Las muertes
Ya vendieron el piano:
"Mamá me echó sobre el sillón de la salita diciendo que le dolían los riñones y le pidió a Tina, la muchacha, que le llevara la comida allí. Margarita ocupó la silla de mamá y entonces noté que el lugar del abuelo estaba vacío.
—¿Y el abuelo? —pregunté con sorpresa.
Los grandes se miraron entre sí y luego, lentamente y dando muchos rodeos, papá me comunicó que el abuelo se había ido de viaje, un largo viaje con destino al cielo o algo así.
Un largo viaje, abuelo. Y así supe que te habías muerto. Y de pronto me di cuenta de que todos estaban tristes y yo también".
"—¿La muerte es para siempre?
No me contestaron y no repetí la pregunta. Nadie comió esa noche".
"Tengo ganas de verte, pero no sé dónde.
Aquí en casa no, abuelo. Mejor no porque si vinieras sería un verdadero problema, no sabrían dónde meterte. No hay lugar para vos en casa. Se armaría un lío.
Además, ya vendieron el piano".
Respuesta:
"Ésta es la segunda vez que lloro por vos".
"Durante el resto del año te recordaba cada vez que mi hija te nombraba: «Mamá, ¿Pilar… está en la playa todavía?».
Pilar, una chica en la playa, una muchachita ubicada en mis veintitantos días de licencia anual. Ni siquiera supe nunca tu apellido, tu edad exacta, si estabas enamorada".
"Nunca supe qué querías, qué soñabas".
"Yo, que me quejo de la indiferencia, que pataleo contra la incomunicación, estuve tan cerca de vos, materialmente, y sin embargo, supe tan poco de vos…
Ayer, cuando me dijeron «murió Pilar, ¿sabés?». Murió Pilar. Un accidente. Allá en Miramar. Pilar y sus lindos ojos grises.
Pilar y sus veinti… años. Pilar.
Lloré".
"Todavía no sé imaginarme los veranos sin vos. Mi hija va a seguir nombrándote y cuando volvamos allá se extrañará de tu ausencia. Dirá «No está Pilar, ¿por qué?». Y entonces sabrá que no se mueren solamente los viejos muy viejitos que ya gastaron toda su vida, sino también las chicas de ojos grises que aprenden de memoria párrafos de cuentos, giran en el trompo de los sueños, quieren cosas que no se quieren, cosas que sí se quieren, lloran por cosas que no conozco, lloran por cosas que conozco, sienten lo mismo que yo y otras cosas distintas".
"Pilar.
Sí, he llorado. Y he llorado por vos. No por mi —como lloré muchas veces cuando me daban una noticia triste— sino por vos. Por vos, que ya nunca te agitarás de rabia, ni sonreirás, ni gastarás bailando los zapatos, ni te deslizarás por la arena con tu manera lenta.
He llorado por vos, que querías vivir y, sin embargo, estás muerta".
"Y este llanto y tu muerte me han dado la respuesta que he buscado tanto.
La respuesta a una pregunta que me he hecho mil veces en momentos de abatimiento, de desazón, de dolor: «Vivir, ¿para qué?».
Para esto tan simple que es vivir".
Esa no era mamá:
"Mi madre estaba muerta. Eso era lo que ellos decían. A lo mejor estaba dormida y ellos creían que estaba muerta".
"No quería tocarla.
No quería seguir mirándola. Se parecía a los muertos de los cementerios que se escapaban por las noches para ir a bailar y regresaban al amanecer apurados por meterse en sus bóvedas".
"—Mamá —murmuré llorando—. Mamita…, ¿dónde estás? ¿Por qué pusiste en tu lugar a esa mujer que no conozco y me da tanto miedo? ¿Por qué todos dijeron que esa muerta eras vos? ¿Por qué me dejaste tan sola?
Durante muchas noches dormí sobresaltada, tuve horribles pesadillas, me sentí perseguida por la mujer blanca, rozada por sus manos duras y frías.
Porque ésa no era mamá. Ésa no. A mamá, tibia, sonriente, blanda, levemente rosada, la sigo buscando entre la gente que camina por las calles, entre la gente que viaja en los colectivos, los trenes, los autos, los subterráneos".
Para eso estamos los amigos:
"Antes, hermano, amigo, solamente me encontraba con vos en los sueños, sin querer.
Porque le tenía miedo a la muerte, y vos estás en ella".
"Que a veces sigo escribiendo poemas, que no me hice famosa, que me canso y vocifero mandando todo al diablo, pero después pongo el despertador en hora y salto de la cama cuando suena, me ducho, tomo el tren, ordeno mis papeles, le coso a mi hija el disfraz para la fiesta de fin de año en la escuela, abro alborozada los paquetes de regalos en Navidad y en mi cumpleaños, a veces lloro, tiemblo, soy feliz, tengo miedo, te echo de menos o ni siquiera te recuerdo".
Un aujero en el zapato:
"A nuestro modo tratamos de ser felices.
No pedíamos nada, así que cuando teníamos algo, nos parecía una maravilla.
Era una manera de llevarle ventaja a la desesperanza.
Dieguito caminó al año. Era haragán para hablar pero un buen día se le desató la lengua y nos llamó papá y mamá hasta hacernos llorar".
"Cuando María mejoró me las traje a las dos a casa y, en medio de todo, nuestra casa pareció un palacio. Eramos cuatro, dentro de su pobreza, para querernos".
Última vez desde esta ventana:
"En algunas terrazas hay ropa tendida. Sábanas que vuelan, blancas, rosadas; vestidos de colores, grandes y pequeños; medias de hombres; repasadores.
Ropa de gente que entra y sale y cumple horarios y tiene obligaciones y rezonga por el precio de la leche y sabe, siente, piensa que tiene largos años para vivir. Para seguir queriendo. Para seguir ganando, o perdiendo, o sufriendo, o siendo feliz.
Para seguir".
El amor
Un llanto azul:
"Cuando me confesaste que no eras libre, ya estaba enamorada de vos, ya me querías".
"Pero te quiero, dijiste.
Y la tierra volvió bajo mis pies, se cerraron las grietas, se soldaron los abismos, todas las cosas volvieron a su lugar.
Tan sólo una pátina gris sobre mi vida, sobre mi cuerpo, oscureciéndose, aplastando mis movimientos hasta volverlos lentos gestos de autómata.
Pero te quiero…".
"Tan distinta a mí. Tan distante de vos y, sin embargo, teniéndote.
Porque vos no sabías, que era ella y no yo quien te tenía".
"Llamo al mozo, pago mi café.
Huyo. Huyo de este lugar y del encuentro.
Me esperarás en vano. No verás mis ojos mojados. No tendrás que decirme tu discurso de despedida.
No responderé tus llamados, si me llamas.
Ya ves, te facilito tu tarea, evito que te conviertas en mi verdugo".
Invisibles cadenas:
"Nunca hablamos de eso, de si Armstrong te gustaba. Entre tantas palabras de amor, tantos adioses, tantos desencuentros y tanta despedida, no tuvimos tiempo de hacer nombres, de ponerle música a lo nuestro, de leer a cuatro ojos las páginas de un libro".
"Es demasiada soledad la que me dejás.
Demasiado silencio.
Demasiado llanto.
Demasiada ansiedad.
Todo te lo has llevado.
Pensabas que era mejor así: no atarte con promesas, no pronunciar palabras que te comprometieran a quererme en la distancia".
"Dijiste que no querías dejarme atada, pero la verdad es que no querías quedarte atado a mí".
"—Tendremos que estar mucho tiempo separados. Un año, dos…, quizás más.
—No me interesa el tiempo, yo te quiero".
"—Es tonto prometernos cosas que tal vez no podamos cumplir…
Prefiero despedirme como si fuera una despedida común, de cualquier día. Y reunirnos a mi regreso, como si tal cosa, si es que aún queda algo de lo nuestro en nosotros.
—Eso es cruel.
—No, no es cruel, es generoso. Lo egoísta es dejar de vivir lo que la vida puede acercarte, acercarme".
"Dejemos todo así. Que sea el tiempo el que cure, el que mate, el que mantenga encendida la llama o la vaya apagando poco a poco".
Violetas para nadie:
"No te he engañado: recién ahora acabo de darme cuenta.
Recién ahora, apretando en mis manos este ramo de violetas.
Recién ahora, mirándolas, profundamente azules, con un color que trepa y se columpia en mi recuerdo. Y no se me ocurre ninguna palabra para decirte, ni gracias, ni son muy lindas. Nada.
Porque la ceniza cae sobre menudos pétalos.
Y has comprado violetas, sí, pero muy tarde.
Violetas para nadie".
Memoria de ceniza:
"Ella apoyó su cabeza sobre tu pecho y oyó latir tu corazón como si le latiera dentro de su cuerpo".
"—Cuando se te pase me llamás, ¿eh, loquita?
Cuando se le pase qué. Eso nunca se pasa, a veces se adormece, pero está latente en el fondo, debajo de la risa, debajo del entusiasmo, debajo de las espirales que dibuja la vida cotidiana".
"Y bueno, que se aguante (lo pensás, ¿no es cierto?).
Se inventó siempre tantas cosas…
Se inventó, por ejemplo, un corazón grande como una casa y ahora se pasea por su corazón como una habitación vacía… donde sólo resuena el eco de sus pasos".
Las distancias:
"Pero no se animaron.
Les faltó valor.
Ellos dijeron que les faltó tiempo. Pero les faltó valor".
Cosas mías
La que nunca vio el mar:
"Cuántas cosas habrá que no sabías y querías saber.
Y entre ellas, el mar.
Vos lo preguntabas en uno de tus romancillos:
Verde de mis ojos verdes
Marchitándose al pensar:
¿de qué color será el verde
del color verde del mar?".
Poldy Bird
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