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"Mi marido es de otra especie:
"—Y, lo mires como lo mires, vivir juntos no es lo mismo que estar casados —añadí.
—¿Ah, no? ¿Dónde está la diferencia?
—Está, por ejemplo, en la densidad de la relación".
"Senta tomó un trago de Coca-Cola.
—¿Qué es lo que quieres hacer en la montaña?
—Oh, nada en concreto. Lo único que deseo es no hacer nada".
"—Dime, cuñado, ¿cuántos años tienes?
—¿Eh? ¿Cuántos son?
Mi marido me miró con los ojos como platos.
—No me digas que desconoces tu propia edad.
—Es un fastidio tener que calcularla cada vez que me lo preguntan. Tú, Sanchan, deberías recordarla para ocasiones como esta".
"Cada vez que lo veo despatarrado en el sofá, tengo la sensación de que estoy viviendo con una nueva especie de ser orgánico que permanece muy a gusto sin hacer nada hasta que muere. Cuando le conté el problema urinario de Sansho, mi marido tomó en brazos a nuestro gato, que estaba a su lado. «Zoromi, a mí no me fastidies de esa manera, ¿estamos?», le amonestó, y se lo repitió varias veces".
"—Dime, Hakone, ¿ya no piensas casarte con Senta dentro de poco? —Mientras le hacía esta pregunta, saqué del bolso una camisa fina.
Ella masticaba pausadamente el filete y, tras dejar escapar un gemido, guardó silencio. Sus pensamientos debían de ser muy serios. Tenía los ojos fijos en el vidrio esmerilado de la mampara divisoria, pero no dejaba de masticar con regularidad la carne.
—Después de todo, no puedes confiar en él, ¿no es cierto?
—Oh, no, no se trata de eso. Hmm… ¿Por qué será? Ni yo misma lo sé con certeza. Pero diría que ambos queremos conservar un poco más nuestra individualidad.
—Ya, la individualidad, ¿eh? Casarse requiere que cada miembro de la
pareja asimile tanto lo positivo como lo negativo del otro, ¿no crees?".
"—¡Mira este anuncio! Ah, qué dulces recuerdos… —Era un anuncio que emitían a menudo en la época de nuestra boda y ahora aparecía como una pregunta en un concurso—. Solíamos cantarlo. ¿Te acuerdas? —Incliné la cabeza en vez de responder a mi presunto marido, que extendía la mano hacia el vaso de whisky con soda, y mordisqueé la pera—. Por cierto, ¿recuerdas que durante el viaje de novios te masqué la fruta?
—¿Ah, sí? —le respondí distraída.
—Pues claro que sí. Te acababan de colocar el aparato de ortodoncia y te molestaba al comer, te quejabas continuamente de que te dolía. En el hotel, pedí un surtido de fruta, la masqué toda y la escupí en el plato. ¿No te acuerdas?
—¿Me diste a comer algo que ya habías masticado?
—Así es, y tú te la comías sonriendo. —Escuchaba vagamente la voz de mi presunto marido, como si estuviera detrás de un muro de agua—. ¿Sabes?
Tal vez por eso me siento cómodo contigo. Recuerdo que en aquella ocasión pensé: «Esta mujer se comería mi caca sin dejar de sonreír»".
"—¿Es que hoy no trabajas? —inquirí, perpleja. Si estaba en casa, ¿por qué no me había respondido?
—Últimamente me siento un poco apagado —replicó sin interrumpir el juego, con una voz tan débil que casi la engullía el tintineo de las monedas.
—¿Y si fueras al médico? —le sugerí mientras recogía los calcetines tirados al lado de la cama. Pero enseguida rectifiqué mi idea, pues era evidente que su estado físico no era tan preocupante como para ir al médico.
—Dime, Sanchan, ¿qué harías si me muriese?
Yo iba hacia la ventana para descorrer la cortina. Me detuve, sobresaltada, y me volví hacia él".
"Por la mañana, cuando me miré en el espejo, parecía como si mi cara hubiera empezado a olvidarse de mí. Seguramente, aquel día mis facciones relajaban su vigilancia. Al verme reflejada en el espejo, se apresuraron a reunirse y trataron de colocarse en su posición habitual, pero no la recordaban con exactitud y, al final, quedaron un poco desdibujadas".
"—Las tareas del ama de casa solo las conoce el ama de casa —le espeté, y apuré de un trago el vaso de whisky.
Él fingió no haberme oído. Desdobló con calma una toalla de baño y ajustó los cuatro ángulos. Una vez más pensé que era un caradura.
—No puedes entender el trabajo del ama de casa. —Me di cuenta de que había levantado la voz. Él, que estaba sentado en el parqué, seguía doblando prendas con diligencia—. No tiene sentido que hagas lo mismo que yo —expliqué a sus espaldas—. Eso solo puede reducir un poco el sufrimiento, pero la tentación no desaparece. No sigas tratando de vencerla. No es necesario que mantengas la figura humana".
"Tras apagar el televisor, me levanté del sofá y me acerqué al lugar donde estaba la ropa y donde habían caído los fragmentos. No puede reprimir un grito. Detrás del rimero de toallas de baño, había florecido una peonía de montaña. Tenía los pétalos muy blancos, como transparentes, sin el menor parecido con mi marido.
—Ah, querías convertirte en algo bello —musité, sorprendida ante aquella flor tan encantadora.
Como única prueba de que aquello era mi marido, extendía un tallo erecto desde sus calzoncillos".
"Al año siguiente, cuando finalizó la primavera, visité a mi marido convertido en peonía de montaña. Crecía vivaz y orgullosa, con la forma de un farolillo de papel blanco.
Permanecí un rato fascinada, casi con lágrimas en los ojos, al ver aquella belleza. La genciana que estaba a su lado florecía vigorosa para no ser menos que su compañera.
Estuve allí un buen rato y me levanté para volver. Las dos flores eran tan parecidas que apenas podía distinguir cuál de ellas era mi marido. Mientras las miraba fijamente, empecé a sentir frío. Me alejé de la zona rocosa, como si huyera, y bajé del monte sin volver la cabeza atrás ni una sola vez".
Los perros:
"En aquella cabaña vivían muchos perros.
Yo quería a los perros y ellos me correspondían. Todos eran completamente blancos, como nieve recién caída".
"—¿Estás bien? —me preguntó mi amigo—. ¿No estás cansada de la soledad?
—No —le respondí, y le pregunté a mi vez si él no estaba cansado de su vida social. Su respuesta fue afirmativa".
"Hablamos entonces de diversas cosas sin importancia, durante las cuales me tomé dos tazas de cacao. Él me anunció que por Navidad vendría con su familia para realizar los trámites de la herencia y quedamos en que entonces nos veríamos. Me preguntó si había visto el pronóstico del tiempo y le respondí que allí no existía la civilización. Me informó de que se esperaba una ola de frío para el fin de semana.
—¡No te mueras! —me recomendó entre risas, y colgó el teléfono".
"—Hace tiempo le pedí una cosa a Papá Noel, que al despertarme por la mañana no hubiera en el mundo nadie más que yo".
Yukiko Motoya
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