—¿Porque tiene prisa? —dijo al azar un alumno, provocando nuevas risitas.
—¡No, señores! ¿Alguna otra sugerencia? Pues bien, porque todos nosotros en tanto que existimos estamos condenados a que se nos coman los gusanos —dijo Keating mirando a sus alumnos—. Porque estamos condenados a no conocer más que un número reducido de primaveras, veranos y otoños.
»Un día, por increíble que eso pueda parecer a sus robustas constituciones, este corazón que se agita en nuestro pecho dejará de latir y exhalaremos el último suspiro".
"—Carpe diem —murmuró Keating con voz de ultratumba—. Aprovechá el día presente. Que sus vidas sean «extraordinarias»".
"Knox se levantó y empezó a pasear por la habitación.
—¿De veras creés que debería olvidarla?
—¿Es que tienes elección?
Knox cayó de rodillas ante Pitts, en la postura del amante extasiado.
—Eres mi único amor, Pittsie —declamó—. Un día sin verte y el mundo ya no tiene sentido".
"—Vamos, Knox —concluyó Cameron—. No te vas a morir. Además, ¿quién sabe? Quizás encuentres un medio para conquistar su corazón. Recuérdalo: recogé ahora las rosas de la vida".
"—Estamos comprometidos en una batalla, señores. ¿Qué digo, una batalla? ¡Es la guerra! Ustedes, jóvenes almas llegadas a un momento crucial de su desarrollo, serán triturados, aplastados por la apisonadora del academicismo, y el fruto perecerá antes incluso de nacer, o triunfarán y entonces podrá florecer su individualidad.
»No teman, aprenderán lo que este colegio exige que sepan; pero, si puedo completar mi tarea, aprenderán aún bastante más. Por ejemplo, descubrirán el placer de las palabras; porque, pese a todo lo que les hayan podido decir, las palabras y las ideas tienen el poder de cambiar el mundo".
"—¿Equivocado?
McAllister meneó la cabeza con aire doctoral.
—Indiscutiblemente. Corre usted un gran riesgo animándoles a convertirse en artistas. Cuando comprendan que no son ni Rembrandt, ni Shakespeare, ni Mozart, entonces le odiarán.
—Se equivoca usted, Georges; no se trata de hacer de ellos artistas. Yo quiero forjar espíritus libres".
"—Es curioso, nunca hubiese imaginado que era usted un cínico —dijo Keating antes de tomar un sorbo de té.
—Cínico no, amigo mío —replicó el profesor de Latín—. Realista. Muéstreme usted un corazón liberado del peso vano de los sueños y yo le mostraré a un hombre feliz.
—El hombre nunca ha sido tan libre como cuando sueña —replicó Keating—. Ésa fue, es y seguirá siendo la verdad".
"—¿Quiere usted decir que sólo era un grupo de gente que leía poemas? —se sorprendió Knox.
Keating sonrió.
—Estaban invitados los dos sexos, señor Overstreet. Y, créame, no se trataba sólo de leer… Las palabras eran como néctar que hacíamos fluir en nuestras bocas con delectación. Las mujeres se desmayaban, los espíritus se elevaban… Los dioses nacían con nuestros ensalmos".
"Para sorpresa de los chicos, que estaban escuchando con interés, el señor Keating saltó de repente saltó sobre su mesa.
—¿Por qué me he subido aquí arriba?
—¿Para sentirse más alto? —dijo Charlie.
—No, mi joven amigo, no ha acertado usted. Me he subido sobre la mesa para recordarme a mí mismo que tenemos que modificar constantemente la perspectiva desde la que miramos el mundo".
"—Tengo la sensación de que nunca he vivido de veras —se lamentó Charlie cuando Neil se hubo marchado—. Durante todos estos años nunca he corrido ningún peligro. No sé ni quién soy ni lo que quiero. Por lo menos, Neil sabe que quiere ser actor. Y Knox sabe que quiere a Chris.
—La necesito —suspiró Knox en su rincón.
—Meeks —siguió diciendo Charlie—, tú que eres el pequeño genio del grupo, dime lo que dirían los Poetas Muertos de mi caso.
—Los románticos eran diletantes, aventureros del pensamiento. Querían arriesgarse por todos los mares antes de echar el ancla; o decidían seguir navegando a favor del viento".
"El Club de los Poetas Muertos acababa de renacer de sus cenizas y quería devorar la vida a grandes mordiscos".
"—¡Oh, Capitán! ¡Mí Capitán! —dijo Charlie—. ¿Hay poesía en las mates?
Se oyeron muchas risitas.
—Por supuesto, señor Dalton, que hay elegancia en las matemáticas. Y no olviden que si todos se pusiesen a hacer rimas todo el mundo podría morirse de hambre. Pero necesitamos la poesía y hemos de detenernos sin cesar para hacer que aparezca en el acto más simple; si no lo hacemos, corremos el riesgo de pasar sin darnos cuenta junto a lo que la vida tiene de más hermoso que ofrecernos".
"—Señor Anderson, ¿ha preparado usted un poema?
Todd dijo que no con la cabeza.
—El señor Anderson está convencido de que lo que tiene en su interior carece de valor y es despreciable. ¿No es así, Todd? ¿Es eso lo que le aterra?
El muchacho inclinó con nerviosismo la cabeza.
—Entonces, hoy vamos a hacer la prueba de que lo que tiene en las entrañas es, por el contrario, de un valor inestimable".
"—La verdad… —exclamó Todd—. La verdad es como una manta que nos deja los pies fríos".
"—Desde el día en que se entra en el mundo, llorando —exclamó Todd—, a aquel a quien se le entrega, agonizante, no puede hacer más que cubrirse con ella la cabeza y gemir, llorar o aullar".
"—¡Ya no puedo más! ¡Necesito a Chris, y la tengo o me tiro al río!
—Knox, tranquilízate.
—No; ése es precisamente mi problema: he estado tranquilo toda mi vida. Si sigo quedándome ahí viéndolo todo negro, acabaré reventado".
"—¿Quién sabe? —dijo Charlie—. Después de todo, el amor nos da alas".
"—La obra, por supuesto, pero, sobre todo, ¡interpretar! Es el trabajo más hermoso del mundo. Y decir que la mayoría de la gente no vive más que una vida, y eso si tienen suerte. Sin embargo, un actor puede vivir docenas de vidas, cada una más apasionante que las demás".
"—¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!
La voz de repente clara y firme de Todd acababa de sonar en el aula. Todas las miradas convergieron sobre él. Lentamente, con firmeza, Todd puso un pie en el asiento y se subió al pupitre. Tragándose las lágrimas, se mantuvo inmóvil, saludando así a su profesor.
(...)
Uno tras otro, galvanizados por su ejemplo, los alumnos se levantaron para ofrecerle un último saludo a su profesor.
(...)
—Gracias, señores —dijo sencillamente, con un temblor en la voz—. Gracias a todos.
Miró a Todd a los ojos, y luego a todos los Poetas Muertos. Después de hacer un último gesto con la cabeza, abandonó el aula, y el colegio Welton, dejando a los chicos en pie sobre sus pupitres, dueños de sí mismos y de sus destinos".
Nancy H. Kleinbaum
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