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"—¿Crees que la despedirán?
—¿Sabe manejar a los clientes, no?
—Sí, bueno, con un culo así no es difícil".
"—¿Pasaréis vuestra luna de miel en un centro de desintoxicación? —pregunté riendo.
—Oye, Okinawa, eso es lo que haremos,¿vale?
—Eso está bien, es lo que tenéis que hacer, poner juntos vuestros culos, cojonudo, y que os pinchen morfina mientras os vais diciendo te quiero".
"En la oscuridad de la habitación sólo se oía el sonido apagado de la respiración de Reiko, y entonces comencé a desvanecerme mientras luchaba contra la náusea. Un olor igual que el del ananás podrido, el mismo olor dulzón, exactamente, que el de los jugos de esta chica de sangre mestiza, Reiko. Recordé la cara de cierta mujer, que había visto, hacía tiempo, en una película o en un sueño: largos dedos delgados, largos pies estrechos, dejando deslizar su vestido desde los hombros muy lentamente, tomando una ducha detrás de una mampara transparente; luego, gotas de agua cayendo de su mentón agudo, y ella mirándose, adentrándose en el reflejo de sus ojos verdes frente a un espejo. Una mujer blanca".
"El aire húmedo me golpeaba en la cara. Revoloteaban hojas de álamo y caía una débil lluvia. Había un olor frío de cemento y de hierba húmeda.
Las gotas de lluvia atravesaban la luz de las farolas como agujas plateadas".
"Sentía frío, sólo mis pies estaban calientes. A veces el calor subía con lentitud hasta mi cabeza. Parecía una bola de calor, como el hueso de un melocotón, y cuando subía, me arañaba el corazón y el estómago, los pulmones, la garganta, la lengua.
Afuera, el húmedo escenario parecía apacible. Sus inciertos contornos recogían gotas de lluvia, y las voces y los sonidos de los coches tenían sus filos como suavizados por las plateadas agujas de la lluvia. La oscuridad exterior parecía tragarme. Era opaca y húmeda como una mujer tumbada, sin fuerzas, después del amor.
Cuando tiré mi cigarrillo encendido, hizo un pequeño chasquido y se perdió en la noche antes de llegar al suelo".
"El cielo estaba lleno de nubes que me envolvían, con el dormido hospital, como un suave ropaje blanquecino. Una ráfaga de viento refrescó mis mejillas, todavía ardientes, se oía el sonido de las hojas de los árboles, frotándose. El viento arrastraba humedad, traía el olor de las plantas que respiraban dulcemente en la noche. En el hospital había las luces rojas de emergencia en la entrada y en el vestíbulo, el resto estaba sumido en la oscuridad. Innumerables ventanas, delimitadas por estrechos marcos de aluminio, reflejaban el cielo, aguardando el amanecer.
Miraba la línea púrpura que ribeteaba el horizonte, parecía una grieta en las nubes.
De vez en cuando, las luces de un coche iluminaban los arbustos, con formas como de gorro de niño. La polilla que había arrojado no había llegado hasta allí, yacía sobre el suelo, entre la gravilla y las briznas de hierba seca. La recogí. El rocío de la mañana había empapado la pelusa que la recubre. Parecía bañada de sudor frío, sudor de muerte".
"Me agaché en la hierba para esperar a los pájaros.
Cuando los pájaros bajen a posarse y la luz y el calor del día lleguen aquí, imagino que mi larga sombra se extenderá por encima de los pájaros grises y el ananás, y lo cubrirá todo".
Ryū Murakami
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