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"¿Cuál es el peor regalo que habéis recibido?
Es una pregunta fácil. Todo el mundo ha recibido un regalo terrible al menos una vez en la vida. Hay distintos grados de regalos terribles, desde «gracias por pensar en mí, pero esto no me va» a «esto da mucho asco de verdad».
¿El peor regalo que he recibido yo? Un tumor de diez centímetros en la pelvis, el mes de enero de mis dieciséis años".
"—A veces, sin ningún motivo aparente, algunas de las células de nuestro cuerpo se descontrolan y se transforman en células malas —me explica Nacho, serio pero con un aura clara de tranquilidad; da la sensación de que ha dicho frases parecidas muchas veces antes a lo largo de su vida, y supongo que es así realmente—. El problema es que estas células malas no dejan de reproducirse, y eso es lo que crea masas.
Trago saliva. Ni Nacho ni mis padres han pronunciado la palabra «cáncer» aún, y eso me está volviendo loca. Biopsia, tumor, masa, células malas... todas estas palabras, como señales en un mapa, parecen apuntar hacia ese diagnóstico tan temido, el cáncer, pero aun así nadie se atreve a decirlo en voz alta.
Tengo que saberlo. Solo eso. Me da la sensación de que solo se hará real si alguien rompe este silencio tan pesado, y no voy a ser capaz de luchar contra algo si no puedo ponerle un nombre.
Me recuerda un poco a esos momentos de las series como Anatomía de Grey en que los doctores le dicen al paciente que tiene una masa y tú sabes inmediatamente que es cáncer, pero el paciente no se da cuenta hasta que el médico no lo pronuncia, desde la primera C a la última R.
—Entonces, ¿qué es lo que tengo? —pregunto, esforzándome para que no se me rompa la voz.
Nacho se humedece los labios. Mi padre, con lágrimas en los ojos, dice:
—Ella lo que quiere escuchar es el nombre.
Nacho sacude la cabeza.
—Sí, Elena, tienes cáncer".
"Siento el calor de mis padres un segundo antes de que me abracen, como si mi cuerpo se estuviese preparando para el contacto físico.
Trago saliva.
Esto no me puede estar pasando a mí.
Pero me está pasando a mí.
Hasta ahora había tenido una vida de lo más normal.
A partir de ahora voy a tener que ser más fuerte que nunca".
"—¿Qué pasa? —La voz de Emi, incluso al otro lado de la línea, es tan cálida como un abrazo reconfortante—. Te quiero muchísimo — suspira—. Ya te lo han dicho, ¿no?
Asiento y luego me doy cuenta de que, claro, Emi no puede verme. Me aclaro la garganta.
—S-sí. Sí, ya me lo han dicho.
—Bueno, pues habrá que ir para adelante.
Sonrío aún a través de las lágrimas.
—Sí. Ahora me toca pelear como nunca en la vida".
"Me pregunto si la gente que dona sangre y médula se da cuenta de hasta qué punto está regalando vida".
"—¿Sabéis qué? Mis ganas ganan. —Sus ojos se ponen más brillantes; hasta yo me siento emocionada por el peso de mis palabras y la gran verdad que esconden—. Mis ganas van a ganar. No tengo ninguna duda".
"Me muerdo el labio inferior.
—Oye, ¿Emi?
—¿Sí?
—¿Crees... crees que debería quitarme la peluca?
Emi alza las cejas hasta que se le dibujan unas arruguitas en la frente.
—¡Pues claro! Así estarás más fresquita. Ojalá pudiera quitarme yo esta melena un par de minutos al día, sobre todo con esta calor...
Suspiro.
—Buf, pero es que me da muchísima vergüenza.
Emi me propina un empujón cariñoso.
—¡Pero si no hay casi nadie!
Señalo a la otra familia que está en la playa con un gesto de la cabeza disimulado.
—¿Y si se me quedan mirando?
—Pues si se te quedan mirando será porque eres la chica más guapa de la playa. Venga, ¿qué más da?
Le dirijo una mirada furtiva a la otra familia. Los niños están un poco más cerca de nosotras, donde la arena ya está húmeda, jugando a hacer castillos. Los padres están algo más alejados, él tomando un helado y ella, como papá, intentando aprovechar estos últimos minutos de sol... cada uno a lo suyo, en sus propios mundos privados.
Trago aire.
«En esta vida hay que ser valiente», me recuerdo.
—Tienes razón —le digo a mi hermana mientras, con mucha lentitud, vacilante, me quito la peluca—. ¿Qué más da? Si yo también me gusto así".
"—A ponerse guapa, que te llevo a cenar por Sevilla y no vas a aparecer en chándal, que me dejarías quedar mal.
La quimio no me está jodiendo mucho y estoy de buen humor, así que le guiño un ojo y le digo:
—¿Y si me arreglo y te dejo quedar mal con mi belleza?
—No te emociones —me contesta, pero su comisura ya tiembla hasta formar una sonrisa".
"Papá tenía razón. He tenido el decimoséptimo cumpleaños perfecto, y lo mejor de todo es que me ha llenado el cuerpo de energía para seguir peleando contra la enfermedad. Nada conseguirá pararme los pies".
"Tuerzo los labios en una sonrisita. Esto es un palo de los grandes, pero lo mejor será tomárselo a la ligera, sobre todo por mis padres.
Además, ¿cuántas chicas de diecisiete años pueden decir que tienen dos ovarios izquierdos?
«A la vida hay que echarle dos ovarios —pienso—. Y en mi caso, los dos van a tirar por el mismo lado».
—Vale, vale, es que es un poco raro pensar que vais a andar cambiándome de sitio las partes del cuerpo, ya sabes.
El traumatólogo se ríe.
—Piensa que vas a ser un poco como la señora Potato.
—Mientras no le cambiéis la nariz y la boca de sitio... —bromea Emi—. Que no sé yo si se llevará mucho el look Picasso esta temporada".
"Cuando todo termina y puedo levantarme, mi primera reacción es la de echarme a llorar. Se trata de una emoción primitiva y muy profunda. Simplemente, las lágrimas empiezan a fluir y ya no hay manera de detenerlas. Me pongo tan mal que mamá tiene que entrar y abrazarme.
—Venga, Elena, ya está, ya ha pasado —dice, y me da un beso en la frente—. Sé que ha sido duro, pero te has enfrentado a ello como una campeona y hoy ya no tienes que hacer más pruebas. Ya está. Podemos irnos a casa.
Asiento, pero sigo llorando un par de minutos más. Creo que se le asocia un significado muy negativo a la acción de llorar. A veces, estoy segura, es lo más necesario. A veces tenemos que sacar todo lo que llevamos dentro, y una buena llantina puede dejarte tan limpio en calma como acurrucarte entre unas sábanas limpias tras un baño de agua caliente.
A veces llorar señala que lo malo ya ha pasado, y a partir de ahí, solo pueden venir cosas buenas".
"—Emi, ¿tú tienes miedo?
No tengo que especificar a qué. Como he dicho antes, Emi y yo somos como almas gemelas, y cuando tienes un alma gemela, no siempre necesitas palabras para comunicarte. Una mirada o un gesto o hasta los cambios en tu respiración pueden decirlo todo.
—Sí, claro que tengo miedo. ¿Y tú?
Trago saliva.
—Sí. Sí, a veces tengo muchísimo. De no curarme, o de curarme y luego sufrir una recaída. O de morirme.
Bajo la voz instintivamente al decir eso, y Emi se queda callada durante mucho tiempo. Quizá sean solo un par de segundos más de lo normal, pero a mí me parece mucho tiempo.
—Sí, yo también tengo miedo a esas cosas. —Suelta aire por la boca—. Pero luego recuerdo quién es mi hermana y toda la fuerza que tiene y me tranquilizo. Porque sé que si alguien puede con todo
y más esa persona eres tú, gordi.
Me muerdo el labio inferior.
—¿Y si no puedo? ¿Y si llega un momento en el que no puedo?
Emi me aprieta más la mano. Yo acaricio sus nudillos como si no quisiese olvidarme nunca de su tacto.
—Entonces aquí estaré yo para darte toda la fuerza extra que te haga falta. Y si con eso no te llega, también están mamá y papá, y todo el mundo que te quiere. Todos te daremos toda la fuerza que necesites. ¿Cómo es eso que dices? Mis ganas...
—Ganan —termino por ella, y sonrío—. Sí, tienes razón. Mis ganas ganan. Mis ganas van a ganar. Está clarísimo".
"—Elena, era tu madre —dice. Hasta sus palabras parecen pesar como el hierro—. Ya tiene los resultados de la biopsia.
Emi me aprieta la mano con más fuerza.
—¿Y?
Papá frunce los labios.
—Es una metástasis de sarcoma de Ewing.
Emi relaja la fuerza que ejerce sobre mi mano. Se ha quedado paralizada, como si papá acabase de arrojar un jarro de agua helada sobre ella.
—Vas a tener que volver a recibir quimioterapia, Elena —continúa papá—. Los médicos todavía no saben el tratamiento exacto que van a seguir, pero nos lo contarán cuando nos reunamos con ellos.
Cojo aire. Debo ser fuerte. Debo ser fuerte por todos ellos.
—Muy bien —digo, sorbiéndome los mocos—. Vale. Pues voy a por todas otra vez.
Como siempre. Jamás voy a rendirme. El cáncer se ha equivocado al escoger su objetivo, porque voy a pelear con uñas y dientes. Y voy a ganar. Eso lo tengo clarísimo".
"—¡Menudo logro! —exclamo cuando entro en el coche.
A mamá le entra la risa.
—¿El qué? ¿Mis habilidades para la conducción?
Pongo los ojos en blanco.
—Ja, ja, ja. No he vomitado nada hoy. ¿No te has dado cuenta?
Mamá sacude la cabeza mientras extiende el brazo para poner la radio.
—Sí, claro que me he dado cuenta. ¡Reto superado! A partir de ahora, todo será más fácil, ya lo verás.
Le sonrío, subiéndole el volumen a la música. Hay que celebrar todos los pequeños triunfos, ¿no?".
"«Vas a poder con esto, Elena —me digo—. Vas a dominar esta tempestad».
Lloro. Es una llantina rebosante de enfado y de frustración.
Recibir las noticias del nuevo nódulo es tirar a la basura toda esta lucha que tanto me ha costado.
—Basta —me susurro a mí misma, dándome un pellizco, casi como si quisiese despertarme de un mal sueño".
"Mi cabeza rapada solo es una señal más de lo duro que estoy luchando y de mis victorias pasadas. Es el signo de la lucha.
Ponerme de nuevo los pañuelos será como colocarse los guantes de boxeo antes de un combate.
De momento estamos Elena 1-cáncer 1, pero ya veremos quién dará el próximo golpe".
"—¿Qué es? —pregunta mi madre, jugueteando con los anillos de su mano.
Me muerdo la cara interna de las mejillas, preparándome, hasta que me hago daño físico.
Nacho solo frunce los labios.
—Me temo que el nódulo ha vuelto a crecer —dice, simplemente, las terribles nueve palabras que tanto temíamos y que ahora están frente a nosotras como una realidad ineludible—. No mucho, por fortuna, pero han salido tres nódulos más.
Respiro, con fuerza. No sé dónde meterme. No me puedo creer que el tratamiento no esté funcionando. Otra vez. Es una pesadilla continua, un laberinto al que no consigo encontrarle la salida.
—Todavía tengo que discutir los próximos pasos con el comité — continúa Nacho, su voz llegándome muy lejana, como retransmitida por una radio—. Pero lo más seguro es que tengas que empezar un nuevo tratamiento.
Mamá me coge la mano; me la acaricia. Me da la sensación de que está muy fría. Suspiro. No puedo rendirme.
—Pues a seguir luchando —digo, suavemente, forzando una sonrisa.
Estoy muy muy muy cansada, pero mis ganas de vivir persisten".
"Mis ganas van a ganar. Me lo repito hasta que todo mi cuerpo parece brillar con su significado. Mis ganas van a ganar, y no puedo esperar a descubrir lo que voy a hacer con mi vida después. Y es que hay que aprovechar el presente. Hay que arriesgar si se quiere algo y caminar con la convicción de que nunca nunca nos daremos por vencidos. De eso se trata la vida".
Elena Huelva
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