jueves, 31 de diciembre de 2020

Libros leídos en el 2020


Enero
  • La dependienta -  Sayaka Murata
  • Las viudas de los jueves - Claudia Piñeiro
Febrero
  • Hombres sin mujeres - Haruki Murakami
Marzo
  • Perfume de hielo - Yōko Ogawa
  • Betibú - Claudia Piñeiro
  • John Lennon: La última conversación - Andy Peebles
  • Diana de Gales, Lady Di, la princesa - Audrey Schul
  • Coco Chanel, Una diseñadora a contracorriente - Sandrine Papleux
  • Agatha Christie, Los secretos de la reina del crimen - Julie Pihard
  • Jane Austen, La novela doméstica, entre realismo y análisis psicológico - Julie Pihard
  • Huellas de paz - Varios autores
  • Sobrevivir Para Contarlo - Immaculée Ilibagiza
  • La dama pálida - Alejandro Dumas
  • Poesía Inglesa del siglo XX - Varios autores
  • Bajo la garra - Gregorio de Laferrère
  • La venganza de la bruja - Christopher Pike
  • E. A. Poe - Walter Lennig
  • Oscar Wilde: El esplendor y la decadencia de un dandi escritor - Hervé Romain
  • Albert Camus: Del ciclo de lo absurdo a la rebeldía - Eve Tiberghien
  • Adolf Hitler: La locura nazi - Xavier Leroy
  • Victor Hugo: El máximo representante del siglo XIX francés -  Elodie Schalenbourg
Abril
  • El juicio de las brujas de Salem: El diablo coloniza América - Jonathan Duhoux
  • Las grietas de Jara - Claudia Piñeiro
  • La bibliotecaria - Ileana Fernández
  • La formula preferida del profesor - Yōko Ogawa
  • Lady Susan - Jane Austen
  • Las cuatros estaciones II: Otoño e Invierno - Stephen King
  • El caso de la modelo y los lentes de Elvis - Carlos Schlaen
  • Sputnik, mi amor - Haruki Murakami
  • La ciudad de los sueños - Juan José Hernández
  • Quien no - Claudia Piñeiro
  • El embarazo de mi hermana - Yōko Ogawa
  • Matilda - Roald Dahl
  • La decisión más difícil - Jodi Picoult 
  • Un gran chico - Nick Hornby
  • Maria Antonieta: Una reina con un trágico destino - Benoit J Pedretti
  • Harry Potter y el cáliz de fuego - J.K. Rowling
Mayo
  • Clarissa - Stefan Zweig
  • El regreso del joven príncipe -  A.G. Roemmers
  • El demonio y la señorita Prym - Paulo Colhelo
  • Tiempo fuera de tiempo - Varios autores
  • Heartstopper #1 -  Alice Oseman
  • En el vagón - Jesica Sabrina Canto
  • La lista de no besar de Naomi y Ely - Rachel Cohn y David Levithan
  • Seconds - Bryan Lee O´malley
  • La chica de los libros - Jesica Sabrina Canto
  • Dash y Lily - Rachel Cohn y David Levithan
Junio
  • Recorrido por la vida - Jesica Sabrina Canto
  • Mujeres ficticias de la Historia - Jesica Sabrina Canto
  • El diario secreto de la señorita Miranda Cheever - Julia Quinn
  • Entraña del adiós - Jesica Sabrina Canto
  • La soledad de los números primos - Paolo Giordano
  • Un pedigri - Patrick Modiano
  • La nieta del señor Linh - Philippe Claudel
  • La joven de la perla - Tracy Chevalier
  • ¡Cómo el Grinch robó la Navidad! - Dr. Seuss
  • Ella, Drácula - Javier García Sánchez
  • La abuela - Chris Pueyo
  • Submarino - Joe Dunthorne
Julio
  • Golpeate el corazón - Amélie Nothomb
  • El tiempo en familia - Varios autores
  • El diario de Anne Frank - Ari Folman
  • Piruetas - Tillie Walden
  • Aquel verano - Mariko Tamaki
  • The end of the fucking world - Charles Forsman
  • Cruzando el bosque - Emily Carroll
  • El príncipe y la modista - Jen Wang
  • Mother Rusia - Jeff McComsey
  • Cuéntalo - Laurie Halse Anderson
  • La caída - Albert Camus
Agosto
  • Diario de un vampiro - Mathias Malzieu
  • Poemas - Paul Éluard
  • Nietzsche en 90 minutos - Paul Strathern
  • Maria quiere ser tu amiga - Laura Marshall
  • Nada - Janne Teller
  • Mi hermana y yo - Friedrich Nietzsche
  • La caja de botones de Gwendy - Stephen King
Septiembre
  • Ecce Homo - Friedrich Nietzsche
  • El viaje - Danielle Steel
  • Antología poética - Alfonsina Storni
  • Bloom - Kevin Panetta
  • El novio R.I.P - R. L. Stine
  • El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde - Robert Louis Stevenson
  • El sistema del Doctor Tarr y del Profesor Fether - Edgar Allan Poe
  • El apartamento - Danielle Steel
  • Tiene que ser aquí - Maggie O´farrell
Octubre
  • Psicoanálisis de Hitler - Saussure Merle
  • Paradero desconocido - Kathrine Kressmann Taylor
  • El libro del té - Kakuzō Okakura
  • Azul casi transparente - Ryū Murakami
  • Fence, Vol 1 - C.S. Pacat
  • Fence Vol 2 - C.S. Pacat
  • Mi marido es de otra especie - Yukiko Motoya
  • Cartas de amor - Rosa Luxemburgo
Noviembre
  • Dickens enamorado: Un ensayo biográfico - Amelia Pérez Villar
  • Robespierre - Marc Bouloiseau
  • Catedrales - Claudia Piñeiro
  • Historia de mujeres - Rosa Montero
  • El sabueso de los Baskerville - Arthur Conan Doyle
  • Elena sabe - Claudia Piñeiro
  • O livro ilustrado dos maus argumentos - Almossawi
  • Una de esas chicas - Sara Zarr
  • Una suerte pequeña - Claudia Piñeiro
  • Una academia muy austera - Lemony Snicket
  • Agatha Christie - Mª Isabel Sánchez Vegara 
  • Audrey Hepburn - Mª Isabel Sánchez Vegara 
Diciembre
  • Mujercitas - Louisa May Alcott
  • Aquellas mujercitas - Louisa May Alcott
  • El pudding de Navidad - Agatha Christie
  • Coco Chanel - Mª Isabel Sánchez Vegara 
  • Frida Kaklo - Mª Isabel Sánchez Vegara 
  • Amelia Earhart - Mª Isabel Sánchez Vegara 
  • Virginia Woolf - Nigel Nicolson
  • Acaba con la ansiedad: Las claves para aprender a controlarla - Barbara Radomme
  • Vincent van Gogh: Un genio atormentado - Eliane Reynold de Seresin
  • Fahrenheit 451 - Ray Bradbury
  • El Titanic - Romain Parmentier
  • Juana de Arco - Benoit J. Pedretti
  • Kennedy - Quentin Convard
  • Los Beatles - Florian Babusiaux






viernes, 25 de diciembre de 2020

Citas: ¡Cómo el Grinch robó la Navidad! - Dr. Seuss

 "¡El Grinch odiaba la Navidad! ¡Toda la temporada!
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No me preguntéis por qué. No había razón justificada".

"«¡Ya sé lo que voy a hacer!», soltó una risotada con el morro.
Y confeccionó un traje de Papá Noel con su abrigo y su gorro.
Y se carcajeó, y cacareó:
«¡Menuda ocurrencia grinchesca más cruel!
¡Con este abrigo y este gorro, soy clavadito a Papá Noel!»".

"Y el Grinch, con los pies tiritando de frío,
le daba vueltas y más vueltas. «¿Cómo habrá ocurrido?
¡Ha llegado sin lazos! ¡Sin etiquetas!
¡Sin cajas, embalajes ni tarjetas!»
Y por primera vez, el Grinch pensó, intrigado:
«Tal vez la Navidad no sean solo los regalos.
Tal vez la Navidad… ¡tenga otro significado!»".

"Y después, ¿qué pasó?
Bueno… En Villaquién se decía
que su pequeño corazón
aumentó tres tallas aquel día".






Dr. Seuss

sábado, 31 de octubre de 2020

Citas: El novio R.I.P - R. L. Stine

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 "¿Qué era eso que sonaba por los altavoces? Una vieja canción de Elvis, de los años cincuenta: Don't be cruel. Joanna tuvo que contener una carcajada. ¿No seas cruel? ¿Y por qué no? El mundo era cruel. Joanna estaba a punto de hacer algo realmente cruel".

"«Esa ansiedad ayudará a Dex en su carrera artística —pensó Joanna—. Angustia.
Un actor necesita angustia en su vida para poder sacarla mientras actúa, ¿no?»".

"Joanna se subió la sábana de satén hasta la barbilla para protegerse.
—¿Qué haces aquí, Dex? —se dijo que aquello era el final. Aquellas visitas de madrugada tenían que terminarse.
—Hace una noche muy bonita —dijo él, sin dejar de mirarla y secándose las manos en los pantalones. Subir por el árbol hasta el segundo piso de la casa de Joanna no era empresa fácil.
—¿Y bien?
—Pues que vengas. —Su famosa sonrisa destelló. Incluso en la semioscuridad era una sonrisa fabulosa, triunfal—. Coge el coche, iremos a dar una vuelta.
—¿Qué? ¿Estás loco?
—Sí —rió Dex. Empezó a caminar hacia ella".

"—Pon la radio —dijo Pete al tiempo que se recostaba en el asiento—. La Z190.
Ahora dan La hora de los maníacos del heavy metal.
—Para nada, tío —dijo Dex, abriendo la ventanilla para que entrara el aire frío—. Escucharemos esto: el silencio. Escucha. ¿No es hermoso?".

"El cielo se tiñó de negro, la tierra empezó a girar.
—¿Dex?
Joanna cerró los ojos y pensó que cuando los abriera de nuevo, Dex estaría ante ella, apoyado en un solo pie y saltando junto al borde del precipicio.
Sin embargo, cuando los abrió, todo era oscuridad.
—¿Dex?
Fue como si el corazón le hubiera dejado de latir y no sabía seguro si podía respirar. Se acercó al borde del acantilado pero estaba demasiado aturdida.
—¿Dex?".

"No vio el camión hasta que fue demasiado tarde.
Primero percibió los destellos y se preguntó por qué, de repente, estaba envuelta en luz; ésta se hizo cada vez más intensa: eran los faros de un camión.
El vehículo dio un bandazo, pero la carretera era demasiado estrecha y no pudo evitarla.
Cuando Joanna comprendió que iba a chocar de frente, era demasiado tarde para reaccionar.
Las luces se intensificaron y la rodearon por completo. Todo resplandecía.
Entonces la sirena quedó ahogada por un ruido de cristales rotos y metal aplastado. Y las luces dieron paso a la oscuridad".

"La negrura se aclaró y todo se volvió de un gris borroso, como sombras en una niebla oscura, como grandes nubes densas. Luego, nada.
Joanna abrió los ojos. La habitación era una mancha confusa, un borrón indistinto, cálido y silencioso, totalmente silencioso.
«El silencio es ensordecedor», pensó".
—¡Para, Dex! ¡Por favor!
Pasó corriendo junto a ella, y girando en el aire y con las piernas abiertas, se volvió hacia ella con una mirada de acusación en los ojos al tiempo que saltaba al vacío.
Entonces fue Joanna la que intentó gritar. Cerró los ojos con fuerza, echó la cabeza hacia atrás y chilló y chilló, pero de su garganta no salió ningún sonido".

"Apoyado en el poste de una parada de autobús, iluminado por un círculo de luz amarilla procedente de una calle que se abría a sus espaldas, vio a un chico que la miraba fijamente.
—¿Dex?
Él no se movió.
Joanna se quedó paralizada al reconocer su anorak rojo. Se lo había visto puesto tantas veces…
—¿Dex?
El semáforo estaba en su contra. Por Trafalgar circulaba una corriente incesante de coches llenos de ciudadanos que volvían a casa después del trabajo.
Él la miraba inmutable y Joanna le devolvió la mirada.
«No puede ser. Es imposible. Tú estás muerto, Dex.»
Sabía que los ojos le estaban gastando una mala pasada. Tenía que tratarse de otro chico, moreno, de ojos negros y con un anorak rojo; otro chico que se apoyaba en los postes exactamente igual que Dex, que era clavado a él.
Joanna oyó de nuevo su voz, la voz en el teléfono el sábado por la noche: «Hola, soy yo. ¿Cómo estás?»
Aquella voz tan lejana…
El semáforo cambió y él no se movió. Seguía apoyado en el poste amarillo, mirándola fijamente. Joanna se estremeció, pero no de frío.
Tenía que saber la verdad.
—¿Dex?
Miró al otro lado de la calle pero un autobús se saltó la luz roja y pasó el cruce a toda velocidad. Joanna saltó a la acera, sobresaltada.
Cuando el autobús hubo pasado, miró de nuevo al otro lado de la calle.
Dex había desaparecido".

"Dex. Era realmente Dex. En aquellos momentos estaba muy cerca y lo veía con toda claridad. Se encontraba apoyado en la pared de ladrillos del aparcamiento del club de tenis, con las manos embutidas en los bolsillos de los vaqueros. Incluso a la luz del sol, su piel tenía un tono verde.
«Casi como un reptil», pensó Joanna con aprensión.
Dex miraba al suelo, pero en aquel instante alzó los ojos y los miró a los dos.
«¿Nos ve? —se preguntó Joanna—. Tiene que vernos, me mira directamente a mí.»
Shep se metió la mano en el bolsillo en busca de las llaves del coche y se le cayeron al suelo.
Joanna miró fijamente a Dex y sus ojos se encontraron. De repente los del chico brillaron, rojos como los de una mala foto tomada con flash, brillantes como los de un perro en la oscuridad nocturna".

"Oyó un ruido en la ventana y el corazón le dio un vuelco en el pecho. Era el ruido de siempre; después sonaron unos golpecitos en la ventana.
«¡Dex! ¡No, por favor!»
Asió el borde del escritorio para apoyarse; las rodillas le temblaban y tuvo miedo de caer. La habitación empezó a dar vueltas y a Joanna le asustaba mirar hacia la ventana.
¿Por qué subía a su habitación a plena luz del día? ¿Qué estaba haciendo allí?
—¡Vete! —gritó—. ¡Por favor, vete!".

"Alzaba ya la mano para llamar cuando se detuvo. Lo primero que notó de él fue el olor. Aquel olor acre de la carne podrida, distinto del falso olor a basura, mucho peor.
El crudo hedor de la putrefacción.
Entonces notó unos golpecitos en el hombro.
—Oh. —Se volvió, incapaz de respirar—. ¡Dex!
Pese a la oscuridad, vio que le faltaba un ojo, que tenía una cuenca vacía.
—Joanna —dijo él en un ronco susurro—. ¿Por qué me has matado?".

"Antes de poder controlarse, unas lágrimas calientes recorrieron sus mejillas y empezó a sollozar. Era tan extraño...
«Hacía años que no lloraba. No había llorado desde... —lo pensó unos instantes
—. ¿Desde cuándo? No he llorado desde que papá nos dejó.»
Y por una vez, no huyó de sus verdaderos sentimientos y lloró amargamente, hasta que ya no le quedó nada por lo que llorar".





R. L. Stine

lunes, 26 de octubre de 2020

Citas: La caja de botones de Gwendy - Stephen King

 "Gwendy se ajusta las gafas y el mundo, antes borroso, vuelve a enfocarse".

"—Me han dicho que no hable con desconocidos.
—Ese es un buen consejo. —Aparenta la edad de su padre, de modo que rondará los treinta y ochos
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años, y no tiene mal aspecto, pero el hecho de que 
lleve puesta una chaqueta de traje negra en una calurosa mañana de agosto lo convierte, a ojos de Gwendy, en un pervertido en potencia—. Seguro que te lo dio tu madre, ¿verdad?
—Mi padre —aclara Gwendy. Tendrá que pasar a su lado para llegar al parque y, si de verdad es un pervertido, puede que intente raptarla, pero no le preocupa demasiado. A fin de cuentas, están a plena luz del día, el parque se encuentra cerca y lleno de gente, y ella ha recuperado el aliento.
—En ese caso —dice el hombre de la chaqueta negra—, permíteme presentarme. Me llamo Richard Farris. ¿Y tú eres…?
La niña lo medita durante un instante y luego piensa: «¿Qué daño puede hacer?».
—Gwendy Peterson.
—Pues ya nos conocemos, ¿ves?
Pero Gwendy lo niega con un gesto.
—Los nombres no bastan para conocerse".

"—Ya he empezado a darlo —afirma Gwendy—, pero no me voy a quedar esperando.
—Es más o menos lo que yo pensaba —dice Farris—. Nada de esperar, nada de lloriquear, solo atacar el problema. Ir de frente. Admirable. Por eso quería conocerte".

"—¿Por qué? ¿Qué hacen?
—Ya hablaremos de eso después. Por ahora, fíjate en esas palanquitas. Es más fácil accionarlas que apretar los botones; con el meñique es suficiente.
Cuando tires de la palanca de la izquierda, la que está al lado del botón rojo, te dará una sorpresa de chocolate con forma de animal.
—No… —empieza a decir Gwendy.
—No aceptas golosinas de desconocidos, lo sé —la interrumpe Farris, girando los ojos hacia arriba de tal manera que le provoca una risita—. ¿Eso no lo habíamos superado ya, Gwendy?".

"—Qué bonita —musita ella, y luego, con enorme renuencia, se la tiende al señor Farris, pero este cruza las manos sobre el pecho y niega con la cabeza.
—No es mía, Gwendy, sino tuya. Todo lo que salga de la caja te pertenece, las monedas y los bombones, porque la caja te pertenece. Por cierto, el valor numismático actual del dólar Morgan es algo menos de seiscientos dólares.
—Esto… no puedo aceptarlo —dice ella. Su voz le llega a los oídos desde muy lejos. Se siente como si fuera a desmayarse, como cuando empezó a subir a la carrera las Escaleras de los Suicidios hace dos meses—. No he hecho nada para ganármela.
—Pero lo harás".

"Ya no estoy en Castle Rock, piensa Gwendy. He entrado en uno de esos lugares de los libros que me gustan. Oz, o Narnia, o Hobbiton. Esto no puede estar pasando".

"Richard Farris se limita a sonreír y a menear la cabeza, y luego echa a andar hacia el risco, donde una señal reza: ¡PRECAUCIÓN! ¡PROHIBIDO EL PASO A LOS NIÑOS MENORES DE 10 AÑOS QUE NO VAYAN ACOMPAÑADOS DE UN ADULTO! Entonces se gira.
—¡Dime una cosa, Gwendy! ¿Por qué las llaman las Escaleras de los Suicidios?
—Porque un hombre se tiró desde arriba en 1934 o por ahí —explica ella.
Sostiene la caja de botones en el regazo—. Y luego también una mujer, hace cuatro o cinco años. Mi padre dice que en las reuniones municipales se habló de quitarlas, pero en el ayuntamiento todos son republicanos, y los republicanos odian los cambios. Bueno, eso dice mi padre. Uno de ellos dijo que las escaleras son una atracción turística, que supongo que sí, y que un suicidio cada treinta y cinco años o así en realidad no era tan malo. Dijo que, si se convertía en una moda, cambiarían el voto.
El señor Farris esboza una sonrisa.
—¡Estos pueblos pequeños…! ¡Si es que hay que quererlos!".

"Gwendy tiene un pensamiento (novedoso ahora por sus implicaciones adultas pero que más adelante se convertirá en una tediosa certeza): los secretos son un problema, quizá el mayor problema de todos. Pesan sobre la conciencia y roban espacio al mundo".

"—Debería tirar ese maldito trasto al lago —murmura mientras sube las escaleras del sótano—. Y terminar con todo.
Pero sabe que jamás sería capaz. Ahora le pertenece, al menos hasta que el señor Farris regrese para reclamarla. A veces tiene esa esperanza. Y otras veces espera que nunca lo haga.
Cuando el señor Peterson llega a casa, observa a Gwendy con cierta preocupación.
—Estás sudando —señala—. ¿Te encuentras mal?
Ella sonríe.
—He estado corriendo, nada más. Estoy bien.
Y, en gran medida, es cierto".

"Gwendy, acordándose del sueño de Frankie Stone, de repente quiere irse a casa, encerrarse en su cuarto y arrastrarse bajo las sábanas".

"¿Es esta ahora mi vida? —piensa al entrar en el gimnasio de Castle Rock—. ¿Es mi vida esa caja?".

"Permanece de pie en la entrada, absorbiéndolo todo. Es un mundo nuevo por completo, exótico e intimidante, y se siente abrumada. Eso debe de resultarle obvio a cualquiera que la observe, porque un vendedor cercano la llama:
¿Te has perdido, cariño? ¿Puedo ayudarte en algo?
Es un hombre regordete, de treinta y pico años, que lleva gafas y una gorra de béisbol de los Orioles. Tiene comida en la barba y le centellean los ojos. Gwendy se aproxima a la mesa.
—De momento solo estoy mirando, gracias.
—¿Mirando para comprar o mirando para vender?
Los ojos del hombre se posan en las piernas desnudas de Gwendy, donde se entretienen más tiempo de lo que deberían. Cuando vuelve a alzar la vista, enseña los dientes al sonreír y a Gwendy ya no le gusta el brillo en su mirada".

"—¿Te ha enviado él? —pregunta Gwendy. Se encuentra ahora sentada sobre el trasero, con los pies en el suelo y las piernas encogidas para ocultar los pechos. Ese cabrón enfermo ya les ha echado una buena mirada, pero, con suerte, será lo único que consiga—. ¿Te ha mandado el señor Farris para
recuperar la caja? ¿Quería que la tuvieras tú? —Aunque las pruebas parecen indicar esa posibilidad, resulta difícil de creer.
Ahora él frunce el ceño.
—¿El señor qué?
—Farris. El hombre del traje negro. Con un sombrero pequeño que se mueve por donde quiere.
—No conozco a ningún señor Fa…
Es en ese instante cuando Gwendy arremete contra él, de nuevo sin pensar…, aunque más tarde se le ocurrirá que quizá la caja haya estado controlando sus pensamientos. Al muchacho se le agrandan los ojos, y la mano que empuña la navaja se proyecta como un pistón hacia ella. La hoja se
le hunde en el pie y asoma por el otro lado en medio de un ramillete de sangre. Gwendy chilla mientras estrella el talón en el pecho de Frankie y lo empuja de vuelta al interior del armario. Entonces le arrebata la caja y, al tiempo que aprieta el botón rojo, grita:
—¡Púdrete en el infierno!".

"—¿Y ahora qué?
—Ahora te agradeceré que me devuelvas la caja. Tu trabajo ha terminado…, al menos esta parte de tu trabajo. Aún te quedan muchas cosas que contarle al mundo… y el mundo escuchará. Sabrás entretener a la gente, que es el mayor don del que un hombre o una mujer pueden gozar. Los harás reír, llorar, contener el aliento, pensar. Cuando cumplas treinta y cinco, teclearás en un ordenador en vez de en una máquina de escribir, pero los dos aparatos son, a su manera, cajas de botones, ¿no crees? Disfrutarás de una larga vida…".





Stephen King

miércoles, 21 de octubre de 2020

Citas: Maria quiere ser tu amiga - Laura Marshall

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 "Me mira con indiferencia desde la pantalla. No he sentido su fría mirada 
desde hace más de veinticinco años, no he sido el objetivo de esa mirada, que te da a entender que está estudiándote, aunque no de una forma desagradable, sino evaluándote, comprendiendo más cosas sobre ti de las que tú quisieras que supiera la gente".

"El café ya está listo, y no me queda otra alternativa que sentarme de nuevo ante el ordenador portátil, donde Maria me ha estado esperando, constante e impenetrablemente. Me obligo a mirarla a los ojos, buscando en vano algún indicio de lo que iba a sucederle. Intento mirar la foto como lo haría alguien cualquiera: es de una colegiala normal, una foto antigua que ha estado encima del aparador de alguna madre durante años y a la que se le ha quitado el polvo todas las semanas. Pero no funciona; no soy capaz de mirarla así sabiendo cuál iba a ser su destino".

"Maria Weston quiere ser mi amiga. Quizá ese fuera siempre el problema:
Maria Weston quería ser mi amiga, pero yo la decepcioné. Ha estado revoloteando junto a mi conciencia durante toda mi vida adulta, aunque he sabido mantenerla fuera de ella, convirtiéndola tan solo en una borrosa sombra en el rabillo del ojo, fuera, casi por completo, de mi campo visual.
Maria Weston quiere ser mi amiga.
Pero Maria Weston está muerta desde hace más de veinticinco años".

"Al final decido dejar la foto actual y enviar la solicitud de amistad sin mensaje, después de algunas deliberaciones. Al fin y al cabo, ¿qué diablos iba a decirle? «Hola, Sophie, ¿qué tal te ha ido durante los últimos veintisiete años?». Suena un poco raro. «Hola, Sophie, he recibido una solicitud de amistad de Facebook de nuestra compañera de instituto, que lleva muerta mucho tiempo. ¿La has recibido tú también?». E incluso más raro si no la ha recibido".

"Fuera está anocheciendo. Cierro el ordenador portátil y me quedo sentada a la mesa de la cocina, quieta, durante un buen rato. Primero la solicitud de amistad de Facebook, luego la reunión y ahora el encuentro con Sophie… Me siento como si estuviera dando un paseo, o en un viaje al que nadie me preguntó si quería ir. Aunque estoy muy sorprendida por el giro de los acontecimientos, en cierto modo siempre he esperado que esto sucediera, o algo así. No sé quién está al volante ni hacia dónde nos dirigimos, pero las ruedas han empezado a moverse y no sé cómo detenerlas".

"—¡Louise!
Hace la intención de darme un beso en la mejilla pero se lo piensa mejor y me atrae hacia ella, envolviéndome en sus brazos, en su perfume, en su personalidad. Me abruman los recuerdos y las sensaciones. Los años transcurridos, durante los cuales me he esforzado tanto en olvidar, se esfuman y por un momento vuelvo a tener dieciséis años y a sentirme torpe, en conflicto, intensamente viva".

"Lo que ella desea más que nada es poder hacer las cosas bien, equilibrar la balanza. Aquella noche, el mundo perdió su equilibrio. Ojalá pudiera dar con el modo de recuperarlo. Puede que entonces pudiera seguir adelante con su vida. Vivir plenamente, comprometerse con el mundo, en vez de existir en esta vida a medias, en la que nadie sabe quién es ella de verdad".

"—¿Estás seguro? No parece esa clase de chica.
Ah, la gente más callada es la que tienes que vigilar más de cerca, Louise. ¿Aún no te habías enterado? —Sam sonrió—".

"Cuando salía de clase, se volvió hacia mí, con el rostro impasible. Si estaba a punto de echarse a llorar, no lo parecía. La impresión que daba era de pura rabia, de esa que es capaz de arrojar objetos por la habitación con su poder.
Sin hablar, me dijo que ahora sabía realmente quién era yo, y que se aseguraría de que viviera para lamentar este día. Me quedé inmóvil en mi mesa mientras un escalofrío de miedo me recorría la columna vertebral".

"Me quedo mirando fijamente al hombre, pensando en lo extraño que es ver en la vida real a alguien tan guapo como una estrella de cine, cuando advierto que la mujer que está a su lado es Esther. Me pongo absurda y patéticamente contenta al verla, y me acerco en seguida a ella.
¡Me dijiste que no ibas a venir!
Tengo ganas de abrazarla, pero sé que sería excesivo.
Parece avergonzada.
Después de todo, resulta que soy humana dice mirando a su marido".

"Cuando dejas algo tras de ti, crees que ya está, que ha desaparecido. Pero no puedes dejarte atrás a ti mismo. Es así; eres tú, de por vida".

"—Solo una cosa más —dice, sacando un sobre marrón del bolsillo interior de su chaqueta—. Encontramos algo cerca del cadáver.
Mete la mano en el sobre y saca una bolsa de plástico transparente. Me doy cuenta de lo que es antes de que diga nada más, y debo recurrir a todas mis fuerzas para mantener las manos quietas en mi regazo y respirar con normalidad.
¿Ha visto esto antes? —me pregunta.
Descansa inocentemente encima de la mesa, entre las dos.
No.
Intento responder con naturalidad, de forma neutra, sin hablar ni muy deprisa ni muy despacio.
¿No lo llevaba Sophie?
No, seguro que no. Llevaba un enorme collar de plata.
Reynolds no dice nada y se limita a volver a meter la bolsa de plástico transparente en el sobre. Una bolsa de plástico que contiene una fina cadena de la que cuelga un pequeño corazón de oro. Aunque han pasado más de veinticinco años desde que lo vi por última vez, reconocería ese colgante en cualquier parte. Me atormenta en sueños. Sin duda alguna, es el colgante de Maria Weston. El que llevaba la noche que desapareció".

"Me rodeo con los brazos, aunque en el coche hace calor. He pasado mucho tiempo sumida en la oscuridad, mintiéndoles no solo a los demás, sino también a mí misma. Sin embargo, ahora la puerta está abierta. Es tan solo una rendija, pero está abierta. Y la luz se filtra a través de ella".

"Estos días intento estar en contacto con la gente personalmente en lugar de hacerlo desde una pantalla. Ya no me aferro a los bordes de mi vida; estoy intentando reconstruirla a partir de los fragmentos que quedaron".

"La nube pasa y vuelve a salir el sol. Me siento a una mesa de la terraza, dejando el chocolate caliente de Henry con cuidado frente a mí. Él también se sienta. Si alguien nos está vigilando, nos verá a los dos sonriendo, bajo la luz del sol".




 Laura Marshall

viernes, 16 de octubre de 2020

Citas: Lenore - Roman Dirge

"Mago: Ahora nos enfrentaremos a... LA CAJA DE LA MUERTE.
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Lenore: ¿La caja de qué?
Mago: LA CAJA DE LA MUERTE".

"Busqué más placer. 
Los muñecos de Voodoo no funcionaron, tampoco el hijo del vecino.
Así que terminé en las drogas y no estoy seguro de por qué, pero recuerdo lamer una tostadora... que no era mía. Todavía ando de forma graciosa".

"Una vez un niño pequeño me preguntó por qué las personas no podían ser mejores y quererse los unos a los otros.
Reflexioné un momento y luego, por supuesto, me comí al niño.
Era muy fuerte y desde luego NO sabía a pollo.
Aunque tenía un poco de pollo Moo-shoo que había dejado toda la noche en el coche. Se suponía que tenía que haber algo de moral en algún lugar de la humanidad y en cómo nos desarrollamos en la sociedad de la autosatisfacción, pero, a lo mejor debería ser:
"no hables con extraños". Si eso hubiera tenido más efecto sobre ese niño, seguiría vivo hoy. 
Y yo no tenría que explicar el mal olor que viene de debajos de mi casa. Quiero decir, sólo fue un inconveniente para mí.
Es triste".

"¿Quieres escuchar otro cuento, Lenore? Es sobre ti, eso es, volvamos hacia atrás; era un tiempo diferente, y tú eras una persona diferente. Una chica genial pero te pusiste muy enferma, y entonces dejaste de estar enferma para siempre.
Nunca volviste a ser... um... la misma".

"Tu familia no te volvió a entender. Parecía que ni siquiera sabían quién eras, y te evitaban. ¿Te acuerdas? Sí, te acuerdas. Pero los recuerdos cesaron... como la lluvia. Era el momento de empezar una nueva vida... um... muerte".

"Un día apareció una hada mágica y le prometió que terminaría con todas las cosas que temía.
—Un deseo...
—"Cúrame", lloró el hombre torcido, y la vida será el cielo. Endereza mi torcida espalda y estaré bien.
—Puedo concederte ese deseo, pero hay un precio que pagar.
—Por favor, rápido, imploró el hombre torcido, no quiero esperar más.
Entonces, con un movimiento de su mano, hubo un mágico "crack" y la espalda del hombre torcido se puso recta y por unos pocos segundos fue el hombre más feliz del mundo... pero el precio del milagro no era tan divino, porque en el proceso se había roto la columna. 
Cinco breves segundos de su vida erecto antes de que el hombre torcido muriese".

"—Algo falla. Tu sangre debería haberme vuelto a la normalidad pero había algo raro en tu sangre.
—¡He sido embalsamada!
—¡Ahora estaré condenado a esta forma por la eternidad! ¡¿Qué haré?! ¡Yo! Uno de los más salvajes asesinos que ha conocido el mundo!
Luego:
—¿Más té, Sr. Muffinman?
—Sí".

"—¡Lenore! ¡Ayúdame! ¡Usa tu viejo cuchillo!
—Noo, no quiero.
—Pero... ¡Te gustaba ese cuchillo!
—Siii... pero niñas aterradoras con cuchillos se ha vuelto un "cliché" demasiado habitual. Ahora las veo hasta en camisetas".





Roman Dirge

domingo, 11 de octubre de 2020

Citas: Las cuatro estaciones II: Otoño e Invierno - Stephen King

El Otoño  de la inocencia

El Cuerpo:
x

"Las cosas más importantes son siempre las más difíciles de contar".

"Todo aquello que consideramos más importante está siempre demasiado cerca de nuestros sentimientos y deseos más recónditos, como marcas hacia un tesoro que los enemigos ansiaran robarnos. Y a veces hacemos revelaciones de este tipo y nos encontramos solo con la mirada extrañada de la gente que no entiende en absoluto lo que hemos contado, ni por qué nos puede parecer tan importante como para que casi se nos quiebre la voz al contarlo. Creo que eso es precisamente lo peor. Que el secreto lo siga siendo, no por falta de un narrador, sino por falta de un oyente comprensivo".

"—Vete a la mierda —dijo Vern.
—Estoy muy cerca de ella —le contestó Teddy sagazmente".

"Lloré cuando me lo dijeron y también lloré en el funeral y no podía creer que Dennis hubiera muerto, que alguien que solía darme cachetes o asustarme con una araña de goma hasta hacerme llorar, y darme un beso cuando me caía y me raspaba las rodillas y sangraba y decirme al oído «Vamos, deja ya de llorar, niño»…, que aquella persona que me había tocado, pudiera haber muerto… y mis padres parecían absolutamente vacíos. Para mí, Dennis había sido poco más que un conocido. Me llevaba diez años, comprendes, y tenía sus propios amigos y compañeros de clase. Claro que comimos en la misma mesa durante muchos años y que a veces fue mi amigo y a veces mi torturador, pero la mayor parte del tiempo fue, bueno, simplemente un individuo".

"Vern Tessio dijo entonces:
—Bueno, ¿queréis o no queréis ver un cadáver?
Todos quedamos paralizados".

"Tal vez el amor sea tan divino como dicen los poetas, piensa Chico, pero el sexo es Bozo del Payaso saltando".

"La verdad siempre la identificas, porque cuando te hieres a ti mismo o a algún otro con ella, siempre brota la sangre".

"—Anda, Gordie —dijo Chris—. Te esperamos junto a la vía.
—Más valdrá que no os vayáis sin mí —dije.
Vern se echó a reír.
—¡Cómo íbamos a dejar sola a la más guapa, Gordie!
—Anda, cierra el pico.
Todos cantaron entonces a coro:
—No cierro el pico, ni me achico; pero si te miro, vomito.
—¡Y luego llega vuestra mami amada, a limpiar con la lengua la vomitada! —dije, y salí pitando, alzando hacia ellos por encima del hombro el dedo corazón.
No he vuelto a tener amigos como aquellos que tenía a los doce años, de veras. ¿Y tú?".

"Una misma palabra evoca cosas distintas a cada individuo. Si yo digo, por ejemplo, verano, la palabra te sugerirá una serie de imágenes distintas a las que la misma palabra provoca en mí".

"Chris dijo con calma:
—Hablar es fácil.
Teddy asintió, aún con la vista baja.
—¿Y qué me dices de lo que hay entre tú y tu padre? Las palabras no pueden cambiarlo".

"El acto mismo de escribir es algo que se hace en secreto, como la masturbación…".

"—Los valientes primero".

"Tenía en la punta de la lengua lo de la cervatilla, pero al fin decidí no contárselo. Es algo que me guardé solo para mí. Nunca lo he contado, ni siquiera escrito, hasta este momento, hasta hoy. Y he de deciros que una vez escrito desmerece, parece algo casi insignificante. Para mí fue lo mejor de todo el viaje, la parte más limpia;y es algo a lo que vuelvo sin poder evitarlo cuando tengo algún problema: mi primer día entre la maleza en Vietnam y el tipo que salió al claro en que estábamos, con la mano cubriéndose la nariz y cuando retiró la mano no tenía nariz debajo porque se la habían arrancado de un tiro; y cuando el médico nos dijo que nuestro hijo menor podría ser hidrocefálico (aunque, gracias a Dios, resultó ser solo un poco cabezón); y las largas semanas de locura que precedieron a la muerte de mi madre. Me sorprendía de pronto volviendo a aquella mañana, viendo de nuevo sus suaves orejas y el blanco destello de su rabo. Pero qué importan ochocientos millones de chinos rojos, ¿verdad? Las cosas más importantes son las más difíciles de explicar, porque, de alguna forma, las palabras las minimizan, las degradan. Es muy difícil conseguir que los extraños se interesen por las cosas agradables e importantes de nuestra vida".

"Vern salió a la superficie y nos miró asombrado.
—¿Qué diablos pasa con…?
—¡Sanguijuelas! —gritó Teddy, arrancándose dos de los muslos temblones y lanzándolas lo más lejos
posible—. Malditas cabronas —se le quebró la voz en un chillido en la última palabra.
— ¡DiosmíoDiosmíoDiosmíoDiosmío! —gritaba Vern. Chapoteó cruzando la charca y salió del agua tambaleante.
Aún estaba helado. Había cesado el calor del día. Yo no hacía más que decirme que tenía que controlarme. Que no podía ponerme a gritar. Que no podía ser un cobarde. Me quité una media docena de los brazos y algunas más del pecho.
Chris se colocó de espaldas a mí y me dijo:
—¿Gordie? ¿Tengo alguna más por detrás? ¡Quítamelas si me queda alguna, por favor, Gordie!
Tenía más en la espalda, sí. Unas cuatro o cinco, que semejaban una especie de grotescos botones negros.
Desprendí de la espalda de Chris sus blandos y suaves cuerpos.
Me quité aún más de las piernas y luego Chris me quitó a mí las que tenía en la espalda.
Estaba empezando a tranquilizarme un poco en el preciso instante en que bajé la vista y vi al abuelito de todas ellas pegado a mis testículos, su cuerpo cuatro veces el tamaño normal. Su piel gris negruzca había adquirido un tono rojo púrpura. Y entonces empecé a perder el control. No exteriormente, gran escala, sino interiormente, que es lo grave.
Rocé su cuerpo terso y pegajoso con el dorso de la mano. Siguió fijo. Intenté repetirlo y no pude obligarme a tocarlo.
Me volví hacia Chris, intenté explicárselo, no pude. Le hice un gesto, señalando para que viera. Sus mejillas, ya intensamente pálidas, palidecieron aún más.
—No puedo quitármela —dije, con labios entumecidos—. Po… podrías…tú…
Pero retrocedió moviendo la cabeza; le temblaban los labios.
—No puedo, Gordie —dijo, sin poder apartar la vista del bicho—. Lo siento de verdad, pero no puedo. No. Oh. No.
Se volvió, se dobló apretándose el vientre con una mano como el mayordomo de una comedia musical, y vomitó sobre unas matas de enebro".

"Las cosas más importantes son siempre las más difíciles de expresar…".

"—¿Por qué te desmayaste, Gordie? —preguntó Vern con avidez.
—Cometí el terrible error de mirarte a la cara —dije".

"—¡Oh, Dios mío! —gritó Vern, en tono medroso y fuerte—. ¡Oh, Dios mío bendito, mirad eso!
Miré en la dirección que indicaba Vern y vi una bola de fuego rodando por el raíl de la izquierda de las vías, avanzando a gran velocidad y silbando exactamente como un gato escaldado.
Nos pasó a toda pastilla cuando nos volvíamos para mirarla, absolutamente pasmados, conscientes por primera vez de que tales cosas podían existir realmente".

"Chris emitió un sonido que no llegaba siquiera a ser una imprecación, que era solo una larga sílaba monótona sin sentido alguno; un suspiro que, por casualidad, había pasado por sus cuerdas vocales".

"Luego, la tormenta arreció de golpe, como si alguien hubiera tirado de la cadena en el cielo. El sonido cuchicheante de la lluvia se convirtió en el de una discusión violenta. Era como si nos censuraran por nuestro descubrimiento, lo cual resultaba aterrador. Nadie te habla de la falacia patética hasta que llegas a la universidad… e incluso entonces advertí que solo los muy sabihondos creían de verdad que era una falacia".

"Tenía el pelo rojo oscuro. La humedad ambiental le había rizado levemente las puntas. Tenía sangre en la cabeza, pero no mucha. Eran peor las hormigas. Llevaba una camisa verde oscuro y pantalones vaqueros. Estaba descalzo; a poca distancia del cadáver, entre unos zarzales, vi un par de astrosas zapatillas. Permanecí un momento confuso. ¿Por qué estaba él aquí y allá su calzado? Luego comprendí; y tal comprensión fue como un golpe bajo. Mi esposa, mis hijos, mis amigos, todos creen que el tener una imaginación como la mía ha de ser muy agradable; aparte de darme tanta pasta, me permite pasarme una película mental cuando me aburro… Tienen razón en parte; pero de vez en cuando se vuelve y te ataca con esos largos dientes, esos dientes afilados como los de un caníbal.Y ves cosas que preferirías no ver, cosas que te mantienen en vela hasta el alba. En aquel instante del que hablo vi una de esas cosas; y la vi con absoluta certeza, con claridad absoluta: al darle, el tren le
había lanzado fuera de sus zapatillas, exactamente igual que había arrancado la vida de su cuerpo".

"El chico estaba muerto. El chico no estaba enfermo; el chico no estaba dormido. El chico ya no se levantaría nunca por la mañana, ni se pondría malo por comer demasiadas manzanas verdes ni le saldría sarpullido del zumaque venenoso ni gastaría del todo la goma del extremo de su lápiz durante un examen difícil de matemáticas. El chico estaba muerto; muerto del todo".

"Me di la vuelta, seguro de que iba a vomitar, pero tenía el estómago vacío, tranquilo, en calma. Me metí los dedos en la garganta para provocarme el vómito, pues lo necesitaba; era como si pudiera devolverlo todo y liberarme. Mi estómago respondió solo con un leve movimiento; y quedó de nuevo en calma".

"—¿Qué dices tú, Gordie? —me preguntó Ace. Sujetaba a Charlie del brazo igual que un buen amaestrador sujetaría a un perro arisco—. Tendrás al menos algo de la sensatez de tu hermano.
Diles que se vuelvan. Dejaré que Charlie muela a palos al cuatroojos y luego nos ocuparemos de nuestro asunto.
¿Qué dices?
Se equivocó al mencionar a Denny.
Yo estaba dispuesto a razonar con él, a indicarle lo que ya sabía perfectamente, que puesto que Billy y Charlie habían renunciado a sus derechos, estos nos correspondían ahora a nosotros. Quería contarle lo del tren de mercancías que
casi nos atropella a Vern y a mí en el paso del río Castle. Y también lo de Milo Pressman y su intrépido (y estúpido) compañero, el Perro-Prodigio.
Y lo de las sanguijuelas también.
Supongo que lo que en realidad quería decirle era: Vamos, compréndelo, lo que es justo es justo. Tú lo sabes. Pero tuvo que meter a Denny en el asunto, y en lugar de un razonamiento sensato, pronuncié mi propia sentencia de muerte:
—¡Chúpame la gorda, matón de pacotilla!
La boca de Ace formó una perfecta
O de sorpresa (la expresión era tan insólitamente remilgada que en otras circunstancias habría significado un aluvión de carcajadas, por decirlo de algún modo). Todos los demás, a ambos lados de la ciénaga, me miraban fijamente, pasmados".

"Chris dijo suavemente, con gran pesar:— ¿Dónde lo prefieres? ¿En el brazo o en la pierna? Yo no puedo elegir. Elige tú por mí.
Y Ace se detuvo.
Pude ver en su cara crispada un súbito terror, debido, según creo, más al tono de Chris que a sus palabras; parecía absolutamente convencido de que las cosas iban a ir de mal en peor, y de lamentarlo sinceramente. Si se trataba de un farol, sigue siendo aún el mejor que he visto en mi vida".

"Al final, Chris dijo:
—Lo contarán.
—Puedes estar seguro. Pero no hoy ni mañana, si es eso lo que te preocupa.
Creo que pasará mucho tiempo antes de que lo cuenten. Tal vez años.
Se volvió a mirarme, sorprendido.
—Tienen miedo, Chris. En especial Teddy, de que no le admitan en el Ejército. Pero también Vern tiene miedo.
Les quitará horas de sueño, claro, y algunas veces, durante este otoño, estarán a punto de contárselo a alguien, pero de verdad creo que no llegarán a hacerlo. Y después… ¿sabes qué?
Parece una idiotez, pero… creo que casi se olvidarán de que alguna vez sucedió. Chris asentía moviendo lentamente la cabeza.
—No me lo había planteado así. Tú ves las intenciones de las personas, Chris.— Ojalá fuera cierto, amigo.
—Lo haces realmente".

"Las palabras destruyen las funciones del amor (supongo que es terrible que un escritor diga esto, pero creo que es cierto)".

"El amor no es lo que los poetas cretinos como McKuen quieren hacerte creer. El amor tiene dientes que muerden; y las heridas jamás cicatrizan.
Ninguna palabra, ninguna combinación de palabras puede curar esas mordeduras del amor. Pero también lo contrario es cierto, esa es la ironía. Si esas heridas cierran, las palabras se mueren con ellas. Podéis creerme. Me gano la vida con las palabras y sé que es cierto".

"Los amigos entran y salen de tu vida como ayudantes de camarero en un restaurante, ¿no te has fijado nunca? Pero cuando pienso en aquel sueño, los cadáveres tirando de mí implacablemente bajo el agua, me parece bien que así sea.
Algunos se ahogan, eso es todo. No es justo, pero sucede. Algunas personas se ahogan".

"Cuando yo era pequeño había un dicho que decía: «Si sales adelante solo eres un héroe. Lleva a alguien contigo y serás una mierda»".



Cuento de Invierno

El método de respiración:


"—Mala noche —dijo el taxista—.
Mañana habrá dos docenas de más en el depósito de cadáveres. Borrachos congelados y unas cuantas vagabundas congeladas.
—Seguro.
El taxista se quedó pensativo.
—Bueno, ¡es una liberación, al fin y al cabo! —dijo por último—. Menos asistencia social, ¿verdad?
—La amplitud y profundidad de su espíritu navideño son asombrosas —dije".

"Me dejó en la esquina de las calles Segunda y Treinta y cinco, y recorrí caminando media manzana hasta el club, inclinado contra el silbante viento, sujetándome el sombrero con la mano enguantada. En cuestión de segundos, parecía que toda mi fuerza vital se hubiera replegado quedando reducida a una aleteante llamita azul del tamaño de la luz piloto de un horno de gas. A los setenta y tres, un hombre siente el frío antes y más intensamente. Aquel hombre debiera estar junto al fuego, o al menos junto a una estufa eléctrica. A los setenta y tres, la fogosidad ya casi no es ni un recuerdo; tiene más de informe académico".

"Uno de los que así lo hicieron era Emlyn McCarron, ya entonces próximo a los setenta años. Me tendió la mano, que estreché brevemente. Tenía la piel seca, correosa, áspera; diría que casi tortuguesca. Me preguntó si jugaba al bridge. Le contesté que no.
—Estupendo —dijo—. No se me ocurre nada que haya colaborado tanto a acabar con la conversación inteligente de las veladas nocturnas en este siglo como ese maldito juego.
Y tras esa declaración, desapareció en la oscuridad de la biblioteca, en la que los estantes de libros parecían subir y subir hasta el infinito".

"Poco después me sobresaltó el sonido de risas, sacándome de mi lectura. Alguien había echado al fuego un paquetito de polvos químicos y, por un instante, las llamas se volvieron multicolores. Y me hallé entonces recordando mi infancia… mas no de forma nostálgico-romántico-sentimental".

"Ya en el interior, resguardados del frío, mientras el taxímetro marcaba el recorrido con clics regulares, comenté a Waterhouse que su cuento me había gustado muchísimo. No podía recordar haberme reído tanto y con tantas ganas desde los dieciocho años, le dije; y lo cierto es que nada tenía esto de adulación, pues era la simple y pura verdad.
—¿De veras? Es usted muy amable.
Su tono era pasmosamente cortés.
Me retraje; advertí que me ruborizaba levemente. No siempre es necesario oír el portazo para saber que acaba de cerrarse una puerta".

"Una vez ante la puerta, mi emoción tornóse simple aprensión (sentimiento este último con el que los ancianos están mucho más familiarizados). ¿Qué hacía exactamente yo en aquel lugar?
La puerta era de grueso roble y me pareció tan sólida como la del torreón de un castillo. No había timbre, al menos que yo viera, ni aldaba, ni cámara de circuito cerrado de televisión
discretamente disimulada en alguna hendidura; y, desde luego, Waterhouse no estaba allí esperándome. Permanecí quieto un momento; miré a mi alrededor.
La calle Treinta y cinco Este se me antojó súbitamente más oscura, más fría, más amenazadora. Todas las residencias parecían misteriosas, como si ocultaran secretos que más valía no indagar. 
Y sus ventanas semejaban ojos.
En algún lugar, tras una de esas ventanas, puede haber un hombre o una mujer planeando asesinar, pensé. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal.
Planeándolo o haciéndolo".

"—¿Somos viejos? —le pregunté.
—Imagino que sí —dijo, y me sonrió espléndidamente.
Posé el libro y le acaricié el pecho.
—¿Demasiado viejos para esto?
Alzó las sábanas con decoro femenino y luego, riéndose, las tiró al suelo empujándolas con los pies.
—¿Lo comprobamos, papi? —dijo Ellen.— Oink, oink —dije yo, y ambos nos echamos a reír".

"»—He de hablar inmediatamente con Joe —insistió, como si no me hubiera oído—. Hay algo en el maletero de mi coche… algo que encontré en Virginia.
Le he disparado y acuchillado y no puedo matarlo…
»Soltó una risilla que se convirtió enseguida en una risotada y al fin empezó a gritar. Y seguía gritando cuando conseguí establecer comunicación telefónica con el señor Woods y le dije que volviera inmediatamente a la oficina, por amor de Dios, que volviera lo antes posible…
Mas no es mi intención contaros ahora el cuento que Peter Andrews nos contó aquella noche. La verdad es que no estoy muy seguro de atreverme a contarlo. Baste decir que era tan horripilante que durante semanas soñé con él; y en una ocasión Ellen clavó en mí los ojos, mientras desayunábamos y me preguntó por qué había gritado en plena noche de repente: «¡Su cabeza!
¡Su cabeza sigue gritando en la tierra!».
—Estaría soñando —le dije—. Un sueño de esos que luego no puedes recordar…
Y bajé de inmediato la vista hacia mi taza de café; creo que aquella vez
Ellen se dio cuenta de que mentía".

"El propio nacimiento, caballeros, es horrendo para muchos; ahora está de moda que los padres asistan al nacimiento de sus hijos, y aunque tal moda haya servido para cargar a muchos hombres con una culpabilidad que no creo que merezcan (culpabilidad que algunas mujeres utilizan con toda intención y con crueldad casi presciente), parece ser, en conjunto, algo sano y saludable. He visto hombres salir de la sala de partos blancos y tambaleantes, les he visto desmayarse como niñitas, incapaces de soportar los gritos y la sangre".

"El nacimiento es maravilloso, caballeros, pero jamás, ni siquiera mediante un gran esfuerzo de la imaginación, lo hallé bello".

"Empecé a practicar la medicina en mil novecientos veintinueve; mal año para empezar cualquier cosa".

"La nostalgia no siempre es una emoción vaga, melancólica y casi bella, aunque sea así como la imaginamos en general. Puede ser una espada extraordinariamente aguda, y no solo una dolencia metafórica, sino absolutamente real. Y puede hacernos cambiar la idea que tenemos del mundo; los rostros que vemos en la calle no solo nos parecen indiferentes sino desagradables, feos… incluso malignos. La añoranza es una enfermedad real: el dolor de la planta desarraigada".

"Retiró la mano de la mía… si le hubiera tomado la mano derecha en vez de la izquierda, quizá no lo hubiera hecho. Ya lo he dicho, caballeros, no la amaba, pero en aquel momento podría haberla amado; creo que estaba a punto de enamorarme de ella".

"La vi avanzar hacia la puerta; cuando la alcanzó, se volvió hacia mí, posó sus manos en mis hombros, se puso de puntillas y me besó en los labios.
Tenía los labios recios y fríos. No fue un beso apasionado, caballeros, pero desde luego tampoco era el beso que uno esperaría de una hermana o una tía.
—Gracias otra vez, doctor McCarron —dijo, jadeando levemente. Tenía las mejillas encendidas y brillantes los ojos color avellana—. Muchísimas gracias por todo.
Sonreí… un tanto incómodo.
—Habla usted como si no fuéramos a volver a vernos, Sandra.
Creo que fue la segunda y última vez que la llamé por su nombre de pila.
—Oh, claro que volveremos a vernos —dijo—. No lo dudo en absoluto.
Y estaba en lo cierto… aunque ninguno de los dos podría haber previsto las espantosas circunstancias de nuestro último encuentro".

"—¡Enfermera! —grité con fuerza—. ¡A ver si mueve el culo de una puñetera vez!".

"Y, acto seguido, allí estaba la enfermera con la manta en los brazos. Tendí mi mano para recogerla.
Inició un movimiento para entregarme la manta, y quedó de pronto paralizada, acercando de nuevo hacia sí la manta…
—Doctor… y… ¿y si es un monstruo? ¿Algún tipo de monstruo?
—Deme de una vez la manta —dije—. Démela ya, Sarge, antes de que no pueda contenerme y empiece a patearla.
—Sí, doctor —dijo, con absoluta tranquilidad (tenemos que bendecir a las mujeres, caballeros, que tan a menudo entienden, sencillamente no tratando de hacerlo), y me entregó la manta. Envolví en ella al niño y se lo entregué.
—Si se le cae, Sarge, me ocuparé personalmente de que se coma esa manta.
—Sí, doctor".

"Empecé a alejarme del cuerpo.
Tropecé con algo. Me volví. Era la cabeza. Y, siguiendo alguna orden exterior a mí, puse una rodilla en tierra y la volteé. Tenía los ojos abiertos: aquellos ojos francos y directos color avellana que estuvieron siempre tan plenos de vida y resolución. Seguían plenos de resolución, caballeros, y me estaban mirando".






Stephen King