Leonor (con dignidad).— Sí... ¡mi marido!... a quien quiero y respeto... y para quien exijo respeto y consideración...
Carlos (amargamente).— ¿Lo quieres?... Antes me quisiste a mí... y, sin embargo...
Leonor (con arranque).—Y, sin embargo... ¿qué?... ¿Acaso yo tuve la culpa?... ¿No fuiste tú quien?... (Cambiando de tono) Pero... ¡dejemos eso! ¿A qué hablar de esas cosas ahora?... ¡Ya es inútil!...
Carlos (con vehemencia).—¡Inútil, no!... Ahora, como antes, yo te quiero con toda mi alma... ¡Con toda mi vida!... ¡Y, ahora menos que nunca puedo resignarme a vivir sin tu cariño!".
"Leonor (levantando el tono y con altivez).—¡Me estás faltando el respeto!
Carlos (con vehemencia).—¡No! ¡No es cierto!... ¡Ese es otro convencionalismo absurdo que una naturaleza leal como la tuya no puede aceptar!... ¡El homenaje de un amor sincero no falta ningún respeto porque los comprende a todos!".
"Leonor (con energía).—¡El amor de que se habla a una mujer casada, es amor culpable que ofende!...
Carlos (con exaltación).—¡No! ¡Te repito que no es cierto!... Cualquiera que sea el estado de la mujer que lo inspire, el amor es siempre uno, ¡siempre amor! ¡El tributo de todas las ternezas, de todas las abnegaciones de que se siente capaz el ser humano; es la suprema exaltación de sus más grandes energías y de sus más grandes debilidades! ¡Es la más pura de las ofendas del hombre a la mujer, reina y soberana! ¡Es todo sometimiento, profunda adoración! ¡Tiene algo de perfume de la flor que coloca al creyente en los altares, y de la mística poesía que encierran las plegarias!".
"Leonor (agitada y retrocediendo).—¡Calla!... ¡Calla, que van a oírte!... (Mira a los lados con terror.)
Carlos (con acento reconcentrado, y tomándole las manos con fuerza).—¡Te amo!... Sí... ¡te amo!... ¡Y tú también me amas!... Por más que lo ocultes... ¡Pobre sugestionada!... que consistes en someter tu alma... ¡de esencia inmortal!... a los caprichos que el mundo te impone con el nombre de deberes...".
"Enrique.—(...) Un hombre bueno... digno de ser feliz bajo todo concepto... Pues bien... se está muriendo...
Leonor.—¿Muriendo?... ¡Pobre!... ¿Y... de qué?...
Enrique (con calma).—Asesinado.
Carlos.—¿Asesinado?
Enrique (con naturalidad).—Sí, señor... Sí... muere asesinado... Indignamente asesinado... Y, lo que es más grave... por su propia mujer...
Leonor.—¡Qué horror!
Carlos.—¿La mujer lo ha asesinado?
Enrique (con mucha calma).—En la forma más cobarde... más traicionera... sin correr, siquiera, el riesgo a que se expone un malhechor vulgar... Ha huido con un amante...
Carlos (sonriendo).—¡Ah! Pero, entonces...
Enrique (mirándole de frente).—Entonces... ¿qué?
Carlos (reprimiendo su sonrisa).—Dice usted que ha huido...
Enrique (con mucha sangre fría).—¡Ah!... ¡Entiendo!... Quiere usted decir que empleo indebidamente la palabra asesinado... (Con cierta amargura.) Pues no, señor... no... La repito... ¿O es que cree usted que sólo se asesina con un revólver o un puñal?... Tratándose de ciertos hombres y en determinadas situaciones de la vida... un ultraje irreparable mata con tanta o mayor eficacia que una bala...".
Gregorio de Laferrère
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