"Creo que la elección de mi profesión es por demás paradójica. Una geiko de categoría se halla siempre expuesta al resplandor de los focos, mientras que yo pasé gran parte de mi infancia escondida en un armario oscuro".
"Una geiko de categoría es maestra en el arte de crear un ambiente de distensión y esparcimiento, sin embargo, yo no disfruto en particular con la compañía de otros.
Una geiko de renombre nunca está sola, pero yo siempre he amado la soledad.
¿No es extraño? Parece que hubiese escogido de forma deliberada el camino que entrañaba para mí mayores dificultades, una senda que me obligase a afrontar y superar mis limitaciones personales".
"Fue tenaz en su cortejo, pero debido a la notable diferencia de clase existente entre ambos mi madre pensó que la relación sería imposible. Al final, mi padre la dejó embarazada de mi hermana mayor, lo que la obligó a casarse".
"—Mirad bien y aprended. Esta ave estúpida le ha dado un picotazo a nuestra querida Masako, y ha muerto por ello. Recordadlo: no está bien hacer daño a otros ni causarles dolor".
"En cuanto llegamos a casa y vi a mí madre, me eché a llorar con gran aflicción y me arrojé a sus brazos. Al cabo de un rato me bajé de su regazo y me metí en el armario.
Mis padres me dejaron tranquila y pasé la noche allí, envuelta en la oscuridad.
No abandoné el armario hasta la mañana siguiente, aunque todavía estaba muy alterada por el viaje a la okiya Iwasaki, pues lo que había visto en el karyukai era muy distinto de todo cuanto conocía, mi pequeño mundo comenzaba a desmoronarse. Estaba confundida y asustada, y me pasaba la mayor parte del tiempo abrazándome a mí misma, con la mirada perdida".
"Una noche invitaron a Koyuki a un banquete en el Ichirikitei en honor al general MacArthur. Y éste se quedó tan prendado del quimono que ella llevaba que quiso saber si se lo darían para los
Estados Unidos. Cuando la propietaria del Ichirikitei dio la solicitud a tía Oima, ésta respondió:
—Los quimonos son nuestra vida. Lléveselo si lo desea, pero tendrá que llevarme también a mí. ¡Puede ocupar mi país, pero jamás ocupará mi alma! —El general no volvió a pedir el quimono".
"Cuanto más amables eran conmigo, peor me sentía. Estaba indignada, llena de odio hacia mí misma".
"Salí del juzgado flanqueada por mis padres, cogida con fuerza de sus manos. Lloraba y me sentía tan culpable por haberlos traicionado que no me atreví a mirarlos a la cara, aunque, de soslayo, descubrí en las mejillas de ambos el rastro de sus lágrimas.
Vieja Arpía detuvo un taxi y los cuatro volvimos juntos a la okiya.
Mi padre trató de consolarme:
—Tal vez sea mejor así, Ma-chan. Estoy seguro de que en la okiya Iwasaki te divertirás más que en casa. ¡Aquí hay tantas cosas interesantes que hacer! Pero si alguna vez quieres volver a casa, avísame y vendré a buscarte. En cualquier momento. De día o de noche. Sólo tienes que llamarme.
Lo miré y aseveré:
—He muerto.
Mis padres dieron media vuelta y se alejaron. Cuando los obis de sus quimonos comenzaron a desvanecerse a lo lejos, grité en lo más profundo de mi corazón:
"¡Mamá! ¡Papá!". Pero esas palabras no llegaron a mis labios.
Cuando mi padre se volvió para mirarme, contuve el impulso de correr tras él y, ahogando las lágrimas, agité triste la mano. Mi decisión era irrevocable".
"—¿Qué pasa, Mine-chan?
—Ay, algo horrible. Estoy sangrando.
—No es nada, Mineko. Estás bien. Eso es bueno.
—¿Las hemorroides son buenas?
—No son hemorroides. Tienes la menstruación.
—¿La qué?
—La menstruación. La regla. Es completamente normal".
"Sentada ante ella, me sentí majestuosa y adulta con mi primer peinado formal. Me miró con una conmovedora expresión de orgullo y fue en ese preciso instante cuando por fin tomé conciencia de que tía Oima había muerto y prorrumpí en sollozos. El proceso de cicatrización de las heridas había comenzado. Lloré durante dos horas, manteniendo en vilo a todo el mundo, antes de que madre Sakaguchi pudiera empezar a maquillarme".
"Esa noche asistí a mi primer ozashiki; el invitado de honor era un caballero occidental. El traductor le explicó que yo era una aprendiz de maiko, y que aquélla era mi primera aparición en público. Entonces, él se volvió para hacerme una pregunta y le respondí lo mejor que pude en mi inglés de colegiala.
—¿Alguna vez ves películas americanas?
—Sí.
—¿Conoces el nombre de los actores?
—Conozco a James Dean.
—¿Y el de los directores?
—Sólo el de uno. Se llama Elia Kazan.
—Vaya, gracias. Yo soy Elia Kazan.
—¡No! ¡Bromea! ¿De veras? ¡No lo sabía! —exclamé en japonés".
"Mamá Masako era incapaz de ocultar sus sentimientos, pues cuando estaba enamorada, resplandecía, y si la relación iba mal, ni siquiera se molestaba en peinarse y lloraba mucho. Yo le daba palmaditas en la espalda:
—Estoy segura de que pronto encontrarás a don Perfecto.
Nunca perdió las esperanzas. Y nunca lo encontró".
"Trató de animarme dando un giro a la conversación.
—¿Cuál es tu pasatiempo favorito, Mine-chan?
—Me encanta bailar.
—¡Qué bien! ¿Y de dónde has salido?
—De ahí.
—¿De dónde?
—De la habitación de al lado.
Mi respuesta dibujó una sonrisa en sus labios.
—No, te preguntaba dónde has nacido".
"—¿Cómo debo mirar una obra de arte? —quise saber, en cierta ocasión.
—Limítate a ver lo que ves y a sentir lo que sientes —fue su respuesta, franca y sucinta".
"—¿De verdad le quedan dudas todavía? —le pregunté—. ¿A pesar de tener noventa años?
—Hay ciertas cosas de las que nunca podemos estar seguros —aseveró—, aunque vivamos cien años. Eso demuestra que somos humanos".
"El médico que vino a reconocerme quiso saber si había tenido gases.
—¿Gases? —pregunté.
—Si, gases. ¿Han salido ya?
—¿Salir? ¿De dónde?
—Lo que quiero decir es si te has tirado algún pedo.
—¡Por favor! —exclamé, indignada—. Yo no hago esas cosas".
"—Apuñala el cuerpo y sanará. Pero lastima el corazón y la herida permanecerá abierta durante toda la vida".
"—Escucha a este viejo curandero, Mine-chan. Tienes que cuidarte.
Ahora debes volver a casa y meterte en la cama. Prométeme que mañana irás al hospital.
—Pero si estoy bien.
—No me escuchas, Mine-chan.
—Porque estoy bien.
—No estás bien. Si sigues así, podrías morir.
—Ah, las mujeres hermosas siempre mueren jóvenes.
—Esto no es ninguna broma. —Ahora parecía enfadado".
"—Señorita Iwasaki, tiene que ocuparse de esto de inmediato. De lo contrario podría tener un problema serio.
—¿Qué clase de problema?
—Podríamos vernos obligados a extirparle un riñón.
Todavía no me había dado cuenta de la gravedad de la situación.
—Yo ni siquiera sabía que tenía dos riñones. ¿No basta con uno? ¿Necesito los dos?".
"Lo primero que vi cuando entré en el quirófano fue a un hombre de bata blanca que enfocaba mi cara con una cámara de fotos. Sin pensar, le dediqué una gran sonrisa.
El médico me habló con brusquedad:
—Por favor, no preste atención a la cámara y no sonría. Necesito fotografías de esta operación para una conferencia sobre cirugía. Ahora abra la boca...".
"Mi verdadero problema no está en mi garganta ni en mis riñones. El médico debería haberme operado del corazón".
"—Ven un momento, Mineko —me indicó, y acto seguido me condujo a la habitación de las criadas.
Antes de que pudiera darme cuenta de lo que pasaba, me rodeó con sus brazos y me besó en la boca.—Eh, basta. —Forcejeé para soltarme—. Sólo Gran John, mi perro, tiene permiso para hacer eso.
Fue mi primer beso. Y no me gustó nada. Pensé que estaba sufriendo un ataque de alergia. Se me pusieron la carne de gallina y los pelos de punta, y un sudor frío cubrió mi cuerpo. Tras pasar por la sorpresa y el miedo, llegué al instante a un estado de incontenible furia.
—¡Cómo se atreve! —exclamé—. ¡No vuelva a tocarme nunca! ¡Jamás!
—Vamos, Mine-chan, ¿no te gustó ni siquiera un poquito?
—¿Gustarme? ¿Qué quiere decir? Esto no tiene nada que ver con que me guste o no me guste.
Me avergüenza confesarlo, pero a los dieciocho años todavía creía que los besos en la boca podían dejar embarazada a una mujer. Estaba aterrorizada".
"Una noche me rogó con picardía:
—Ya sé que no se me permite tocarte, pero ¿no podrías poner un dedo, sólo uno, en mi rodilla? Sería una forma de recompensar mis esfuerzos con el shamisen.
Como si tocase algo contaminado, apoyé cuidadosamente la yema del dedo índice en su rodilla.
Me pareció un juego.
Después de tres meses de rozarlo con el índice, preguntó:
—¿Qué tal tres dedos?
Y más adelante:
—¿Por qué no cinco dedos?
Y luego:
—¿Y la palma entera?
Por fin, una noche se puso serio.
—Creo que me estoy enamorando de ti, Mineko".
"Estábamos en ese punto cuando Toshio le pidió a mi amiga que me llevase un ramo de asteres.
Era una dulce forma de cumplir su promesa de visitarme a diario. Al descubrir que las flores eran un regalo de Toshio, me embargó la emoción. No sabía si aquello era amor, pero estaba claro que algo sí sentía: una opresión en el pecho cada vez que pensaba en él. Y pensaba en él a todas horas. No me encontraba cómoda y hacia que aflorase mi timidez. Quería hablar con él de lo que me pasaba, pero no sabía qué decir. Creo que la pequeña puerta de mi corazón empezaba a abrirse. Aunque yo no dejaba de luchar".
"—¿Mamá?
—¿Sí?
—Eh… No, nada; no tiene importancia.
—¿Qué es lo que no tiene importancia? ¿Qué ibas a decir?
—Olvídalo. Sólo estaba pensando.
—¿En qué? No me tengas sobre ascuas, es exasperante.
No pretendía irritarla, pero las palabras se negaban a salir de mi boca.
—No estoy segura de que seas la persona apropiada para aconsejarme.
—Soy tu madre.
—Lo sé, y respeto mucho tu opinión sobre cuestiones de trabajo, pero se trata de algo diferente. No sé si debo hablar de este asunto contigo.
—Soy Fumichiyo Iwasaki, Mineko. Puedes preguntarme lo que quieras.
—Pero todos los hombres con los que has salido parecen calamares desecados. Después rompen contigo y tú te quedas llorando abrazada a la farola del colmado. Es humillante. Todos los vecinos te ven y exclaman: "Pobre Fumichiyo, ya la han abandonado otra vez".
Era la pura verdad. A sus cuarenta y siete años, mamá Masako aún no había conseguido formar una pareja estable. Nada había cambiado. Seguía enamorándose cada dos por tres y ahuyentando a sus amantes con su mordacidad. Y era cierto que lloraba abrazada a la farola. Tengo muchos testigos de ello.
—No es una descripción muy halagadora. Creo que no soy la única por aquí que tiene una vena maliciosa. Pero no hablemos más de mí. ¿Qué te pasa a ti?
—Me preguntaba qué se siente al enamorarse".
"Mamá Masako y tía Taji tenían la vista fija en el plato. Aún no habían dicho una palabra. Las presioné.
—"Deléitate y da gracias por cualquier alimento que te ofrezcan". ¿No es eso lo que nos enseñó Buda?
—Sí —respondió mamá—, pero todo tiene un límite.
—¿Qué quieres decir?
—Mineko, ¿te has molestado en probar la comida antes de servirla?
—No ha sido necesario. Sé que está buena por el aroma que desprende.
Esto demuestra lo poco que sabía de cocina".
"—Yo creo que las personas que se aman deben estar juntas —dictaminó ella, tan romántica como siempre".
"Por fin me acerqué a él, por primera vez, y lo abracé. Sentí que se fundía entre mis brazos:
"Esta intensa unión es amor —pensé— ya lo he encontrado".
"La jefa de enfermeras estaba indignada:
—Esto no es un hospital psiquiátrico, así que dejen de comportarse como si estuvieran locas. Y, por favor, no colapsen la línea telefónica.
Al cabo de unos diez días el médico nos quitó los puntos y nos dio el alta. Creo que las enfermeras se alegraron de que nos fuésemos".
"Así que, una vez más, decidí empezar de cero. Y la siguiente ocasión que me lo propuso, y era la cuarta, acepté con una condición: le hice prometer que me concedería el divorcio si al cabo de tres meses no me sentía feliz.
Nos casamos el 2 de diciembre, veintitrés días después de conocernos".
Mineko Iwasaki