"—¿Perdone?
—Usted ya no sabe japonés. ¿Ha quedado claro?
—¡Pero si Yumimoto me contrató precisamente por mi dominio del japonés!
—Me da igual. Le ordeno que no entienda japonés.
—Eso es imposible. Nadie puede acatar una orden semejante.
—Siempre existe un modo de obedecer. Eso es lo que los cerebros occidentales deberían comprender.
«Ya empezamos», pensé antes de proseguir".
"Sonrió.
Le pregunté cuál era el ideograma de su nombre. Me enseñó su tarjeta de visita.
Observé los kanjisy exclamé:
—¡Tempestad de nieve! Fubuki significa «tempestad de nieve». Es demasiado hermoso llamarse así".
"—¿Está usted segura?
—Totalmente. ¿Cómo quiere que las cosas se arreglen sin hablar?
—Hace un rato, ha hablado usted con el señor Omochi, que nos ha sometido a una avalancha de insultos. ¿Le parece que eso ha resuelto algo?
—Lo que es seguro es que si no se habla no existe ninguna posibilidad de resolver el problema".
"Elegí la defensa más estúpida:
—¡Qué ocurrencia por parte de los alemanes, elegir tantas siglas para algo tan simple como una S.A.!
—¡Eso es! ¿Que usted sea estúpida también es culpa de los alemanes?".
"Me dedicó una mirada de una amabilidad tan auténtica que perdí la poca compostura que me quedaba".
"Era para volverse loco. Una empresa dirigida por un hombre de una nobleza tan llamativa debería haber sido un paraíso refinado, un espacio de alegría y de dulzura.
¿Cual era el misterio? ¿Acaso era posible que Dios reinara en el infierno?
Yo continuaba petrificada por el estupor cuando me llegó la respuesta a aquella pregunta. La puerta del despacho del enorme Omochi se abrió y oí la voz del infame gritándome:
—¿Qué demonios está haciendo aquí? ¡No le pagamos para vagabundear por los pasillos!
Todo tenía una explicación: en la compañía Yumimoto, Dios era el presidente y el diablo era el vicepresidente".
"Todas las bellezas emocionan, pero la belleza japonesa resulta todavía más desgarradora. En primer lugar porque esa tez de lis, esos ojos suaves, esa nariz de aletas inimitables, esos labios de contornos tan dibujados, esa complicada dulzura de los rasgos ya bastan para eclipsar los rostros más logrados.
En segundo lugar, porque sus modales las estilizan y las convierten en una obra de arte que va más allá de lo racional.
Y, por último —y sobre todo—, porque una belleza que ha sobrevivido a tantos corsés físicos y mentales, a tantas coacciones, abusos, absurdas prohibiciones, dogmas, asfixia, desolación, sadismo, conspiración de silencio y humillaciones, una belleza así constituye un milagro de heroísmo".
"—¿Se puede saber qué está haciendo? —me preguntó con voz amarga.
—Sueño. ¿Nunca lo hace?
—Nunca".
"—Se trata de chocolate blanco con sabor a melón verde, una especialidad de Hokkaido. Han reproducido a la perfección el sabor del melón japonés. Tenga, pruebe.
—No, gracias.
Me gustaba el melón japonés, pero la idea de aquel sabor mezclado con el del chocolate blanco me producía verdadera repugnancia.
Por oscuras razones, mi negativa irritó al vicepresidente. Reiteró su orden de un modo educado:
—Meshiagatte kudasai.
O sea: «Por favor, hágame el favor de comer.» Me negué.
Empezó a bajar los niveles de lenguaje:
—Tabete.
O sea: «Coma.»
Me negué.
Gritó:
—¡Taberu!
O sea: «¡Trágatelo!»".
Amélie Nothomb
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