se volvió hacia la puerta, pero allí no había nadie.
—Con esta oscuridad, hasta una colección de libros tan extraordinaria como esta queda deslucida —añadió la voz desde el fondo de la tienda.
Rintaro miró alrededor, confundido, y no vio a una persona. Vio un gato atigrado.
Era un gato de buen tamaño con rayas amarillas y marrones. Un fabuloso pelaje jaspeado recubría la parte superior del corpulento animal, la cabeza y el lomo, pero tenía el tupido pelo del vientre y las patas de un blanco inmaculado. Sus ojos, de color jade intenso, observaban fijamente a Rintaro desde la penumbra.
Empezó a mover la cola con elegancia.
—¿Un gato? —murmuró Rintaro.
—¿Qué hay de malo en ser gato? —replicó el animal".
"—Te lo repetiré: necesito que me eches una mano para rescatar los libros encerrados.
—En cuanto a eso… —A Rintaro le costaba escoger las palabras—. No creo que pueda serte de ayuda, lo siento. Ya te lo he dicho antes: no soy más que un estudiante de instituto y, además, hikikomori.
Rintaro, sentado en su silla, empezaba a tomarse en serio todo aquello, obligado por la insistencia del gato.
—No pasa nada. Sé perfectamente que eres un jovenzuelo tristón y un hikikomori con pocas habilidades. No obstante, mi solicitud parte de esos supuestos.
Ese gato escupía veneno como si tal cosa.
—Pues si ya sabías eso, no sé por qué vienes a pedirme ayuda precisamente a mí. Hay tantas personas que te serían más útiles que yo como estrellas en el firmamento.
—Eso es obvio.
—Además, acabo de perder a mi abuelo y estoy bastante deprimido.
—Eso también lo sé.
—Pero entonces…
—¿Acaso no te gustan los libros?
El gato interrumpió a Rintaro con delicadeza. Su tono era suave, pero su determinación no admitía réplica. Si bien el significado de sus palabras no estaba del todo claro, tenían la fuerza de una lógica que no dejaba espacio a ningún tipo de objeción.
Aquellos ojos de jade seguían clavados en Rintaro.
—Por supuesto que me gustan los libros…
—Entonces ¿por qué dudas?
El gato exponía sus ideas con más aplomo que Rintaro.
Rintaro volvió a tocarse la montura de las gafas. A su manera, se esforzaba por dar una explicación a lo que estaba ocurriendo, pero no conseguía hallar ninguna respuesta con sentido. Era una situación realmente difícil de entender.
—¡Las cosas importantes siempre son difíciles de entender, Segunda Generación! —dijo el gato como si acabara de leerle la mente—. La mayoría de las personas viven inmersas en su cotidianeidad y no perciben lo más evidente. «No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos".
"—¡Menuda mansión! Solo el acceso es tan amplio ya como mi librería.
—No te dejes impresionar por las apariencias. El mundo está lleno de personas que viven en lugares con una entrada deslumbrante y luego el edificio en sí es penoso.
—Como alumno de instituto que soy, con la fachada y el interior que dan pena, ya me conformaría con tener la apariencia de esa puerta.
—Es la última vez que te quejas de naderías. Si no logras liberar los libros, no podrás salir de este laberinto.
Ante esa inesperada advertencia, Rintaro se quedó sin palabras.
—Pero… ¡Eso no me lo habías dicho!
—¡Claro que no! Si te lo hubiera dicho, no habrías venido, ¿a que no? En este mundo hay muchas cosas que es mejor no saberlas.
—Eso no está bien.
—¿No está bien? Pero si te pasabas el día sentado, deprimido y con cara de bobo… ¡No tenías nada que perder!
Esas palabras francas y lacerantes rozaban la mala educación. Quizá se había pasado de la raya.
Rintaro observó el cielo despejado durante unos instantes.
—No tengo intención de maltratar a los animales… —murmuró. Se recolocó las gafas con suavidad y añadió—: Pero me están entrando unas ganas tremendas de agarrarte por el pescuezo y sacudirte con todas mis fuerzas.
—Maravilloso. ¡Esa es la actitud! —respondió con aplomo el gato, y empezó a subir los escalones de piedra que tenían ante ellos".
"—Pero tener los libros de esta manera…
Las estanterías estaban cerradas con puertas de vidrio y, por si eso no bastaba, en los pomos colgaba un candado. Rintaro aún no tenía del todo claro a qué se había referido el gato cuando dijo que los libros estaban «encerrados», pero sí sabía que ese no era el modo habitual de guardarlos. Resultaba bonito, pero asfixiante.
—… no es natural.
El hombre frunció el ceño.
—Estos libros son importantes para mí. Podría decirse que los amo. ¿Qué hay de antinatural en el hecho de que guarde bajo llave semejante tesoro?
—Es que, más que libros, parecen obras de arte. Y, aunque sean sus libros, con esos suntuosos candados debe de costarle sacarlos.
—¿Sacarlos? ¿Para qué querría sacarlos? Si ya los he leído…
El hombre volvió a fruncir el ceño, si bien el más asombrado de los dos era Rintaro.
—Pero un libro no termina una vez leído. Puede releerse".
"«Los libros tienen poder.»
Eso era lo que decía a menudo su abuelo. Y el hombre que tenía ante él había comentado que eran su sustento. Sus palabras venían a confirmar, pues, que los libros eran poderosos".
"El viento no soplaba ya con tanta intensidad.
—En estas vitrinas no guardo los libros importantes. Tan solo exhibo en ellas los libros que he adquirido.
Rintaro reflexionó un instante y, después, dirigió la mirada hacia el hombre de nuevo.
—Las personas que aman los libros no los tratan así".
"En una ocasión, mientras se ocupaba de sus estanterías, el abuelo había pronunciado una frase que caló en el chico.
—Leer muchos libros es bueno, pero no te confundas.
Rintaro había citado las palabras de su abuelo sin darse cuenta, pero el hombre del traje blanco se limitó a hacer un leve movimiento. En medio de aquel silencio tenso, el chico fue recordando poco a poco las palabras de su abuelo.
—Los libros tienen mucho poder —prosiguió—. No obstante, ese poder será siempre de los libros, no tuyo".
"«Si no haces más que leer libros con tanta avidez, tu visión del mundo será muy limitada. Por muchos conocimientos que reúnas, si no piensas con tu propia cabeza y no caminas con tus propios pies, todo lo adquirido será en vano», le había dicho en una ocasión.
Al ver que Rintaro agachaba la cabeza después de oír esa retahíla de palabras complicadas, el abuelo se lo había quedado mirando con expresión seráfica.
«Los libros no vivirán la vida por ti. El lector voraz que se olvida de caminar con sus propias piernas acaba siendo como una enciclopedia repleta de conocimientos obsoletos. A menos que alguien la abra, será solo una antigualla inútil.»
El anciano le había revuelto el pelo con ternura y había añadido: «¿Acaso quieres acabar siendo una simple enciclopedia con piernas?».
Rintaro no recordaba qué había contestado a aquella pregunta que tan sosegadamente el abuelo le había formulado.
Sin embargo, al poco tiempo empezó a asistir al colegio de nuevo, aunque seguía encerrándose en el mundo de los libros en cuanto tenía ocasión.
Entonces su abuelo, mientras daba sorbos a la taza de té que tenía en las manos, solía decirle: «Leer es bueno. Pero cuando termines de leer, será el momento de moverte»".
"—Hiciste un trabajo maravilloso, Segunda Generación —le dijo con voz profunda y resuelta aquel gato atigrado de pelaje tan bonito. Rintaro dirigió una mueca de extrañeza a Tora, que caminaba por el largo pasillo flanqueado de estanterías con una sonrisa y los ojos de jade entornados.
—¿Qué te ocurre?
—Es que no estoy acostumbrado a los cumplidos.
—Ser humilde es una virtud. Pero serlo en exceso es un defecto —fue la enigmática respuesta del gato".
"El aturullado Rintaro oyó la voz profunda del gato junto a su oreja:
—No te preocupes, Segunda Generación. Solo pueden verme las personas que cumplen ciertos requisitos especiales. Finge que no me ves, y ya está.
(...)
Rintaro lanzó una mirada crispada al propietario de esa voz burlona, que el gato ignoró. Tora continuó riendo como si nada, haciendo vibrar sus bigotes.
—¡¿Eh?! —exclamó de repente Sayo con la mirada clavada en los pies de Rintaro, donde estaba sentado, cómo no, el deslenguado de Tora.
Por unos instantes, se hizo un silencio extraño.
Tora se puso tenso de repente.
—¡No me digas! —exclamó, como si tanteara el terreno—. ¿No solo me oyes, sino que también puedes verme?
—¡¿Un gato que habla?!
Tora se quedó de piedra".
"«Rintaro, ¿te gusta la montaña?»
La voz profunda de su abuelo resonó de súbito en la mente de Rintaro.
Se lo había preguntado un día mientras preparaba un té negro con gestos mesurados.
—La montaña, Rintaro.
—No lo sé. Nunca he subido a ninguna —le contestó Rintaro entonces con desinterés, probablemente porque estaba inmerso en la lectura del libro que tenía en las manos.
El abuelo le dedicó una sonrisa dulce y se sentó a su lado.
—Leer un libro se parece a subir una montaña.
—¿Un libro y una montaña?
Rintaro levantó la cabeza, extrañado por el comentario de su abuelo.
El anciano alzó la taza y, despacio, se la pasó por delante de los ojos como si estuviera disfrutando del aroma del té.
—Leer no es tan solo disfrutar y emocionarse. En ocasiones hay que ir línea a línea, releer repetidas veces las mismas frases, y avanzar despacio y con esfuerzo para comprender lo escrito. Llega un momento en el que ese arduo trabajo de pronto nos abre las miras. Del mismo modo que, tras un larguísimo sendero, las vistas se abren al llegar a la cima.
Bajo la luz de la vieja lámpara, el abuelo se acercó la taza a los labios con un sosiego infinito, como uno de esos sabios que aparecían en las novelas antiguas de fantasía.
—Hay lecturas difíciles. —Los pequeños ojos del anciano brillaban detrás de las gafas—. Las lecturas placenteras están bien. Pero si te limitas a seguir un sendero de montaña agradable el paisaje que ves es limitado. No eches la culpa a la montaña si el camino de ascenso es escarpado. Subir paso a paso falto de aliento hasta llegar a la cima es uno de los placeres del montañismo.
El abuelo alargó el enjuto y huesudo brazo y posó la mano en la cabeza de Rintaro.
—Si has de subir una montaña, ya puestos, que sea alta. El paisaje que verás desde la cima será incomparable —dijo con voz cálida".
"—Pero los libros que no se leen van cayendo en el olvido.
—Por desgracia, así es, sí.
—¿Y a ti te parece bien?
—No me parece bien, pero tampoco me lo parece reducir la preciosa obra de Corre, Melos a una única frase. Y por la misma razón que no podemos reducir una canción solo a unas cuantas notas, tampoco podemos limitar un libro solo a unas pocas palabras".
"—Si se dedica a publicar libros, aunque las cosas no vayan como usted esperaba, no debería afirmar que son artículos de consumo. Debería decir, y en voz alta, que le gustan los libros. ¿O no?
El director mantuvo la mirada fija en Rintaro, sin mover un solo músculo.
Luego, con las manos entrelazadas sobre el escritorio, entornó los ojos como si algo lo deslumbrara de pronto.
—Si yo dijera eso…, ¿cambiaría algo?
—Claro que cambiaría —le respondió Rintaro sin demora—. Tan pronto diga que le gustan los libros, dejará de publicar libros que no le gustan.
El director abrió ligeramente los ojos y separó un poco los labios.
Los otros tardaron en darse cuenta de que aquello era una sonrisa amarga.
Enseguida dejaron de verse libros cayendo al otro lado de la ventana.
Todo se quedó en calma, como si el tiempo se hubiera detenido.
—¡Qué duro sería vivir así…! —dijo el director por fin mirando a Rintaro a los ojos.
Rintaro le sostuvo la mirada.
—Lo duro es estar ahí sentado diciendo que los libros son artículos de consumo.
—Ya… —murmuró el director".
"El fondo de la librería, que hasta hacía solo un momento estaba cubierto por la vieja pared de madera, ahora se hallaba envuelto en una luz pálida. En un abrir y cerrar de ojos, la imagen sedente del gato atigrado se recortó a contraluz.
Rintaro miró boquiabierto a Tora, que movía con sutileza sus bigotes blancos.
—¡Cuánto tiempo, Segunda Generación!
Al oír esa profunda voz que tan familiar le resultaba ya, Rintaro esbozó una sonrisa.
—Pero ¡si solo han pasado tres días!
—Ah, ¿sí?
—¿Debería darte la bienvenida?
—¡Déjate de formalismos! —De espaldas a aquella luz pálida, el gato observó a Rintaro con sus ojos de jade—".
"«No puedes quedarte aquí, encerrado y cabizbajo, un día tras otro —le había dicho—. Seguramente, en tu vida hay muchas cosas que no te gustan…
Pero es tu vida. —Había guardado silencio un instante, para al cabo añadir con voz decidida—: ¡Tienes que tirar adelante!»".
"—Los libros tienen alma —dijo el gato de repente. Sus ojos, iluminados por la luz de las estrellas, desprendían un brillo muy hermoso—. Si los libros no se mueven de donde están no son sino fajos de papeles. Incluso las obras maestras más potentes, y también las grandes obras que narran historias maravillosas, son meros papeles unidos si no se abren. Pero si las personas les prodigan atención y los tratan con respeto, acaban teniendo alma.
—¿Alma?
—¡Eso es! —le respondió el gato con voz enérgica—. Hoy en día, las personas cada vez tienen menos ocasiones para estar en contacto con los libros, y no es frecuente que les dediquen atención. Como resultado, los libros han perdido su alma. Sin embargo, todavía hay quienes, como tú y tu abuelo,
aman los libros con todo su corazón y prestan atención a sus palabras. —El gato volvió la cabeza lentamente y alzó la mirada hacia el cielo estrellado—. Para mí, eres un amigo irremplazable".
"Los ojos de jade de Tora, que seguían fijos en el cielo estrellado, brillaban con intensidad.
Era un tanto engreído y bastante insolente a veces, pero era hermoso. Tora era así.
—Tengo la impresión de conocerte desde siempre —dijo Rintaro.
El gato no se volvió hacia él después de esa inesperada confesión, pero pareció que erguía sus orejas perfectamente triangulares como si esperara que el chico prosiguiera.
—Diría que fue hace mucho tiempo. Cuando todavía era un niño… —Rintaro alzó la mirada al techo, como rebuscando entre sus recuerdos—. Te conocí en algún cuento. Quizá en uno de los que me contaba mi madre.
—Los libros tienen alma —repitió pausadamente el gato—. Brota en ellos cuando se los trata con respeto. Y esos libros con alma no dudan en brindar ayuda a su propietario cuando este se encuentra en dificultades.
La voz profunda y calmada del gato envolvió de calidez a Rintaro hasta lo más profundo de su ser. El chico lo miró de nuevo y vio que esbozaba una sonrisa bajo la luz de las estrellas.
—Ya te lo dije, muchacho: no estás solo".
"—El alma del ser humano puede deformarse en situaciones de sufrimiento extremo, y lo mismo sucede con el alma de los libros. Los que son salvados por personas con el alma retorcida acaban igual. Y, entonces, pierden el control.
—¿Has dicho que el alma de los libros se… deforma?
Tora asintió con la cabeza con convencimiento.
—En especial, los libros antiguos con una larga historia se han visto influenciados por muchas personas y, ya sea para bien o para mal, encierran mucho poder. Cuando los libros tienen el alma corrompida… —El gato dejó escapar un largo suspiro y añadió—: Pueden ejercer un poder increíble, mucho mayor que el mío o el de cualquiera".
"La mujer dejó escapar un leve suspiro, sin variar su expresión.
—Eres más tonto de lo que pensaba. Dices obviedades… No tienes imaginación.
—«No se requiere cerebro para ser bueno. A veces me parece que es más bien al contrario. Casi nunca un tipo muy listo es un hombre bueno»".
"—¡¿Por qué…?! —exclamó al fin Rintaro—. ¿Por qué me cuestiona eso a mí?
—Vete a saber… Pensé que podrías darme una buena respuesta.
—Pero ¡eso es absurdo! Solo soy un chico tímido y retraído, un hikikomori.
—Aun así, te has esforzado mucho para salvar un montón de libros aquí y allá, y, de hecho, lo has conseguido. —La mujer se apartó con delicadeza un mechón de la frente—. Hoy en día, es muy difícil dar con alguien que tenga un vínculo tan estrecho con los libros.
—¿Un vínculo estrecho…?
—¡Eso es! Las personas como tú y tu abuelo pueden contarse con los dedos de las manos. En el pasado había mucha gente así, pero todo ha cambiado a lo largo de los últimos dos mil años".
"—No es simple palabrería —añadió el director—. Debemos sentirnos orgullosos de nosotros mismos".
"—Por insignificante que sea, un cambio es un cambio —dijo. La mujer le sostenía la mirada, y Rintaro continuó hablándole".
"—Si todos nosotros creemos en el poder de los libros —añadió con convicción—, ¿por qué usted no cree en su propio poder?".
"—De verdad que te lo agradezco. Te debo mucho —añadió.
—¿A qué viene esto ahora? Me descolocas.
—¡Te has puesto roja tú también!
—¿Yo…? ¡Qué va! —exclamó Sayo y echó a correr.
El sol primaveral resplandecía, y la figura de Sayo, espigada en su uniforme escolar, fue fundiéndose con aquella luz hasta que Rintaro la perdió de vista.
Seguía inmóvil en la puerta cuando, de repente, una voz profunda llegó a sus oídos:
—¡A por todas, Segunda Generación!
Rintaro miró a su alrededor, sorprendido, pero en la silenciosa calle no había nadie. Por un instante, le pareció ver el lomo del gato que saltaba con agilidad el muro de la casa de enfrente, pero no podría afirmarlo con certeza.
De hecho, el paisaje que tenía ante él era el mismo de siempre.
Se quedó inmóvil durante un rato, y, al cabo, sus labios dibujaron una sonrisa.
«¡Lo intentaré! A mi manera…», respondió decidido para sí y alzó la mirada hacia el radiante cielo".
Sosuke Natsukawa
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