viernes, 17 de febrero de 2023

Citas: El chico del ukelele - David Rees

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 El día que me conociste


"Digamos que es tu primer día de clase. Imagínatelo. Me da igual si es en la academia de inglés, tu nuevo instituto, el máster de tus sueños o el curso de jardinería al que te apuntaste después de jubilarte. Lo importante es que lo imagines con fuerza".

"Si te fijas, todas esas situaciones tienen caras nuevas, conversaciones incómodas donde predominan los monosílabos y un campo de juego donde ganan los que menos miedo tienen. Podríamos hablar de jugadores, pero yo prefiero llamarles oportunidades. Una oportunidad para ti y para todos los que son como tú. Y ahí están, esperándote todas esas oportunidades. Y tú, ahí, esperando a ver quién gana".

"Yo di por hecho algo, y le pregunté: «Después de tantos años subiéndote a los escenarios, tú ya de nervios nada claro, ¿no?». David me miró con cara de sorpresa y me dijo: «Los nervios son los encargados de recordarte que aún sientes y te emociona hacer lo que te los provoca. Yo los sigo teniendo y no los cambiaría por nada. Por muchos escenarios a los que te subas, nunca los pierdas»".

"Estás volviendo a casa con tu oportunidad y la conversación deja de ser superficial. El modo automático ya no funciona. Ya no hay guion predeterminado. Estás en vivo y en directo. Igual piensas que estoy exagerando, pero créeme que por mis adentros no hay nada más que esto. Llega ese
momento y siento en mi cabeza la presión, se me hielan los labios y pienso:
«No la cagues, no la cagues, no la cagues», como un disco rayado en mi mente. Todo por ese «miedo» a que cualquier palabra que salga de mi boca haga que esa persona, aún semidesconocida, me coloque en una casilla de la que me cueste horrores escapar. O lo que es lo mismo, desaprovechar esa oportunidad".

"Una parte de mí siempre me pide silencio, por si acaso me paso. Por si acaso cualquier cosa que diga suena a que estoy presumiendo y le resulto pedante.
Lo ideal es encontrar el equilibrio, pero eso no es lo mío. Me quedo en ese limbo entre no decir nada y decirlo absolutamente todo y me agobio, y para equilibrarlo acabo enumerando todo lo que se me da mal".

"Hemos hablado de los nervios y de las primeras impresiones, pero no te olvides de que esto es mi presentación y por eso, antes de empezar mi historia, quiero adelantarte (y sobre todo avisarte), que, aunque me llame El Chico del Ukelele, soy un tanto más que eso. Y ahí, sin querer, ya me he presentado.
Ya puedes pensar en mí en forma de unas cuantas letras, aunque igual eso es muy largo. Si quieres, puedes llamarme Ele. Como la letra L. La verdad es que, miedos aparte, me hace ilusión que lo único que conozcas de mí hasta ahora sea que tenga un ukelele. O que al menos me gusten. Ambas cosas son ciertas y están muy arriba en esa lista de cosas que me hacen quien soy. Pero por favor, ni se te ocurra enjaularme".

El día de todos los días

"El enemigo se sienta un par de mesas detrás de mí. Para mí tiene cara de dragón. Cada vez que algo sale de su boca quema con palabras lo que tiene a su alrededor. Es mucho más grande, fuerte y popular que yo, aunque eso tampoco es difícil".

"A veces lo que más quema no es la paliza, sino sentirte obligado a esconderte día tras día".

"¿Por qué yo? ¿Tengo algo que no tengan los demás? ¿Me falta algo que debería tener? Igual es porque no hago deporte, como el resto. Es una tontería, pero, visto lo visto, una tontería puede convertirse en un espectáculo para todo el colegio, y ahora la escuela de música. Los niños siempre han jugado al fútbol y a mí me da miedo enfrentarme al balón. Desde que tengo uso de razón sé que quiero invertir mi tiempo en aprender música, de todas las formas posibles y de momento empezando por mi ukelele. No pienso cambiarlo por un balón".

"El enemigo es muy rápido, juega al fútbol y es de los mejores en velocidad; pero en cuanto me haya alcanzado ya estaremos fuera del baño y no se atrevería a agredirme de ninguna manera. Solo me haría cosas que pudiera defenderlas más tarde como una simple broma, pero una broma deja de ser una broma cuando para uno de los dos no es graciosa. Ya sea unas palabras, una bajada de pantalones o un tortazo en la cara. Si el otro no se ríe, deja de hacerlo. Y si ya sabes que no se ríe y lo haces de nuevo, desde mis ojos no hay otra palabra que no sea bullying. No tienen que pegarte una paliza para sentirte así, espero que nadie nunca te pida esa justificación, como siempre me lo han hecho a mí".

"Mamá, quiero ser mayor. Mamá, ¿por qué no soy mejor? Quiero decirte que necesito olvidar todo esto, pero no sé si soy capaz de articular esas palabras. Decirle todo lo que ha pasado y lleva pasando desde hace meses me asusta casi tanto como una pelea con el dragón. Las consecuencias que predice mi cabeza pueden ser la solución a todos mis problemas o una catástrofe absoluta que desencadene una vida mucho más complicada de lo que todavía es".

El día que el chico del ukelele se enamoró

"Y justo cuando pensaba que la conversación se iba a acabar Uve devuelve la pelota a mi campo. Me hace la pregunta más directa que me han hecho jamás. Y yo le contesto como si fuera un piloto automático.
—¿Estás seguro de que quieres a Eme?
—No.
—¿Entonces por qué sigues intentándolo?
—Porque me da miedo que nunca nadie más se enamore de mí.
Probablemente la peor razón que haya existido para sentir amor. Pero suficiente como para cerrar la conversación con Uve".

"Empiezo con un «Esto no se me da muy bien» y acabo con un «me gustaría ser algo más contigo». Eme responde con un simple y sincero «a mí también».
Y como si fuera automático o un imán entre nosotros, cerramos los ojos y empieza nuestro primer beso. Un beso lento, sincero, de cuento, real, pero sobre todo: nuestro. No dura mucho porque en nada van a llegar sus padres y tenemos que volver con sus amigas. Así que empezamos a andar de vuelta, aún
sin poder mirarnos del todo a los ojos.
—Entonces, ¿qué somos?
—No sé lo que somos, pero estoy feliz".

"—No lo olvides.
—¿El qué?
—Que me encanta el espacio entre tus dientes.
Y así siempre al terminar las llamadas. Hay cosas que no cambian".

"Se lo he dicho. Así, por mensaje. Sintiéndome la peor persona del planeta, pero haciendo lo que tenía que hacer. Lo que tendría que haber hecho desde el primer día.
Y, después de unos meses, una parte de mí se ha arrepentido de ya no tener a Eme. No es un «ojalá no haberla dejado», es un «ojalá haber sentido cosas para no haber tenido que dejarla»".

El día que compuse mi primera canción

"He escrito muchas canciones en mi vida. Hay días que escribo hasta tres canciones y hay canciones que tardo meses en acabar. Supongo que ahí reside la magia del arte, que no tiene cronómetro ni fecha de caducidad. El arte nunca muere y, de hecho, a menudo cobra mucha más vida una vez el autor, irónicamente, ya no vive. Paradojas del reconocimiento artístico que me molestan hasta la médula".

"Quiero contarte cómo fue mi primera vez. Quizá, técnicamente, esta no fue la primera primerísima. Los inicios siempre son duros y las primeras huellas que he dejado por el camino dan un poco de vergüenza. Quien diga lo contrario miente. Pero hay que empezar por algún sitio y, ese sitio, en mi caso, no recibe visitas".

"—Por fin solos.
No sé si es de locos hablarle a tu instrumento favorito, pero ya tengo confianza contigo como para tener secretos".

"Quiero escribir mi historia con pintura invisible
Viajar a lugares indescriptibles
No quiero más madrugadas de mensajes que no salen de la bandeja
Deseos con olor a cumple tras soplar las velas
Todo son sueños en estado de espera

Ah sí, recuerdo esta canción. Bueno, canción aún no, «en proceso de», más bien. Irónicamente, creo que habla sobre querer perseguir y cumplir sueños".

"Una vez me contaron que somos como un grifo. Sí, un grifo. Un grifo que a veces se atasca y te asustas cuando el agua empieza a salir marrón. Eso eres tú cuando todo lo que haces no te parece suficiente, no tienes fe en que salga bien o simplemente lo ves como una mierda. Te bloqueas y no quieres seguir haciendo esa mierda. Cierras el grifo, te apartas y te olvidas de él hasta dentro
de un tiempo. Cuando se te ha pasado un poco esa frustración y quieres volver a intentar sacar algo de ti, abres el grifo de nuevo y, para tu sorpresa, el agua sigue siendo igual de sucia. Tu grifo sigue atascado. Eso no va a cambiar si solamente lo abres y lo cierras tan rápido como que lo que ves no te gusta.
No te parecerá bonito, pero ábrelo y deja correr el agua. Así toda el agua marrón que tengas por dentro saldrá y se irá por el desagüe. Escribe, dibuja, pinta, compón, canta; haz cosas. Muchas cosas. Hazlas aunque te parezcan una mierda. El miedo a que todo lo que salga de ti sea perfecto te frena y cierras el grifo, pero a la próxima puede seguir siendo una mierda. Crear sin miedo a cómo vaya a ser al final es clave para que el arte fluya. Cuando has pasado un tiempo con el grifo abierto, sin darte cuenta miras la pila y el agua es completamente transparente. Ya no es marrón. Ahora lo que sale de ti no está tan mal, y casi ni te acuerdas de lo que era antes. Tampoco te voy a prometer que se quede así para siempre. Probablemente dentro de un tiempo te volverás a atascar, así es como funciona un grifo. La diferencia es que a la segunda ya habrás ganado terreno y cerrarlo no será una opción. Nunca se me va a olvidar una frase que un chico con gafas me dijo en el momento que más lo necesitaba: «Hay que creer en lo creas». Ahora te lo digo yo a ti. Cree en esa agua marrón. Quizá mañana no la veas tan mala o igual pasan diez años y la sigues viendo igual de turbia. Lo único que te puedo asegurar es que no siempre va a salir así".

"Con su permiso doy un par de pasos dentro de la habitación, cierro los puños con fuerza y abro los ojos por encima de toda la inseguridad que recubre mi piel.
—Hache, te voy a hacer una pregunta.
—Miedo me das, Ele.
—¿Cuál es tu frase favorita de «Aladdín»?
—¿La película?
—No, la canción…

… mi canción".

El día que empecé la universidad

"Todo el mundo sabe que la primera semana es crucial. Existe una presión desmesurada sobre los amigos de la universidad. Se supone que estos ya son los de verdad, los de toda la vida. «Elígelos bien, eh» y «tú sé tú mismo y ya verás como todo irá bien». El problema es que yo pienso que estas cosas deberían surgir solas, pero, ¿y si no surgen? No es tan fácil como ir a alguien y simplemente decirle «Hola, ¿quieres ser mi amigo?». Hacer amigos es bastante más complicado de lo que parece y, como ya sabes, no se me da muy bien".

"Si algo me ha quedado claro de lo que me han dicho todos los adultos que están en mi vida es que los años de universidad son los mejores años de tu vida. Esto es algo que no me gusta, porque yo quiero que cada etapa de mi vida sea mejor a la anterior. Como en matemáticas, yo quiero ser una función que solo pueda ir hacia arriba.

felicidad(x)= ×+1".

El día de mi cumpleaños

"Me lo repito una y otra vez. «No eres transparente», con la esperanza de que llegue el día en el que no necesite que los demás me llenen de color y me baste conmigo mismo. Que deje de sentir que el mundo me queda grande. Dejar de dividirme en dos (como Alicia y sus Maravillas) por cosas que se escapan de mi control. Intentar no sentirme así, especialmente, en días como hoy".

El día del campamento

"A veces lo complicado no es ejecutar una solución, es saber cuál es la solución que tienes que ejecutar".

El día de hoy (o la trágica vuelta de Navidad)

"Me bajo del bus, recojo la maleta y se abalanza sobre mí. Es un abrazo con sabor a te echo de menos agridulce. Se separa durante un segundo, me coge de la barbilla y me planta un beso que podría haber roto la estación de un terremoto. Ella ve fuegos artificiales, lo sé por cómo parpadean sus ojos sin abrirse. Para mí, no los hay, pero es imposible ver fuegos artificiales si no pones de tu parte. Solo me queda esperar a que termine este beso y decidir si seguir alimentando esto o dejar que esta bomba nuclear que hay detrás de mis ojos explote.
—¿Por qué tienes los ojos abiertos?".

El día que conocí al chico de los girasoles

"—Ponte más recto, pareces el Jorobado de Notre Dame.
—¿Así?
—No, espera.
Se acerca a mí y empieza a colocarme el cuerpo para que mi postura no quede tan rara en la foto. No es la primera vez que lo hace, se me da fatal posar.
Tengo que estirar la espalda al completo, relajar los hombros y tratar de no encoger las piernas. Lo único que no me sale del todo bien es la colocación de la cara. Jota se agacha y deja la cámara en la arena (es raro que lo haga porque nunca en su vida la dejaría así). Me coge la cara con las manos, y antes de que empiece a colocarla me mira y nuestras miradas se quedan pilladas.
Se paraliza el mundo y son los diez segundos más eternos.
¿Me va a besar? No creo. ¿Quiero que me bese? Creo que tampoco, tengo que serte sincero. Se me da fatal mentir. ¿Qué voy a hacer si lo hace? Sería muy raro dejarme llevar, aunque tampoco me veo apartándome, pobrecito. ¿Esta tensión la está notando él también? Pues claro que lo nota, no he estado más convencido de algo en mi vida. ¿Va a quedarse mucho rato así? Sus manos siguen sujetando los dos extremos de mi cara. Ay, dios. Una de ellas está rozándome la oreja y la otra sujetándome la barbilla. No me la sujeta de manera bruta, tiene un toque delicado que hace que todo esto sea aún más peculiar.
El corazón me empieza a latir más deprisa y no puedo apartar la mirada. Sus ojos son oscuros y siento que estoy atrapado en un agujero negro sin saber cómo va a acabar. Cuando la línea en una amistad se empieza a estrechar es señal de peligro, de eso estoy seguro.
—¿La foto?
—Ah, sí. Sí, sí. Es que tenías una pestaña".

"—Hola.
—Qué rápido has vuelto.
—¿Rápido? Yo nunca me he ido de aquí.
—No digas tonterías, Jota.
Confuso, despego los ojos de mi móvil, alzo la cabeza y me levanto de un salto. No grito y aún no entiendo muy bien por qué; la ocasión lo pide, irónicamente, a gritos. Como podrás adivinar, no, no es Jota. Estamos literalmente en medio de la nada y hay un chico aleatorio y descalzo delante de mí. Vuelvo a pensar en la peli del maizal. Casi me da un infarto al subir la cabeza y encontrarme con él. Ha tenido que salir de entre las plantas. Yo estoy sentado en medio del camino que hemos ido creando al pasar. Ha salido de entre los tallos. Bueno, tampoco me sorprende mucho por las pintas que me lleva. Entre el sombrero de paja, el peto vaquero y las flores en su bolsillo parece más de campo que las amapolas.
—Soy Ge, encantado.
—Ele.
—¿Qué haces por aquí?
Pues flipar en colores. Yo simplemente estaba esperando a que mi amigo volviera de comprar un par de botellas de agua y me encuentro con este loco descalzo. Eso es a lo que me dedico en este momento, pero no se lo digo.
—Nada, haciendo unas fotos, ¿y tú?
—Vivo aquí. Por algo me llaman así.
El chico de los girasoles, Ge, tiene sentido".

"—Estás completamente loco. ¿Por qué girasoles?
—Y ¿por qué no?
—Yo igual hubiera plantado flores de distintos tipos, ¿no? Y conseguir así un jardín mucho más llamativo y lleno de colores. No sé, Ge, igual no somos tan parecidos.
—Me haces reír. No te preocupes, Ele, lo seguimos siendo. A mí los colores también me encantan, incluso más de lo que te piensas. Aún no lo sabes, pero pronto lo entenderás. Estos son girasoles porque yo no solo necesito un sitio donde refugiarme en este descampado. Necesito poder encontrar salida a mis pensamientos. ¿Nunca te has sentido que necesitas ayuda y no la sabes pedir?
—Hum. Un poco.
—¿Nunca te ha costado abrirte a que alguien que te quiere echar una mano?
—Vale, tú ganas, un poco más.
—¿Nunca has necesitado ayuda para encontrar luz?
Ya está. Con cada palabra que sale por su boca estoy más seguro de que esta persona me ha conocido en otra vida o algo. Somos la misma persona y me conoce casi mejor que yo. Las palabras que dice son cosas que aún no he pensado pero que encajan a la perfección en el puzle de mi mente. Yo no creo en los marcianos y creo que la ciencia aún no ha desarrollado un sistema de clonación que funcione, pero vamos, esto es como mirarme en un espejo. Solo que él lleva un peto, un optimismo que baila y va un par de pasos por delante de mi voz"














David Rees

jueves, 16 de febrero de 2023

Citas: Ana y la casa de sus sueños - L. M. Montgomery

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 "—Bien, gracias a Dios que Ana y Gilbert van a casarse después de todo. 
Es algo por lo que siempre he rezado —dijo la señora Rachel con el tono de quien está absolutamente seguro de que sus plegarias han tenido una gran influencia—. Fue un gran alivio descubrir que no pensaba aceptar a ese hombre de Kingsport. 


Él era rico, cierto, y Gilbert es pobre, al menos ahora, pero es un muchacho de la isla.
—Es Gilbert Blythe —dijo Marilla, contenta.
Marilla habría preferido morir antes que poner en palabras el pensamiento que había en su mente cada vez que miraba a Gilbert desde que éste era un niño: el hecho de que, de no haber sido por su orgullo de hacía tanto, pero tanto tiempo, el muchacho habría podido ser hijo suyo. Marilla sentía que, de alguna extraña manera, su matrimonio con Ana corregía aquel error. Había aparecido el bien entre aquella antigua tristeza".

"—Si todo el mundo se quedara donde nació, los lugares estarían repletos, señora Lynde".

"—¿Y os casaréis en la sala?
—No, a menos que llueva. Queremos casarnos en el jardín, con el cielo azul sobre nuestras cabezas y la luz del sol entre nosotros. ¿Sabéis cuándo y dónde me gustaría casarme, si pudiera? Al amanecer, un amanecer de junio, con una espléndida salida de sol y rosas en flor en los jardines. Yo iría suavemente a encontrarme con Gilbert y juntos iríamos al corazón del bosque de hayas y allí, bajo las arcadas  verdes que formarían una espléndida catedral, nos casaríamos.
Marilla hizo un gesto despectivo y la señora Lynde se horrorizó.
—Pero eso sería muy raro, Ana. Ni siquiera parecería legal".

"—La historia se repite —dijo Gilbert, al encontrarla cuando pasó por el portón de los Blythe—. ¿Te acuerdas de nuestra primera caminata por esa colina, Ana? Fue nuestro primer paseo juntos.
—Yo volvía a casa al atardecer desde la tumba de Matthew y tú apareciste en el portón; yo me tragué el orgullo de años y te hablé.
—Y el cielo se abrió para mí —agregó Gilbert—. Desde aquel momento espero el día de mañana. Cuando te dejé en tu casa aquella noche y volví a la mía, me sentía el muchacho más feliz de la Tierra. Ana me había perdonado.
—Creo que tú eras quien tenía que perdonarme a mí. Fui muy desagradecida aquel día que me salvaste la vida en el estanque. ¡Cómo detestaba esa deuda, al principio! No me merezco la felicidad que tengo.
Gilbert rió y apretó con más fuerza la mano de la muchacha que llevaba el anillo que él le había regalado. El anillo de compromiso de Ana era un círculo de perlas.
Ella no había querido un diamante.
—Nunca me han gustado mucho los diamantes, sobre todo desde que averigüé que no eran del precioso color púrpura que imaginaba. Siempre me recordarán mi amarga desilusión.
—Pero dicen que las perlas traen lágrimas —había objetado Gilbert.
—No le tengo miedo a eso. Y las lágrimas también pueden ser de felicidad".

"—Te aseguro que deseo que tu felicidad sea duradera, niña —suspiró la señora Rachel. Lo deseaba con sinceridad, y así lo creía, pero temía que constituyera un desafío a la Providencia hacer gala demasiado abiertamente de la felicidad. Por el propio bien de Ana, era necesario hacerla más mesurada.
Pero fue una muy feliz y hermosa novia la que bajó las viejas escaleras cubiertas de alfombras tejidas en casa, aquel mediodía de septiembre: la primera novia de Tejas Verdes, esbelta y de ojos brillantes bajo su velo de novia, con los brazos llenos de rosas. Gilbert, que la esperaba abajo, en la sala, la miró con ojos rebosantes de adoración. Por fin era suya aquella Ana evasiva, tanto tiempo ansiada, ganada tras años de paciente espera. Hacia él venía, en la dulce entrega de una novia. ¿La merecía? ¿Podría hacerla todo lo feliz que quería? Si le fallaba, si no podía llegar a ser todo lo que ella esperaba de un hombre… Entonces ella tendió la mano, sus ojos se encontraron y todas sus dudas se desvanecieron y se convirtieron en una gozosa certidumbre. Se pertenecían el uno al otro y, fuera lo que fuere lo que  les deparara la vida, nada cambiaría eso. La felicidad de cada uno estaba en manos del otro y ninguno de los dos tenía ningún temor".

"Los vientos de la noche comenzaban sus danzas salvajes más allá del banco de arena; la aldea de pescadores, al otro lado del puerto, estaba cubierta de luces cuando Ana y Gilbert tomaron por la senda bordeada de álamos. La puerta de la casita se abrió y el cálido resplandor del fuego que ardía en el hogar destelló en la oscuridad.
Gilbert tomó a Ana del brazo y la condujo al jardín a través del portoncito, entre los abetos de puntas rojizas, por el sendero rojo y hasta el escalón de arenisca de la puerta.
—Bienvenida a casa —susurró y, de la mano, cruzaron el umbral de su casa de los sueños".

"Las risas de las buenas noches se desvanecieron. Ana y Gilbert caminaron de la mano por su jardín. El arroyo que lo atravesaba dibujaba motitas cristalinas en las sombras de los abedules. Las amapolas que crecían en la orilla eran como copas depositarías de la luz de luna. Flores que habían sido plantadas por las manos de la esposa del maestro de escuela lanzaban su dulzura hacia el aire ensombrecido, como la belleza y la bendición de sagrados ayeres. Ana se detuvo en la penumbra para recoger una ramita.
—Me encanta oler flores en la oscuridad —dijo—. Es cuando puedes apoderarte de tu alma".

"—Ahora entiendo por qué algunos hombres no pueden evitar embarcarse —dijo Ana—. Ese deseo que nos viene a todos en algún momento, «navegar más allá de los confines del ocaso», ha de ser muy fuerte cuando nace en alguien. No me extraña que el capitán Jim se dejara llevar por él. Nunca veo salir un barco del canal o volar una gaviota por encima del banco de arena sin desear estar a bordo del barco o tener alas, no como una paloma, «para irme volando y descansar», sino como una gaviota, para meterme en el corazón mismo de una tormenta.
—Te quedarás aquí conmigo, pequeña —dijo Gilbert, con pereza—. No voy a permitir que te vayas volando y te metas en el corazón de las tormentas".

"—Es bastante difícil decidir cuándo una persona es realmente madura —dijo Ana, riendo.
—Eso es muy cierto, querida. Algunos son maduros al nacer, y otros no son maduros ni a los ochenta años, créame. La señora de Roderick de la que le hablaba, jamás maduró. Era tan tonta a los cien como a los diez.
—Tal vez por eso vivió tanto —sugirió Ana.
—Tal vez. Yo preferiría vivir cincuenta años de sensatez y no cien de tonta.
—Pero piense en lo aburrido que sería el mundo si todos fuéramos sensatos —observó Ana".

"—¿No conoce a ningún buen esposo, señorita Bryant?
—Ah, sí, muchísimos. Están por allá —dijo la señorita Cornelia, señalando por la ventana abierta hacia el pequeño cementerio de la iglesia, al otro lado del puerto.
—Pero vivos, de carne y hueso… —insistió Ana.
—Ah, hay unos pocos sólo para probar que para Dios todo es posible —admitió la señorita Cornelia de mal grado—".

"—Esa muchacha ha nacido para ser líder en círculos sociales e intelectuales, lejos de Cuatro Vientos —le dijo Ana a Gilbert mientras caminaban de regreso a su casa una noche—. Está desperdiciada aquí, desperdiciada.
—¿No escuchaste al capitán Jim y a un seguro servidor la otra noche, cuando hablamos de ese tema en términos generales? Llegamos a la confortante conclusión de que el Creador probablemente sepa cómo dirigir Su universo tan bien como nosotros y que, después de todo, no hay tal cosa como «vidas desperdiciadas», salvo cuando un individuo intencionalmente malgasta y desperdicia su propia  vida, el cual no es por cierto el caso de Leslie Moore. Y hay quien podría pensar que Redmond B. A., a quien los editores comienzan a honrar, está «desperdiciada» como esposa de un médico rural en la comunidad de Cuatro Vientos.
—¡Gilbert!
—Si te hubieras casado con Roy Gardner, en cambio —continuó Gilbert, sin misericordia—, tú habrías sido «líder en círculos sociales e intelectuales, lejos de Cuatro Vientos».
—¡ Gilbert Blythe!
—Tú sabes que en determinado momento, estuviste enamorada de él, Ana.
—Gilbert, eso es mezquino, «mezquino y por ende típico de los hombres», como dice la señorita Cornelia. Nunca estuve enamorada de él. Hubo un tiempo en que creí estarlo, nada más. Tú lo sabes. Tú sabes que prefiero ser tu esposa en nuestra casa de los sueños a ser una reina en un palacio".

"—¡Cómo brillan esta noche las luces de las casas a través de la oscuridad! —dijo Ana—. Esa hilera de luces, a lo largo del puerto, parece un collar. ¡Y el fulgor en Glen! Ay, mira, Gilbert, allí está la nuestra. Me alegro tanto de que hayamos dejado encendida la luz. Odio volver a una casa oscura. ¡La luz de nuestra casa, Gilbert! ¿No es bonito verla?
—Apenas uno de los muchos millones de hogares de la Tierra, querida, pero nuestra, nuestra, nuestro faro guía en «un mundo malvado». Cuando un hombre tiene un hogar y una querida y pequeña esposa pelirroja en ese hogar, ¿qué más puede pedirle a la vida?
—Bien, podría pedir una cosa más —susurró Ana, feliz—. Ah, Gilbert, me parece como si no pudiera esperar a que llegue la primavera".

"—¿Quién es esa hermosa criatura? —preguntó.
—La señora Moore —dijo Ana—. Es muy hermosa, ¿no?
—Nunca… nunca vi nadie como ella —respondió él, algo aturdido—. No estaba preparado… no esperaba… ¡Cielo santo! Uno no espera tener a una diosa de casera.
Caramba, si estuviera vestida con un traje de algas, con una diadema de amatistas en el pelo, sería una verdadera reina del mar. ¡Y aloja huéspedes!
—Hasta las diosas tienen que vivir —dijo Ana—. Y Leslie no es una diosa. Sólo es una mujer muy hermosa, tan humana como el resto de nosotros".

"—A mí me encantan las rosas rojas —dijo Leslie—. A Ana le gustan más las rosadas y a Gilbert las blancas. Pero a mí me gustan las rojas. Satisfacen alguna ansia en mí, como ninguna otra flor.
—Estas flores son tardías; florecen cuando todas las demás ya se han marchitado y retienen toda la calidez y el alma del verano —dijo Owen, arrancando algunos de los resplandecientes pimpollos a medio abrir—. La rosa es la flor del amor; así lo ha aclamado el mundo durante siglos. Las rosas rosadas son el amor esperanzado y expectante; las blancas son el amor muerto u olvidado, pero las rosas rojas, ah, Leslie, ¿qué son las rosas rojas?
—El amor triunfante —dijo Leslie en voz baja".

"—Hay otro mundo, recuérdelo, Susan.
—Sí —dijo Susan, con un profundo suspiro—, pero, querida señora, en el otro la gente no se casa ni se pide en matrimonio".







L. M. Montgomery

miércoles, 15 de febrero de 2023

Citas: Amor de don Perlimplin con Belisa en su jardín - Federico García Lorca

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 "PERLIMPLÍN. ¿Sí?
MARCOLFA. Sí.
PERLIMPLÍN. Pero ¿por qué sí?
MARCOLFA. Pues porque sí.
PERLIMPLÍN. ¿Y si yo te dijera que no?
MARCOLFA. (Agria). ¿Qué no?
PERLIMPLÍN. No.
MARCOLFA. Dígame, señor mío, las causas de ese no.
PERLIMPLÍN. (Pausa). Dime tú, doméstica perseverante, las causas de ese sí".

"MARCOLFA. Con cincuenta años ya no se es un niño.
PERLIMPLÍN. Claro.
MARCOLFA. Yo me puedo morir de un momento a otro.
PERLIMPLÍN. ¡Caramba!
MARCOLFA. (Llorando). ¿Y qué será de usted sólo en este mundo?
PERLIMPLÍN. ¿Qué sería?
MARCOLFA. Por eso tiene que casarse.
PERLIMPLÍN. (Distraído). ¿Sí?
MARCOLFA. (Enérgica). Sí.
PERLIMPLÍN. (Angustiado). Pero Marcolfa… ¿por qué sí? Cuando yo era niño una mujer estranguló a su esposo. Era zapatero. No se me olvida. Siempre he pensado no casarme. Yo con mis libros tengo bastante. ¿De qué me va a servir?".

"UNA VOZ. (Dentro, cantando).

Amor, amor.
Entre mis muslos cerrados
nada como un pez el sol.
Agua tibia entre los juncos,
amor.
¡Gallo, que se va la noche!
¡Que no se vaya, no!

MARCOLFA. Verá mi señor la razón que tengo.
PERLIMPLÍN. (Rascándose la cabeza). Canta bien.
MARCOLFA. Ésa es la mujer de mi señor. La blanca Belisa.
PERLIMPLÍN. Belisa… Pero no sería mejor…
MARCOLFA. No… venga ahora mismo. (Le coge de la mano y se acercan al balcón). Diga usted Belisa…
PERLIMPLÍN. Belisa…
MARCOLFA. Más alto.
PERLIMPLÍN. ¡Belisa!…

(El balcón de la casa de en frente se abre y aparece Belisa resplandeciente de hermosura. Está medio desnuda).

BELISA. ¿Quién me llama?
MARCOLFA. (Escondiéndose detrás de la cortina del balcón). Conteste.
PERLIMPLÍN. (Temblando). La llamaba yo.
BELISA. ¿Sí?
PERLIMPLÍN. Sí.
BELISA. Pero ¿por qué sí?
PERLIMPLÍN. Pues porque sí.
BELISA. ¿Y si yo le dijese que no?
PERLIMPLÍN. Lo sentiría… porque… hemos decidido que me quiero casar.
BELISA. (Ríe). ¿Con quién?
PERLIMPLÍN. Con usted…
BELISA. (Seria). Pero…".

"MARCOLFA. ¡Hermosa doncella!
PERLIMPLÍN. ¡Como de azúcar!… blanca por dentro. ¿Será capaz de estrangularme?
MARCOLFA. La mujer es débil si se la asusta a tiempo".

"PERLIMPLÍN. Yo quería decirte una cosa.
BELISA. ¿Y es?
PERLIMPLÍN. He tardado en decidirme… Pero…
BELISA. Di.
PERLIMPLÍN. Belisa… ¡yo te amo!
BELISA. ¡Oh, caballerito!… es ésa tu obligación.
PERLIMPLÍN. ¿Sí?
BELISA. Sí.
PERLIMPLÍN. Pero ¿por qué sí?
BELISA. (Mimosa). Pues porque sí.
PERLIMPLÍN. No.
BELISA. ¡Perlimplín…!
PERLIMPLÍN. No, Belisa. Antes de casarme contigo yo no te quería.
BELISA. (Guasona). ¿Qué dices?
PERLIMPLÍN. Me casé… ¡por lo que fuera!, pero no te quería. Yo no había podido imaginarme tu cuerpo hasta que lo vi por el ojo de la cerradura cuando te vestían de novia. Y entonces fue cuando sentí el amor, ¡entonces!, como un hondo corte de lanceta en mi garganta".

"PERLIMPLÍN.

Amor, amor
que estoy herido.
Herido de amor huido,
herido,
muerto de amor.
Decid a todos que ha sido
el ruiseñor.
Bisturí de cuatro filos,
garganta rota y olvido.
Cógeme la mano, amor,
que vengo muy mal herido,
herido de amor huido,
¡herido!
¡Muerto de amor!".

"PERLIMPLÍN. (Intrigado). ¿Dices?
BELISA. Las cartas de los otros hombres que yo he recibido… y que no he contestado porque tenía a mi maridito, me hablaban de países ideales, de sueños y de corazones heridos… pero estas cartas de él… mira…
PERLIMPLÍN. Habla sin miedo.
BELISA. Hablan de mí… de mi cuerpo…
PERLIMPLÍN. (Acariciándole los cabellos). ¡De tu cuerpo!
BELISA. «¿Para qué quiero tu alma? —me dice—. El alma es el patrimonio de los débiles, de los héroes tullidos y las gentes enfermizas. Las almas hermosas están en los bordes de la muerte, reclinadas sobre cabelleras blanquísimas y manos macilentas. Belisa. ¡No es tu alma lo que yo deseo!, ¡sino tu blanco y mórbido cuerpo estremecido!»".

"MARCOLFA. (Llorando). ¡Me da miedo de oírlo!… Pero ¡cómo es posible! Don
Perlimplín, ¿cómo es posible? ¡Que usted mismo fomente en su mujer el peor de los pecados!
PERLIMPLÍN. ¡Porque don Perlimplín no tiene honor y quiere divertirse! ¡Ya ves! Esta noche vendrá el nuevo y desconocido amante de mi señora Belisa. ¿Qué he de hacer sino cantar?

(Cantando).
¡Don Perlimplín no tiene honor!
¡No tiene honor!".

"PERLIMPLÍN. Ése es mi triunfo.
BELISA. ¿Qué triunfo?
PERLIMPLÍN. El triunfo de mi imaginación.
BELISA. Es verdad que me ayudaste a quererlo.
PERLIMPLÍN. Como ahora te ayudaré a llorarlo.
BELISA. (Extrañada). Perlimplín, ¿qué dices?…".

"PERLIMPLÍN. (Abrazándola). Belisa, ¿le quieres?
BELISA. (Con fuerza). ¡Sí!
PERLIMPLÍN. Pues en vista de que le amas tanto yo no quiero que te abandone. Y para que sea tuyo completamente se me ha ocurrido que lo mejor es clavarle este puñal en su corazón galante. ¿Te gusta?
BELISA. ¡Por Dios, Perlimplín!
PERLIMPLÍN. Ya muerto, lo podrás acariciar siempre en tu cama tan lindo y peripuesto sin que tengas el temor de que deje de amarte. Él te querrá con el amor infinito de los difuntos y yo quedaré libre de esta oscura pesadilla de tu cuerpo grandioso. (Abrazándola). Tu cuerpo… que nunca podría descifrar… (Mirando al jardín). Míralo por dónde viene… Pero suelta, Belisa… ¡suelta! (Sale corriendo)".









Federico García Lorca

martes, 14 de febrero de 2023

Citas: Rimas - Gustavo Adolfo Bécquer

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 "Ideas sin palabras,
palabras sin sentido;
cadencias que no tienen
ni ritmo ni compás".

"Memorias y deseos
de cosas que no existen;
accesos de alegría,
impulsos de llorar".

"Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea".

"Oigo flotando en olas de armonías
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran… ¿Qué sucede?
¡Es el amor que pasa!".

"Tu pupila es azul y si en su fondo
como un punto de luz radia una idea
me parece en el cielo de la tarde
una perdida estrella".

"Si se turba medroso en la alta noche
tu corazón,
al sentir en tus labios un aliento
abrasador,
sabe que, aunque invisible, al lado tuyo
respiro yo".

"Sabe si alguna vez tus labios rojos
quema invisible atmósfera abrasada,
que el alma que hablar puede con los ojos
también puede besar con la mirada".

"¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul;
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú".

"¿Cómo vive esa rosa que has prendido
junto a tu corazón?
Nunca hasta ahora contemplé en el mundo
junto al volcán la flor".

"Por una mirada, un mundo;
por una sonrisa, un cielo;
por un beso… ¡yo no sé
qué te diera por un beso!".

"Dos ideas que al par brotan,
dos besos que a un tiempo estallan,
dos ecos que se confunden;
eso son nuestras dos almas".

"Tú sabes y yo sé que en esta vida,
con genio es muy contado el que la escribe,
y con oro cualquiera hace poesía".

"Dormida, en el murmullo de tu aliento
acompasado y tenue
escucho yo un poema que mi alma
enamorada entiende".

"Dime: ¿es que ciego deliro,
o que un beso en un suspiro
me envía tu corazón?".

"¡Lástima que el Amor un diccionario
no tenga donde hallar
cuándo el orgullo es simplemente orgullo
y cuándo es dignidad!".

"Ríe, y su carcajada tiene notas
del agua fugitiva;
llora, y es cada lágrima un poema
de ternura infinita".

"te quiero tanto aún; dejó en mi pecho
tu amor huellas tan hondas,
que sólo con que tú borrases una
¡las borraba yo todas!".

"¡Los suspiros son aire y van al aire!
¡Las lágrimas son agua y van al mar!
Dime, mujer, cuando el amor se olvida,
¿sabes tú a dónde va?".

"¡Ay! es verdad lo que me dijo entonces:
Verdad que el corazón
lo llevará en la mano… en cualquier parte…
pero en el pecho no".

"Aun para combatir mi firme empeño
viene a mi mente su visión tenaz…
¡Cuándo podré dormir con ese sueño
en que acaba el soñar!".

"Y esta vida mortal y de la eterna
lo que me toque, si me toca algo,
por saber lo que a solas
de mí has pensado".

"Y al fin resbala y cae como gota
de rocío al pensar
que cual hoy por ayer, por hoy mañana
volveremos los dos a suspirar".

"¡Ay! ¡a veces me acuerdo suspirando
del antiguo sufrir!
¡Amargo es el dolor, pero siquiera
padecer es vivir!".

"¿Quieres que conservemos una dulce
memoria de este amor?
Pues amémonos hoy mucho y mañana
digámonos, ¡adiós!".

"Yo sé por qué sonríes
y lloras a la vez:
yo penetro en los senos misteriosos
de tu alma de mujer.
¿Te ríes…? Algún día
sabrás, niña, por qué;
mientras tú sientes mucho y nada sabes,
yo que no siento ya, todo lo sé".

"Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa,
¿quién vendrá a llorar?

¿Quién en fin al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo
quién se acordará?".

"Las ondas tienen vaga armonía,
las vïoletas suave olor,
brumas de plata la noche fría,
luz y oro el día,
yo algo mejor;
¡yo tengo Amor!".

"Es un sueño la vida,
pero un sueño febril que dura un punto;
cuando de él se despierta,
se ve que todo es vanidad y humo…
¡Ojalá fuera un sueño
muy largo y muy profundo;
un sueño que durara hasta la muerte!…
Yo soñaría con mi amor y el tuyo".












Gustavo Adolfo Bécquer

lunes, 13 de febrero de 2023

Citas: El mundo según Bob - James Bowen

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 "Siempre ocurría lo mismocuando Bob venía conmigo. A veces lo llevaba atado con una correa de cuero, pero lo más frecuente es que fuera encaramado a mis hombros mientras contemplaba el mundo con curiosidad, como un vigía desde el puesto de observación en la proa de un barco".

"Parecía un gato callejero, así que supuse que volvería a las calles. Pero él se negó a apartarse de mi lado. Todos los días
lo llevaba fuera y trataba de que siguiera su camino, y todos los días me seguía calle abajo o se colaba en el vestíbulo por la tarde, invitándose a pasar la noche conmigo.
Dicen que los gatos te eligen, y no al contrario. Yo comprendí que él me había elegido cuando, un día, me siguió hasta la parada del autobús de Tottenham High Road, a casi un kilómetro y medio. Estábamos lejos de casa cuando le hice gestos con las manos para que se fuera y esperé hasta que desapareció entre la bulliciosa muchedumbre, imaginando que esa sería la última vez que lo veía. Sin embargo, cuando el autobús se acercó, él surgió de alguna parte, y vi una ráfaga naranja subir a bordo y acomodarse en el asiento de mi lado. Y eso fue todo.
Desde entonces nos habíamos hecho inseparables, una pareja de almas perdidas ganándose la vida en las calles de Londres.
En realidad, sospecho que éramos almas gemelas, cada una ayudando a la otra a curar las heridas de nuestros turbulentos pasados".

"Durante más de una década había sido drogadicto, durmiendo en portales y refugios para los sin techo o en precarios alojamientos por todo Londres. Durante gran parte de esos años perdidos no fui consciente del mundo, inmerso como estaba en la heroína, anestesiado de la soledad y el dolor de cada día".

"El pasado de Bob continúa siendo todo un misterio para mí. No sé qué edad tiene ni conozco nada de la vida que llevó antes de que le encontrara. A menos que le haga una prueba de ADN, nunca sabré de dónde proviene o quiénes fueron sus padres. Y para ser sinceros, no me importa. Bob es Bob y eso es todo lo que necesito saber".

"Una noche estaba jugando con Belle cuando Bob apareció. Le había dado su cena un par de horas antes, pero debió pensar que necesitaba alguna golosina. Empezó a desplegar todo su catálogo de gracias para captar la atención, haciendo una selección de ruidos, enroscándose alrededor de mis pies y frotándose entre mis piernas. Pero estábamos tan absortos en tratar de alcanzar el siguiente nivel del juego, que no le hicimos ningún caso.
Durante un momento se escabulló, rodeando la zona donde la televisión y la consola estaban enchufadas. Después de un instante, se acercó al panel de control de la consola y presionó su cabeza contra el enorme botón sensible al tacto que había en el centro.
—Bob, ¿qué estás haciendo? —pregunté ingenuamente, aún demasiado absorto en el juego para entender lo que tramaba.
Instantes después, la pantalla se oscureció y la consola empezó a apagarse. Había ejercido la suficiente presión sobre el botón como para desconectarla. Nos encontrábamos en mitad de un nivel muy complicado del juego, por lo que deberíamos habernos puesto furiosos con él. Pero ambos nos quedamos sentados con la misma expresión de incredulidad en nuestras caras.
—¿Acaba de hacer lo que creo? —me preguntó Belle.
—Bueno, yo también lo he visto, así que debe haberlo hecho. Pero casi no puedo creerlo.
Bob seguía ahí, con mirada triunfante. Su expresión lo decía todo: «Y ahora, ¿cómo pensáis ignorarme?»".

"¿Realmente me había reducido a eso?
¿De verdad me había hecho esas cosas a mí mismo? Esa parte de mí no podía imaginar cómo demonios había sido capaz de clavar una aguja en mi carne, a veces hasta cuatro veces al día. Parecía irreal, excepto que sabía que era muy real. Aún conservaba las cicatrices, literalmente. Solo tenía que mirar mis brazos y piernas para verlas.
Las cicatrices me recordaban lo frágil que aún seguía siendo mi situación".

"—Hola, amiguito —dijo el hombre—. Me alegra volver a verte.
De pronto todo cobró sentido. Recordé ese libro infantil Sixto Seis Cenas de Inga Moore, sobre un gato que va ganándose el afecto de todo el mundo de la calle, consiguiendo una cena en cada una de las casas cada noche. Bob había repetido la misma hazaña. Se había convertido en Bob Seis Cenas.
En cierto sentido era una señal de lo cómodo y contento que se sentía, allí instalado. Pero también de que se estaba acostumbrando a vivir sin mí como centro de su mundo. Esa noche acostado en la cama, tratando de pensar en todo y nada excepto el dolor de mi pierna, empecé a preguntarme algo que no me había planteado en todo el tiempo que llevábamos juntos. ¿Estaría mejor sin mí?
Era una pregunta lógica. ¿Quién iba a querer estar con un tullido, exdrogadicto, sin dinero y sin perspectivas de trabajo? ¿Quién querría estar siempre en la calle bajo toda clase de condiciones atmosféricas siendo empujado y atropellado por los transeúntes? Especialmente cuando había almas más amistosas y menos complicadas alrededor, dispuestas a darte una cena gratis cada noche.
Siempre creí que podría proporcionarle una vida tan buena como todo el mundo, si no mejor. Éramos almas gemelas, dos piezas del mismo bloque, me decía. Por primera vez desde que estábamos juntos, ya no estaba tan seguro de eso".

"La vida no era perfecta, ni mucho menos. Pero era un millón de veces mejor de lo que había sido cuando empecé mi adicción. Por aquel entonces no podía ver más allá del siguiente chute. Ahora sentía que podía distinguir un buen trecho delante de mí. Y sabía que podría caminar por él.
Desde aquel día, cada vez que me siento flaquear me digo a mí mismo: «Espera un momento, ya no estás viviendo a la intemperie, no estás solo, no hay desesperanza. No la necesitas»".

"—Esto no va bien, Bob. Tenemos que buscarte un abrigo en condiciones — declaré. Entré en un pequeño colmado, sacudiéndome los pies en el felpudo de la puerta.
Al principio la dueña, una mujer india, nos miró a los dos asombrada, lo que no era nada excepcional. Debíamos de tener una pinta rarísima. Pero su prevención inicial pronto se derritió.
—Son muy valientes saliendo con este tiempo —sonrió.
—Yo no diría valientes —contesté—. Creo que locos sería más exacto".

"Después del artículo del Islington Tribune, volvió a contactar conmigo para confirmar si me parecía bien reunirme con el escritor.
Si él pensaba que había un posible libro en Bob y en mí, pasaría algún tiempo conmigo, intentando conocerme para que le contara mi historia y, luego, me ayudaría a darle forma y escribirla. Después ella intentaría venderla a un editor. Una vez más, parecía demasiado increíble para expresarlo con palabras.
Durante un tiempo no volví a saber nada, pero entonces, hacia finales de noviembre, recibí la llamada del escritor. Su nombre era Garry.
Accedí a quedar con él y me llevó a tomar un café en el Centro de Diseño del otro lado de la calle, justo enfrente de mi puesto. Bob venía con nosotros, por lo que tuvimos que sentarnos fuera, en el cortante frío. Bob sabía juzgar a las personas mejor que yo, así que en un momento dado me fui al aseo y les dejé solos durante un par de minutos. Parecieron encajar perfectamente, lo que interpreté como un buen augurio.
Saltaba a la vi vista que intentaba decidir si mi historia era adecuada para un libro, mostrando una actitud tan abierta como no creí posible.
 En lo que a mí concernía, no me apetecía demasiado tener que bucear en la parte oscura de mi vida. Pero mientras hablábamos, dijo algo que me impactó. Según él Bob y yo éramos, los dos, almas rotas. Nos habíamos encontrado cuando ambos estábamos tocando fondo, ayudándonos a enmendar la vida del otro.
—Esa es la historia que debería contar —me dijo".

"—Y dime, ¿va a ser un libro en condiciones? —me preguntó, el escepticismo que había mostrado cuando se lo dije resurgiendo una vez más.
—¿A qué te refieres?
—Pues a si va a ser un libro de fotos o uno infantil. ¿De qué va a tratar exactamente? —inquirió.
Supongo que era una pregunta lógica.
Le expliqué que era la historia de cómo había conocido a Bob, y cómo nos habíamos ayudado el uno al otro. Me miró un tanto perplejo.
—¿Y estaremos tu madre y yo en él? —preguntó.
—Tal vez salgáis mencionados —repuse.
—Entonces más vale que hable con mis abogados —bromeó.
—No te preocupes. La única persona que no sale bien parada soy yo.
Eso le hizo cambiar de tono ligeramente.
—¿Y va a ser una ocupación a largo plazo? —continuó—. Me refiero a lo de dedicarte a escribir libros.
—No —contesté, sincero—. No voy a convertirme en el próximo J. K. Rowling, papá".

"—Por razones obvias, el otro día no tuvimos oportunidad de hablar cuando estuvisteis en la comisaría —comentó Gillian—. ¿Cómo os conocisteis los dos?
Sonrió e incluso en un par de ocasiones soltó varias carcajadas cuando le resumí el principio de nuestra relación.
—Parecéis almas gemelas —declaró".

"Desde el primer día que empecé a tocar, me quedó claro que atraíamos a muchas más personas que antes. Había momentos en que se formaban pequeños semicírculos de turistas, transeúntes o gente que iba de compras rodeándonos, algunos haciendo fotos con sus cámaras o agachándose para acariciar a Bob. Me sorprendió descubrir a un montón de personas que hablaban idiomas que ni siquiera reconocía, mientras sonreían, señalando y diciendo: «Aaah, Bob».
Bob parecía disfrutarlo. Una de las canciones más solicitadas de mi repertorio era «Wonderwall» de Oasis. Era una canción muy fácil de interpretar. Simplemente había que poner una cejilla en el segundo traste de la guitarra y empezar a rasguear. La había tocado cientos de veces, pero ahora, cada vez que repetía los familiares acordes, la letra parecía llegarme más hondo que nunca, en especial la frase del estribillo que decía: «Quizás tú vas a ser quien me salve». Mientras bajaba la vista hacia Bob, comprendí que se podía haber escrito pensando en él. Aunque en nuestro caso no había ningún quizás. Él me había salvado".

"De vuelta en el apartamento esa tarde, la inspectora de la Sociedad Protectora me llamó al móvil y me dijo que no había absolutamente nada de lo que preocuparme.
—Bob es una criatura especial y estás haciendo un gran trabajo —declaró—. Mi consejo es que ignores a aquellos que te digan lo contrario.
Fue el consejo más sabio que me habían dado en mucho tiempo. Y, cosa inusual en mí, decidí hacerle caso".

"Belle, Mary, Garry y un puñado de gente de la editorial estaban allí para desearme suerte. También había una pila de libros que tenía que firmar para la librería. A alguien se le había ocurrido la brillante idea de hacer un sello con la forma de la huella de un gato para que Bob también pudiera «firmar» los ejemplares. Me puse a la tarea, firmando los primeros libros. Belle añadía el toque final estampando el sello con la huella. Había al menos dos docenas de libros en la pila. ¿Estaban seguros de que venderían tantos?
El personal de la librería parecía convencido. En un momento dado una de las dependientas apareció radiante.
—Ya ocupa toda la manzana —declaró sonriente.
—¿El qué? —pregunté estúpidamente.
—La cola. Se está extendiendo hasta la vuelta de la esquina. Probablemente haya cien personas y cada vez están llegando más.
Me quedé sin habla. No creía que fuera posible sentirse aún más ansioso, pero de alguna forma me ocurrió. Había cerca de mí una ventana. Por un segundo pensé en saltar por ella y bajar por el canalón hasta la calle en una huida precipitada.
Cuando las agujas del reloj se acercaron a las seis, Bob trepó a mi hombro y nos dirigimos a la planta baja de la librería. En el descansillo del primer tramo de escaleras, me agaché para echar un vistazo a la tienda. El corazón se me subió a la garganta. Estaba abarrotada de gente.
Habían dispuesto una mesa con varias pilas de libros para Bob y para mí. La cola de personas se extendía a lo largo de las estanterías hasta las puertas y más allá, perdiéndose en la oscuridad de la tarde de marzo. Tenían razón. Debía de haber un centenar de personas o más. Al otro lado de la tienda, en una cola separada, había gente comprando el libro. Incluso vi a un grupo de fotógrafos y cámaras de televisión.
Parecía algo surrealista, una experiencia extra corporal. Hasta ahora habíamos estado ocultos a la vista, pero cuando emprendimos el tramo final de escaleras, las
cámaras empezaron a enfocar y los fotógrafos a gritarnos.
—Bob, Bob, aquí, Bob.
Incluso hubo una salva de aplausos y unos cuantos vítores.
Mis años en la calle con Bob me habían enseñado a esperar lo inesperado.
Habíamos aprendido a adaptarnos, a lidiar con los golpes, a veces literalmente. Esta vez, sin embargo, tenía la impresión de entrar en un territorio completamente inexplorado.
Pero algo estaba claro. Habíamos llegado demasiado lejos para dejar pasar esta oportunidad. Si la cogíamos, tal vez, solo tal vez, nuestro tiempo en las calles podría estar llegando a su fin. Y, quizá, un nuevo capítulo se abriría ante nosotros.
—Vamos, Bob —susurré, acariciando la parte de atrás de su cuello antes de inspirar profundamente una última vez—. Ya no hay vuelta atrás".

"Durante una de mis apariciones en televisión en la BBC, un presentador me hizo una pregunta que, así de primeras, me descolocó:
«¿Qué piensa hacer cuando Bob ya no esté a su lado?».
Por un momento me conmoví ante la sola idea de perderlo, pero una vez que conseguí rehacerme, le contesté lo más sinceramente que pude. Dije que sabía que los animales no vivían tanto como los humanos, pero que disfrutaría de cada pequeño instante del día que compartiera con él. Y cuando llegara el momento de que me dejara, él seguiría viviendo en los libros que me había inspirado.
Tal vez fueran las palabras más sinceras que haya pronunciado nunca.
El mundo tal y como era antes de conocer a Bob parecía áspero, sin corazón y, desde luego, un lugar sin esperanza. Sin embargo, el mundo que he aprendido a contemplar a través de sus ojos es muy diferente. Hubo un tiempo en que no era capaz de distinguir un día del siguiente. Ahora, disfruto de cada día. Me siento más feliz, sano y colmado de lo que he estado nunca. Por ahora al menos he escapado de la vida en las calles. Y puedo ver claramente el camino delante de mí.
No tengo ni idea de a dónde nos llevará nuestra aventura de ahora en adelante.
Pero sé que mientras siga conmigo, Bob estará en el centro de todas las cosas buenas que me sucedan. Es mi compañero, mi mejor amigo, mi maestro y mi alma gemela. Y seguirá siendo todas esas cosas. Siempre"











James Bowen