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"—¡Es maravilloso! —dijo la señora Wheatley—. ¿Sigo leyendo?
—Habla del orfanato. —Beth había comprado un ejemplar—. Y reproduce una de mis partidas. Pero sobre todo habla de que soy una chica.
—Bueno, lo eres.
—No debería ser tan importante. No han reproducido la mitad de las cosas que les dije. No hablan del señor Shaibel. No dicen nada de cómo juego la siciliana.
—Pero, Beth, ¡esto te convierte en famosa!
Beth la miró pensativa.
—Por ser una chica, sobre todo —dijo".
"—Debería darte solo tres —dijo.
—Adelante —respondió Beth, sin mirarlo. Deseaba que se acercara y la tocara… en el brazo, tal vez, o que le pusiera una mano en la mejilla. Parecía enormemente sofisticado, y su sonrisa era relajada. No podía estar pensando en ella del mismo modo que ella pensaba en él. Pero Jolene había dicho:
«Todos lo piensan, nena. Es en lo único que piensan». Y estaban solos en su habitación, con la cama de tamaño gigantesco. En Las Vegas.
Cuando él colocó el reloj al lado del tablero, Beth vio que los dos tenían la misma cantidad de tiempo. No quería jugar esta partida con él. Quería hacer el amor con él".
"La voz de la señora Wheatley sonó débil y ansiosa.
—Podrías haber llamado.
—Lo siento —dijo Beth—. No quería despertarla.
—No me habría importado.
—De todas formas, estoy bien. Y voy a ir a Cincinnati a ver una película.
Tampoco volveré a casa esta noche.
Silencio al otro lado de la línea.
—Volveré el lunes después de clase.
Finalmente, la señora Wheatley habló.
—¿Estás con un chico?
—Estuve anoche.
—Oh —la voz de la señora Wheatley sonó distante—. Beth…
Ella se echó a reír.
—Vamos —dijo—. Estoy bien.
—Bueno… —seguía pareciendo grave, pero luego su voz se hizo más ligera—. Supongo que está bien. Es que…
Beth sonrió.
—No me quedaré embarazada".
"—Veo que has vuelto —empezó a decir. Su voz era cuidadosamente neutral.
Beth la miró.
—Me lo he pasado bien —dijo.
La señora Wheatley parecía insegura respecto a qué actitud tomar.
Finalmente, se permitió una leve sonrisa. Era sorprendentemente tímida, como una sonrisa de niña.
—Bueno —dijo—, el ajedrez no es lo único en la vida".
"—Beth, cariño —dijo lánguidamente—, tal vez necesitas trabajar en ti misma. El ajedrez no es lo único que hay.
—Es lo que sé.
La señora Wheatley dejó escapar un largo suspiro.
—Mi experiencia me ha enseñado que lo que sabes no es siempre importante.
—¿Qué es importante?
—Vivir y crecer —dijo la señora Wheatley con decisión—. Vivir la vida".
"—Si ganas, ¿qué harás después?
Él pareció aturdido.
—No comprendo.
—Si eres campeón del mundo a los dieciséis años, ¿qué harás con el resto de tu vida?
Él seguía aturdido.
—No comprendo".
"A las tres, dos jugadores del torneo entraron en el bar, hablando en voz baja. Beth se levantó y se fue directa a su habitación.
La señora Wheatley estaba tendida en la cama. Tenía una mano en la cabeza con los dedos clavados en el pelo, como si tuviera jaqueca. Beth se acercó a la cama. La señora Wheatley no tenía buen aspecto. Beth extendió la
mano y la tomó por el brazo. Estaba muerta".
"De nuevo silencio. Entonces ella dijo, con toda la fuerza que pudo:
—¿No quiere saber de qué ha muerto?
—¿Qué ha sido?
—Hepatitis, creo. Lo sabrán mañana.
—Vaya —dijo el señor Wheatley—. Siempre estaba enferma".
"La señora Wheatley estaba muerta, su cuerpo enterrado en un cementerio en las afueras de la ciudad, y Harry Beltik se había marchado con su tablero de ajedrez y sus libros, sin saludar siquiera con la mano cuando se iba. Durante un momento ella quiso gritarle que se quedara, pero no dijo nada mientras él bajaba los escalones y subía a su coche".
"—Beth, va a ser tú o yo.
Ella dejó de comer su arroz con leche.
—¿Intentas asustarme?
Él se echó a reír.
—No. Puedo vencerte sin eso.
Ella siguió comiendo y no dijo nada.
—Mira —dijo él—. Lamento lo de ayer. No intentaba timarte.
Beth tomó un sorbo de café.
—¿No?
—Solo quería un poco de acción.
—Y dinero —dijo Beth, aunque no se trataba de eso".
"Él se inclinó hacia delante y dijo lentamente:
—Si no lo haces, dilapidarás tu talento. Se irá por el desagüe.
—Borgov me hizo quedar como una idiota.
—No estabas preparada.
—No sé hasta qué punto soy buena.
—Yo sí lo sé. Eres la mejor de todos.
Ella tomó aire.
—Muy bien. Iré a Nueva York.
—Puedes venir conmigo desde aquí. Tengo coche.
—¿Cuándo?
Esto iba demasiado rápido. Se sintió asustada.
—Mañana por la tarde, cuando todo haya acabado aquí. Cuando podamos escaparnos. —Se levantó—. Y en cuanto al sexo…
Ella lo miró.
—Olvídalo —dijo Benny".
"La mayor parte del tiempo, el ajedrez era el único lenguaje entre ambos.
Una tarde, cuando se habían pasado dos o tres horas analizando juegos finales, ella dijo, cansada:
—¿No te aburres a veces?
Él la miró sin expresión.
—¿Qué otra cosa hay?".
"—No tan rápido —dijo Benny. La miró un momento y sonrió—. ¿Te sigue gustando mi pelo?
—He estado intentando aprender a derrotar a Vasili Borgov —respondió Beth—. Tu pelo no entra en la ecuación.
—Me gustaría que te vinieras a la cama conmigo.
Llevaban juntos tres semanas y ella casi se había olvidado del sexo.
—Estoy cansada —dijo, exasperada.
—Yo también. Pero me gustaría que te acostaras conmigo.
Parecía muy relajado y agradable. De repente, sintió afecto hacia él.
—De acuerdo —dijo".
"Se sobresaltó al despertar por la mañana con alguien a su lado en la cama.
Benny se había puesto de lado en su parte y todo lo que podía ver de él era su espalda pálida y desnuda y un poco de pelo. Al principio se sintió cohibida y temió despertarlo; se sentó con cuidado, apoyando la espalda contra la pared.
Acostarse con un hombre estaba bien. Hacer el amor había estado bien también, aunque no era tan excitante como había esperado. Benny no había dicho gran cosa. Fue amable y atento, pero seguía habiendo cierta distancia en él. Recordó una frase del primer hombre con el que había hecho el amor:
«Demasiado cerebral». Se volvió hacia Benny. Su piel era bonita a la luz: parecía casi luminosa. Durante un momento le apeteció rodearlo con sus brazos y estrecharlo contra su cuerpo desnudo, pero se contuvo.
Al cabo de un rato Benny despertó, se dio media vuelta y la miró parpadeando. Ella se había cubierto los pechos con las sábanas. Tras un momento, dijo:
—Buenos días.
Él volvió a parpadear.
—No deberías intentar la siciliana contra Borgov —dijo—. Es demasiado bueno con ella".
"—¿Una partida de póker?
—Tengo que pagar el alquiler.
Era sorprendente. No pensaba que fuera jugador. Cuando le preguntó, él le dijo que sacaba más dinero del póker y el backgammon que del ajedrez.
—Deberías aprender —dijo, sonriendo—. Eres buena jugando.
—Entonces llévame contigo.
—Es solo de hombres.
Ella frunció el ceño.
—He oído decir eso del ajedrez".
"—No te rindas —dijo—. Una partida perdida no demuestra nada.
—No me estoy rindiendo".
"—El señor Wheatley tiene una propuesta, Beth —dijo el abogado. Ella miró la cara de Wheatley, que estaba vuelta levemente—. Usted puede vivir aquí mientras encuentra algo permanente.
¿Por qué no se lo decía el propio Wheatley?
La incomodidad de Wheatley la hizo de algún modo sufrir por él, como si ella misma estuviera incómoda.
—Creí que podía quedarme con la casa si hacía los pagos —dijo.
—El señor Wheatley dice que usted lo malinterpretó.
¿Por qué hablaba su propio abogado en nombre de él? ¿Por qué no podía buscarse su propio abogado, por el amor de Dios? Lo miró y vio que estaba encendiendo un cigarrillo, el rostro todavía apartado de ella, una expresión dolorida en sus rasgos.
—Dice que solo le permitía quedarse en la casa hasta que encontrara alojamiento.
—Eso no es cierto —dijo Beth—. Dijo que podía quedármela… —De repente algo la golpeó con todas sus fuerzas y se volvió hacia Wheatley—. Soy su hija. Me adoptó usted. ¿Por qué no me habla?
Él la miró como un conejo asustado.
—Alma —dijo—. Alma quería un hijo…
—Firmó usted los papeles —dijo Beth—. Aceptó una responsabilidad.
¿No puede ni siquiera mirarme?
Allston Wheatley se levantó y cruzó la habitación y se dirigió a la ventana. Cuando se dio la vuelta, se había controlado de algún modo y parecía furioso.
—Alma quería adoptarte. No yo. No tienes derecho a nada mío porque yo firmara unos malditos papeles para hacer callar a Alma. —Se volvió hacia la ventana—. Y no se puede decir que funcionara.
—Me adoptó usted —dijo Beth—. No le pedí que lo hiciera. —Notó una sensación de ahogo en la garganta—. Usted es mi padre legal.
Cuando él se dio la vuelta y la miró, a ella le sorprendió ver lo torcida que era su expresión.
—El dinero de esta casa es mío, y ninguna huérfana sabelotodo va a quitármelo.
—No soy ninguna huérfana. Soy su hija.
—No, no para mí. Me importa una mierda lo que diga tu maldito abogado.
Me importa una mierda lo que dijera Alma. Esa mujer no sabía tener la boca cerrada.
Nadie habló durante un rato. Por fin, Chennault preguntó en voz baja:
—¿Qué quiere usted de Beth, señor Wheatley?
—Quiero que se marche de aquí. Voy a vender la casa.
Beth lo miró un momento antes de hablar.
—Entonces véndamela a mí.
—¿De qué estás hablando? —dijo Wheatley.
—Yo la compraré. Le pagaré lo que diga la hipoteca.
—Ahora vale mucho más.
—¿Cuánto más?
—Necesitaría siete mil.
Ella sabía que la hipoteca era inferior a cinco mil.
—De acuerdo —dijo.
—¿Tienes esa cantidad?
—Sí. Pero voy a restar lo que pagué por enterrar a mi madre. Le mostraré las facturas.
Allston Wheatley suspiró como un mártir.
—De acuerdo —dijo—. Pueden ustedes dos preparar los papeles. Me vuelvo al hotel. —Se dirigió a la puerta—. Aquí dentro hace demasiado calor.
—Podría haberse quitado la chaqueta —dijo Beth".
"Jolene llevaba algo en un sobre marrón y lo dejó en la mesa delante de Beth, que lo tomó. Era un libro, y supo inmediatamente cuál. Lo sacó del sobre. Aperturas modernas de ajedrez. Su viejo ejemplar manoseado.
—Lo tuve yo todo el tiempo —dijo Jolene—. Cabreada contigo porque te adoptaron.
Beth hizo una mueca y abrió el libro por la página del título donde estaba escrito con letra infantil: «Elizabeth Harmon, Hogar Methuen».
—¿Quién podría olvidarlo? —dijo Jolene.
—¿Y no sería por ser blanca?
Beth miró el hermoso rostro de Jolene con su pelo llamativo y las largas pestañas negras y los labios carnosos, y la incomodidad desapareció con un alivio que resultó físico de tan sencillo. Sonrió de oreja a oreja.
—Me alegro de verte.
Lo que realmente quería decir era «Te quiero»".
"—Nada de eso —dijo. Agarró el plato y lo devolvió—. Nada de salsas ni de patatas.
—No estoy gorda. No me hará daño comer patatas.
Jolene no dijo nada. Cuando pasaron con sus bandejas ante las gelatinas y los pasteles de crema bávara, Jolene negó con la cabeza.
—Tú comiste mousse de chocolate anoche —dijo Beth.
—Anoche era especial. Hoy es hoy".
"—Tal vez no debería haberlo hecho. —Beth empezaba a sentir frío por dentro—. Tal vez no tendría que haberles devuelto el cheque.
—«Tal vez» es una expresión de perdedores —la voz de Benny era como hielo".
"Iría sola, o con quien encontrara el Departamento de Estado para que la acompañara. Había estudiado ruso y no estaría completamente perdida. Los jugadores rusos hablarían inglés, de todas
formas. Podía entrenarse sola. Llevaba meses entrenándose sin nadie.
Terminó el café. Llevaba entrenándose sola casi toda la vida".
"Era buen ajedrez. Ajedrez de primera clase, y lo jugaban dos ancianos con ropas de trabajo baratas. El hombre que jugaba con blancas movió su alfil de rey, la miró al alzar la cabeza y frunció el ceño. Durante un momento, Beth se sintió poderosamente fuera de lugar entre todos estos ancianos rusos con sus medias y su falda celeste y su jersey gris de cachemira, el pelo cortado y peinado al estilo de las jóvenes americanas, con zapatos que probablemente costaban lo que estos hombres ganaban en un mes.
Entonces el rostro arrugado del hombre que la estaba mirando mostró una amplia sonrisa mellada.
—¿Harmon? —dijo—. ¿Elisabeta Harmon?
—Da —dijo ella, sorprendida. Antes de que pudiera reaccionar, el anciano se levantó y la rodeó con sus brazos y rio, repitiendo «¡Harmon!
¡Harmon!» una y otra vez. Y entonces toda la multitud de ancianos de ropa gris la rodeó sonriendo y ansiosamente extendieron las manos para que las estrechara, ocho o diez hablándole a la vez, en ruso".
"Antes de marcharse, encontró de nuevo a Luchenko. Estaba con los otros rusos, vestido impecablemente y con aspecto tranquilo. Beth le tendió la mano.
—Ha sido un honor jugar con usted —dijo.
Él aceptó la mano e inclinó levemente la cabeza. Durante un momento ella pensó que iba a besársela, pero no lo hizo. Apretó la mano con las suyas.
—Todo esto —dijo—. No es ajedrez.
Ella sonrió.
—Así es".
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—Déjeme en el parque.
La luz del sol se filtraba entre los árboles. La gente de los bancos parecía la misma de antes. No importaba si sabían quién era o no. Pasó ante ellos caminando por el sendero hasta el claro. Nadie la miraba. Llegó al pabellón y subió las escalinatas.
A la mitad de la primera fila de mesas de hormigón había sentado un anciano con las piezas preparadas. Tenía unos sesenta años y vestía la habitual gorra gris y la camisa de algodón del mismo color con las mangas subidas. Cuando ella se detuvo ante su mesa la miró con curiosidad, pero no hubo ninguna expresión de reconocimiento en su rostro. Ella se sentó ante las piezas negras y dijo muy despacio en ruso:
—¿Le gustaría jugar una partida?".
Walter Tevis
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