domingo, 27 de agosto de 2017

Citas: Déjame ir, madre - Helga Schneider

"Es difícil decirlo: no siento nada. Al fin y al cabo, eres mi  madre. Pero es imposible que sienta amor. No puedo amarte, madre".

"Son las seis, el cielo está plomizo; será un día lluvioso. Y hoy te vuelvo a ver, madre, por segunda vez desde que me abandonaste hace cincuenta y siete años: toda una vida".

"Qué insoportable me resulta pensar en aquellos niños separados de sus madres para ser enviados, solos, a la cámara de gas.
Qué insoportable me resulta pensar que mi propia madre fue cómplice de todo aquello".

"Todo se decidió en ese instante. De una cosa estuve segura: yo, a esa madre, no la quería".

"Estamos atravesando un pueblecito de la periferia de Viena. De pronto, Eva le pide al taxista que se detenga frente a una floristería.
—¿Flores? —le pregunto, con recelo.
—No querrás presentarte con las manos vacías…
—¿No te parece hipócrita?
—A veces las formalidades son necesarias —declara con implacable dulzura".

"—No tiene que pedir disculpas —le dije—, pero no puede acusarme de nada. Cuando acabó la guerra yo tenía siete años y medio.
Su rostro se suavizó un poco.
—Siete años y medio… —repitió—. Tiene razón. Perdone otra vez. —Y se alejó.
—Hay que comprenderlos —comentó el profesor que había intervenido en mi defensa mientras la seguía con la mirada—. Nunca podrán olvidar.
—Lo sé —repliqué".

"Tiene las manos largas, blancas, huesudas y seniles. Siento una especie de repulsión hacia esas manos. Por un segundo me avergüenzo de ellas, pero no puedo hacer nada: no he aprendido a amarlas a medida que iban ajándose".

"Los muertos no pueden pedir cuentas, ¿comprende?".

"Se da cuenta de que me he quedado pensativa y me pregunta:
—¿Estás triste? ¡No quiero! ¡No debes estar triste! —Se levanta y hace ademán de abrazarme.
Apenas me da tiempo a detenerla: no lo soportaría, ahora no".

"Eva me propina un golpecito con el codo. ¿Qué estás haciendo?, parece decir. No le presto atención, algo en mi interior se irrita. Pregunta. Sigue preguntando. Quizá no puedas hacerlo nunca más".

"Me pregunto con irritación si es posible que esta mujer nunca haya tenido un sentimiento distinto de los que le inculcaron. Amor en lugar de odio, piedad en lugar de crueldad".

"Miro a mi anciana madre, a la que veo por segunda vez en medio siglo, y a pesar de todo no puedo evitar un arrebato de ternura.
Duerme inmóvil, con la respiración apenas perceptible y un aspecto tan indefenso y perdido que no puedo soportarlo. Me atraviesa un nuevo pensamiento, seguido de una ansiedad profunda. Un día se quedará dormida así, quieta y en silencio, para no despertarse nunca más, y yo estaré lejos. Tal vez alguien me lo comunique con un telegrama cuando ya esté bajo tierra. Se me encoge el corazón.
Sigue siendo mi madre y, cuando desaparezca, una parte de mí desaparecerá con ella. Pero ¿cuál? No encuentro respuesta a esta pregunta".

"Te miro, madre, y siento una dualidad terrible y desgarradora: la instintiva atracción hacia mi propia sangre y el irrevocable rechazo por lo que has sido…, por lo que sigues siendo".

"—Por ejemplo, yo era una devoradora de libros —sigue animada—, y los camaradas, cuando volvían de Berlín, me traían siempre algo interesante que leer. —Saca pecho en un gesto de orgullo—. No era como esas camaradas que sólo leían periódicos populares, no, yo leía libros importantes, ¿sabes? Además, la lectura me servía para relajarme antes de  conciliar el sueño. Yo también soy un ser humano, ¿no?
No puedo contenerme:
—¿Cómo podías conciliar el sueño sabiendo que a pocos metros de ti se quemaban día y noche miles de cadáveres?".

"Te miro y recuerdo el diario que mi abuela paterna me entregó poco antes de morir. Mi padre lo había puesto en sus manos y ella quiso dármelo. Al leerlo comprendí que papá nunca te olvidó, aunque le habías destrozado el corazón. Nunca te olvidó a pesar de la joven y hermosa Ursula, la muchacha «de buena familia» con la que se casó en segundas nupcias.
Y yo tampoco he conseguido borrarte de mi vida".

"Me distraigo. Mi pensamiento se centra todavía en las víctimas, en tantas historias que conozco, que he leído o que me han contado. También pienso, madre, que sólo odiándote conseguiría por fin arrancarme tus raíces. Pero no puedo. No soy capaz".

"Los soldados no morían, «caían», y se erigían monumentos en su honor; los civiles no caían, morían, y nadie pensaba en erigir monumentos en su memoria ni en memoria de sus hijos, sus esposas o sus madres".

"«Desde ahora hay que mirar hacia delante —decían—, el pasado es el pasado, ahora empieza el futuro»".

"Qué triste pareja formamos, madre. Qué absurdo es lo que nos une. 
Nos estamos enterrando mutuamente".

"—Déjalo ya —la interrumpo. No puedo más. Tomo aliento y luego, más tranquila, añado—: Me duele que mi madre haya vivido con gente sádica y criminal.
—Sádica y criminal —repite, sorprendida—. Resulta muy duro que una hija te diga eso.
—Lo sé —repongo, seca.
Se calla, parece reflexionar.
—Quizá tengas razón —dice—, aunque sólo en parte. La guerra cambia a la gente, y nos cambió a muchos de nosotros. Justificados y absueltos. Intolerable".

"—¡La guerra no tiene nada que ver con el exterminio! —estallo—. ¡Las cámaras de gas no son guerra y los hornos crematorios no son guerra!".

"Le brillan los ojos. Se llevará sus errores a la tumba, pienso con un escalofrío.
—El mundo no nos comprendía —añade con una voz exacerbada por el rencor—, y al final todos colaboraron en nuestra destrucción".

"Es como si se rasgara un velo. Ahora nuestra historia está toda aquí. La historia fallida de una madre y de una hija. Una no historia.
Suéltame, madre".




Helga Schneider

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