"Yo escribo porque mi padre leía. Miradme en el salón de la casa de entonces, los muebles oscuros, oscuro yo también detrás de la butaca. Soy ese crío al que su madre dice: no grites, que papá lee; no corras por el pasillo, que papá lee; baja la televisión, que papá lee… Papá lee. Papá no hace otra cosa que leer".
"Sentid en vuestro corazón cómo se detiene el mío. Notad mi dolor en vuestro pecho. Padeced como si os perteneciera mi asfixia. Comprobad cómo se os nubla la vista por la falta de oxígeno. Olvidaos de suicidaros porque ya estáis muertos y huid de la escena del crimen sofocándoos porque no respiráis y asfixiándoos porque respiráis demasiado".
"Ella se dio la vuelta, vio el pánico en mi rostro.
Sabes, dijo antes de que yo abriera la boca, no es preciso contar todo a los padres, cada uno tiene sus secretos".
"Un día tropezó y se le cayó una carpeta que llevaba mal cerrada debajo del brazo.
Al comprobar sus dificultades para agacharse, me acerqué impulsivamente y recogí la carpeta y los papeles y los metí dentro y se la entregué, todo ello con movimientos en los que no había coordinación alguna. Y ella, al darme las gracias, me miró a los ojos, y durante las milésimas de segundo que duró aquella mirada de rutina toda la fealdad de su rostro se transformó misteriosamente en belleza, como cuando un sabor que no te gustaba comienza de manera gratuita a enloquecerte".
"¿Queréis saber la diferencia entre la lástima y el amor? Buscadla dentro de vosotros. Si no la halláis, es que habéis sido tan desdichados como yo. La lástima es un sucedáneo del amor, a veces un excelente sucedáneo, de ahí la dificultad para distinguirlos".
Juan José Millás
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