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"—Deberíamos volver ya —instó Gared mientras los bosques se tornaban más y más oscuros a su alrededor—. Los salvajes están muertos.
—¿Te dan miedo los muertos? —preguntó Ser Waymar Royce, insinuando apenas una sonrisa.
—Los muertos están muertos —contestó Gared. No había mordido el anzuelo.
Era un anciano de más de cincuenta años, y había visto ir y venir a muchos jóvenes señores—. No tenemos nada que tratar con ellos".
"—¿Qué crees que pudo matar a esos hombres, Gared? —preguntó Ser Waymar en tono despreocupado.
Se ajustó el pliegue de la larga capa de marta.
—El frío —replicó Gared con certeza férrea—. Vi a hombres morir congelados el pasado invierno, y también el anterior, cuando era casi un niño. Todo el mundo habla de nieve de quince metros de espesor, y de cómo el viento gélido llega aullando del norte, pero el verdadero enemigo es el frío. Se echa encima de uno más sigiloso que Will; al principio se tirita y castañetean los dientes, se dan pisotones contra el suelo, y se sueña con vino caliente y con una buena hoguera. Y quema, vaya si quema. No hay nada que queme como el frío. Pero sólo durante un tiempo. Luego se mete dentro y empieza a invadirlo todo, y al final no se tienen fuerzas para combatirlo. Es más fácil sentarse, o echarse a dormir. Dicen que al final no se siente ningún dolor.
Primero se está débil y amodorrado, y todo se vuelve nebuloso, y luego es como hundirse en un mar de leche tibia. Como muy tranquilo todo.
—Qué elocuencia, Gared —observó Ser Waymar—. No me imaginaba que te expresaras así".
"—Aquí falla algo —murmuró Gared.
—¿De verdad? —dijo el joven caballero con una sonrisa desdeñosa.
—¿No lo notáis? —preguntó Gared—. Escuchad la oscuridad.
Will sí lo notaba. Llevaba cuatro años en la Guardia de la Noche, y nunca había tenido tanto miedo. ¿Qué pasaba?
—Viento. El susurro de los árboles. Un lobo".
"—Nos hará falta una hoguera. —Gared desmontó—. Yo me encargo.
—¿Eres completamente idiota, viejo? Si hay enemigos al acecho en este bosque, lo que menos falta nos hace es una hoguera.
—El fuego mantendría alejados a algunos enemigos —señaló Gared—. Osos, lobos huargos y... y otras cosas.
—Nada de hogueras. —Ser Waymar apretó los labios.
La capucha de Gared le ensombrecía el rostro, pero Will advirtió que tenía un brillo duro en los ojos al mirar al caballero. Durante un momento temió que el anciano fuera a desenvainar la espada. Era un arma corta y fea, con la empuñadura descolorida por el sudor y melladuras en la hoja tras muchos años de uso frecuente, pero Will no habría apostado nada por la vida del joven señor si Gared llegaba a esgrimirla.
—Nada de hogueras —murmuró Gared entre dientes bajando la vista".
"Will se levantó. Ser Waymar Royce estaba de pie junto a él.
Sus ropas lujosas eran andrajos; el rostro, una máscara ensangrentada. Tenía un fragmento afilado de su espada clavado en la pupila blanca y ciega del ojo izquierdo.
El derecho estaba abierto. La pupila ardía con un brillo azul. Veía.
La espada rota se le cayó de los dedos. Will cerró los ojos para rezar. Unas manos largas y elegantes le acariciaron la mejilla y se cerraron en torno a su garganta. Iban enguantadas en piel de topo de la mejor calidad, y estaban pegajosas por la sangre, pero su roce era frío como el hielo".
"—¿Te encuentras bien, Bran? —preguntó con tono que no carecía de dulzura.
—Sí, Padre —le dijo Bran. Alzó la vista. Su señor padre, vestido en cuero y envuelto en pieles, a lomos de su gran caballo de guerra, se alzaba a su lado como un gigante—. Robb dice que ese hombre murió como un valiente, pero Jon opina que tenía miedo.
—Y a ti, ¿qué te parece?
—¿Un hombre puede ser valiente cuando tiene miedo? —preguntó Bran después de meditar un instante.
—Es el único momento en que puede ser valiente —dijo su padre—".
"—Nacidos de la muerte —intervino otro hombre—. Peor suerte aún.
—No importa —dijo Hullen—. Pronto estarán muertos ellos también.
Bran dejó escapar un grito de consternación.
—Cuanto antes mejor —asintió Theon Greyjoy y desenvainó la espada—. Trae aquí a esa bestia, Bran.
—¡No! —exclamó Bran con ferocidad. El animalito se había apretado contra él como si pudiera oír y comprender—. ¡Es mío!
—Aparta esa espada, Greyjoy —dijo Robb. Por un momento, su voz sonó tan imperiosa como la de su padre, como la del señor que sería algún día—. Nos vamos a quedar con los cachorros.
—Es imposible, chico —dijo Harwin, que era hijo de Hullen.
—Les haremos un favor matándolos —dijo Hullen.
Bran alzó la vista hacia su padre, implorante, pero sólo encontró un ceño fruncido.
—Lo que dice Hullen es verdad, hijo. Es mejor una muerte rápida que agonizar de frío y hambre.
—La perra de Ser Rodrik parió otra vez la semana pasada —dijo Robb, que se resistía, testarudo—. Fue una camada pequeña, sólo vivieron dos cachorros. Tendrá leche de sobra.
—Los matará en cuanto intenten mamar.
—Lord Stark —intervino Jon. Resultaba extraño que se dirigiera a su padre de manera tan formal. Bran lo miró, aferrándose a aquella última esperanza—. Hay cinco cachorros —siguió—. Tres machos y dos hembras.
—¿Y qué, Jon?
—Tenéis cinco hijos legítimos. Tres chicos y dos chicas. El lobo huargo es el emblema de vuestra Casa. Estos cachorros están destinados a vuestros hijos, mi señor.
Bran vio cómo cambiaba la expresión de su padre, vio las miradas que intercambiaban el resto de los hombres. En aquel momento quiso a Jon con todo su corazón. Pese a sus siete años, comprendió qué había hecho su hermano. Las cuentas cuadraban sólo porque Jon se había excluido. Había incluido a las niñas, incluso a Rickon, que era sólo un bebé, pero no al bastardo que llevaba el apellido Nieve que, según dictaba la costumbre, debían tener en el norte todos los desafortunados que nacían sin apellido propio.
—¿No quieres un cachorro para ti, Jon? —preguntó con voz amable su padre, que también lo había comprendido.
—El lobo huargo ondea en el estandarte de la Casa Stark —señaló Jon—. Yo no soy un Stark, Padre".
"En mitad del puente, Jon se detuvo de pronto.
—¿Qué pasa, Jon? —preguntó su señor padre.
—¿No lo oís?
Bran oía el viento entre los árboles, el sonido de los cascos de los caballos contra los tablones de tamarindo, y los gemidos de su cachorro hambriento, pero Jon parecía percibir algo más.
—Ya lo tengo —añadió Jon.
Hizo girar al caballo y galopó de vuelta por el puente. Lo vieron desmontar en la nieve junto a la loba muerta y cómo se arrodillaba. Un momento después regresó cabalgando hacia ellos. Sonreía.
—Éste se debió de alejar de los demás —dijo.
—O lo echaron —replicó su padre, con los ojos clavados en el sexto cachorro.
Tenía el pelaje blanco, mientras que el resto de los cachorros de la camada eran grises. Los ojos eran tan rojos como la sangre del hombre harapiento que había muerto aquella mañana. A Bran le pareció muy extraño que ya los tuviera abiertos, mientras que los demás aún seguían ciegos.
—Un albino —dijo Theon Greyjoy, burlón—. Éste morirá antes incluso que los demás.
—No, Greyjoy —dijo Jon lanzando una mirada gélida al pupilo de su padre—. Éste es mío".
"Era la última cosa en el mundo que Ned deseaba.
—Alteza —dijo—, no soy digno de ese honor.
—Si quisiera concederte algún honor —gruñó Robert impaciente, pero de buen humor—, permitiría que te retirases. Mi intención es que controles el reino y pelees en las guerras mientras yo me dedico a comer, a beber y a acostarme con chicas; tres actividades que me llevarán pronto a la tumba. —Se dio una palmada en la barriga y sonrió—. ¿Sabes qué se dice del rey y su Mano?
—Lo que el rey sueña, la Mano lo crea. —Ned lo sabía.
—Una vez me llevé a la cama a una pescadera que me contó que el pueblo llano tiene una versión mejor del dicho: «El Rey come y la Mano limpia la mierda»".
"—Nada me sería más grato, Alteza —respondió Ned. Titubeó un instante—. Estos honores son tan inesperados... ¿te importa si medito un poco antes de responderte? Tengo que hablar con mi esposa...
—Claro, claro, díselo a Catelyn, consúltalo con la almohada si quieres. —El Rey palmeó a Ned en el hombro y lo ayudó a ponerse en pie, aunque le costó un esfuerzo
—. Pero no me hagas esperar demasiado. No tengo mucha paciencia.
Durante un momento, un presentimiento oscuro y ominoso nubló la mente de Eddard Stark. Invernalia era su lugar en el mundo, su vida estaba en el norte.
Contempló las figuras de piedra que lo rodeaban, y respiró hondo en el silencio gélido de la cripta. Sentía los ojos de los muertos clavados en él. Sabía que lo estaban escuchando. Y se acercaba el invierno".
"—Es un huargo —dijo Jon—. Se llama Fantasma. —Miró al hombrecillo, y durante un momento olvidó su tristeza—. ¿Qué haces ahí arriba? ¿Por qué no estás en el banquete?
—Hace demasiado calor, hay demasiado ruido y he bebido demasiado vino — replicó el enano—. Hace tiempo descubrí que se considera de mala educación vomitar encima de tu hermano. ¿Puedo ver más de cerca tu lobo?
Jon titubeó un instante, luego asintió.
—¿Puedes bajar sólo o te traigo una escalera?
—Anda ya".
"—Y tú eres el bastardo de Ned Stark, ¿no? —El muchacho sintió un frío que lo atravesaba. Apretó los labios y no respondió—. ¿Te he ofendido? —continuó Lannister—. Lo siento. Los enanos no necesitamos tener tacto. Generaciones de bufones con trajes de colorines me dan derecho a vestir mal y a decir todo lo que se me pase por la cabeza. —Sonrió—. Pero eres el bastardo.
—Lord Stark es mi padre —admitió Jon, tenso.
—Sí —dijo al final Lannister después de examinar su rostro—. Se nota. Hay más del norte en ti que en tus hermanos.
—Medio hermanos —lo corrigió Jon.
El comentario del enano le había gustado, pero intentó que no se le notara.
—Permite que te dé un consejo, bastardo —siguió Lannister—. Nunca olvides qué eres, porque desde luego el mundo no lo va a olvidar. Conviértelo en tu mejor arma, así nunca será tu punto débil. Úsalo como armadura y nadie podrá utilizarlo para herirte.
—Qué sabrás tú lo que significa ser un bastardo. —Jon no estaba de humor para aceptar consejos de nadie.
—Todos los enanos son bastardos a los ojos de sus padres.
—Eres hijo legítimo, tu madre era la esposa del señor de Lannister.
—¿De verdad? —sonrió el enano, sarcástico—. Pues díselo a él. Mi madre murió al darme a luz, y nunca ha estado muy seguro.
—Yo ni siquiera sé quién era mi madre —dijo Jon.
—Sin duda, una mujer. Como la mayoría de las madres. —Dedicó a Jon una sonrisa pesarosa—. Recuerda bien lo que te digo, chico. Todos los enanos pueden ser bastardos, pero no todos los bastardos son necesariamente enanos".
"—¿De qué estáis hablando? —preguntó Arya de repente. Jeyne la miró sobresaltada, luego dejó escapar una risita. Sansa pareció avergonzada. Beth se sonrojó. Nadie le dio respuesta—. Decídmelo —insistió Arya.
Jeyne miró de reojo para asegurarse de que la septa Mordane no las estaba escuchando. Myrcella dijo algo en aquel momento, y la septa estalló en carcajadas igual que el resto de las señoras.
—Hablábamos del príncipe —dijo Sansa con voz suave como un beso.
Arya sabía bien a qué príncipe se refería. A Joffrey, claro. El alto, el guapo. A Sansa le había tocado sentarse con él en el banquete. A Arya le correspondió el pequeño y gordito. Naturalmente.
—A Joffrey le gusta tu hermana —susurró Jeyne, tan orgullosa como si fuera la responsable de aquello. Era la hija del mayordomo de Invernalia, y también la mejor amiga de Sansa—. Le dijo que era muy hermosa.
—Se va a casar con ella —intervino la pequeña Beth, soñadora—. Y Sansa será la reina.
Sansa tuvo la decencia de sonrojarse. Tenía una manera de sonrojarse muy bonita.
Todo lo que hacía era muy bonito, pensó Arya con un rencor sordo.
—No te inventes cosas, Beth —reprendió cariñosamente Sansa a la pequeña al tiempo que le acariciaba el pelo. Volvió la vista hacia Arya—. ¿A ti qué te parece el príncipe, Joff, hermana? Es muy galante, ¿verdad?
—Jon dice que parece una niña —replicó Arya.
—Pobre Jon —dijo Sansa con un suspiro sin dejar de coser—. Se pone celoso porque es un bastardo.
—Es nuestro hermano —replicó Arya en voz demasiado alta".
"La Reina. Y ahora Bran reconocía también al hombre que estaba a su lado. Se le parecía tanto como si fuera su imagen especular.
—Nos ha visto —dijo la mujer con voz chillona.
—Eso parece —asintió el hombre.
Los dedos de Bran empezaron a resbalar. Se aferró a la cornisa con la otra mano.
Hincó las uñas en la piedra. El hombre le tendió el brazo.
—Dame la mano —dijo—. Te vas a caer. —Bran se aferró al brazo con todas sus fuerzas.
El hombre lo izó hasta la cornisa.
—¿Qué haces? —le gritó la mujer.
El hombre no hizo caso. Era muy fuerte. Subió a Bran hasta el alféizar de la ventana.
—¿Cuántos años tienes, chico?
—Siete —dijo Bran, temblando de alivio. Sus dedos habían dejado marcas profundas en el antebrazo del hombre. Se soltó mansamente.
—Qué cosas hago por amor —dijo con desprecio el hombre mirando a la mujer.
Dio un empujón a Bran.
Bran, gritando, se precipitó al vacío. No había nada a lo que agarrarse. El patio ascendió a su encuentro.
A lo lejos, un lobo empezó a aullar. Los cuervos volaban en círculo en torno a la torre rota, esperando su maíz".
"—Lo que le está costando morir a ese crío. Ya se podría dar más prisa.
Tyrion miró abajo y vio al Perro de pie junto a Joffrey, rodeados ambos por un enjambre de escuderos.
—Por lo menos se muere sin hacer ruido —dijo el príncipe—. El que arma escándalo es el lobo. Esta noche casi no he podido dormir.
Clegane proyectaba una sombra alargada sobre la tierra dura mientras su escudero le ponía el yelmo.
—Si lo deseas puedo silenciar a esa bestia —dijo a través del visor abierto.
El escudero le puso la espada larga en la mano. Clegane la sopesó y la probó blandiéndola en el aire frío de la mañana. A su espalda el patio resonaba con el estrépito del acero contra el acero.
—¡Enviaré un perro para matar a otro perro! —exclamó el príncipe; parecía divertirle enormemente la idea—. Son una auténtica plaga en Invernalia, los Stark no lo notarán si les falta uno.
—Lamento no estar de acuerdo, sobrino —dijo Tyrion después de saltar del último peldaño al patio—. Los Stark saben contar hasta seis, a diferencia de algunos príncipes que conozco.
Joffrey tuvo la decencia de sonrojarse.
—Una voz que surge de la nada —dijo Sandor. Escudriñó por la abertura del yelmo, mirando a un lado y a otro—. ¡Espíritus del aire, sin duda!
El príncipe se echó a reír, como siempre que su guardaespaldas se embarcaba en aquella payasada. Tyrion ya estaba acostumbrado.
—Aquí abajo.
—Vaya, si es el diminuto Lord Tyrion —dijo el hombrón tras bajar la vista al suelo, y fingir que advertía en aquel momento su presencia—. Perdonadme, no os había visto.
—Hoy no estoy de humor para aguantar tu insolencia. —Tyrion se volvió hacia su sobrino—. Joffrey, ya deberías haber visitado a Lord Eddard y a su esposa para presentarles tus respetos en las dolorosas circunstancias que atraviesan.
—¿De qué les van a servir mis respetos? —Joffrey era petulante como sólo puede serlo un príncipe niño.
—De nada —replicó Tyrion—. Pero es lo que debes hacer. Tu ausencia ha sido muy comentada.
—El hijo de los Stark no me importa lo más mínimo —dijo Joffrey—. Y no soporto los lloriqueos de las mujeres.
Tyrion Lannister alzó el brazo y abofeteó a su sobrino con fuerza. La mejilla del chico se puso roja.
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—Una palabra más y te doy otra vez.
—¡Se lo voy a contar a mi madre! —exclamó Joffrey.
Tyrion lo abofeteó de nuevo. Las dos mejillas se pusieron del mismo color.
—Cuéntaselo a tu madre —dijo Tyrion—. Pero antes ve a ver a Lord y Lady Stark, arrodíllate ante ellos, diles lo triste que es todo esto, que estás a su servicio para cualquier cosa que puedas hacer por ellos o por su familia en este momento de dolor, y que los tienes siempre presentes en tus oraciones. ¿Entendido? ¿Entendido?
El chico parecía a punto de echarse a llorar, pero se las arregló para asentir débilmente. Se dio media vuelta y salió corriendo por el patio, con la mano en la mejilla. Tyrion lo observó alejarse a toda velocidad.
Se le ensombreció el rostro. Se giró y se topó con Clegane, que se alzaba ante él tan imponente como una montaña. Su armadura negra como el carbón tapaba el sol.
Se había bajado el visor del yelmo, que reproducía la cara enfurecida de un sabueso negro; daba miedo mirarlo. Pero a Tyrion siempre le había parecido que tenía mejor aspecto que la cara terriblemente quemada de Clegane.
—El príncipe recordará lo que habéis hecho, diminuto señor —le advirtió el Perro. El yelmo convertía su risa en un retumbar cavernoso.
—Eso espero —replicó Tyrion Lannister—. Y si se olvida, su perrito se lo recordará, ¿verdad?".
"—Ese niño, si sobrevive, será un lisiado. Peor que un lisiado. Un ser grotesco.
Prefiero mil veces una muerte limpia.
—Manifiesto mi más profundo desacuerdo, en nombre de todos los seres grotescos del mundo —dijo Tyrion encogiéndose de hombros, gesto que acentuó su deformidad—. ¡La muerte es tan... definitiva! Mientras que la vida está llena de posibilidades.
—Eres un gnomo perverso. —Jaime sonrió.
—Desde luego —admitió Tyrion—. Espero que el chico recupere el conocimiento. Me interesaría muchísimo oír lo que tenga que contar.
—Tyrion, mi querido hermano —dijo Jaime con voz tensa; la sonrisa se le había agriado como la leche—, hay veces en que me pregunto de parte de quién estás.
Tyrion tenía la boca llena de pan y pescado. Bebió un trago de cerveza negra para pasarlo todo, y dedicó a Jaime una sonrisa feroz.
—Pero, Jaime, mi querido hermano —dijo—. Me ofendes. Ya sabes cuánto amo a mi familia".
"—No —dijo Khal Drogo, que contemplaba sus lágrimas con un rostro extrañamente inexpresivo.
Alzó la mano y se las secó rudamente con un pulgar encallecido.
—Hablas la lengua común —se maravilló Dany.
—No —repitió él.
Quizá fuera la única palabra que sabía, pensó, pero al menos sabía una, más de lo que ella esperaba. Aquello hizo que se sintiera mejor en cierto modo".
"—¿Por qué lees tanto?
Tyrion alzó la vista al oír aquella voz. Jon Nieve estaba a poca distancia de él y lo miraba con curiosidad. Cerró el libro, dejando dentro el dedo para marcar la página.
—Mírame bien y dime qué ves.
—¿Es un truco o qué? —El chico le lanzó una mirada desconfiada—. Te veo a ti,
Tyrion Lannister.
—Para ser un bastardo estás muy bien educado, Nieve —dijo Tyrion con un suspiro—. Lo que ves es un enano. ¿Qué edad tienes, doce años?
—Catorce —dijo el chico.
—Catorce, y eres más alto de lo que yo seré en la vida. Tengo las piernas cortas y retorcidas, y me cuesta caminar. Necesito una silla de montar especial para no caerme del caballo. Por cierto, la diseñé yo mismo, ya que hablamos del tema. Tenía que elegir entre eso o ir en poni. Tengo fuerza en los brazos, pero también son cortos.
Nunca seré un espadachín. Si hubiera nacido en una familia de campesinos seguramente me habrían abandonado a la intemperie para que muriera, o me habrían vendido como monstruo de feria. Pero soy un Lannister de Roca Casterly, y eso que se perdieron las ferias. Se esperan cosas de mí. Mi padre fue Mano del Rey veinte años. Después resulta que mi hermano mató a ese mismo rey, ironías de la vida. Mi hermana se casó con el nuevo rey, y ese odioso sobrino que tengo será rey tras su muerte. Debo hacer algo por el honor de mi casa, ¿no te parece? Pero, ¿qué? Puede que tenga las piernas cortas en relación con mi cuerpo, pero la cabeza la tengo demasiado grande, aunque yo prefiero pensar que es del tamaño adecuado para mi mente. Tengo una idea bastante precisa de cuáles son mis puntos fuertes y mis puntos débiles. Mi mejor arma está en el cerebro. Mi hermano tiene su espada, el rey Robert
tiene su maza, y yo tengo mi mente... Pero una mente necesita de los libros igual que una espada de una piedra de amolar, para conservar el filo. —Tyrion dio un golpecito a la tapa de cuero del libro—. Por eso leo tanto, Jon Nieve".
"—¿De qué trata ese libro? —preguntó.
—De dragones.
—¿Y para qué te sirve? Ya no existen —dijo el chico, con la inmensa seguridad que da la juventud.
—Eso dice la gente —replicó Tyrion—. Qué pena, ¿no? Cuando yo era de tu edad soñaba con tener un dragón para mí solo.
—¿De verdad? —inquirió Jon, desconfiado.
Quizá pensara que Tyrion se estaba burlando de él.
—De verdad. Hasta un niño feo y deforme puede mirar el mundo desde arriba si va a lomos de un dragón. —Tyrion apartó a un lado las pieles de oso y se puso en pie—. A veces encendía hogueras en las entrañas de Roca Casterly, y me pasaba las horas contemplando las llamas, haciendo como si fueran fuegodragón. A veces me imaginaba que mi padre ardía en ellas. Otras, que era mi hermana. —Jon Nieve lo miraba tan horrorizado como fascinado. Tyrion se echó a reír a carcajadas—. No pongas esa cara, bastardo. Yo sé tu secreto. Tienes los mismos sueños.
—No —se espantó Jon—. Yo jamás...
—¿No? ¿Nunca? —Tyrion arqueó las cejas—. Vaya, me imagino que los Stark han sido muy, pero que muy buenos contigo. Seguro que Lady Stark te trata como si fueras hijo suyo. Y en cuanto a tu hermano Robb, siempre ha sido cariñoso contigo, ¿por qué no? Él se quedará con Invernalia, y tú con el Muro. En lo que respecta a tu padre... bueno, seguro que ha tenido excelentes motivos para despacharte a la Guardia de la Noche...
—Basta ya —dijo Jon Nieve, con el rostro contraído por la rabia—. ¡La Guardia de la Noche es una vocación muy noble!
—Eres demasiado listo para creerte semejante cosa —dijo Tyrion después de reírse—. La Guardia es un pudridero para los inadaptados de todo el reino. Ya he visto cómo mirabas a Yoren y a sus pupilos. Ésos son tus nuevos hermanos, Jon Nieve, ¿te gustan? Campesinos hoscos, deudores, cazadores furtivos, violadores, ladrones y bastardos como tú. Todos acabáis en el Muro, vigilando por si aparecen grumkins, snarks y todos los monstruos con los que te asustaba tu ama de cría. Lo bueno es que los grumkins y los snarks no existen, así que como trabajo no es muy peligroso. Lo malo es que se te congelarán los huevos, pero como de todos modos no te dejan tener hijos tampoco importa mucho.
—¡Basta ya! —chilló el chico.
Dio un paso hacia adelante con los puños apretados, al borde de las lágrimas.
De pronto, sin motivo, Tyrion se sintió culpable. Se adelantó para dar al chico una palmadita en la espalda, o murmurar alguna disculpa.
No vio al lobo, no supo dónde estaba ni cómo llegó hasta él. En un momento dado estaba avanzando hacia Nieve, y al siguiente se encontraba tendido de espaldas contra el suelo de roca dura, el libro se le había caído de las manos, el impacto lo había dejado sin aliento y tenía la boca llena de tierra, sangre y hojas podridas.
Cuando trató de levantarse sintió un doloroso calambre en la espalda. Se había hecho daño en la caída. Apretó los dientes frustrado, se agarró a una raíz y se incorporó.
Tendió una mano hacia el chico.
—Ayúdame —pidió. Y de pronto el lobo estaba entre ellos. No gruñó. Aquel animal del infierno nunca emitía el menor sonido. Se limitó a mirarlo con sus brillantes ojos rojos y a enseñarle los colmillos, cosa que fue más que suficiente.
Tyrion volvió a dejarse caer al suelo con un quejido—. Pues no me ayudes. Me quedaré aquí hasta que os vayáis.
—Pídemelo con educación. —Jon acarició el espeso pelaje blanco de Fantasma.
Ahora sonreía.
Tyrion Lannister sintió que la rabia hervía en su interior, y la dominó a fuerza de voluntad. No era la primera vez que lo humillaban, y tampoco sería la última. Y quizá en aquella ocasión se lo merecía.
—Estaría muy agradecido si me prestaras tu ayuda, Jon —dijo con voz dócil".
"—¡Haz que se callen! —gritó—. No lo soporto, que se callen, que se callen, que se callen... ¡Mátalos, lo que sea, pero hazlos callar!
No recordaba haber caído al suelo, pero Robb la tuvo que levantar y sostenerla con brazos fuertes.
—No tengas miedo, Madre. Jamás le harían daño. —La ayudó a llegar hasta el catre que estaba en un rincón de la habitación—. Cierra los ojos —le dijo con cariño—. Descansa. El maestre Luwin dice que apenas has dormido desde la caída de Bran.
—No puedo —sollozó ella—. Que los dioses me perdonen, Robb, no puedo, ¿y si se muere mientras duermo, y si se muere, y si se muere...? —Los lobos seguían aullando. Catelyn gritó y volvió a taparse los oídos—. ¡Por los dioses, cierra la ventana!
—Sólo si me prometes que vas a dormir. —Robb se dirigió hacia la ventana, pero cuando iba a cerrar los postigos se oyó otro sonido por encima del aullido lastimero de los lobos huargo—. Son los perros —dijo, prestando atención—. Todos los perros están ladrando a la vez. Eso sí que es raro... —Catelyn oyó claramente cómo su hijo tragaba saliva. Alzó la vista, y lo vio muy pálido a la luz de la lamparilla—. Fuego —susurró el muchacho.
«Fuego —pensó ella—, ¡Bran!»
—Ayúdame —dijo apremiante mientras se incorporaba en el catre—. Ayúdame con Bran.
—La torre de la biblioteca se ha incendiado —dijo Robb; no dio señal de haberla oído.
Catelyn alcanzaba a ver la luz rojiza y parpadeante por la ventana abierta. Se relajó, aliviada. Bran estaba a salvo. La biblioteca se encontraba al otro lado del patio, el fuego no llegaría hasta allí.
—Gracias a los dioses —susurró.
—No te muevas de aquí, Madre —dijo Robb mirándola como si se hubiera vuelto loca—. Volveré en cuanto apaguemos el fuego.
Salió corriendo, y lo oyó gritar a los guardias y descender a toda prisa, saltando los escalones de dos en dos o de tres en tres.
En el exterior, en el patio, se oían gritos de «¡Fuego!», pasos apresurados, relinchos de caballos asustados y ladridos frenéticos de los perros del castillo.
Mientras escuchaba aquel caos, se dio cuenta de que los aullidos habían cesado. Los lobos huargo estaban en silencio.
Catelyn se acercó a la ventana, murmurando una oración silenciosa de agradecimiento a los siete rostros de Dios. Al otro lado del patio, en la biblioteca, las llamaradas brotaban de las ventanas. Se quedó observando cómo la columna de humo se alzaba hacia el cielo y recordó con tristeza los libros que los Stark habían acumulado a lo largo de los siglos. Luego cerró los postigos.
Al volverse, vio al hombre.
—No deberíais estar aquí —murmuró él con voz ronca—. Aquí no tenía que haber nadie.
Era un hombrecillo menudo, sucio, con ropas marrones mugrientas y hedor a caballerizas. Catelyn conocía a todos los hombres que trabajaban en los establos y no era uno de ellos. Estaba flaco, tenía el pelo rubio y lacio, y los ojos claros muy hundidos en el rostro huesudo. Y llevaba una daga en la mano.
—No —dijo Catelyn mirando el cuchillo y a Bran.
La palabra se le quedó trabada en la garganta, fue apenas un susurro. El hombre alcanzó a oírla.
—Es un acto de misericordia —dijo—. Ya está muerto.
—No —repitió Catelyn más alto, había recuperado la voz—. No, no.
Corrió hacia la ventana para pedir ayuda a gritos, pero aquel hombre era más veloz de lo que había supuesto. Le tapó la boca con una mano, le echó la cabeza hacia atrás y le puso la daga en la garganta. El hedor que despedía era insoportable.
Catelyn agarró la hoja con las dos manos y tiró con todas sus fuerzas para apartársela de la garganta. Lo oyó maldecir junto a la oreja. Tenía los dedos resbaladizos por la sangre, pero no soltó la daga. La mano que le cubría la boca presionó con más fuerza, impidiéndole la respiración. Ella giró la cabeza hacia un lado y sus dientes encontraron carne. Se los clavó con fuerza en la palma de la mano.
El hombre rugió de dolor. Catelyn le hincó aún más los dientes y dio un tirón desgarrador, y de pronto él la soltó. El sabor de la sangre le llenó la boca. Respiró una bocanada de aire y gritó, él la agarró del pelo y la empujó, Catelyn tropezó y cayó al suelo. Lo vio sobre ella, jadeante, tembloroso. Él todavía aferraba la daga con la mano derecha, llena de sangre.
—Aquí no tenía que haber nadie —repitió como un idiota.
Catelyn vio la sombra que se deslizaba por la puerta abierta tras él. Se oyó un ruido sordo que no llegaba a ser un gruñido, apenas un susurro amenazante, pero él también lo debió de oír porque empezó a darse la vuelta justo cuando el lobo saltaba.
Hombre y bestia cayeron juntos, en parte sobre Catelyn. El lobo mordió. El grito del hombre duró menos de un segundo, lo que tardó el animal en arrancarle media garganta.
La sangre cayó como una lluvia cálida sobre el rostro de Catelyn.
El lobo la miraba. Tenía las fauces enrojecidas y empapadas, y los ojos le brillaban con destellos dorados en la oscuridad de la habitación. Se dio cuenta de que era el lobo de Bran.
—Gracias —susurró Catelyn con un hilo de voz.
Alzó la mano, temblorosa. El lobo se acercó con suavidad, le olfateó los dedos y lamió la sangre con una lengua húmeda y áspera. Cuando se la hubo limpiado se dio media vuelta sin hacer el menor ruido, se subió de un salto a la cama de Bran y se tendió junto a él".
"—Ni rastro de tu hija, Mano —gruñó el Perro desde su montura—. Pero no hemos perdido el día. Aquí traemos a su mascota.
Dio un empujón al fardo, que cayó al suelo con un golpe sordo a los pies de Ned.
Ned se inclinó y retiró la capa, buscando ya las palabras que tendría que decir a Arya, pero no se trataba de Nymeria. Era Mycah, el hijo del carnicero. El cuerpo estaba cubierto de sangre reseca. Un tajo espantoso, asestado desde arriba, casi lo había cortado por la mitad desde el hombro a la cintura.
—Lo mataste desde el caballo —dijo Ned.
Los ojos del Perro parecieron brillar a través de su espantoso yelmo canino.
—Corrió mucho. —Observó el rostro de Ned y se echó a reír—. Pero no lo suficiente".
"—Oye, no sé si lo sabes, pero eso mismo lo podrías decir por carta. —Tyrion Lannister tenía la sensación de que aquel día la gente le estaba pidiendo demasiado.
—Rickon aún no sabe leer. Y en cuanto a Bran... —Se detuvo bruscamente—. No sé qué mensaje enviarle a Bran. Ayúdalo, Tyrion.
—¿Cómo quieres que lo ayude? No soy un maestre que pueda aliviarle el dolor.
Ni conozco hechizos que le devuelvan las piernas.
—A mí me ofreciste ayuda cuando la necesitaba.
—No te ofrecí nada más que palabras.
—Entonces, dale palabras también a Bran.
—Le estás pidiendo a un cojo que enseñe a bailar a un tullido —dijo Tyrion—.
Por sincera que sea la lección, el resultado no puede ser más que grotesco. Pero sé lo que es querer a un hermano, Lord Nieve. Prestaré a Bran la poca ayuda que esté en mi mano.
—Gracias, mi señor de Lannister. —Se quitó el guante y le tendió la mano desnuda—. Amigo mío.
Tyrion se sintió extrañamente conmovido.
—La mayor parte de mis parientes son bastardos —dijo con una sonrisa irónica
—, pero eres el primero al que me une la amistad. —Se quitó el guante con los dientes, y estrechó la mano de Nieve, carne contra carne. El apretón del chico era firme y fuerte".
"—¿Y si se me cae? —preguntó Arya.
—El acero tiene que formar parte de tu brazo —replicó el hombre calvo—. ¿Se te puede caer parte del brazo? No. Syrio Forel fue la primera espada del señor del Mar de Braavos durante nueve años, y entiende de estas cosas, así que hazle caso, chico.
Era la tercera vez que la llamaba «chico».
—Soy una chica.
—Chico, chica, qué más da —bufó Syrio Forel—. Eres una espada, es lo único que importa. Chasqueó los dientes—. Bien, así es como se agarra. No estás sujetando un hacha de guerra, tienes en la mano una...
—... aguja —terminó Arya en su lugar con decisión".
"Samwell Tarly era gordo, torpe y asustadizo, pero no carecía de cerebro. Una noche fue a ver a Jon a su celda.
—No sé qué hiciste —dijo—, pero sé que hiciste algo. —Apartó la vista con timidez—. Nunca había tenido un amigo.
—No somos amigos —dijo Jon. Puso una mano en el hombro carnoso de Sam—. Somos hermanos".
"Sansa se sobresaltó cuando Joffrey le puso la mano en el brazo.
—Se hace tarde —dijo el príncipe. Tenía una expresión extraña en el rostro, como si no la viera—. ¿Hace falta que te acompañe alguien para volver al castillo?
—No —empezó a decir Sansa. Miró a la septa Mordane, y se sobresaltó al ver que tenía la cabeza apoyada en la mesa y dormía con ronquidos suaves, muy propios de una dama—. Es decir... sí, gracias, eres muy amable. Estoy cansada, y el camino es tan oscuro... Me gustaría que alguien me protegiera.
—¡Perro! —llamó Joffrey.
Sandor Clegane apareció tan de repente como si hubiera surgido de la noche. Se había cambiado la armadura por una túnica de lana roja, con una cabeza de perro recortada en cuero y cosida en el pecho. La luz de las antorchas hacía que su rostro quemado brillara con un tono rojo mortecino.
—¿Sí, Alteza?
—Acompaña a mi prometida al castillo, que nada malo le suceda —le ordenó el príncipe con tono brusco. Y, sin siquiera despedirse, Joffrey se alejó de ella a zancadas.
A Sansa le parecía sentir físicamente la mirada del Perro.
—¿Creías que Joff te iba a acompañar en persona? —Se echó a reír. Su carcajada era como el gruñido de un perro peleando—. Ni lo sueñes. —La cogió del brazo para ponerla en pie; Sansa no se resistió—. Vamos, no eres la única que tiene sueño. He bebido demasiado, y puede que mañana tenga que matar a mi hermano".
"—¡Por los siete infiernos! —maldijo Robert—. ¿Es que lo tengo que hacer todo yo? ¡Malditos mequetrefes! ¡Recoge eso! ¡No te quedes ahí mirando, Lancel, recógelo! —El chico se precipitó a obedecer, y sólo en ese momento se dio cuenta el Rey de su presencia—. Mira qué par de alcornoques, Ned. Mi esposa insistió en que estos dos me sirvieran de escuderos, y son peor que inútiles. Ni siquiera saben ponerme la armadura. Escuderos, ¡ja! No son más que porqueros vestidos de seda.
—No es culpa de los chicos —dijo Ned al rey. Sólo necesitó echar un vistazo para comprender el problema—. Estás demasiado gordo para tu armadura, Robert. Robert Baratheon bebió un largo trago de cerveza, tiró el cuerno vacío a un lado, junto a las pieles con que se abrigaba por la noche, y se secó la boca con el dorso de la mano.
—¿Gordo? Gordo, ¿eh? —dijo con voz sombría—. ¿Te parece ésa manera de hablar a tu rey? —Dejó escapar una de sus carcajadas, repentina como una tormenta—. Ay, Ned, maldito seas, ¿por qué tienes razón siempre? —Los escuderos sonrieron nerviosos hasta que el Rey se volvió hacia ellos—. Vosotros. Sí, los dos. Ya habéis oído a la Mano. El Rey está demasiado gordo para esta armadura. Id a buscar a Ser Aron Santagar, decidle que necesito que me la arreglen. ¡Venga! ¿A qué esperáis?".
"—El escudero —dijo Ned. Sentía como si a él también lo hubieran envenenado—. Ser Hugh. —Engranajes dentro de engranajes dentro de engranajes. El corazón le latía a toda velocidad—. Pero,¿por qué? ¿Por qué en estos momentos? Jon Arryn fue la Mano del Rey durante catorce años, ¿qué hacía ahora para que lo mataran?
—Preguntas —replicó Varys al tiempo que salía por la puerta".
"Y así fue, el hermano negro se apartó a un lado con discreción cuando intervino el anciano caballero que acompañaba a Lady Catelyn Stark.
—Desarmadlos —dijo; el mercenario llamado Bronn se adelantó para cogerle la espada de la mano a Jyck y quitarles las dagas—. Bien —asintió el anciano. La tensión en la sala común había cedido de manera palpable—. Excelente.
Tyrion reconoció entonces la voz gruñona del maestro de armas de Invernalia, sólo que sin bigotes.
—¡No lo matéis aquí! —suplicó a Catelyn la posadera con una lluvia de salivillas teñidas de escarlata.
—No lo mates en ninguna parte —puntualizó Tyrion".
"—No hay castillo inexpugnable. —Catelyn sintió deseos de abofetearla.
Se dio cuenta de que el tío Brynden había intentado alertarla.
—Éste, sí —insistió Lysa—. Todo el mundo lo dice. Sólo tengo un problema, ¿qué voy a hacer con ese Gnomo que me has traído?
—¿Es un hombre malo? —preguntó el señor del Nido de Águilas.
El pecho de su madre se le escapó de la boca. El pezón estaba enrojecido y húmedo.
—Malo, muy malo —le dijo Lysa mientras se cubría—. Pero mamá no dejará que le haga nada al pequeñín.
—Haz que vuele el hombre malo —pidió Robert, entusiasmado.
—Puede que sí —murmuró Lysa acariciándole el pelo—. Puede que sea eso lo que haga".
"Estaba disponiendo el último de los regalos, una capa de seda verde como la hierba con ribete gris que destacaría su cabello color plata, cuando llegó Viserys.
Llevaba a rastras a Doreah, que tenía un ojo amoratado.
—¿Cómo te atreves a enviarme a esta puta para que me de órdenes? —rugió al tiempo que lanzaba a la doncella contra la alfombra.
—Sólo quería... —Su rabia cogió a Dany por sorpresa—. Doreah, ¿qué le dijiste?
—Perdonadme, khaleesi, lo siento mucho. Fui a verlo, como me dijisteis, y le dije que habíais ordenado que cenara contigo.
—Nadie da órdenes al dragón —ladró Viserys—. ¡Soy tu rey! ¡Te tendría que haber enviado su cabeza!
La joven lysena dejó escapar un gemido, pero Dany la tranquilizó con una caricia.
—No tengas miedo, no te va a hacer daño. Por favor, hermano mío, perdónala, sólo ha cometido un error. Le dije que te pidiera que cenaras conmigo, si lo deseabas.
—Lo cogió de la mano y lo llevó al otro extremo de la estancia—. Mira. Son para ti.
—¿Qué es eso? —Viserys frunció el ceño con desconfianza.
—Ropas nuevas. —Dany sonrió con timidez—. Las he mandado hacer para ti.
—Son harapos dothrakis —dijo su hermano mirándola despectivamente—. ¿Ahora pretendes vestirme?
—Por favor... son más frescos, y estarás más cómodo, y me pareció que... si
vestías como los dothrakis... —Dany no sabía cómo expresarlo sin despertar al dragón.
—Y luego querrás que me haga trenzas en el pelo.
—No, yo no... —¿Por qué era siempre tan cruel? Sólo pretendía ayudarlo—. No tienes derecho a llevar trenzas, aún no has conseguido ninguna victoria.
Era justo lo que no debía decir. La ira relampagueó en los ojos liláceos de su hermano, pero no se atrevió a golpearla: las doncellas estaban delante, y los guerreros de su khas en el exterior. Cogió la capa y la olfateó.
—Huele a estiércol. Igual la utilizo como manta para mi caballo.
—Hice que Doreah la bordara especialmente para ti —dijo ella, dolida—. Son ropas dignas de un khal.
—Soy el Señor de los Siete Reinos, no un salvaje manchado de hierba con campanas en el pelo —le espetó Viserys. La agarró por el brazo—. Parece que lo has olvidado, zorra. ¿Te crees que esa barriga gorda que tienes te protegerá si despiertas al dragón?
Le hacía daño en el brazo con los dedos, y por un momento Dany sintió que el niño que llevaba en sus entrañas aullaba ante su ira. Extendió la otra mano y cogió lo primero que encontró, el cinturón que había querido regalarle, una pesada cadena de medallones de bronce. Lo blandió con todas sus fuerzas. Le acertó de lleno en la cara.
Viserys la soltó. Le corría la sangre por la mejilla, uno de los medallones le había hecho un corte.
—Tú eres el que parece olvidar algo —le dijo—. ¿Es que no aprendiste nada aquel día, en la hierba? Márchate ahora mismo, o llamaré a mi khas para que te saque de aquí. Y reza para que Khal Drogo no se entere de esto, o te abrirá el vientre y te hará comer tus entrañas".
"—¿Es el hombre malo? —había preguntado, aferrado a su muñeco.
—Sí —respondió Lady Lysa, sentada a su lado en un trono menor.
Iba vestida de azul, perfumada y empolvada en honor a los pretendientes que invadían la corte.
—¡Qué pequeño es! —dijo con una risita el señor del Nido de Águilas.
—Es Tyrion el Gnomo, de la Casa Lannister, el que mató a tu padre. —La mujer alzó la voz para que la oyeran en todos los rincones de la Sala Alta del Nido de
Águilas, para que las palabras resonaran contra las paredes blancas y las esbeltas columnas, para que todos los presentes la escucharan—. ¡Él mató a la Mano del Rey!
—Vaya, ¿a él también lo maté yo? —bromeó Tyrion como un idiota".
"—Pues qué ocupado he estado últimamente —dijo con amargo sarcasmo—. ¿De dónde habré sacado tiempo para matar a tanta gente?
Debería haber recordado a quién se enfrentaba. Mientras estaban en la corte, Lysa Arryn y su hijo enfermizo y medio loco nunca disfrutaron con las muestras de ingenio, y menos si iban dirigidas contra ellos.
—Gnomo —dijo Lysa con tono gélido—, vigilad qué decís con esa lengua burlona, y cuando os dirijáis a mi hijo hacedlo con cortesía, u os aseguro que os daré motivos para lamentarlo. Recordad dónde estáis. Esto es el Nido de Águilas, los que os rodean son caballeros del Valle, hombres de verdad que querían a Jon Arryn.
Todos y cada uno de ellos morirían por mí.
—Lady Arryn, si me sucede algo malo mi hermano Jaime estará encantado de encargarse de ese tema. —No había terminado de pronunciar aquellas palabras cuando se dio cuenta de que estaba cometiendo una locura.
—¿Sabéis volar, mi señor de Lannister? —preguntó Lysa—. ¿Acaso los enanos tienen alas? Si no es así, lo más sensato será que os traguéis la próxima amenaza que se os ocurra.
—No era una amenaza —replicó Tyrion—, sino una promesa".
"—La chica, la Targaryen... —Ned cogió el broche de plata.
Por lo visto no le dejaba ninguna elección. La pierna le palpitaba, y se sentía impotente como un bebé.
El Rey dejó escapar un gemido.
—Por los siete infiernos, no empieces con ella otra vez. Está decidido. No pienso discutirlo más.
—¿Por qué quieres que sea la Mano, si te niegas a escuchar mis consejos?
—¿Por qué? —Robert se echó a reír—. ¿Y por qué no? Alguien tiene que gobernar este maldito reino. Ponte el broche, Ned. Te sienta muy bien. Y si alguna vez vuelves a tirármelo a la cara, te juro que se lo pondré a Jaime Lannister".
"—¿Ha terminado, Madre? —preguntó el señor del Nido de Águilas.
Catelyn deseaba decirle que no, que aquello acababa de empezar.
—Sí —dijo Lysa, sombría, con voz tan fría y muerta como el capitán de su guardia.
—¿Ahora puedo hacer volar al hombrecillo?
—A este hombrecillo, no —dijo Tyrion Lannister poniéndose en pie al otro lado del jardín—. Este hombrecillo se va en la cesta de los nabos, muchas gracias.
—Dais por supuesto... —comenzó a decir Lysa.
—Doy por supuesto que la Casa Arryn no olvida sus propias palabras —repuso el Gnomo—. «Tan Alto como el Honor»".
"—Ya estaba muriéndose —replicó Bronn—. Y con sus gemidos no hacía más que atraer a los bandidos. Chiggen hubiera hecho lo mismo conmigo. Y no era mi amigo, sólo cabalgaba conmigo. No te equivoques, enano: luché por ti, pero no te tengo aprecio.
—Necesitaba tu espada, no tu amor eterno —replicó Tyrion.
Soltó la brazada de leña en el suelo. Bronn sonrió".
"—El dolor es un regalo de los dioses, Lord Eddard —le dijo el Gran Maestre Pycelle—. Significa que el hueso se suelda y que la carne se cura. Podéis estar agradecido.
—Estaré agradecido cuando la pierna me deje de doler.
—La leche de la amapola, para cuando el dolor sea demasiado gravoso. —Pycelle puso un frasco con corcho sobre la mesita, junto a la cama.
—Ya duermo demasiado.
—El sueño es el mejor médico.
—Tenía la esperanza de que lo fuerais vos.
—Me alegra veros de un humor tan agresivo, mi señor. —Pycelle le dedicó una sonrisa débil. Se inclinó hacia él y bajó la voz—".
"—He cometido más errores de los que podéis imaginar —dijo Ned—, pero ése no fue uno de ellos.
—Claro que lo fue, mi señor —insistió Cersei—. Cuando se juega al juego de tronos sólo se puede ganar o morir. No hay puntos intermedios.
Se echó la capucha sobre el rostro para cubrir la magulladura y lo dejó en la oscuridad, junto al roble, en medio del silencio del bosque de dioses y bajo un cielo cada vez más oscuro. Las estrellas empezaban a brillar".
"Dany dejó escapar un grito de terror. Ella sabía qué significaba sacar allí la espada, aunque su hermano no lo comprendiera.
—Ahí está —dijo con una sonrisa.
Al oírla, Viserys había vuelto la cabeza, como si la viera por primera vez. Avanzó hacia ella hendiendo el aire, como si se abriera paso entre sus enemigos, aunque nadie se había interpuesto en su camino.
—La espada... no debes... —le suplicó—. Por favor, Viserys. Está prohibido. Deja la espada, comparte mis cojines. Hay comida, bebida... ¿quieres los huevos de dragón? Te los daré, pero suelta la espada.
—Haz lo que te dice, idiota —le gritó Ser Jorah—. ¡Vas a hacer que nos maten a todos!
—No pueden matarnos —dijo Viserys entre risas—. En la ciudad sagrada no pueden derramar sangre... pero yo sí. —Puso la punta de la espada entre los pechos de Daenerys, y la fue deslizando por la curva de su vientre—. Vengo a buscar lo que es mío —dijo—. Quiero la corona que me prometió. Te compró, pero no te pagó. Dile que quiero que me pague, o te llevaré lejos. A ti y a los huevos. Si quiere, se puede quedar con su potrillo. Te lo sacaré de la barriga y se lo dejaré aquí. —La punta de la espada apartó las sedas y le pinchó el ombligo.
Dany vio que Viserys estaba llorando. Llorando y riendo a la vez. Y aquel hombre había sido su hermano.
Muy lejos, como si fuera en otro mundo, Dany oyó los sollozos de su doncella Jhiqui, diciendo que no se atrevía a traducir aquello, que el khal la ataría a su caballo y la arrastraría hasta la Madre de las Montañas. Rodeó a la chica con un brazo.
—No tengas miedo —dijo—. Yo se lo contaré. —No sabía si conocía suficientes palabras, pero cuando terminó Khal Drogo pronunció unas cuantas frases secas en dothraki, y Dany supo que la había comprendido.
El sol de su vida bajó del banco alto.
—¿Qué ha dicho? —preguntó sobresaltado el hombre que había sido su hermano.
En la sala se había hecho un silencio tal que podía oír el tintineo de las campanillas en el pelo de Khal Drogo al caminar. Sus jinetes de sangre lo siguieron como tres sombras cobrizas. Daenerys se había quedado fría.
—Dice que tendrás una corona de oro tan espléndida que los hombres temblarán al contemplarla.
Viserys sonrió y bajó la espada. Aquello fue lo más triste, lo que más adelante desgarraría el alma, su manera de sonreír.
—Eso es todo lo que quería —dijo—. Lo que me prometió.
Cuando el sol de su vida llegó junto a ella, Dany le rodeó la cintura con un brazo.
El khal dio una orden, y sus jinetes de sangre avanzaron. Qotho agarró por los brazos al hombre que había sido su hermano. Haggo le rompió la muñeca con un simple movimiento brusco de sus manos enormes. Cohollo le quitó la espada de sus flácidos dedos. Y ni siquiera entonces comprendió Viserys qué iba a suceder.
—No —gritó—. ¡No podéis tocarme, soy el dragón, el dragón, y quiero mi corona!
Khal Drogo se soltó el cinturón. Los medallones eran enormes, de oro puro, muy ornamentados, cada uno de ellos tenía el tamaño de la mano de un hombre. Gritó una orden. Los esclavos de las cocinas sacaron un pesado caldero de hierro del hogar, derramaron el guiso por el suelo, y volvieron a ponerlo sobre las llamas. Drogo tiró su cinturón al interior y observó con rostro inexpresivo cómo los medallones se ponían al rojo y empezaban a deformarse. Dany vio cómo las llamas bailaban en sus ojos de ónice. Un esclavo le tendió un par de gruesos mitones de piel de caballo, y él se los puso sin siquiera mirarlo.
Viserys empezó a chillar, el grito agudo y sin palabras del cobarde que se enfrenta a la muerte. Pataleó, se retorció, lloriqueó como un perro y sollozó como un niño.
Pero los dothrakis lo sujetaron con fuerza. Ser Jorah había conseguido llegar al lado de Dany. Le puso una mano en el hombro.
—Daos la vuelta, princesa, os lo suplico.
—No —respondió ella. Se puso las manos sobre el vientre en gesto protector.
—Hermana, por favor... —Por fin Viserys había clavado la mirada en ella—.
Dany, diles... haz que... hermanita...
Cuando el oro estuvo medio fundido, casi líquido, Drogo cogió el caldero.
—¡Corona! —rugió—. Aquí. ¡Una corona para Rey del Carro! —Y puso el caldero en la cabeza del hombre que había sido su hermano.
El sonido que emitió Viserys Targaryen cuando aquel espantoso yelmo de hierro le cubrió la cara no fue humano. Sus pies marcaron un ritmo frenético en el suelo de tierra, se agitaron y al final se detuvieron. Sobre el pecho le cayeron goterones de oro fundido, y la seda escarlata empezó a humear... pero no se derramó ni una gota de sangre.
Dany se sentía extrañamente tranquila.
«No era un dragón —pensó—. El fuego no mata a un dragón»".
"—Robert... —Quería decirle que Joffrey no era su hijo, pero no le salieron las palabras. El dolor en el rostro de Robert era demasiado evidente, no podía causarle más daño. Así que se inclinó y escribió, pero en vez de «mi hijo Joffrey» puso «mi heredero». Aquello hizo que se sintiera sucio. «Las mentiras que decimos por amor. Que los dioses me perdonen», pensó—".
"—Será mejor que volvamos, mi señor —dijo a Bowen Marsh—. Está oscureciendo, y esta noche hay un olor que no me gusta.
De pronto, Fantasma volvió con ellos; apareció caminando con pasos silenciosos entre dos arcianos. «Pelaje blanco y ojos rojos —advirtió Jon, inquieto—. Igual que los árboles.»
El lobo llevaba algo entre los dientes. Algo negro.
—¿Qué es eso? —preguntó Bowen Marsh con el ceño fruncido.
—Ven conmigo, Fantasma. —Jon se arrodilló—. Trae eso.
El lobo huargo trotó hacia él. Jon oyó cómo a Samwell Tarly se le escapaba una exclamación.
—Por los dioses —murmuró Dywen—. Es una mano".
"Mientras sus hombres morían en torno a él, Meñique sacó la daga de Ned de su funda y se la puso bajo la barbilla. Esbozó una sonrisa de disculpa.
—Os lo advertí. Os advertí que no confiarais en mí".
"—Arya, chica —dijo sin mirarla, sin apartar los ojos de los Lannister—, hoy ya no danzaremos más. Vete ya. Corre con tu padre.
—«Veloz como un ciervo» —susurró Arya; no quería dejarlo solo, pero Syrio la había enseñado a obedecer sus órdenes.
—Eso es —dijo Syrio Forel mientras los Lannister se acercaban".
"«El miedo hiere más que las espadas», le susurró la voz tranquila en su interior".
"—Tyrion —dijo, sorprendido.
—Tío —saludó Tyrion con una reverencia—. Y mi señor padre. Qué gran placer encontraros aquí.
Lord Tywin, sin moverse de la silla, dirigió a su hijo enano una mirada larga, escrutadora.
—Ya veo que las noticias de tu muerte eran infundadas.
—Lamento decepcionarte, padre —dijo Tyrion—. No hace falta que saltes para abrazarme; no quiero que te canses. —Cruzó la habitación en dirección a su mesa, plenamente consciente del vaivén al que lo sometían en cada paso sus piernas, tan cortas—. Qué amable por tu parte, ir a la guerra por mí. —Se aupó a una silla y se sirvió un vaso de la cerveza de su padre.
—En mi opinión tú fuiste el que comenzó todo esto —replicó Lord Tywin—. Tu hermano Jaime jamás se habría dejado capturar tranquilamente por una mujer.
—Es una de las diferencias que hay entre Jaime y yo. Y otra es que Jaime es más alto, no sé si te habrás dado cuenta.
—El honor de nuestra Casa estaba en juego —dijo su padre haciendo caso omiso de la chanza—. No me quedó más remedio. Nadie derrama sangre Lannister con impunidad.
—Oye mi Rugido —recitó Tyrion con una sonrisa. Era el lema de los Lannister—".
"—¿Me podéis sacar de este agujero? —Ned escrutó el rostro del eunuco, en busca de la verdad oculta bajo las cicatrices falsas y la barba postiza. Probó un poco más de vino. Le entró con mayor facilidad.
—Puedo, pero... ¿lo haré? No. Habría muchas preguntas, y las respuestas apuntarían en mi dirección.
—Sois franco. —Había sido la respuesta que Ned esperaba.
—Un eunuco no tiene honor, y una araña no puede permitirse el lujo de los escrúpulos, mi señor".
"—Vuestros fines. ¿Cuáles son, Lord Varys?
—La paz —replicó Varys sin titubear—. Si había alguien en Desembarco del Rey que intentara por todos los medios mantener con vida a Robert Baratheon, ése era yo.
—Suspiró—. Durante quince años conseguí protegerlo de sus enemigos, pero no pude protegerlo de sus amigos".
"—¿Estáis seguro de que Jon Arryn iba a enviar a su hijo como pupilo con Lord Stannis? —El nombre que pusiera Lady Frey a su bebé no era cuestión que interesara a Catelyn.
—Sí, sí, sí —replicó el anciano—. Pero murió, así que ya no importa. Bueno, entonces queréis cruzar el río, ¿verdad?
—Sí.
—¡Pues no! —exclamó Lord Walder, crispado—. ¡No cruzaréis el río sin mi permiso! ¿Por qué os lo voy a permitir? Los Tully y los Stark no han sido nunca amigos míos. —Se recostó en el trono, cruzó los brazos y sonrió, a la espera de su respuesta.
El resto fue cuestión de regateo.
El sol rojizo empezaba a ponerse tras las colinas del oeste cuando las puertas del castillo se abrieron de nuevo. El puente levadizo descendió, el rastrillo fue izado, y Lady Catelyn Stark salió a caballo para reunirse con su hijo y sus señores vasallos. Tras ella iban Ser Jared Frey, Ser Hosteen Frey, Ser Danwell Frey, y el hijo bastardo de Lord Walder, Ronel Ríos, al mando de una columna de hombres armados con picas, todos con cotas de mallas de acero azul y capas color gris plateado.
Robb se adelantó al galope para recibirla. Viento Gris corría al lado de su semental.
—Ya está —le dijo Catelyn a su hijo—. Lord Walder te da permiso para cruzar.
Sus espadas están a tus órdenes, a excepción de cuatrocientos hombres que se quedarán aquí para defender Los Gemelos. Te sugiero que dejes tú también a cuatrocientos hombres, entre arqueros y espadachines. No creo que ponga objeciones... pero asegúrate de que das el mando a alguien en quien confíes. Puede que haga falta que ayude a Lord Walder a conservar la fe.
—Como tú digas, madre —respondió Robb al tiempo que miraba a los hombres armados con picas—. ¿Qué te parece... Ser Helman Tallhart?
—Buena elección.
—¿Qué... qué quiere él de nosotros?
—Si puedes prescindir de unas cuantas espadas, necesito que algunos hombres escolten a dos de los nietos de Lord Frey hasta Invernalia —respondió—. He accedido a acogerlos como pupilos. Son niños pequeños, uno de ocho años y otro de siete. Por lo visto los dos se llaman Walder. Así tu hermano Bran tendrá muchachos de su edad que le hagan compañía.
—¿Nada más? ¿Dos pupilos? Es un precio bajo para...
—El hijo de Lord Frey, Olyvar, vendrá con nosotros —siguió—. Será tu escudero personal. Su padre desea que, cuando llegue el momento, sea nombrado caballero.
—Un escudero. —Se encogió de hombros—. Bien, muy bien, si es...
—Además, si tu hermana Arya vuelve sana y salva tendrá que casarse con el hijo más joven de Lord Walder, Elmar, en cuanto los dos alcancen la mayoría de edad.
—A Arya no le va a hacer la menor gracia. —Robb se había quedado perplejo.
—Y cuando acabe la batalla, tú tendrás que casarte con una de sus hijas —terminó Catelyn—. Ha accedido generosamente a que elijas tú mismo a la que más te guste. Tiene muchas.
—Ya veo. —Robb ni siquiera parpadeó.
—¿Accedes?
—¿Puedo negarme?
—Si quieres cruzar, no.
—Entonces, accedo —respondió Robb con solemnidad".
"—¿Te encuentras bien, Nieve? —preguntó Lord Mormont con el ceño fruncido.
—Bien —graznó el cuervo—. Bien.
—Sí, mi señor —mintió Jon en voz muy alta, como si así lo hiciera más cierto—.
¿Y vos?
—Ha intentado asesinarme un hombre muerto —replicó Mormont con mala cara—. ¿Cómo voy a estar bien? —Se rascó la barbilla".
"—¿Dónde la encontraste? —le preguntó Tyrion mientras meaba.
—Se la arrebaté a un caballero. No quería dejarla marchar, pero tu nombre hizo que cambiara de opinión... bueno, eso y mi daga en su garganta.
—Espléndido —replicó Tyrion secamente, al tiempo que se sacudía las últimas gotas—. Si mal no recuerdo, te pedí que me buscaras una puta, no que me crearas un enemigo.
—Todas las bonitas estaban ya cogidas —dijo Bronn—. Si prefieres una vieja desdentada, yo me quedaré con ésta.
—Mi señor padre diría que eso ha sido una insolencia —dijo Tyrion mientras se acercaba cojeando a él—, y te mandaría a las minas por impertinente.
—Por suerte para mí, tú no eres tu padre —replicó Bronn—. Había otra con la nariz llena de verrugas. ¿Te la traigo?
—Sé que te rompería el corazón —dijo Tyrion para devolverle el golpe—. Me quedo con Shae. ¿Recuerdas por casualidad el nombre de ese caballero? No quisiera tenerlo a mi lado durante la batalla.
—En la batalla seré yo quien estará a tu lado, enano. —Bronn se había levantado, ágil y rápido como un gato, haciendo girar la espada en la mano".
"La vanguardia se estaba agrupando a la izquierda. Lo primero que vio fue el estandarte, tres perros negros sobre campo de oro. Bajo él cabalgaba Ser Gregor, a lomos del caballo más grande que Tyrion había visto en su vida. Bronn le echó un vistazo y sonrió.
—En la batalla, sigue siempre al hombre más grande.
—¿Y eso por qué? —Tyrion lo miró con el ceño fruncido.
—Son un blanco magnífico. Y ese hombre va a atraer las miradas de todos los arqueros.
—La verdad es que nunca lo había considerado desde esa perspectiva. —Tyrion se echó a reír, y vio a la Montaña con otros ojos".
"«Ya no quedan héroes», susurró una vocecita en su interior, y recordó lo que Lord Petyr le había dicho en aquel mismo lugar: «La vida no es una canción, querida.
Algún día lo descubrirás, y será doloroso».
«En la vida real, los monstruos vencen», se dijo, y volvió a oír la voz del Perro, un sonido frío de metal contra piedra: «Ahorraos un poco de dolor, niña. Dadle lo que quiere»".
"—Recuerda, Drogo —susurró—. Recuerda la primera vez que montamos juntos, el día en que nos casamos. Recuerda la noche en que hicimos a Rhaego: todo el khalasar nos miraba; tus ojos estaban clavados en los míos. Recuerda lo clara y fresca que era el agua en el Vientre del Mundo. Recuerda, mi sol y estrellas.
Recuerda, y vuelve conmigo.
El parto la había dejado demasiado desgarrada para recibirlo en su interior, como hubiera querido, pero Doreah le había enseñado muchas cosas. Dany utilizó las manos, la boca, los pechos. Le recorrió el cuerpo con las uñas, lo cubrió de besos, le susurró al oído, rezó, le contó historias, y al final lo bañó con lágrimas. Pero Drogo no sentía, no hablaba, no se levantaba.
Cuando el amanecer empezó a llenar el horizonte, Dany comprendió que lo había perdido.
—Cuando el sol salga por el oeste y se ponga por el este —dijo con tristeza—. Cuando los mares se sequen y las montañas se mezan como hojas al viento. Cuando mi vientre vuelva a agitarse y dé a luz un niño vivo. Entonces volverás, mi sol y estrellas, no antes.
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Dany encontró en la tienda un cojín de seda suave relleno de plumas. Lo estrechó contra sus pechos y volvió con Drogo, su sol y estrellas.
«Si vuelvo la vista atrás, estoy perdida.» Cada paso le dolía, quería dormir, dormir y no soñar.
Se arrodilló, besó a Drogo en los labios y le apretó el cojín contra la cara".
"—Picas —suspiró Tyrion que sabía cómo terminaba la frase—. Cabezas. Murallas.
—Ya veo que has aprendido algo de mí.
—Más de lo que te imaginas, padre —respondió Tyrion con voz queda. Apuró el vino y dejó la copa sobre la mesa, pensativo. En cierto modo se sentía más complacido de lo que quería reconocer, pero otra parte de su ser recordaba demasiado bien la batalla río arriba, y se preguntaba si lo volverían a enviar a defender el flanco izquierdo.
—¿Por qué yo? —preguntó, inclinando la cabeza a un lado—. ¿Por qué no envías a mi tío? ¿O a Ser Addam, o a Ser Flement, o a Lord Serrett? ¿Por qué no envías a un hombre... más grande?
—Tú eres mi hijo —dijo Lord Tywin levantándose bruscamente.
Entonces fue cuando se dio cuenta.
«Lo das por perdido —pensó—. Hijo de la gran puta, crees que Jaime se puede dar por muerto, así que soy lo único que te queda.» Tyrion hubiera querido abofetearlo, escupirle a la cara, sacar el puñal y arrancarle el corazón para ver si estaba hecho de oro viejo y duro, como decía el pueblo llano. Pero se quedó allí, sentado, en silencio".
George R. R. Martin