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"Cinco pequeños brincos y luego un gran salto. Cinco petardos y luego una explosión.Eso describe poco más o menos la génesis de Fahrenheit 451".
"El fanático incendiario de libros se da cuenta entonces de que todo el pueblo ha escondido los libros memorizándolos. ¡Hay libros por todas partes, escondidos en la cabeza de la gente! El hombre se vuelve loco, y la historia termina".
"Hace unos cuarenta y dos años, año más o año menos, un escritor amigo mío y yo íbamos paseando y charlando por Wilshire, Los Angeles, cuando un coche de policía se detuvo y un agente salió y nos preguntó qué estábamos haciendo.
—Poniendo un pie delante del otro —le contesté, sabihondo.
Ésa no era la respuesta apropiada.
El policía repitió la pregunta.
Engreído, respondí: —Respirando el aire, hablando, conversando, paseando.
El oficial frunció el ceño. Me expliqué.
—Es ilógico que nos haya abordado. Si hubiéramos querido asaltar a alguien o robar en una tienda, habríamos conducido hasta aquí, habríamos asaltado o robado, y nos habríamos ido en coche. Como usted puede ver, no tenemos coche, sólo nuestros pies.
—¿Paseando, eh? —dijo el oficial—. ¿Sólo paseando?
Asentí y esperé a que la evidente verdad le entrara al fin en la cabeza.
—Bien —dijo el oficial—. Pero, ¡qué no se repita!".
"Me senté y tres horas después advertí que me había atrapado una idea, pequeña al principio pero de proporciones gigantescas hacia el final. El concepto era tan absorbente que esa tarde me fue difícil salir del sótano de la biblioteca y tomar el autobús de vuelta a la realidad: mi casa, mi mujer y nuestra pequeña hija.
No puedo explicarles qué excitante aventura fue, un día tras otro, atacar la máquina de alquiler, meterle monedas de diez centavos, aporrearla como un loco, correr escaleras arriba para ir a buscar más monedas, meterse entre los estantes y volver a salir a toda prisa, sacar libros, escudriñar páginas, respirar el mejor polen del mundo, el polvo de los libros, que desencadena alergias literarias. Luego correr de vuelta abajo con el sonrojo del enamorado, habiendo encontrado una cita aquí, otra allá, que metería o embutiría en mi mito en gestación. Yo estaba, como el héroe de Melville, enloquecido por la locura. No podía detenerme. Yo no escribí Fahrenheit 451, él me escribió a mí. Había una circulación continua de energía que salía de la página y me entraba por los ojos y recorría mi sistema nervioso antes de salirme por las manos. La máquina de escribir y yo éramos hermanos siameses, unidos por las puntas de los dedos".
"Sólo resta mencionar una predicción que mi Bombero jefe, Beatty, hizo en 1953, en medio de mi libro. Se refería a la posibilidad de quemar libros sin cerillas ni fuego.
Porque no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe".
"Pues bien, al final lo que ustedes tienen aquí es la relación amorosa de un escritor con las bibliotecas; o la relación amorosa de un hombre triste, Montag, no con la chica de la puerta de al lado, sino con una mochila de libros. ¡Menudo romance!".
"—¿Lee alguna vez alguno de los libros que quema?
Él se echó a reír.
—¡Está prohibido por la ley!
—¡Oh! Claro…".
"—¿Es usted feliz? —preguntó.
—¿Que si soy qué? —replicó él".
"Montag sintió que su sonrisa desaparecía, se fundía, era absorbida por su cuerpo como una corteza de sebo, como el material de una vela fantástica que hubiese ardido demasiado tiempo para acabar derrumbándose y apagándose. Oscuridad. No se sentía feliz. No era feliz. Pronunció las palabras para sí mismo. Reconocía que éste era el verdadero estado de sus asuntos. Llevaba su felicidad como una máscara, y la muchacha se había marchado con su careta y no había medio de ir hasta su puerta y pedir que se la devolviera".
"El torrente sanguíneo de aquella mujer era nuevo y parecía haberla cambiado. Sus mejillas estaban muy sonrojadas y sus labios aparecían frescos y llenos de color, suaves y tranquilos. Allí había la sangre de otra persona. Si hubiera también la carne, el cerebro y la memoria de otro… Si hubiesen podido llevarse su cerebro a la lavandería, para vaciarle los bolsillos y limpiarlo a fondo, devolviéndolo como nuevo a la mañana siguiente… Si…".
"Pero por encima de todo — prosiguió diciendo Clarisse—, me gusta observar a la gente. A veces, me paso el día entero en el «Metro», y los contemplo y los escucho. Sólo deseo saber qué son, qué desean y adónde van".
"—Es… estaba, pensando sobre el fuego de la semana pasada. Sobre el hombre cuya biblioteca liquidamos. ¿Qué le sucedió?
—Se lo llevaron, chillando, al manicomio.
—Pero no estaba loco.
Beatty arregló sus naipes en silencio.
—Cualquier hombre que crea que puede engañar al Gobierno y a nosotros está loco.
—Trataba de imaginar —dijo Montag— qué sensación producía ver que los bomberos quemaban nuestras casas y nuestros libros.
—Nosotros no tenemos libros.
—Si los tuviésemos…
—¿Tienes alguno?
Beatty parpadeó lentamente.
—No".
"Montag dejó caer el libro.
Inmediatamente cayó otro entre sus brazos.
—¡Montag, sube!
La mano de Montag se cerró como una boca, aplastó el libro con fiera devoción, con fiera inconsciencia, contra su pecho. Los hombres, desde arriba, arrojaban al aire polvoriento montones de revistas que caían como pájaros asesinados, y la mujer permanecía abajo, como una niña, entre los cadáveres.
Montag no hizo nada. Fue su mano la que actuó; su mano, con un cerebro propio, con una conciencia y una curiosidad en cada dedo tembloroso, se había convertido en ladrona. En aquel momento metió el libro bajo su brazo, lo apretó con fuerza contra la sudorosa axila; salió vacía, con agilidad de prestidigitador".
"—Hoy es el día en que tienes el primer turno —dijo Mildred—. Hubieses debido marcharte hace dos horas. Acabo de recordarlo.
—No se trata sólo de la mujer que murió —dijo Montag—. Anoche, estuve meditando sobre todo el petróleo que he usado en los últimos diez años. Y también en los libros. Y, por primera vez, me di cuenta de que había un hombre detrás de cada uno de ellos. Un hombre tuvo que haberlo ideado. Un hombre tuvo que emplear mucho tiempo en trasladarlo al papel. Y ni siquiera se me había ocurrido esto hasta ahora.
Montag saltó de la cama.
—Quizás algún hombre necesitó toda una vida para reunir varios de sus pensamientos, mientras contemplaba el mundo y la existencia, y, entonces, me presenté yo y en dos minutos, ¡zas!, todo liquidado".
"—Déjame tranquila —dijo Mildred—. Yo no he hecho nada.
—¡Dejarte tranquila! Esto está muy bien, pero, ¿cómo puedo dejarme tranquilo a mí mismo? No necesitamos que nos dejen tranquilos. De cuando en cuando, precisamos estar seriamente preocupados. ¿Cuánto tiempo hace que no has tenido una verdadera preocupación? ¿Por algo importante, por algo real?".
"—La vida se convierte en una gran carrera, Montag. Todo se hace aprisa, de cualquier modo".
"Siempre se teme lo desconocido".
"Hemos de ser todos iguales. No todos nacimos libres e iguales, como dice la Constitución, sino todos hechos iguales. Cada hombre, la imagen de cualquier otro. Entonces todos son felices, porque no pueden establecerse diferencias ni comparaciones desfavorables".
"¡Ea! Un libro es un arma cargada en la casa de al lado. Quémalo. Quita el proyectil del arma. Domina la mente del hombre. ¿Quién sabe cuál podría ser el objetivo del hombre que leyese mucho? ¿Yo? No los resistiría ni un minuto".
"Y los libros no dicen nada. Nada que pueda enseñarse o creerse. Hablan de gente que existe, de entes imaginarios, si se trata de novelas. Y si no lo son, aún peor: un profesor que llama idiota a otro filósofo que critica al de más allá. Y todos arman jaleo, apagan las estrellas y extinguen el sol.
Uno acaba por perderse".
"—Sigamos trabajando —dijo Montag.
Mildred pegó una patada a un libro.
—Los libros no son gente. Tú lees y yo estoy sin hacer nada, pero no hay nadie.
Montag contempló la sala de estar, totalmente apagada y gris como las aguas de un océano que podían estar llenas de vida si se conectaba el sol electrónico".
"—¡Válgame Dios! —dijo Montag—. Siempre tantos chismes de ésos en el cielo.
¿Cómo diantres están esos bombarderos ahí arriba cada segundo de nuestras vidas?
¿Por qué nadie quiere hablar acerca de ello? Desde 1960, iniciamos y ganamos dos guerras atómicas. ¿Nos divertimos tanto en casa que nos hemos olvidado del mundo?
¿Acaso somos tan ricos y el resto del mundo tan pobre que no nos preocupamos de ellos? He oído rumores. El mundo padece hambre, pero nosotros estamos bien alimentados. ¿Es cierto que el mundo trabaja duramente mientras nosotros jugamos?
¿Es por eso que se nos odia tanto? También he oído rumores sobre el odio, hace muchísimo tiempo. ¿Sabes tú por qué? ¡Yo no, desde luego! Quizá los libros puedan sacarnos a medias del agujero. Tal vez pudieran impedirnos que cometiéramos los mismos funestos errores. No esos estúpidos en tu sala de estar hablando de, Dios,
Millie, ¿no te das cuenta? Una hora al día, horas con estos libros, y tal vez…".
"—No hablo de cosas, señor —dijo Faber—. Hablo del significado de las cosas.
Me siento aquí y sé que estoy vivo".
"—El libro… ¿Dónde lo ha…?
—Lo he robado.
Por primera vez, Faber enarcó las cejas y miró directamente al rostro de Montag.
—Es usted valiente".
"—¿Cómo ha recibido esta conmoción? ¿Qué le arrancado la antorcha de las manos?
—No lo sé. Tenemos todo lo necesario para ser felices, pero no lo somos. Falta algo. Miré a mi alrededor. Lo único que me constaba positivamente que había desaparecido eran los libros que he ayudado a quemar en diez o doce años. Así, pues, he pensado que los libros podrían servir de ayuda.
—Es usted un romántico sin esperanza —dijo Faber—. Resultaría divertido si no fuese tan grave. No son libros lo que usted necesita, sino alguna de las cosas que en un tiempo estuvieron en los libros".
"Los libros sólo eran un tipo de receptáculo donde almacenábamos una serie de cosas que temíamos olvidar. No hay nada mágico en ellos. La magia sólo está en lo que dicen los libros, en cómo unían los diversos aspectos del Universo hasta formar un conjunto para nosotros".
"»Primera: ¿Sabe por qué libros como éste son tan importantes? Porque tienen calidad. Y, ¿qué significa la palabra calidad? Para mí, significa textura. Este libro tiene poros, tiene facciones. Este libro puede colocarse bajo el microscopio. A través de la lente encontraría vida, huellas del pasado en infinita profusión. Cuantos más poros, más detalles de la vida verídicamente registrados puede obtener de cada hoja de papel, cuanto más «literario» se vea. En todo caso, ésa es mi definición. Detalle revelador. Detalle reciente. Los buenos escultores tocan la vida a menudo. Los mediocres sólo pasan apresuradamente la mano por encima de ella. Los malos violan y la dejan por inútil".
"»¿Se dan cuenta, ahora, de por qué los libros son odiados y temidos? Muestran los poros del rostro de la vida. La gente comodona sólo desea caras de luna llena, sin poros, sin pelo, inexpresivas. Vivimos en una época en que las flores tratan de vivir de flores, en lugar de crecer gracias a la lluvia y al negro estiércol. Incluso los fuegos artificiales, pese a su belleza, proceden de la química de la tierra. Y, sin embargo, pensamos que podemos crecer, alimentándonos con flores y fuegos artificiales, sin completar el ciclo, de regreso a la realidad".
"El televisor es «real». Es inmediato, tiene dimensión. Te dice lo que debes pensar y te lo dice a gritos. Ha de tener razón. Parece tenerla. Te hostiga tan apremiantemente para que aceptes tus propias conclusiones, que tu mente no tiene tiempo para protestar, para gritar: «¡Qué tontería!»".
"—Puedo conseguir libros.
—Corre usted un riesgo.
—Eso es lo bueno de estar moribundo. Cuando no se tiene nada que perder, pueden correrse todos los riesgos".
"Los libros están para recordarnos lo tontos y estúpidos que somos".
"Ambos se quedaron mirando el libro que había en la mesa.
—He tratado de recordar —dijo Montag—. Pero ¡diablo!, en cuanto vuelvo la cabeza, lo olvido. ¡Dios! ¡Cuánto deseo tener algo que decir al capitán! Ha leído bastante, y se sabe todas las respuestas, o lo parece. Su voz es como almíbar. Temo que me convenza para que vuelva a ser como era antes. Hace sólo una semana, mientras rociaba con petróleo unos libros, pensaba: «¡Caramba, qué divertido!»
El viejo asintió con la cabeza.
—Los que no construyen deben destruir. Es algo tan viejo como la Historia y la delincuencia juvenil.
—De modo que eso es lo que yo soy.
—En todos nosotros hay algo de ello".
"—Todos hacemos lo que debemos hacer —dijo Montag".
"La puerta se abrió y se cerró. Montag se encontró otra vez en la oscura calle, frente al mundo".
"Montag no habló, y contempló los rostros de las mujeres, del mismo modo que, en una ocasión, había observado los rostros de los santos en una extraña iglesia en que entró siendo niño. Los rostros de aquellos muñecos esmaltados no significaban nada para él, pese a que les hablaba y pasaba muchos ratos en aquella iglesia, tratando de identificarse con la religión, de averiguar qué era la religión, intentando absorber el suficiente incienso y polvillo del lugar para que su sangre se sintiera afectada por el significado de aquellos hombres y mujeres descoloridos, con los ojos de porcelana y los labios rojos como rubíes. Pero no había nada, nada; era como un paseo por otra tienda, y su moneda era extraña y no podía utilizarse allí, y no sentía ninguna emoción, ni siquiera cuando tocaba la madera, el yeso y la arcilla".
"Mildred mostró una radiante sonrisa.
—Será mejor que te apartes de la puerta, Guy, y no nos pongas nerviosas.
Pero Montag se marchó y regresó al instante con un libro en la mano.
—¡Guy!
—¡Maldito sea todo, maldito sea todo, maldito sea!
—¿Qué tienes ahí? ¿No es un libro? Creía que, ahora, toda la enseñanza especial se hacía mediante películas. —Mrs. Phelps parpadeó—. ¿Está estudiando la teoría de los bomberos?
—¡Al diablo la teoría! —dijo Montag—. Esto es poesía".
"Oh, amor, seamos sinceros el uno con el otro. Por el mundo que parece extenderse ante nosotros como una tierra de ensueños, tan diversa, tan bella, tan nueva, sin tener en realidad ni alegría, ni amor, ni luz, ni certidumbre, ni sosiego, ni ayuda en el dolor".
"Dos veces en media hora, Montag tuvo que dejar la partida e ir al lavabo a lavarse las manos. Cuando regresaba, las ocultaba bajo la mesa. Beatty se echó a reír.
—Muéstranos tus manos, Montag. No es qué desconfiemos de ti, compréndelo, pero…
Todos se echaron a reír.
—Bueno —dijo Beatty—, la crisis ha pasado y está bien. La oveja regresa al redil. Todos somos ovejas que alguna vez se han extraviado. La verdad es la verdad.
Al final de nuestro camino, hemos llorado. Aquellos a quienes acompañan nobles sentimientos nunca están solos, nos hemos gritado. Dulce alimento de sabiduría manifestada dulcemente, dijo Sir Philip Sidney. Pero por otra parte: Las palabras son como hojas, y cuanto más abundan raramente se encuentra debajo demasiado fruto o sentido, Alexander Pope".
"—Montag, aquí Faber. ¿Me oye? ¿Qué ocurre?
—Esto me ocurre a mí —dijo Montag.
—¡Qué terrible sorpresa! —dijo Beatty—. Porque actualmente todos saben, están totalmente seguros, de que nunca ha de ocurrirme a mí. Otros mueren y yo adelante.
No hay consecuencias ni responsabilidades. Pero sí las hay. Mas no hablemos de ellas, ¿eh? Cuando compruebas las consecuencias, ya es demasiado tarde, ¿verdad, Montag?".
"—¿Qué hay en el fuego que lo hace tan atractivo? No importa la edad que tengamos, ¿qué nos atrae hacia él? —Beatty apagó de un soplo la llama y volvió a encenderla—. Es el movimiento continuo, lo que el hombre quiso inventar, pero nunca lo consiguió. O el movimiento casi continuo. Si se la dejara arder, lo haría durante toda nuestra vida. ¿Qué es el fuego? Un misterio. Los científicos hablan mucho de fricción y de moléculas. Pero en realidad no lo saben. Su verdadera belleza es que destruye responsabilidad y consecuencias. Si un problema se hace excesivamente pesado, al fuego con él. Ahora, Montag, tú eres un problema. Y el fuego te quitará de encima de mis hombros, limpia, rápida, seguramente. Después, nada quedará enraizado. Antibiótico, estético, práctico".
"Y lanzó una andanada a cada una de las tres paredes desnudas y el vacío pareció sisear contra él. La desnudez produjo un siseo mayor, un chillido insensato. Montag trató de pensar en el vacío sobre el que había actuado la nada, pero no pudo. Contuvo el aliento para que el vacío no penetrara en sus pulmones. Eliminó aquella terrible soledad, retrocedió y dirigió una enorme y brillante llamarada amarillenta a toda la habitación".
"Montag llegó al patio posterior Y al callejón.
«Beatty —pensó—, ahora no eres un problema. Siempre habías dicho: “No te enfrentes con un problema, quémalo.” Bueno, ahora he hecho ambas cosas. Adiós, capitán»".
"—¿Sabe que ha estallado la guerra?
—Lo he oído decir.
—¿Verdad que resulta curioso? —dijo el anciano—. La guerra nos parece algo remoto porque tenemos nuestros propios problemas".
"—¡Pero si lo he olvidado!
—No, nada queda perdido para siempre. Tenemos sistemas de refrescar la memoria.
—¡Pero si ya he tratado de recordar!
—No lo intente. Vendrá cuando lo necesitemos. Todos nosotros tenemos memorias fotográficas, pero pasamos la vida entera aprendiendo a olvidar cosas que en realidad están dentro".
"Mientras andaban, Montag fue escrutando un rostro tras de otro.
—No juzgue un libro por su sobrecubierta —dijo alguien.
Y todos rieron silenciosamente, mientras se movían río abajo".
"Montag se volvió a mirar hacia atrás.
«¿Qué diste a la ciudad, Montag?»
«Ceniza.»
«¿Qué se dieron los otros mutuamente?»
«Nada.»
Granger permaneció con Montag, mirando hacia atrás.
—Cuando muere, todo el mundo debe dejar algo detrás, decía mi abuelo. Un hijo, un libro, un cuadro, una casa, una pared levantada o un par de zapatos. O un jardín plantado. Algo que tu mano tocará de un modo especial, de modo que tu alma tenga algún sitio a donde ir cuando tú mueras, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, que tú plantaste, tú estarás allí. «No importa lo que hagas —decía—, en tanto que cambies algo respecto a como era antes de tocarlo, convirtiéndolo en algo que sea como tú después de que separes de ellos tus manos. La diferencia entre el hombre que se limita a cortar el césped y un auténtico jardinero está en el tacto. El cortador de césped igual podría no haber estado allí, el jardinero estará allí para siempre»".
"»Cuando en la oscuridad olvidamos lo cerca que estamos del vacío —decía mi abuelo— algún día se presentará y se apoderará de nosotros, porque habremos olvidado lo terrible y real que puede ser.» ¿Se da cuenta? —Granger se volvió hacia Montag—. El abuelo lleva muchos años muerto, pero si me levantara el cráneo, ¡por Dios!, en las circunvoluciones de mi cerebro encontraría las claras huellas de sus dedos. Él me tocó".
"«Llena tus ojos de ilusión —decía—. Vive como si fueras a morir dentro de diez segundos. Ve al mundo. Es más fantástico que cualquier sueño real o imaginario. No pidas garantías, no pidas seguridad. Nunca ha existido algo así.
Y, si existiera, estaría emparentado con el gran perezoso que cuelga boca abajo de un árbol, y todos y cada uno de los días, empleando la vida en dormir. Al diablo con esto —dijo—, sacude el árbol y haz que el gran perezoso caiga sobre su trasero»".
"Una vez soltadas las bombas, ya no hubo nada más. Luego, tres segundos completos, un plazo inmenso en la Historia, antes de que las bombas estallaran, las naves enemigas habían recorrido la mitad del firmamento visible, como balas en las que un salvaje quizá no creyese, porque eran invisibles; sin embargo, el corazón es destrozado de repente, el cuerpo cae despedazado y la sangre se sorprende al verse libre en el aire; el cerebro desparrama sus preciosos recuerdos y muere".
"Montag miró hacia el río. «Iremos por el río. —Miró la vieja vía ferroviaria—. O iremos por ella. O caminaremos por las autopistas y tendremos tiempo de asimilarlo todo. Y algún día, cuando lleve mucho tiempo sedimentado en nosotros, saldrá de nuestras manos y nuestras bocas. Y gran parte de ella estará equivocado, pero otra será correcta. Hoy empezaremos a andar y a ver mundo, y a observar cómo la gente anda por ahí y habla, el verdadero aspecto que tiene. Quiero verlo todo. Y aunque nada de ello sea yo cuando entren, al cabo de un tiempo, todo se reunirá en mi interior, y será yo. Fíjate en el mundo, Dios mío, Dios mío. Fíjate en el mundo, fuera de mí, más allá de mi rostro, y el único medio de tocarlo verdaderamente es ponerlo allí donde por fin sea yo, donde esté la sangre, donde recorra mi cuerpo cien mil veces al día. Me apoderaré de ella de manera que nunca podrá escapar. Algún día, me aferraré con fuerza al mundo. Ahora tengo un dedo apoyado en él. Es un principio»".
"Granger miró la hoguera.
—Fénix.
—¿Qué?
—Hubo un pajarraco llamado Fénix, mucho antes de Cristo. Cada pocos siglos encendía una hoguera y se quemaba en ella. Debía de ser primo hermano del Hombre. Pero, cada vez que se quemaba, resurgía de las cenizas, conseguía renacer.
Y parece que nosotros hacemos lo mismo, una y otra vez, pero tenemos algo que el Fénix no tenía. Sabemos la maldita estupidez que acabamos de cometer. Conocemos todas las tonterías que hemos cometido durante un millar de años, y en tanto que recordemos esto y lo conservemos donde podamos verlo, algún día dejaremos de levantar esas malditas piras funerarias y a arrojamos sobre ellas. Cada generación habrá más gente que recuerde".
"—Ahora, vámonos río arriba —dijo George—. Y tengamos presente una cosa: no somos importantes. No somos nada. Algún día, la carga que llevamos con nosotros puede ayudar a alguien. Pero incluso cuando teníamos los libros en la mano, mucho tiempo atrás, no utilizamos lo que sacábamos de ellos".
"Y cuando le llegara el turno, ¿qué podría decir, qué podría ofrecer en un día como aquél, para hacer el viaje algo más sencillo? Hay un tiempo para todo. Sí.
Una época para derrumbarse, una época para construir. Sí. Una hora para guardar silencio y otra para hablar. Sí, todo. Pero, algo más. ¿Qué más? Algo, algo…
Y, a cada lado del río, había un árbol de la vida… con doce clases distintas de frutas, y cada mes entregaban su cosecha; y las hojas de los árboles servían para curar a las naciones.
«Sí —pensó Montag—, eso es lo que guardaré para mediodía. Para mediodía…»
«Cuando alcancemos la ciudad»".
Ray Bradbury
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